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Vias de aproximacion a la obra de arte

28 octubre 2014

Son muchas las exposiciones que se cuelgan todos los días en las salas de arte de Extremadura.

Son muchas las exposiciones que se cuelgan todos los días en las salas de arte de Extremadura. Ello me lleva a dar, si me lo permite el lector, algunas orientaciones, a fin de que pueda tener algunos criterios de aproximación, a la hora de calibrar lo que ve y contempla.

Una obra de arte, según René Berger, no es buena o mala, en función del tema, sino en base a la perfecta adecuación plástica al contenido. Deberá huirse de todo apriorismo estético e ideológico, y será buena por sí mismo, pero no, necesariamente, por la firma del artista. Pues toda obra, añade dicho crítico: “es un texto que hay que saber leer, como cualquier obra literaria”. O sea, dicho de otro modo: Hay que tener en cuenta su “vocabulario (contenido, líneas, luces, colores…); su “sintaxis”(distribución de objetos, espacios, fondos, perspectivas, proporciones…). Y nunca utilizar la frase: “Me gusta o no me gusta”, sino que habrán de sacrificarse los gustos personales. Y nunca sea “lo bello” su valor exclusivo, rechazando “lo feo”, pues, en caso contrario, caeríamos en un maniqueísmo estético. Y es que no sólo hay que vibrar ante la carmínea luz de los atardeceres, sino saber apreciar el dramatismo de la fealdad. Pues, como asevera Brodick, “el arte o es magia o no es nada”.

Sin entrar a valorar las diferencias entre un lienzo abstracto y otro realista, diremos que en ambos se pueden hallar valores plásticos, aunque, hace poco, hubo una guerra entre partidarios de uno y otro estilo. Si no comparemos: “El carnaval del arlequín”, de Miró, que es de una gran exquisitez y encanto, como es muy hermoso “La gran vía”, de Antonio López. Lo medular de estos famosos lienzos es que vibra, en ambos, un irrebatible valor artístico. Por ello éste no sólo puede impregnar el realismo, mientras que desecha la abstracción. ¡Tamaño disparate, del que hay que huir!

Pero, ojo, que el realismo no tiene por qué ser una fotocopia de la realidad, pues puede suceder que el artista que, de manera mimética, copie la realidad, puede llegar a ser un artesano de la técnica, pero nunca un auténtico creador. Y, por otra parte, cada realismo tiene su sello personal, en función de la “forma de ver” el artista lo que tiene ante sí. Esto último quedó nítidamente verificado en una exposición de 1983, a cargo de “Pintores realistas”, celebrada en el Museo de Arte Contemporáneo (“Casa de los Caballos”), de Cáceres. El listado de todos ellos no podía ser más brillante: Antonio López, Carmen Laffón, Antonio Casas, Amalia Avia, Teresa Duclós, Isabel Quintanilla, Daniel Quintero y María Moreno. La obra de cada uno dejó una definitiva comprobación de cómo, en estos lienzos, se palpaba una personalísima forma de reflejar “su” realismo.

No olvidemos que Miguel Ángel, escenificó su Juicio Final bajo una realidad trascendente; Da Vinci enalteció la Gioconda, con las delicias de una realidad soñada; Velázquez elevó a las Meninas a una suprema realidad artística; “Le moulin de la Gallette, de Renoir, es un febril retazo de algo realmente vivo; Van Gogh creó su fulgurante realidad con los devastadores rasgos de su autorretrato. Y Picasso dibujó la más trágica realidad en el Guernica. O sea: que cada uno de esos paradigmas viven dentro del realismo formal, pero con elocuentes variantes de lengua, tono y acento.

Desde un punto de vista históricista, señalemos que el arte es diverso y siempre igual: Desde el realismo de las Cuevas de Altamira, hasta nuestros días, pasando por el Partenon, el Coliseum, dos paradigmas de belleza definitiva; pero este “lenguaje” cansado de euritmia, proporción y medida, recibió un borbotón de sangre fresca en el Románico, un banquete de luz vertical en el Gótico, que luego sus ojivas iniciarían su pendular desmayo hacia el Renacimiento, con varias modalidades estilísticas; para desembocar luego en el Barroco, con sus formas que vuelan, al decir de Eugenio d’Ors. El neoclásico pondría contención a esta alegría gestual, para caer, más tarde, en el Romanticismo y en el realismo…

Posteriormente, nos deslumbró toda una cadena de “lenguajes” plásticos, cuyos eslabones se fueron extendiendo por medio de una invasión de “ismos”(impresionismo, simbolismo, modernismo, fauvismo, expresionismo, cubismo, futurismo, naïf, pintura metafísica, surrealismo, dadaísmo, expresionismo, constructivismo, surrealismo, dadaísmo, conceptual, povera, minimalismo, etc.).

Ni que decir tiene que cada uno de estos estilos ha tenido sus más fieles seguidores y sus más furibundos detractores. Pongamos un ejemplo: El pintor realista, francés, Géron, dirigiéndose al entonces presidente de la República, Georges Clemanceau, cuando, en 1874, se disponía a visitar la primera exposición de los Impresionistas, le diría: “No pase, Sr. Presidente, de esa puerta, porque ahí está la vergüenza de Francia”(sic). La vergüenza de Francia, señores, era lo que hoy constituye una de las cimas más excelsas de todos los tiempos. Y qué decir del fariseísmo de aquéllos que acusaban a Cezànne de tener una “impotencia absoluta para llegar al final del camino”; quedaba así su nombre unido a la más memorables burla del arte(¡!). Años después, todos los grandes analistas no tuvieron empacho en afirmar que de la obra de este hombre había salido todo el arte moderno (Menos mal que el exabrupto anterior se había subsanado). “Las señoritas de Avignon” tuvieron la mofa y la befa de Matisse, por lo que Picasso arrinconaría el lienzo en la parte trasera de su estudio, hasta que fue expuesto al público, a fines de los años 30, por el MOMA de Nueva York. Y así podríamos seguir señalando otros testimonios de estupideces lanzadas al aire, al rebufo de interpretaciones equivocadas.

Se trata, en definitiva, de las diferentes ópticas con las que se ha medido el arte, en cada época; lo que viene a corroborar esta premisa: El Arte no responde a unos valores objetivos, permanentes e intocables, sino que se suele acomodar a la “moda” de turno, a ciertos caprichos de ilustres teóricos, o baremos que nunca se sabe de donde provienen. De ahí que Kandinsky haya afirmado: “Todas las grandes épocas artísticas han tenido su teoría”, Y Manuela Mena, jefa de Conservación de Pintura, del siglo XVIII, del Museo del Prado, ha señalado: “Los dogmas en arte responden a los criterios de cada periódico histórico, que valora las cosas de acuerdo a sus motivaciones”.

Cambiamos, pues, de ideas y de conceptos, mientras que nos sigue interesando lo que Baudelaire llama “Lo eterno de lo transitorio”, a la vez que se cumple esta doble actuación:”El artita conquista el arte y el espectador lo descubre. Lo verdaderamente importante es que, en cada obra, se vacíe el alma del artista, con su creatividad, que es el fusible del arte, porque, si se aquél se funde, éste se muere.

Como apéndice, y en síntesis, anotamos lo que han dicho:

  1. Del arte abstracto: “Una renuncia a las invenciones del intelecto”(E.Hopper). “Es la pintura de la pintura”(J. Berger). “Una aventura, larga, difícil e inteligentes”(A.López); “Sólo se mueve en un plano exclusivamente estético”(J. Barjola). “Favorece el empantanamiento creativo”(M. Quetglas). “
  2. Del arte realista: “Es propia de ricos burgueses”(A.Tápies). “Una rosa pintada por un artista singular puede ser algo más nuevo que unas instalaciones conceptuales, trilladas y vulgares” (Amalia Avia). Y respondiendo C. Toral a Tàpies, que había despreciado al realismo, diría: “Debería sonrojarse por tan estúpido juicio sobre el realismo”.

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