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La soledad del derrotado

20 octubre 2014

Repasemos la Historia. Y rememoremos a tantos grandes hombres que, derrotados, vencidos, olvidados, y de vuelta de tantas vivencias, quebrantos y glorias pasadas, se vieron en una situación verdaderamente dramática.

Repasemos la Historia. Y rememoremos a tantos grandes hombres que, derrotados, vencidos, olvidados, y de vuelta de tantas vivencias, quebrantos y glorias pasadas, se vieron en una situación verdaderamente dramática. Algo de esto se cuenta en uno de los textos escritos por el rey xiri de Granada, Abd Allah, con trazos elocuentes y espíritu intensamente dramático. El caso de Bobadil “El Chico”, es paradigmático, quien, tras ser derrotado por los Reyes Cátólicos, hubo de emprender el camino del exilio, obligado a dejar su paraíso de la Alhambra de Granada. Abandonado a su suerte y sólo acompañado por algunos de sus más leales tropas. Como terminaron sus días los judíos expulsados por citados reyes, dejando en este país todo un cúmulo de hechos, culturas, pensamientos y letras de gran valor literario.

Una soledad que ha llegado, por otra parte, a ser reverenciada y elogiada, como Ibsen, al escribir: “El hombre más fuertes es el que más solo está”.

Como sería abandonado de todos, siglos antes (siglo XV), tras tener un puesto de gloria, como valido del rey, Juan II, más tarde degollado en la plaza pública, y que responde al nombre de don Álvaro de Luna. Más tarde, el que fuera duque de Lerma, en el siglo XVII, el cual se vestiría de “colorado para no morir ahornado”, según letrillas populares de la época. Y el que fuera duque de Olivares, al final también de su vida, que sería desasistido, perdiendo todos sus favores reales, lo que le llevó a exclamar aquello de que lo “único seguro en esta vida son la inestabilidad, la inconstancia y la falta de gratitud”.

Como murió el gran poeta y pensador español, Francisco de Quevedo, en la soledad de San Marcos de León, después de haber brillado como pocos hombre de letras en este país, llamado España…Pero su patriotismo le hizo ser el hombre valiente que no podía asumir tanto desvarío inmoral cuando los Austrias llevaron al país a la más supina holganza, miseria y falta de pulso combativo por salir de la más profunda decadencia.

Como estuvieron muy solos todos los jesuitas que, en tiempos del rey Carlos III, fueron arrojados de su patria, perdiendo hogares, templos, universidades, cátedras, bienes, amigos, feligresía, por la bula del papa Clemente XIV, “Dominus ac Redemptor”. La vesania de la realeza y los intereses políticos de los Estados pueden llegar a realizar tales fechorías.

Recordemos la soledad del escritor en ciertas épocas de nuestro reino español, en que se llegaba a decir por boca de Fernández de Moratín: “ No escribas, no imprimas, no hables, no bullas, no pienses, no te muevas, y aún quiera Dios que con todo y con eso te dejen en paz”.

Como estuvieron muy solos todos aquéllos que eran condenados por la Inquisición (aquélla a la que Marcelino Menéndez y Pelayo, bendijo con todos los adjetivos y alabanzas que pudieron salir de su cabeza privilegiada,) poniendo como ejemplo a Juan Pablo de Olavide. Se trataba del “progreso perseguido”, en frase de Fdo. Gª de Cortázar,

Recordemos a tantos personajes como los que ha puesto en su conocido libro, los “Perdedores de la Historia de España”, del último autor citado, en que tras haber logrado victorias, conquistado lauros, se vieron luego condenado a morir en muerte ignominiosa, después de haber sido víctimas de trances amargos.

Recordemos con temblor cuando Napoleón se encuetra sólo y sin nadie que le acompañe en tan aciagos días, en la isla de Santa Elena, perdida en el Atlántico, en el silencio más aboluto, sin los aplausos que tantas veces le prodigaron sus súbditos los franceses, sin tantas zalemas, sin tantas adhesiones todas ellas estruendodas que recibía al regresar de las batallas que acababa de lograr.

Recordemos a tantos generales, antes invictos, en las batallas, derrotados por, quizás, la traición de algunos con puñales afilados por el odio y el rencor: un final que nunca lo podían haber soñado ni vislumbrado.siquiera.

Como el caso de Sertorio, muerto por asesinos a sueldo, de la Roma Imperial: Aulalco, Ditalco y Minura. Y andando el tiempo, como el caso de Petain, quien tras ser el famoso héroe de Verdum, terminaría sus días en la prisión más oscura, rodeado sólo de sus nostalgias y grandezas pasadas. Sin que nadie ya recordara sus grandes gestas y sus hechos admirables, de manera especial, en las Gran Guerra, o Primera Guerra Mundial..

Recordemos la soledad de Antonio Machado, en sus últimos días, derrotado, cansado y olvidado de todos, en la localidad francesa de Conliure, llevando, todavía, en el bolsillo, unos versos que hablan del “azul del cielo de su infancia”, como prueba de que, en aquellos ya tiempos viejos, había sido más feliz que nunca…Sólo la compañía de su madre anciana y enferma le podía dar algún consuelo, pero murió muy pronto...

Recordemos la soledad de Manuel Azaña, hoy sepultado en la localidad francesa de Montauban, como cualquier persona anónima, después de haber sido presidente de la II República española, actor y dirigente máximo de todo un cúmulo de reformas que trataban de modernizar a España, tras ésta estar acostada en una situación de decrepitud y falta de sensibilidad con los sectores más débiles.

Recordemos el exilio del rey Alfondo XIII, cuando tuvo que marcharse a Italia, y pasar por Francia, lleno de dolor y olvidado de todos, después de haber reinado en España más de 20 años, rodeado de magnificencias, en un reinado en que abundaba el caciquismo, en que no hubo una verdadera democracia, ya que la Monarquía nunca fue muy proclive a estar cerca de las fuerzas de izquierda, y tras cometer, además, el gran error de dar paso a una dictadura de siete años..

Recordemos el exilio del general Primo de Rivera, que hubo de irse a París, después de que viera que sus esfuerzos por dar a España un camino de “salvación” nacional, fueran fallidos. Pero sus pasos lejanos de la intelectualidad del país, le hicieron mucho daño; y, sobre todo, después de haber cerrado todos los cauces de la política de “normalidad” que, hasta entonces estaba en funcionamiento, aunque de modo un tanto débil, sobre todo por las fuerzas de izquierdas.

Recordemos al político Julián Besteiro, de ideología socialista, que viviría sus últimos días en la prisión de Carmona, lejos de toda comodidad y completamente solo, perdido y olvidado de todos, cuando fue un hombre de principios insobornables, prestigioso profesor de Universidad, y caballero muy respetado y reverenciado, incluso por sectores de la derecha.

Recordemos al político Juan Negrín, otrora gran catedrático de nuestra Universidad española, y jefe de gobierno de la II República, también vencido, olvidado de todos, y sin que sus tesis de cómo terminar la guerra civil (aguantar a todo trance) no triunfaran. Su muerte tuvo lugar fue en la soledad más absoluta, él mismo maldiciéndose.

Recordemos a tantos grandes hombres que, por azares de la política, especialmente, tuvieron una muerte en medio de los más cruentos pesares y en la más triste soledad, después de haber dado testimonio y ejemplo de muchas virtudes y méritos atesorados a lo largo de sus prestigiosas biografias.

Pero las frondas de la Historia, los vientos racheados de la vida han dar muchas vueltas a ésta llevándose con ellos vidas y haciendas, sin respetar ni a los más ilustres hombres y mujeres.

Muchos murieron solos y olvidados por su libertad, por querer decir la verdad en todo momento, ya fueran escritores. Ya fueran políticos. Ya fueran militares. Ya fueran hombre de leyes y ciudadanos de vida normal, en su hacienda y en su trabajo. Como fueron perseguidos los “afrancesados” por el rey Fernando VII, como fue perseguido Goya del que vieron en algunas de sus pinturas conceptos y pensamientos contrarios al absolutismo del más inepto Borbón, Fernando VII…

Como fueron perseguidos, y lanzados a la soledad más absoluta poetas, escritores, novelistas, militares, profesores, etc. etc. suyo listado sería interminable….

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