Sería utópico pretender que todos habláramos con exquisita dicción, y, por contra, una supina torpeza utilizar un lenguaje tan patán que fuera difícil entender. A ello se une la torrencial locuacidad de algunos paisanos/as, que tanto aburren contándonos, con pelos y señales, detalles de las cosas más baladíes. “Es que yo hablo mucho”, dice, tratándose de justificarse el parlanchín/a.
Mientras tanto, polariza la atención de la tertulia y se hace dueño del momento, y del “cotarro”, no sin sentir una indisimulada satisfacción. Se escucha y se regocija en su verborrea que cansa, hastía y aburre. Pero, de ningún modo, va cambiar de costumbre y de táctica. (Lo sabemos por pura experiencia, para los cuales el diálogo no existe, es de mal gusto, y no tiene lugar de ser cuando tales individuos toman la palabra). Ya que le da buenos resultados.
Hoy se adolece –nadie lo duda, o pocos ciudadanos- de una gran ordinariez y escasa corrección en el habla; sobre todo en el coloquial de la calle, que no responde a los decorosos modos que exige el nivel cultural que hoy ha alcanzado la sociedad española, y los adelantos que la masa popular ha detectado y logrado, a lo largo de los últimos años.
¿Es, acaso, trasunto del clima desbordado producido por la crisis general que padecemos en tantos capítulos de la vida, o, quizás, una “ racha” que nos caído del cielo, sin que tenga visos de remitir? En parte, creo que es más bien una especie de moda, o una suerte de sarampión que hemos de padecer, sabe Dios, por cuanto tiempo.
Una de las razones -sigamos haciendo hipótesis- en que radica tanta pobreza de vocabulario, puede radicar en que buena culpa la tienen los excesos verbales, escritos, en las llamadas “redes” que flotan, sin brida, y muchas veces, sin gusto, por lo nuevos parámetros de un Internet universalizado y, con frecuencia, salido de madre, que puede degenerar en demasías de mal gusto, especialmente en el mundillo adolescente y en un porcentaje de cuasi iletrados paisanos, que hacen así un flaco servicio a la lengua.
Por otra parte, la adulteración del habla corriente, que no el erudito de algunos, puede iniciarse, a sí mismo, en un caldo de cultivo en se que “cocina” una buena parte de la rudeza en la comunicación, ya que, el aguafuerte de huelgas y algaradas, sólo devienen exabruptos chabacanos. Y es una rémora evidente el radical nacionalismo rampante para el ajuste fino de otros idiomas que no sea el suyo propio. Los medios de comunicación denuncian tal hecho, pero que no hay correctores oficiales que impidan tal atropello a la lengua de Cervantes.
Urge, pues, tener presente, ante tales dislates lingüísticos, erradicar, de forma rigurosa, tales vicios, desde el mismo pupitre escolar, ya que, de lo contrario, podremos caer en insufrible pobreza de lenguaje, cuando abunda un alto voltaje emocional, en tantos medios de difusión, como es la televisión, la radio, en los reportajes emitidos, en las tertulias radiofónicas y televisivas, donde la crispación abunda y no faltan los epítetos disparados entre los colaboradores contertulios, cuando no toda una batería de denuestos por el simple hecho de discrepar. No olvidemos que el exabrupto es motivo precioso para desbarrar no sólo con descortesías sino con grandes palmetazos al diccionario.
De ahí que, si no se va remediando tanta ordinariez a la hora de la intercomunicación, terminaremos abriendo un ancho portillo para el horror del taco y el error de cuanto es malsonante, que podrán convertirse en auténticos proyectiles contra toda norma de educación.
Será Lázaro Carreter, orfebre del idioma, en su libro El dardo en la palabra, quien ha llevado a cabo sutiles reflexiones al respecto, en relación al taco. Corominas lo critica diciendo que es como el ruido del tarugo al ser golpeado, y García de la Concha señala que hoy se habla un lenguaje “zarrapastroso”. Y ¡qué razón tienen los tres acreditados lingüistas!
Y aunque, tales tacos, en ocasiones se puedan revestir de cierto casticismo, siempre será, por asilvestrado e intempestivo, una pedrada lanzada al remanso de toda conversación.De ahí que, a veces, se pida perdón, pero ya es difícil diluir e interceptar su“aroma”.
Con todo, es de uso común, especialmente en los adolescentes, o en ciertos sectores de jovenzuelos que creen que aumentan su personalidad diciendo tacos a diestro y siniestro. Sí, ya sabemos que alguien nos podrá refutar lo que decimos en contra del taco y la palabra malsonante, poniendo el ejemplo de ciertos escritores: valga el ejemplo del conocido novelista, Pérez-Reverte, ilustre académico, que cultiva el taco con deleite, utilizando textos con toscos vocablos de arriero, en pos, ¿quizás, de mayor potencia expresiva?
Y por otra parte, el Nobel Cela, con su humor afilado, creemos que ha deseado desterrar el tabú de ciertas expresiones, por lo que nunca las consideró malsonantes, sino “comedidamente malsonantes”.
Es cierto que nadie está libre de usar palabras soeces, pero nunca debieran ser habituales en tertulias públicas o junto a niños en edad escolar, que son como esponjas que todo lo absorben y copian. Aunque nuestros clásicos lo utilizaran en muchos de sus textos, y en Andalucía, gruesos disparates se conviertan en algo típico y, hasta afectuoso. Recuerde el lector algunos vocablos gruesos que utiliza el hombre de la calle andaluz, para darse cuenta de lo que afirmamos. Son tacos que, en ocasiones, hacen gracia, producen risas y hasta pueden parecer como indicadores de ingenio. Yo discrepo totalmente de esto último.