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Manuel Llopis Ivorra, en el recuerdo. La huella luminosa de un obispo

04 noviembre 2014

Hay biografías que seducen, intrigan o estimulan, y no faltan las que despiertan curiosidad o producen admiración según los personajes estudiados.

APUNTES BIOGRÁFICOS.

Hay biografías que seducen, intrigan o estimulan, y no faltan las que despiertan curiosidad o producen admiración según los personajes estudiados. Pues bien, algo de esto estuve considerando al afrontar la conferencia del obispo don Manuel Llopis Ivorra, consciente de que era uno de los Prelados más brillantes de la historia de la diócesis de Coria-Cáceres. Con todo en regla, la logística en orden y el avituallamiento preciso para articular mi intervención, he de expresar que no haya caído en la simple hagiografía, porque el dato objetivo y la constatación de los hechos, siempre serán para mí los únicos instrumentos de trabajo.

Conocía al Obispo Llopis Ivorra, desde su nombramiento para esta diócesis, allá por el año 1.950. Llegada muy esperada, tras el fallecimiento del anterior prelado, don Francisco Cavero y Tormo, procedente de Murcia y teólogo eminente, fallecido en Coria, con la palma en la mano, un Domingo de Resurrección. Con anterioridad, había dirigido la diócesis fray Francisco Barbado Viejo, que dio a la AC su época de oro. Pero ambos fueron obispos transición, dada la difícil época en que administraron la diócesis. Barbado, durante la guerra civil de 1936-1939, y Cavero, en la posguerra, con las carencias propias de estos años.

De estatura media y expresión aguda, la nariz aguileña y el semblante agradable, D. Manuel siempre estaba dispuesto al acercamiento personal, pues era alegre, con don de gentes, simpatía desbordante y siempre comprensivo. Si no era un orador de verbo elocuente, sí conectaba bien con los fieles, en homilías directas, hondas de contenido y entrañablemente cálidas. Fue recibido en la diócesis con grandes esperanzas, que nunca defraudó, pues hizo renacer el entusiasmo en el clero, creó nueva espiritualidad en los laicos, saneó la economía diocesana y alivió las condiciones sociales de los obreros, a los que dejó una popular barriada en Cáceres. Cuando llega a la diócesis, sólo tenía 48 años y era, por encima de todo, un hombre emprendedor y de acción, más que un intelectual de despacho. Se cuenta que, cuando había de estar en Madrid para alguna asamblea, aprovechaba buena parte de la jornada para realizar gestiones, de cómo allegar fondos con que paliar las deudas contraídas por tantas obra abiertas en la diócesis.

Viajero incansable y correrías apostólicas, y siempre en compañía de su capellán, d. José de Tomás, fue entusiasta creador de instituciones religiosas, promotor de movimientos apostólicos y actividades eclesiales, que completó con su carisma de prolífico constructor, en medio de una dinámica que causaba asombro y perplejidad. Don Manuel lo llenaba todo tratando de inyectar nueva savia a la diócesis, modernizó su estructura, convocó concursos parroquiales,reorganizó los arciprestazgos y vigorizó el apostolado rural y obrero...Estuvo cerca de la familia y de sus sacerdotes, impulsó los medios de comunicación social y vigorizó las raíces tradicionales de una enseñanza de valores humanistas. Atendía los problemas de circulación, inauguraba centros religiosos y consagraba altares, dirigía peregrinaciones y bendecía templos, salones parroquiales y nuevos grupos escolares…Construyó dos Seminarios, el Colegio Diocesano, con su Colegio Menor y el Preseminario, y puso en funcionamiento el Seminario de Verano; propició Congresos Eucarísticos Diocesanos y clausuró muchos Arciprestales, promovió Asambleas de AC., cursillos de Formación para Religiosas y organizó la primera Casa Diocesana de Ejercicios, en Lagunilla (Salamanca). Hizo reparar la techumbre de la Concatedral de Sta María, acondicionó el Palacio Episcopal, adquirió gran parte del solar de las Hermanitas de los Pobres de Cáceres, y creó la Caja Diocesana Compensatoria del Clero.

Visualizando esta vertiginosa película de actuaciones, parece que nada se le escapaba de sus manos, no como prurito de controlarlo todo, sino como respuesta a una honda actitud de su generoso corazón. Por todo ello, fue entusiasta la espera del nuevo Prelado, dados los buenos informes que iban llegando a la diócesis, como haber sido, sobre todo, gran pastor en su parroquia del Santo Ángel Custodio de Valencia. Todo ello volvería a repetirse, y con creces, respondiendo al lema de su escudo episcopal: “Omnibus Omnia factus ut omnes facerem salvos”:“Me hice para todos, para ganarlos a todos”. Es decir: siempre con la mochila de su apostolado al hombro, en voluntad permanente de servicio. Fue, por tanto, un padre y pastor de almas, que potenció cuanto redundaba en beneficio de la diócesis. Fue, en definitiva, un obispo muy querido y admirado, porque el pueblo veía en él a una persona realmente entregada a su misión como Obispo de Coria-Cáceres.

Nace Manuel Llopis Ivorra, en Alcoy (Alicante), el 17 de enero de 1902, en el seno de una familia cristiana y trabajadora. Transcurridos los años, la semblanza de nuestro futuro Obispo se refleja en las palabras del que fuera Arzobispo de Valencia, el Dr. d. Marcelino Olaechea quien dijera en su consagración: Tenía el corazón dilatado como las arenas del mar, a quien los feligreses le llaman padre de los pobres. Hijo de padres ejemplares, nació en la industriosa ciudad de Alcoy. En el seno de su familia, aprendió la piedad sincera y heredó de patria chica su gran dinamismo y tenaz energía. Alumno becario del Real Colegio Seminario del Corpus Christi, de Valencia, hizo sus estudios con brillantez y aprovechamiento. Su devoción sólida, su aplicación constante al estudio, la sujeción amorosa a la disciplina, su amabilidad con todos, hicieron de él el modelo del buen seminarista…” Comenzó su carrera sacerdotal, en 1920, en dicho Colegio, conocido como “El Patriarca”, fundación de San Juan de Ribera, donde destacó por su comportamiento, conducta intachable y la asidua dedicación a los estudios académicos. Más tarde, cursaría los estudios de la Licenciatura en Sagrada Teología, en la Universidad Pontificia de Valencia.

Fue ordenado sacerdote el 18 de noviembre de 1928, y nombrado capellán del Santo Sepulcro de Alcoy, comenzaría su trayectoria en tiempos no fáciles, ya que la llegada de la República no sería el mejor caldo de cultivo para dar acomodo al clero, en el desarrollo de su ministerio, situación recrudecida durante la guerra civil. Tras la contienda, fue nombrado capellán del Hospital, donde llevó a cabo una intensa labor, mas pronto sería nombrado para una parroquia de Valencia, con el cargo de Consiliario del Centro de Propagandistas de AC., siendo posteriormente, profesor del Colegio “Luis Vives”, de Valencia, y cura-arcipreste de la parroquia de Santa María, de Alcoy. Pasados un años, fue nombrado párroco del “Santo Ángel Custodio”, de Valencia, parroquia que sólo poseía unos terrenos donde levantaría el templo, del que tomó posesión el 9 de agosto de 1942, en un modesto garaje.

EL NUEVO OBISPO DE CORIA.

Después de 22 años de sacerdocio, a don Manuel le fueron confiadas más grandes responsabilidades, pues sucedería, en la diócesis cauriense, al obispo murciano, d. Francisco Cavero y Tormo. Celebróse su consagración, el 30 de abril de 1950, en la catedral metropolitana de Valencia, oficiando de consagrante principal el Nuncio Apostólico en España, monseñor Caetano Cicognani, con presencia del Arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea, el Obispo de Mallorca, Dr. Hervás, y el de Plasencia, Dr. Zarranz y Pueyo. Ya en el besamanos, al pasar la representación cacereña, don Manuel le indicó: “Trabajad por la caridad”.

Hizo su entrada en CORIA, a las 7 de la tarde, del 11 de junio de 1950, en un día lluvioso y en medio de una gran muchedumbre. Antes de su llegada, adoró al Santísimo en Torrejoncillo (Cáceres), donde esperaban el Gobernador Civil, Antonio Rueda; el Alcalde de Cáceres, Francisco Elviro y el Presidente de la Diputación, Luis Grande. Ya en la catedral, el Obispo, dirigiéndose a los fieles, les dijo: “Yo me pregunto que si el Señor permitía la lluvia copiosa de toda la tarde, era como símbolo de alegría o como símbolo de tristeza. Mas sin contestar a esta pregunta, pienso que Dios quiere que sea símbolo de alegría y no de tristeza.“Ya tenéis a vuestro Obispo, que viene a compartir con vosotros vuestros afanes y agradeceros este recibimiento tan solemne. Elogió, luego, la campiña de Coria, cuyas tierras le recordaban las de Valencia.“Vuestra vega es ancha y hermosa, como también es hermoso y ancho el Corazón de Coria para con su Prelado, cuyo río besa los cimientos de la catedral y del Seminario”. Confiesa que, cuando venía a la ciudad, el alcalde le hacía “dirigir la mirada al santuario de la patrona, la Virgen de Argeme”, a orillas del Alagón, y que, por curiosa coincidencia, tiene las fiestas en su honor, en las mismas fechas que la Virgen de los Desamparados” de Valencia.

Seguidamente expresó: “Tan pronto fui consagrado obispo de Coria, yo dejé de ser valenciano en orden a la gracia, para hacerme extremeño de esta Extremadura de San Pedro de Alcántara, y de esta tierra gloriosa de Pizarro y Cortés. Ese día nací como Obispo para vosotros. No mirad ya al valenciano, sino al extremeño, por estado y conquista, ya desposado con Coria en este anillo que un día inolvidable me entregara vuestro alcalde. Agradecía a todos su presencia, sin olvidarse del “arcipreste dilectísimo, a ese corazón de oro, que me salvó durante el Movimiento”. Y, seguidamente, tendría “un recuerdo de amor y admiración” para su “ilustre antecesor, el Dr. Cavero y Tormo”, para el Obispo Peris Mencheta, el Cardenal Segura, el Obispo Barbado Viejo, y el Cardenal Espínola, todos hombres de la sede que venía a regentar.

Siete días después, entraba en CÁCERES, rodeado de gran multitud de personas y de las primeras autoridades; el cortejo se inició en la Cruz de los Caídos. “Bendito el que viene en el nombre del Señor”decía una pancarta,a la altura del cine Norba. Y, tras la apoteosis de la Plaza Mayor, en la concatedral de Santa María, expresaba: “Desde que puse el pie en esta tierra extremeña, me habéis conquistado y vencido. Ahora recojo la explosión incontenible de vuestro amor hacia el Prelado, de manera magistral e insuperable.¿Cómo olvidar, cuando a mi paso por la ciudad, he visto cómo se rompían las manos aplaudiéndome y se enronquecían en vítores las gargantas? “No son éstos los momentos de trazar un programa, pero os diré que vengo a buscar aquellos que no están con el Señor, ni quieren vivir en su gracia. No os extrañe tampoco verme descender de mi Palacio, y entrar en los tugurios para socorrer a los pobres, y consolar a los enfermos”.

Al día siguiente, desde “Radio Cáceres”, fijaba su campo de actuación, en cuatro puntos: El Seminario. Las necesidades de los pobres. Las parroquias. Y la Acción Católica. Sobre el Seminario diría:“Allá en lontananza veía nuestro Seminario, ‘estrecho’ para las muchas vocaciones que brotan en esta bendita tierra de San Pedro de Alcántara; ‘pobre y raquítico’ para las exigencias de esta sociedad moderna; ‘lóbrego y oscuro’ y sin grandes lugares para distraerse en sus ratos de ocio los que aspiran al sacerdocio; con ‘exigua y antigua biblioteca’, y sin elementos prácticos de formación intelectual para nuestros futuros sacerdotes…”“¡Madre-terminaba así-: que no se haga esperar un hermoso Seminario Diocesano!”

Muy pronto promovió Obispo los cargos de mayor rango diocesano, nombrando Vicario general de la diócesis a don José Martínez Valero; Canciller Secretario de Cámara y Gobierno, a don Rafael Valencia Pastor, y Provisor de la Diócesis a don Antonio Conde Basanta. Y se nombraron los miembros de las instituciones diocesanas como: la Junta, el Consejo Presbiteral y la Curia. Mas tarde, se daría otra estructura a la diócesis creando nuevas parroquias y reajustando otras con respecto a las tres diócesis limítrofes; amén del concurso a curato, en 1957,respondiendo a una moderna organización y a la mayor operatividad eclesial. En 1958, el arciprestazgo de Montánchez, antes perteneciente a la diócesis de Badajoz, pasaría a la de Coria-Cáceres; y las parroquias de S. Vicente de Alcántara y de Puebla de Ovando, antes caurienses, pasaron a integrarse en la de Badajoz.

Esta diócesis recibió de la pacense: 9 parroquias, 6 de Ciudad Rodrigo y 1 de Plasencia; y nuestra diócesis entregaría 1 a Plasencia, 2 a Badajoz y 15 a Salamanca. En abril de 1958, Roma dictaminaba el decreto de modificación de los límites de nuestra Diócesis, que, un año después, tenía 9.742 kilómetros cuadrados; su número de almas era de 285.780 ; las Parroquias eran: 150; los arciprestazgos, de 11 pasaron a ser 16, y fueron creadas 21 nuevas Parroquias. En cuanto a las nuevas parroquias de Cáceres, señalemos: San Blas, a regentar por d. José Reveriego; Nuestra Señora de Fátima, por d.Emeterio Hierro; Espíritu Santo, por d. Antonio Suárez; San José, por d. Severiano Rosado; San Pedro de Alcántara, por d. José Polo, cuyo templo se ubicó en la capilla del Instituto “El Brocense”. Así mismo, fue creado el Instituto Sacerdotal Diocesano de San Pedro de Alcántara, o “Convictum Sacerdotal”, bajo la dirección de d. José Luis Cotallo.

CÁCERES, COPARTÍCIPE DE LA CAPITAL-

En el impulso que dió el Prelado a la diócesis, débese subrayar que Cáceres se convirtiera, junto a Coria, en su otra capital, lo que produjo fuerte contestación popular, luego dulcificada tras erigirse el Seminario Menor en la ciudad del Alagón. Tal coparticipación de la titularidad diocesana no respondía a un mero capricho, sino a una necesidad de acoplamiento a los tiempos modernos. Lo que sucediera en otras provincias, cuyas cabezas diocesanas no residían en sus capitales, en época fundacional. Indiquemos, al respecto, que debióse adaptar el presbiterio de la concatedral de Sta. Mª, con sillería coral para los canónigos y alzar el retablo mayor, construido por Roque Balduque y Guillén Ferrán. Así las cosas, Cáceres, desde 1957, mediante la Bula de Pío XII, sería copartícipe de la capitalidad diocesana, siendo su denominación oficial, en adelante, diócesis de Coria-Cáceres. Mientras, dicho Papa concedía a Sta. Mª de Cáceres, los honores de concatedral y todos los obispos tendrían residencia, “de jure”, en esta capital. Una carta pastoral de monseñor Llopis confirmaba todo ello así: “Continúa Coria en la primacía del nombre de la Diócesis; continúa en Coria la residencia jurídica del Prelado y continúa en Coria la Catedral y el Cabildo”.

ACTIVIDADES, MOVIMIENTOS RELIGIOSOS Y EVENTOS DIOCESANOS.

En la época de Llopis Ivorra, desde 1950 hasta 1977, en que fue sustituido, por jubilación, por el Prelado, d. Jesús Domínguez Gómez, proliferaron las campañas diocesanas, a saber: A favor del Seminario para ganar vocaciones y pedir ayuda material, dada su precaria situación económica, incluso utilizando colectas en especie. Las de la “Cena de Navidad”,“Cocina de caridad” y “Hucha de caridad”, completadas con las ayudas de “Cáritas”, diocesana y parroquial. Por otra parte, se potenció la Prensa Católica y la emisora de Radio Popular, COPE, de Cáceres y tuvieron especial relieve las campañas del Domund y el rosario en familia. Como no faltaron las peregrinaciones a Guadalupe y al Palancar, destacando la de jóvenes de AC. en Roma, de 1950, la de carácter diocesano, en 1957, presidida por el obispo, y la del Año Santo, a Toledo, en junio de 1974.

Fueron muy populares las Coronaciones de Patronas, como la de la Virgen del Castillo, de Montánchez, en septiembre de 1950; Virgen de la Victoria, de Trujillo, en octubre de 1953, y Virgen de Argeme, de Coria, el en mayo de 1956, con presencia del nuncio de su Santidad, mons. Hildebrando Antoniuti. Mas el gran evento fue la celebración, en Cáceres, del cincuentenario de la Coronación de la Virgen de la Montaña, el día 12 de octubre de 1974, con misa de pontifical oficiada por el nuncio de Su Santidad, monseñor Dadaglio, y concelebrada con el Obispo de la diócesis y el de Sigüenza, dr. Castán Lacoma.

Gran realce se dio siempre a las procesiones, sobre todo las de Semana Santa, con paro de toda actividad, prohibidos los espectáculos y cerrados los bares en horas de ciertos cultos. Abundaron los víacrucis y liturgias, enaltecidos con brillantes piezas literarias de algún sacerdote o ilustre personaje, pujantes Cofradías y grandilocuentes pregones; pronunciándose el primero en 1957, por el cacereño, catedrático de la Universidad de Oviedo, Antonio Floriano Cumbreño. Como también tuvieron una masiva repuesta popular las misiones, destacando la de 1952, en Cáceres, a cuyo viacrucis en la Plaza Mayor concurrieron 18.000 personas. Y fue misionado su arciprestazgo, algunos cortijos y el Regimiento de Argel. Y hay que resaltar que, en marzo de 1960, un grupo de sacerdotes misionó en Argentina, junto a los 700 allí destinados. A saber: Manuel Vidal y José Bueno, párroco y coadjutor de San Juan, de Cáceres; Vicente Castro, párroco de San Mateo; José Polo, de San Pedro de Alcántara; Severiano Rosado, de San José; Ciriaco Fuentes, de Arroyo de la Luz, y Angel Tejero, canónigo magistral y rector del Seminario Mayor. Una forma peculiar de misión fue la de 1962, al utilizar el coche-capilla para un cierto número de personas residentes en fincas distantes de la capital. Del servicio se encargó el director del “Convictum Sacerdotal”, d. Manuel Vidal

Las misas eran de gran boato, en ciertas festividades, frecuentes las de campaña, entrañables las de neopresbíteros y muy celebradas las bodas de oro sacerdotales, como la de marzo de 1960, de d. Honorio Mª Sánchez Bustamante, honorable canónigo de Coria, hoy en proceso de beatificación.Tuvieron brillo las “Velas diurnas a Jesús Sacramentado”, la “Adoración Nocturna”, las “fiestas de las Espigas”y las Asambleas y Congresos Eucarísticos, en arciprestazgos diocesanos, como preparación al XXXV Congreso Eucarístico de Barcelona, de 1952. El BOO recogía la multitudinaria ordenación sacerdotal en el estadio de Montjuich, y el diario “Extremadura”, señalaba: “El Congreso de Barcelona no tiene ni tendrá par en el mundo. Otra vez España es sujeto de Historia, para los fueros de Dios. La emoción de este Congreso y de este día forma ya un capítulo de la Historia Universal”. Pero, a este respecto, deberá señalarse el robo sacrílego de Holguera (Cáceres), perpetrado en febrero de 1959, a cuya reparación asistió una multitud diocesana, con el Obispo a la cabeza, quien había consagrado su sagrario cuatro años antes.

Y fue enaltecida la devoción mariana, a la dio su espaldarazo la Declaración Dogmática de la “Asunción de la Virgen Maria a los Cielos, en carne mortal”, por el Papa Pío XII, el 1º de noviembre de 1950. Por su parte, el Obispo había indicado, un mes antes, la proyección popular de la devoción: “¿Qué dicen si no las 58 parroquias de las 131 que componen la diócesis, bajo la advocación a la Virgen, y de ellas, 41, al misterio de la Asunción?” En 1951, Cáceres asistía a altas muestras marianistas, como el recibimiento a la Virgen de Guadalupe, como previo recorrido por localidades cacereñas y pacenses. Al año siguiente, se celebraron las Bodas de Oro del Patronazgo de Argeme; en 1953, la imagen de la Virgen de Fátima es recibida en Cáceres y la peregrinación a Guadalupe, durante el “Año Mariano” de dicho año. Fue consagrada la provincia a la Virgen, mientras su imagen recorría sus pueblos. Y dos años después, el Obispo publicaba la Exhortación pastoral: “Consagración de Extremadura al Inmaculado Corazón de María, ante nuestra Señora de Guadalupe”. Por fin, en mayo de 1972, más de 1700 jóvenes comulgaban en la plaza de San Jorge, al peregrinar de nuevo la virgen de Fátima a Cáceres. Pasados dos años, se celebraron las Bodas de Oro de la Coronación de la Virgen de la Montaña.

Otras devociones fueron los retiros espirituales,“primeros viernes de mes” y entronizaciones del Corazón de Jesús, en casas particulares, organismos oficiales, centros de Enseñanza y Ayuntamientos; amén de “rosarios de la aurora”,“sabatinas”y “salves” en la Montaña de Cáceres. Tuvieron su época de oro las “Hijas de María”, el “Apostolado de la Oración”, “Conferencias de San Vicente de Paúl”y “Círculos de estudio”. Y abundaron las asambleas sacerdotales, con incidencia en temas pegados a necesidades reales. En 1954, se celebró la III Asamblea Sacerdotal, realizáronse estudios de historia pastoral y analizados aspectos sobre el Seminario. La IV Asamblea abordó los “modernos medios de apostolado”, la “espiritualidad sacerdotal”y la “pastoral litúrgica”, sin soslayar temas de radio, cine y televisión. La VI Asamblea, en 1956, invitaba a los seglares a asumir su responsabilidad en el apostolado, y eran impartidas charlas sobre relaciones prematrimoniales,las laborales, y la madre en el hogar.

La moralización de la familia fue siempre arropada por mons Llopis publicando pastorales “ad hoc”, como insistió mucho sobre la “Modestia Cristiana”, y reflexionaba sobre “deformaciones de la conciencia y sus remedios”,“principios morales”, “modestia cristiana”, más“excursiones y giras de placer”; censuraba los “espectáculos inmorales”, hablaba sobre ”La moral en verano”y la “Moralidad pública”, descalificaba las desnudeces y exaltaba la decencia cristiana. En la entrada de algunas iglesias, se leía: “Cubre tu cuerpo con modesto y severo traje y tu cabeza con tupido velo” (Cardenal Gomá).“Odia los trajes cortos, los estrechos y escotados”( Cruzada de Madres Cristianas). Con respecto al cine, “no se debía asistir a ningún espectáculo sin tener antes la certeza de su completa moralidad”. Aunque ciertas películas eran valoradas, como “Balarrasa”, “Cerca de la ciudad”, “Sor intrépida”, “Jeromín” ,“Sta. Teresita”, “Marcelino Pan y vino”…Tenía censuras para el gamberrismo y las blasfemias, la no observancia del descanso dominical y el excesivo lujo. Al tiempo que se revisaba la prensa, la radio, los libros de lecturas y los centros de diversión: bailes, salas de juego y cabarets, playas y piscinas, casas de prostitución y las cárceles…

Vinieron los años sesenta, con paro obrero y la emigración hacia algunos países de Europa y ciudades periféricas de España, a la vez que el turismo se abría paso. Ante estos cambios, el Obispado español llamaba la atención de los fieles y ponía de relieve el desgarramiento de este fenómeno social.Por otra parte, irrumpían los“cursillos de cristiandad”, que, fundados por el dr. Hervás, Obispo de Mallorca, tenían 3 días de duración. Iniciados, en febrero de 1961, fueron bien acogidos por muchos grupos de jóvenes, convirtiéndose sus “Ultreyas” en actos muy emotivos. Fue celebrado el 1º en Cáceres, en febrero de dicho año. Y sería muy destacada la clausura del 50 Cursillo de Cristiandad, a la que asistió monseñor Juan Hervás- compañero de estudios de don Manuel, en Valencia.

El 12 de junio de 1961, tenía lugar la inauguración del Concilio Vaticano II, convocado por Juan XXIII, y eran señaladas las “directrices para el trabajo de las Comisiones y Secretariado”, que recogía el Boletín del Obispado. Abierto en octubre de 1962, el fruto de sus sesiones era recogido y publicado por el dr. Llopis en sus cartas pastorales. Regresado éste a Cáceres, tras su estancia en Roma, para integrarse en dicha magna Asamblea, haría abundantes referencias a las sesiones conciliares. Fallecido Juan XXIII, le sucedía Pablo VI. Mientras tanto, no cesaban otras actuaciones del Obispo, como dar impulso a la Acción Católica, cuyas Bodas de Plata eran celebradas en 1959, con Juegos Florales y discurso del ministro de Educación, Joaquín Ruiz Jiménez. Al tiempo fueron realzadas sus actividades de apostolado, con respecto a obreros, maestros, universitarios, oficinistas y otras profesiones, o potenciando gestos de caridad: visitas a los enfermos y asilos de ancianos, casas de salud, reformatorios, etc. Sin olvidar las numerosas peregrinaciones al Pilar de Zaragoza, Santiago de Compostela, Guadalupe y “El Palancar”. Se ha de resaltar que la Hermandad Obrera de Acción Católica, cacereña, organizaba, en 1955, la “Cáritas obrera”; y la denominada “Cocina económica” era generosa en repartir comidas, tras realizar cursillos sobre la caridad organizada, visitas a los enfermos y a los presos de la cárcel.

INSTITUCIONES Y FUNDACIONES

Como la Cátedra de Pìo XII”, cuya fundación en Cáceres, arranca en 1956. Fueron sus directores Juan Pablos Abril y Eugenio Cotallo. Constituiría una brillante tribuna, donde prestigiosos sacerdotes e ilustres personajes desarrollaron los diversos temarios que interesaron a un sector de personas, aunque, quizás, adoleció de un cierto elitismo, pero formó e informó sobre muchos asuntos que estaban de rabiosa actualidad. Otra institución fue la Comisión de Semana Santa, bajo la inspiración del Prelado, que inyectó savia cristiana y penitencial a sus celebraciones litúrgicas. De este modo, promovió programas de “espiritualidad, cacereñismo y locura por la Semana Santa”, en palabras de don Manuel. Señalemos también la Obra Interparroquial Recreativa, fundada en enero de 1954, con fines de asueto y ocio, según parámetros humanistas cristianos. Contó, al principio, con una modesta sala en el Palacio Episcopal, para luego trasladarse al cine “Coliseum”. La Hoja Parroquial, fundada en 1955, y dirigida por José Luis Cotallo, fue siempre bien recibida por su funcionalidad, la sencillez de su planteamiento y su claridad doctrinal.

Deberá añadirse la Asociación Benéfica Constructora, que tantos bienes reportó a familias pobres, amén de señalar su labor, social y educativa, al construir algunos centros de enseñanza con sello integral y cristiano. Sus raíces procedían de la obra social realizada por Llopis Ivorra, en la parroquia del Santo Ángel Custodio, de Valencia, y sería puesta bajo la protección de la Virgen de Guadalupe; llegó a propiciar 1.600 viviendas, iniciadas en 1955, en la que fue llamada “Barriada Llopis Iborra”, al sitio “El Carneril. Nunca un Prelado había realizado obras de tanto calado social y nunca un Obispo pudo remover tantas voluntades de diocesanos e instituciones. Destaquemos, además, la Emisora Diocesana de Radio, en la que la diócesis puso muchas esperanzas, creyendo firmemente en el poder de la comunicación. Radio Diocesana, que fue incardinada en Radio COPE..

LAS GRANDES EDIFICACIONES. OTRAS OBRAS.

Fue el Seminario Mayor Diocesano de Cáceres su “opus magnum” y su joya más preciada y emblemática. Su sencilla edificación de nueva planta corría pareja con su luminosidad, majestuosa prestancia y gran funcionalidad. Fue urgente su construcción, debido al aumento de vocaciones sacerdotales, pues, si en el Seminario Conciliar de Coria, se contaba, en el curso 1936-1937, con 62 seminaristas, cinco años después de finalizada la guerra civil, tenía ya 224, cantidad que aumentaría en los años venideros. A saber:- 1950-1951: 246 alumnos; 1951-1952: 265; 1952-1953: 234; 1953-1954: 229; 1954-1955: 256. Se asistía así a un sensible aumento de “presbíteros” ordenados, llegando al 35%. El número de profesores, integrado, de forma regular, por 14 miembros, luego ascendió a 23.

Una construcción que iba a tener un coste muy alto para las arcas diocesanas, difícil de amortizar en una época en que el país aún no había salido de su grave postración económica. Pero el entusiasmo diocesano pudo más, posibilitando ser construido con el esfuerzo de todos y alguna ayuda puntual del Estado. El método empleado, para recaudar ayudas, era: El obispo publicaba una pastoral donde desarrollaba un tema acorde con las necesidades del momento, para, luego, durante varias semanas, introducir en la prensa pequeños “cuñas” de dicho documento. Otra estrategia, con tal fin, fue las charlas de los seminaristas por los pueblos. Por su parte, mucho colaboraron los medios de comunicación, unido todo a las campañas “Pro seminario”, en que se involucró el clero diocesano, la A.C. y asociaciones

La inauguración del Seminario estuvo a cargo del Nuncio de Su Santidad, monseñor Hildebrando Antoniutti, en diciembre de 1954, estando presente el ministro de Justicia, Iturmendi Bañales. En esta fecha sería puesta la primera piedra “de la iglesia grande”. Era la mayor masa construida en Cáceres, reforzada de granito, con dos grandes alas, unidas por un cuerpo central, del que emerge un hermoso templo. Pronto empezaron las fases de “adopciones de celdas y “vestir las celdas”, que luego eran “bautizadas” por sus benefactores. Muchos colectivos apoyaron tan ingente obra; como el clero diocesano, el Colegio Oficial de Médicos, personal de Correos, Sección Femenina, Colegio Oficial de Veterinarios y otros organismos. En 1959, comenzaría la construcción del último pabellón, siendo su coste total de 25. 039.248, 06 pesetas, cuyo desglose resultaría demasiado prolijo. Pero, el verdadero sentido de su construcción residía en constituir un favorable caldo de cultivo donde enraizasen abundantes vocaciones sacerdotales. Con dicho fin, el Prelado fundó el “Día Sacerdotal”, publicando pastorales “ad hoc”, y ponía en marcha, la “Oficina”, el “Sello pro Seminario”y la “Colecta del Día Sacerdotal.

Pero el futuro siempre es cambiante y nunca se podrá saber qué va deparar a una obra realizada con tantos sacrificios. Pues, en honor a la verdad, y ante la historia real de los hechos ocurridos, se ha de afirmar, que tan enorme esfuerzo no resultó todo lo fructífero que se esperaba, por causas ajenas a los fines perseguidos y a la voluntad plausible de sus ejecutores y colaboradores. Entre las causas barajadas, están las que provenían de las nuevas líneas eclesiales del Concilio Vaticano II, con nuevos rumbos eclesiales; pero, especialmente, por la acusada disminución de vocaciones sacerdotales, y por una drástica bajada de natalidad. Así las cosas, el Seminarío quedaría infrautilizado, siendo destinado a otros objetivos, como jornadas, encuentros, ejercicios espirituales, etc. Y, desde algunos años, una de las alas del Seminario fue convertida en residencia de ancianos, lo que, por otra parte, ha supuesto una eficaz reconversión, en los tiempos actuales. Hoy, el Seminario, se halla en situación de lograr una drástica modernización adaptada a las necesidades actuales.

El Colegio Diocesano, de Cáceres había nacido de la idea de don José Luis Cotallo, que pensaba que, desde este centro, no iba a ser difícil trasvasar al Seminario gavillas de vocaciones sacerdotales. Y, aunque luego no fue así, el hecho es que este Colegio ha constituido, durante más de 40 años, un modélico centro, donde se han formado muchas generaciones de alumnos, que han recibido una formación académica y humanista cristiana. El 21 de mayo de 1965, fueron iniciadas las obras de un centro de Enseñanzas Medias, denominado “Virgen de la Montaña”. Poco después, un Bachillerato Elemental comenzaba a funcionar, aunque, provisionalmente, en dependencias del Seminario Mayor, el 1 de octubre de dicho año. Al edificio del Colegio, se le adosó el Colegio Menor “Nuestra Señora de Guadalupe”, para servir de internado, dando cobertura educativa a los hijos de emigrantes (Becarios Rurales y del P.I.O.), con capacidad para 226 alumnos, que empezó a funcionar en diciembre de 1965. Pasados algunos años, se adosó al Colegio Diocesano, otro edificio, de mayor altura, siendo director del centro, don Ceferino Martín Calvarro. Sus hermosos campos deportivos abarcaban una extensión de 3.600 metros cuadrados e instalaciones deportivas.

La tercera gran edificación fue la de un Seminario Menor, en Coria, aunque no faltaron reticencias cuestionando su necesidad, con mayores gastos para la Diócesis. El Prelado respondió que era una “falacia, ambigua y mal intencionada, decir que, en tiempos de Jesús y de los Apóstoles, no existían seminarios y había buenísimos sacerdotes. Los Seminarios, seguía arguyendo, no son simples hallazgos surgidos como por arte de magia, sino los sucesores de la conducta práctica iniciada por Jesucristo y por el Colegio Apostólico, reordenada después por la Iglesia, en Trento y el Vaticano II”. El centro, que inaugurado en octubre de 1.975, bajo el patrocinio del “Buen Pastor y María Inmaculada”, comenzaba su andadura bajo el rectorado de don Luis Sánchez Arroyo, con sólo 22 alumnos, que cursarían el nivel de la E.G.B., más las disciplinas inherentes al sacerdocio…Pero los nuevos planteamientos, sociales-culturales y políticos, sobrevenidos por el aggiornamento del Concilio Vaticano II, trastocaron el “statu quo”del nacional-catolicismo. Al tiempo que emergía la secularización de una buena parte del clero, lo que suponía una seria crisis, con severos interrogantes para la Iglesia….Todo repercutiría en las metodologías académicas utilizadas en los Seminarios, de cara al futuro, incapaces de continuar anclados en la tradición conciliar tridentina. Lo sucedido ya se conoce.

Y levantó el dr. Llopis, la Casa de Ejercicios Espirituales, en la Montaña de Cáceres, junto al monumento del Sagrado Corazón de Jesús ( consagrado por el entonces nuncio, monseñor Tedeschini, siendo obispo Pedro Segura Sáenz), y donde se han celebrado las más diversas actividades diocesanas. La bendición de la primera piedra tuvo lugar el 12 de octubre de 1955. Debe añadirse que esta Casa fue ampliada por su sucesor, mons. D. Jesús Domínguez. Otra perla más de este pontificado fue la Capilla del Santísimo, o del Sagrario, donde se halla la tumba de nuestro Prelado, cuya construcción se inició en 1965; aunque, más modesta y pequeña, la empezó a construir don Elías Serradilla, párroco, de Santa María de Cáceres. Llopis Ivorra decidiría ampliarla. Finalmente, se ha de señalar la construcción del Coro del Cabildo Catedral, que estuvo listo en 1957, y que hubo de acoplarse al retablo mayor del templo, tallado por Roque Balduque y Guillén Ferrán.

ALGUNAS SOMBRAS POSCONCILIARES.

Llegado el tiempo de la crisis socio-religiosa, era lógico que afectara a la diócesis. De ahí que, a don Manuel le preocuparan algunos problemas surgidos, tras irrumpir el Concilio Vaticano II, bajo nuevas estructuras socio-políticas. Aggiornamento” que no iba a ser fácil para ciertas diócesis, como la de Coria-Cáceres, anclada-se decía- en hábitos y tradiciones, por lo que a nuestro Obispo se le empezó a achacar de inmovilista. Ya, a la altura de 1969, habían surgido algunas posiciones, en cierto ambiente de tensión, a la vez que aparecían posturas intermedias, como la del diario “Extremadura”, que decía: “La Teología debe criticar todo extremismo, sea de derechas o de izquierda”. Declaración ésta hecha, cuando al correr el año 1971, un sector de sacerdotes de la diócesis deseaba abrirse a los aires del Vaticano II. A este respecto, Ricardo Hurtado de San Antonio, ha escrito, en su libro “Personajes para la Historia de Cáceres. Semblanzas y memorias”, 1997: “La obra de mons. Llopis se vio un poco ensombrecida por el descontento de parte del clero, debido al largo pontificado, a su espíritu tradicional y a sus pocas innovaciones acordes con el Concilio Vaticano II (…). Pocas sombras, en definitiva, sigue diciendo, en un pontificado de 27 años, pródigo en hechos positivos para Cáceres, la Diócesis y la Provincia, e imprescindible para conocer la historia de esa amplia época”.

Sobre estas sombras posconciliares, hizo expreso comentario, en su autobiografía “Confesiones”(1996), el arzobispo de Madrid, cardenal Tarancón, años después, tras al celebrarse la Asamblea Conjunta de Obispos y Presbíteros. Al respecto escribió:

“ Se eligieron cinco representantes para la Asamblea interdiocesana, que fueron: José Martínez Valero, Vicario General; y los canónigos: Daniel Rubio, Ángel Tejero y Félix Domínguez. Transcurrido el debate, se llegó a esta conclusión: “Esta Asamblea Diocesana, consciente de su dimensión eclesial, hace pública manifestación, creyendo interpretar el sentir del pueblo de Dios en la Diócesis, de su adhesión inquebrantable al Papa, a la Jerarquía y al Obispo diocesano, ante el cual, con sus virtudes y limitaciones, le rinde público homenaje, amistoso y filial”. Habló luego de la “gran esperanza que despertó en la mayoría del clero”; aunque se desataría, luego, prosigue, “una campaña muy bien orquestada que paralizó, casi totalmente, la aplicación de las conclusiones del Concilio”. Situación que tomó “tintes delicados, ante la elección de los componentes para el Consejo Presbiteral, ya que el sector crítico argüía que no se había apostado “por la savia joven”, y sí “arreglado” por un clero de edad avanzada. Lo que supuso “cierta impaciencia en parte de los que rechazaban seguir de espaldas a los vientos del Concilio”, que iba en contra de la diócesis dirigida por Llopis Ivorra, “acostada”- se decía- en un claro inmovilismo”. Don Manuel rehuyó enfrentarse con dichos sectores, dando sólo “breves exhortaciones” en ciertas fechas del calendario religioso. Mas persistió el malestar, pues la posición oficialista no accedió a los deseos de la postura innovadora. Al final, gracias a las gestiones del cardenal Tarancón, según éste explica en sus memorias, se pudieron obviar los conflictos entre unos y otros, pues las conclusiones serían estudiadas en una reunión nacional pospuesta.

HOMENAJES Y GALARDONES

Fueron muy celebradas las Bodas de Plata Sacerdotales del Prelado, porque, habiendo dado muestras de haber realizado abundantes obras en beneficio de la diócesis, era justo que recibiera un homenaje de sus fieles diocesanos. En vísperas de dicha celebración -el 23 de abril de 1954- tuvo lugar una velada literaria, a cuyo acto asistiría el Director General de Asuntos Eclesiásticos, Mariano Puigdollers.El día del festejo, se recibió un telegrama de felicitación del Arzobispo de Valencia, don Marcelino Olaechea, mientras eran publicados trabajos periodísticos y realizados programas de radio, con encendidos elogios a la figura del mons. Llopis Ivorra.

En 1975, tuvieron lugar sus Bodas de Plata como Obispo, siendo la carta autógrafa del papa Pablo VI, la que más agradeció. El diario “Extremadura”, le hizo una entrevista, con preguntas como: “qué le hubiera gustado ser, de no haber sido sacerdote”: “Militar”, respondió sin titubear. Y al comentario de que era habitual pensar del Obispo que “estaba muy dotado para las finanzas y negocios”, respondería, contundente: “Ni lo he intentado, ni lo he pensado nunca, aunque se diga que en mí existe esa disposición. Pues mi vocación estuvo siempre por el sacerdocio y hacia ella me orienté, desde muy pequeño”. No es de extrañar, por otra parte, que, ante esta excepcional biografía, el Ayuntamiento de Cáceres, diera a D. Manuel el título de “Hijo Adoptivo” de Cáceres, galardón que recibió el 10 de julio de 1961, así como la Medalla de Oro de la Ciudad. Asimismo, le fue concedida la Gran Cruz del Mérito Civil, y la Medalla de Miembro de Honor del Instituto de Cultura Hispánica, en febrero de 1967. Añadimos también la Placa de Honor Conmemorativa de la entrega del Báculo de la Paz, de S.S. Pablo VI.

El DR. LLOPIS SE DESPIDE DE LA DIÓCESIS.

Unos días antes de cumplir los 75 años de edad, concretamente el 2 de enero de 1.977, el Dr. Llopis Ivorra enviaba al Papa Pablo VI su carta de dimisión como Obispo de la diócesis. Transcurridos dos meses, y aceptada la misma, recibió del Vaticano esta misiva: “Este gesto, llevado a cabo con tanta humildad y espontaneidad, ha sido para Nos motivo de profundo aprecio. Ha sido, en efecto, al cumplir los 75 años de edad, cuando, en fiel cumplimiento de lo establecido, Ud. ha querido poner a nuestra disposición la sede de Coria_Cáceres. Deseamos expresarle nuestra complacencia por cuanto Ud. ha hecho por el bien de la diócesis confiada a su cuidado pastoral…”

Había llegado la hora, pues, de hacer el balance de su obra y el recuento de sus frutos, tras haber puesto siempre grandes ilusiones en inacabables proyectos y actividades, aunque, eso sí, sin que faltaran sinsabores y torcidas interpretaciones provenientes, a veces, de sectores clericales que le urgían a que la Diócesis asumiera el “agggionamento”de los tiempos posconciliares. No obstante, digámoslo sin paliativos, estamos ante un balance altamente positivo, quizás nunca superado en toda la historia de la diócesis de Coria-Cáceres.

Eran días de cierta nostalgia para don Manuel, pues, difícilmente, se podían olvidar los 27 años transcurridos entre sus diocesanos. Aquí aprendió a ser Obispo y aquí dio los primeros pasos como Pastor, al que ahora se acercaban las asociaciones religiosas, autoridades y gentes de todas las clases sociales, que mucho le confortaron en este momento de su jubilación. A este respecto, damos paso a la carta del dr. Pablos Abril, en junio de 1977, que con el título “dolorosa despedida”, se publicaba en el diario“Extremadura”; en ella decía, entre otras cosas: “Hay un conglomerado de lágrimas que empujan y duelen al sentir cercana su partida. Se nos va el mejor Obispo que hemos tenido, lleno de vida aún y ansias pastorales, a estudiar, reflexionar y seguir rezando por nosotros en sus tierras levantinas. “Se nos va el hombre sencillo, del estudio y la reflexión, el padre bondadoso y santo con la eterna sonrisa. Se va el Don Manuel de nuestros pueblos, vistos uno a uno, en seis visitas pastorales y se nos va la vida, el cauce y el chorro espiritual de 27 años que nos vivificaba…Pero ahora le digo que, cuando salga de Cáceres, deje el palacio de Galarza y enfile la carretera de Trujillo, se desahogue llorando al decir adiós al Seminario de sus amores, y unas últimas lágrimas mirando el santuario de la Virgen de la Montaña, que atrás se irá quedando…“Bendíganos por última vez, rece mucho por la diócesis, y pida al Señor, que quien viene a tratar de llenar su gran hueco, logre un pontificado tan largo y fecundo, en espiritualidad y obras materiales, como el suyo. Su última mirada al Seminario Mayor le dejará muy tranquila su conciencia, porque ‘supo hacer mucho’, y la de la Virgen de la Montaña llenará de luz su cabeza encanecida entre nosotros, y gastada día a día, como la vela ante el Sagrario del Dios Eucaristía”.

Destaquemos también la entrevista que le hizo el entonces director del diario “Extremadura”, Germán Sellers de Paz. Al preguntarle sobre su cacereñismo, responde que “tendrá siempre presente a los cacereños con una permanente memoria agradecida”. Y, al contestar sobre cuál había sido el “momento más dichoso” para él, dirá que, “siempre que he podido, no he dudado en dejar una influencia mía bienhechora a cualquier diocesano”. Luego don Manuel tuvo este gesto de pedir para el nuevo Prelado: “Pido a Dios una amplia confianza para la labor del nuevo Obispo: una confianza hecha de cariño, devoción y obediencia”. Cuando le pregunta si va a seguir leyendo el periódico de Cáceres, responderá: “Calcula tú el cariño con que esperaré y ‘devoraré’, diariamente, nuestro’ Extremadura”.

Llegaba la ceremonia de despedida, con misa en la catedral de Coria, el 13 de abril de 1977. Antes se despediría de la Virgen de Argeme. Y, dos días después, lo hacía de Cáceres, con su adiós también a la Virgen de la Montaña, en la concatedral de Santa María, donde dijo entre otras cosas:

“Os digo la verdad: Conviene que yo me vaya, aunque 27 años de convivencia íntima, en la amadísima diócesis, no se borran fácilmente, ni en la vida del Obispo, ni en la historia de la dilectísima grey. Pero llega un momento en que el curso propio de las cosas señala el instante del relevo, y todo relevo supone una ausencia y presencia nueva. “A fuer de sincero, os diré que jamás aparté de mi pensamiento que había de llegar este final, pues, por las fechas de mi consagración, leí un pensamiento del padre Ángel Ayala que decía: ‘Cuando te destinen para un cargo elevado, piensa que algún día lo has de dejar, y vive preparado para soportar este acontecimiento”. Más adelante, y tras reconocer sus “propias limitaciones” aludía a la inminente presencia del electo Obispo, don Jesús Domínguez Gómez, que ya está llamando, decía, al corazón de la diócesis, un hombre de Dios, que pone su ciencia y su virtud en utilidad espiritual de los diocesanos, por lo que es necesario que yo disminuya y él crezca”. Luego hace un entrañable recuerdo de sus años jóvenes, cuando nunca intuyó los derroteros que lo habrían de llevar por caminos tan inesperados.

“¿Quién me iba a decir a mí -dice- que había de pasar como Obispo por esta diócesis de Coria-Cáceres, cuando aquel chiquillo, espigado y vivaracho que era yo, aspiraba, solamente, a ser un buen hilvanador de tejidos? Pero, muy pronto, la voz de Dios se hizo presente en mi vida, abriéndome los horizontes de un deseo sacerdotal. Dejé la fábrica y marché al Seminario, y bajo el yunque del estudio, la piedad, la obediencia y la disciplina, pude recibir el presbiterado, cumpliendo así lo que era máxima aspiración de mi vida”. Y, luego, tras hablar de la gran sorpresa que le produjo ser nombrado Obispo, se dedicaría luego -subrayó-‘gastarme y sacrificarme por vuestras almas’.

Mas, de pronto, tomó su intervención un giro diferente al quejarse de algunos ataques a su persona provenientes de ciertos sectores. Pero dirá que no tenía nada de extraño que “el hombre de Dios sufra en su carne y en su alma” tales agresiones. No defiendo mi causa, sigue expresando en medio de gran silencio, sino que refiero una lección de historia, que, si nos muestra a Cristo, perseguido y odiado, nos indica que no alcanzarán mejor suerte sus discípulos. Por eso, sin falsos triunfalismos, ni egoísmos, sino como constatación de una realidad histórica…muchas veces, al sentirme cohibido y perseguido, clamaba en mi interior: ‘tantas buenas obras que he hecho entre vosotros, ¿por cuál de ellas queréis apedrearme? Padre, perdónalos a todos, como yo de corazón, los perdono. “En ocasiones semejantes- continúa- yo recurría al mandato del Maestro, que siempre nos aconsejó la prudencia, la que yo siempre he querido fuera mi proceder. Luego, completará su conmovedor desahogo: “Jamás rechacé ningún parecer de quien pensaba podía dármelo, desinteresado y recto, estimando que la verdadera prudencia es virtud que permanece atenta a las insinuaciones de Dios, y en vigilante escucha, de lo que pueda venir bien y en provecho de la salvación cristiana”. En el ambiente resonaron, sorprendentes, las palabras de este Obispo que, con algunas espinas en su trayectoria, había dado pruebas irrefutables de su amor profundo a la diócesis de Coria-Cáceres.

REGRESO A SU TIERRA DE LEVANTE. LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL OBISPO.

El 24 de abril de 1977, don Jesús Domínguez Gómez sería consagrado Obispo de esta diócesis, en Guadalupe, por el Cardenal Arzobispo de Sevilla, monseñor Bueno Monreal, estando presente el Prelado dimisionario y los de Badajoz, Plasencia, Ávila y Ciudad Real. Acabada la ceremonia, don Manuel marchaba a Moncada (Valencia), donde apenas vivió cuatro años, pues fallecía el 1 de mayo, de 1981.

Recogemos parte de la carta, de 2 de mayo de 1981, publicada, de nuevo, en el diario “Extremadura”, por el citado Dr. Pablos Abril, cuya confidencia debía permanecer oculta, hasta después de su muerte. En ella expresaba: “Un día nos reunió a tres amigos y a su Vicario Gral, don José Martínez Valero, a los que nos dijo: “Sobre mi retorno a Cáceres, si antes no hay ocasión, volveré muerto a enterrarme en el sepulcro que dejo hecho delante del altar de la Capilla del Santísimo, en la Concatedral cacereña”. “Para descansar poco tiempo-prosiguió-, me basta sólo con dos maletas: una de ropa interior y la otra, de sotana, capisayos y ornamentos. Para qué más, para tan poca espera del cielo…” Más adelante, continuó: “Señor notario, vaya apuntando y sumando, y, cuando de mi cartilla de ahorros queden 10.000 pesetas, avíseme, para cortar y pagar el viaje a Moncada. Ya, allí, a primeros de mes, cobraré mi jubilación, y me sobra para pagar los gastos de estancia en mi retiro”. Tras referirse a otros detalles, Pablos Abril señalaba que recibió, “al llegar, 400.000 pesetas de fondos, de la diócesis, y dejaba 67 millones”. A todo ello se habría de añadir, a favor de su diócesis, el producto de los arriendos procedentes de Gran Teatro y los del cine Coliseum.

Llegado el féretro a Cáceres, acogido por el nuevo Obispo, don Jesús Domínguez, se celebraron sus funerales presididos por el Cardenal Primado, de Toledo, don Marcelo González Martín, quien diría: “La vida de un sacerdote, de un obispo, regida por la fidelidad, es un poema insuperable al servicio del hombre. El mundo se ahogaría, se quedaría desierto, si desapareciera el sacerdote. Por encima del esfuerzo político, de las culturas, progresos materiales y valores humanos, está el sacerdote que es el encargado de abrir el cauce al suplemento del alma que ha de llegar a la realidad de la vida”. Luego, tras señalar con exquisito esmero de cuanto don Manuel realizó, afirmó como síntesis: “¡¡ Fue el obispo que, sin duda, realizara más cosas, a todo lo largo de la historia de la diócesis cauriense!!”

Finalizada la misa, el Obispo don Jesús Domínguez dijo: “Quiero dar gracias a Dios, que concedió a esta diócesis un Obispo como don Manuel. Y le quiero dar gracias a Dios, porque a mí me hizo la gracia de ser su sucesor. El día 4 de mayo de dicho año, sus restos mortales fueron enterrados en la capilla del Santísimo, de Santa María de Cáceres. Desde entonces, el fulgor de la estela luminosa de sus obras no se apagará nunca, pues su llamarada de siembra no dejará de brillar en su página, amplia y profunda, de su Epìscopado.

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