Señores míos y lectores que me siguen: cuando me pongo ante el ordenador, en estos momentos, me asaltan las dudas sobre qué tratar en el artículo de hoy. Porque hay una sentencia de Ortega y Gasset que, de forma apodíctica, nos ha dicho:“Yo soy yo y mis circunstancias”. Lo que no fue fruto de una ocurrencia que la vida se hubiera encargado de validar tal sentencia. Y es que, en muy numerosas circunstancias, las circunstancias te zarandean, te llevan y te traen, te condicionan y te trasladan a hechos y cosas que, tú, en ocasiones normales, desprecias, porque te importunan, te desairan, te ponen la vida de negro cuando pudiera ser sólo gris, aunque no inmaculada en bienes y felicidad ideal, porque eso sería una utopía.
Porque hoy, cuando vuelvo a coger la pluma de mis teclas en el ordenador, vuelvo a ver que mi retina y mi cabeza se ha llenado, esta mañana, de demasiados aconteceres que nos producen demasiado malestar, que el cielo deja de ser azul para volverse aciago, feo y lleno de aguijones que nos inquietan, que la vida tiende a ser más crispada por el sólo hecho de nuestros errores, muchas veces, gratuitos, debido a nuestro modo de ser, muchas veces llevados de una cierta frivolidad.
Y es que el diálogo no existe. Ni el abrazo del amigo, de forma desinteresada. Ni tenemos la cercanía necesaria para que la risa y la sonrisa sea más franca. Ni suele haber esa generosidad de unos con otros, que no podría enseñar caminos de solidaridad, que nos debía mostrar otros rostros más susceptibles de perdón y de paz, de sosiego y de apoyo entre cuantos vivimos bajo el mismo cielo y pisamos la misma tierra.
Pero el caso es de que todos nos quejamos de las mismas cosas. De la corrupción rampante, de toda una multitud de saqueos con guante blanco de las arcas públicas, de engaños enormes que tanto rubor y preocupación nos causa, de toda suerte de malas artes, con tal de lograr nuestros objetivos, muchas veces espurios.
De todas formas, y ante tales circunstancias, no faltarán los diagnósticos, no escasean las informaciones que nos hablan del camino que hemos de seguir para purificar un poco el ambiente, que todos los medios de comunicación parecen competir en mostrar el mal realizado; pero no se “hace” nada en construir valladares que impidan que tales latrocinios no vuelvan a tener lugar, y de que no siga impune ésta o aquella fechoría, que se erradiquen éstas o aquellas “aventuras”, llevadas a cabo contra la propiedad del Estado, o de organismos estatales, de instituciones sociales, etc..
Se habla demasiado, pero se actúa poco, o nada. Se dictan leyes y no se cumplen la mayoría de las veces. Se profieren sinaíticas acusaciones y todo permanece igual. Es decir, estamos ante una sociedad en que parece que estamos inmersos en la más grande impotencia, incapaces de evitar tanto desvarío, tanto despilfarro de energías morales que debían valernos para fortificar una senda apropiada de honestidad y de limpieza ética.
El dinero es el becerro de oro, y todo se mide por medio de él. El dinero es nuestro norte y nuestro señuelo, y ese “veneno” llegará a ser droga que todo lo puede y todo lo consigue. Un dinero que es como una adicción invencible que tanto mal realiza y tantas simas de perdición acarrea. Y el poder de las armas, por otra parte, se hace fortificación en manos de sátrapas, en manos de talibanes que no tienen empacho en aplastar a pueblos que no comulgan con sus ideologías o religiones.
Y el poder de la mentira o las medias verdades. El poder de la simulación. El poder de los falsos salvapatrias, pero que, en el fondo, no son más que burdos buscadores de bienes que tienen el sello de la falsedad. El poder de una diplomacia nada veraz y transparente, que reside en sólo el clásico “do ut des”. Es decir en las más desnuda y procaz desfachatez. Pero es preciso tender la mano sin esperar nada a cambio, para que las puertas de la solidaridad entre países y pueblos de llana, directa, verdadera, auténtica.
Luego, bajando al hecho real y cotidiano de la vida, los casos de fraudes son interminables, los casos que atentan contra la dignidad de las personas son cada día más escandalosos, los casos de los perjuicios llevados a cabo sobre personas cabales y buenas son cada día más continuos…Hechos reales que no tardan en mancillar el nombre y la personalidad de los políticos, o por lo menos de un buen número de los que se dedican a la cosa pública, porque éstos no siguen y profesan una franca actitud de entrega a la sociedad, de rigurosa voluntad de servir al ciudadano, y no aprovecharse de las circunstancias para llenar sus bolsillos con el “robo” procedente de tantos casos negros como abundan cada día.
Y,¿cómo no decir algo sobre la violencia, que parece que no remite, porque, quizás, se teme poco a una justicia que debiera ser más expeditiva, fuerte y sincera, plena de controles que obstaculicen las demasías y las males artes para conseguir lo que no es justo, lo que cercena el bienestar de los demás. Violencia en el barrio, en fiestas desatadas entre la irresponsabilidad y la falta de sensatez, entre países contra otros países, entre ciudadanos que no comulgan con las mismas ideologías, con el mismo credo religioso, entre distintas tribus, organizaciones, y entre muchos colectivos, sea del matiz que sean.
Y la violencia de esos países poderosos que, al no ser generosos con el III Mundo, se le está haciendo un mal muy grande a pueblos que sólo tienen el sol y aire, que no tienen un techo que los cobije, que ni siquiera tienen agua para beber, ni un bocado de pan para alimentarse…Se trata, si se quiere, de una violencia indirecta, pero de violencia, al fin tal, cabo que tanto daño está haciendo…¿Dónde está, si no, la llamada “aldea global”. O ¿es sólo algo nominal, y , por lo tanto huevo e inservible a la sociedad?
Y cada uno va a lo suyo. Y cada uno trata de conservar su feudo, sus ganancias, sus derechos, pero sin mirar a nadie que se encuentre en situaciones graves para su existencia o para un vivir que pudiera ser un pasar más o menos decente en la vida. Es cierto que todos hablamos de crisis, pero siguen los millones de coches que, puestos en las carreteras de España, pasan sus buenos días de relajo, mientras otros son víctimas de las más grandes penurias.
Se requiere, pues, un fuerte golpe de timón, en todo cuanto hemos relatado. Se requiere que se caigan muchas caretas, que, de este modo, se podrán ver los verdaderos rostros de los que actúan.
Pero no quiero que se me quede en el tintero de mostrar otra muestra de violencia: El caso de hablar y decir, y proclamar a los cuatro vientos lo que cobra tal o cual artista, sabiendo cómo hay tantas personas que no tienen lo más necesario para vivir. Me parece obsceno y de todo punto inmoral. Y eso se hace de modo habitual. ¿Pero es que el dinero es el termómetro de la valía verdadera de las personas? ¿Pero es que el vil metal es la única medida de todas las cosas que acontecen de tajas abajo…? Miremos lo que estamos haciendo. Miremos que la vida no puede seguir así, de forma egoísta, atolondrada mirándonos el ombligo…