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UN SALUDO VERDE DE ESPERANZA

05 mayo 2016

No ha habido un texto más traído y llevado que el de la Primavera, en los ambientes escolares...

No ha habido un texto más traído y llevado que el de la Primavera, en los ambientes escolares. Era la redacción de turno más realizada, cuando aún nuestra sintaxis era pobre y la pluma o el bolígrafo apenas sabían pergeñar unas ideas bien estructuradas, porque aún había mucho que aprender en saber expresarse  mediante una comunicación aseada y correcta. 

 

Pero el tiempo pasa, peina uno canas, y el impacto de la Primavera sigue siendo tal que todavía viene a nuestras mentes la necesidad de acercarnos a ella, con más conocimientos y saberes, y, sobre todo, llevando en nuestros hombros la mochila de la experiencia, tras haber gozado y sufrido de otras estaciones, que, aunque no tan hermosas, sí que nos han ido dando ese marchamo de personas maduras que saben saborearlas todas.Porque conocen sus valores y virtudes, procedentes de esa Naturaleza que Dios nos dio. 

 

Si el invierno es austero y hosco, muchas veces, si el otoño es voluble y tiempo de transición, y si el verano nos atenaza con los rigores de sus altas temperaturas, la Primavera es saludo y epifanía, esperanza y vida; que suele ser torrencial, sin escatimar sus luces, sin economizar sus fulgores, sin dejarnos de  dar, en fin, la grata noticia de que el mundo sigue dando vueltas alrededor del sol, mientras continúan desarrollándose nuestros proyectos y se materializan nuestros anhelos.

 

Todo, en la Primavera, parece gritar, todo se rompe hacia arriba, ofreciéndonos la vida nuevos bríos y medios para seguir en la brecha, que es amar y llorar, sentir y abrazar al ser querido, a fortalecer nuestras amistades, a juntar las manos en una riada de deseos que buscan, ante todo,el estar contentos con nuestra suerte, junto al “otro”, que hemos de respetar, sin exclusiones de ningún tipo.

 

Pero si hay algo que es particular saludo verde de esperanza, con más propiedad, no hay duda que hemos de dar la primacía al árbol, que repta por las colinas, que llena la hondonada, que sirve de casa a los pájaros, que, una vez seco, puede ser carne de hogar crepitando en los inviernos, o “yugo de carreta”, según la expresión machadiana. 

 

Un saludo verde de esperanza, cuyos destellos de luz añoramos, tras la oscuridad del invierno, por sus aromas y tallos verdes, que dan al campo pinceladas de ilusión y de seguir adelante, a pesar de nuestros traumas diarios. Porque un prado con escarcha, la flor ausente y el viento racheado son yermos desolados, que ha de dulcificarse en esta estación de las flores, de los huertos y hontanares…Yermos desolados que se convierten, en solo unos díasen exuberantes cercados de higueras bíblicas, de olivos litúrgicos, de austeras encinas, de robledales robustos, hermosas palmeras, poéticos sauces y abedules, en medio de una paz y sosiego para cuantos sentimos el deseo de seguir caminando por una ruta de verdad, de honradez y contento.

 

Unos árboles que, tantas veces, se han hecho papel y estrados de jueces, góndolas y pianos de cola, mástiles de cuarteles y crucifijos, cayados de pastor y varas de mando, o leña seca para calentar el hogar. Árboles, que no hace mucho, escoltaban la carretera, y sigue sirviendo para las cucañas en las ferias de las aldeas, o quillas de barquichuelas, marcos de cuadros, bancos de iglesias

 

Árboles que son madera de esas diligencias que atravesaban las inmensas llanuras del Oeste americano, o cruces de “semanas santas”;mesas de robles para el trabajo de la oficina, o para la mesa-camilla, mástiles de barcos, balcones rústicos de casonas de montaña, bastones para el anciano, cucharas de palo para el pastor… 

 

Árboles que, como los almendros, continúan siendo símbolos de esperanza, con sus primerizas y alborotadas flores blancas, que nunca nos han de faltar, sobre todo ahora en que la crisis aún hunde sus raíces más procaces en los ciudadanos más débiles, en esas barriadas donde todo falta y nada sobra…Árboles que siempre fueron faros de cálida luz, en el mar de la solidaridad y la caridad cristiana…

 

Árboles que cantaron con fervor los poetas: San Juan de la Cruz, en sus nostálgicos “cedros rumorosos”, y Juan Ramón Jiménez, en sus bucólicas “arboledas lejanas”; árboles a los que musicaron sus requiebros los grandes bardos como Gabriel Miró y García Lorca, o los sacralizó Gerardo Diego, en su “Ciprés de Silos”, o fueron enaltecidos por Gabriel y Galán, a través de sus “guindos de la vega”, o la “copa de la encina vieja…”  

 

Pero, sobre todo, dentro y fuera, chorreando Primavera, que ahora vivimos y saboreamos, exultantes, aunque haya siempre motivos para la desesperanza, porque el hombre no ha venido a este mundo a aburrirse, sino a luchar, como don Quijote contra los malandrines y los “molinos de viento”. 

 

Por eso siempre esta estación será un saludo verde de mejores tiempos, de euforia y buenas perspectivas para todos. Esperemos que este tiempo sirva para que nuestros políticos, junto a toda la sociedad española, sepan alzar su copa de anhelos de bienestar, haciendo que sus mítines sólo se alcen para el bien de todos, lejos de todo sectarismo y demasiados rencores, que empiezan a mostrar sus peores testimonios, como en otras épocas, ya fenecidas…

 

Que la Primavera, en fin, siga siendo el anillo de oro que a todos nos cobije, que sea el abrazo de una Naturaleza abierta a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, y que sea mano extendida a todos sin discriminación, sobre todo a esos pueblos que, huidos de sus lares, puedan estar bajo la sombra fresca de los árboles de sus pueblos abandonados por el miedo, el dolor y la muerte. 

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