La innovación es el espíritu de la vida. De no existir, el mundo se anquilosaba perdiendo todo encanto, al tiempo que se agotaría en algo inerte y sin pulso.
Todo cuerpo, a no ser que sea piedra o metal, tiende a enriquecer sus orimeros pasos e inicios, creciendo y logrando una más vigorosa existencia, que, más tarde, le llegará el declive. De tales condicionantes no queda al margen el mundo en que vivimos, pues, cada uno de sus elementos se ven sometidos a estos tres estadios naturales: nacer, crecer y morir. O dicho de otro modo: comienzo de su andadura, regularidad de funcionamiento con el desarrollo de su primigenia naturaleza, e inexorable decadencia final.
Tales pasos tienen lugar en todas las manifestaciones de la vida, ya sea en el mundo de la cultura y del arte, de la política, de lo social, de la literatura, de la historia, la biología, etc. Pero hay momentos, en ese transcurso histórico, en que las crestas de ciertos aspectos se desarrollan más que otros que permanecen más ocultos, y por tanto, nunca tendrán el brillo de los anteriores.
La causa de ello no es otra que los unos “crecieron” a través de determinadas y fuertes “innovaciones”, por lo que tuvieron un mayor acogimiento por parte de la sociedad que las otros, que se rezagaron, permaneciendo semiocultos por falta de atractivo y actualidad.
Y hemos llegado a esa palabra que es el “leit motiv” de nuestro tema de hoy: la “innovación”. Renovarse o morir decía el adagio clásico. O aquel otro, “assueta vilescunt”- lo demasiado visto, lo demasiado repetido, se envilece, perdiendo interés.
Toda innovación, toda novedad en el transcurrir del proceso vital requiere pasos que destaquen más que el resto de lo que constituye la cadena de lo sucedido habitualmente; porque, de no ser así, la vida sería mortecina, incolora, inodora e insípida, y, por ende, sin ningún aliciente. De ahí que, en cuanto surge algo que sea distinto, los ciudadanos no tardarán en tomar nota de eso que empieza a llamar la atención.
Y así ha sucedido, desde que el mundo de los humanos empezó su permanente deseo de mejorar, de lograr nuevas cotas de bienestar y de desarrollar los medios que el hombre ha necesitado para poder seguir subsistiendo. El progreso, pues, así tuvo lugar.
Pero, dentro del natural proceso desarrollista, se alzaron fenómenos sociales de mayor brillo y de mayor calado y empuje. Es decir, y dicho en román paladino: “se pusieron de moda”, por eso mismo.. Lo que significaba que, dadas sus cualidades de agrado, utilidad y consideración social, fueron seguidas, admiradas y aplaudidas por los integrantes de ciertos colectivos sociales.
Lo que no quería decir que dichos aspectos fueran mucho mejores que otros, sino que, por un misterio de la vida, que entra en la psicología y sociología general de ciertas poblaciones, se escoraron hacia a la irrupción de esa “innovación” que tanto les llamaba la atención.
Fenómeno este que tuvo una mayor clarificación en el mundo grecorromano, a través de los usos en todo tipo de hábitos y comportamientos, pautas de conductas, etc, que tuvieron lugar, así como a través de formas de viviendas, erección de monumentos, públicos y religiosos, especialmente de carácter público, o de manifestaciones intelectuales, etc. etc.
Para iluminar tales premisas, pongamos el ejemplo de los diferentes estilos que brillaron a través de la historia: Dórico, jónico, corintio, compuesto, etc. y de las variantes estilísticas en arquitectura, como el románico, el gótico, renacimiento, barroco, neorrealista, modernista…Y así podíamos seguir hablando de otras tantas “innovaciones” que fueron dando atractivo a tales manifestaciones socioculturales.
Pero, antes de seguir adelante, no olvidemos la retratística del pueblo romano, que fueron un verdadero prodigio de creación, en cuanto a saber sus escultores llegar a la profundidad psicológica del retratado, que, huyendo de la idealización de la efigie helénica, se adentraba en los detalles profundos y característicos de la persona que posaba para tener su personal retrato.
Y no digamos del peinado de las grandes damas de la Grecia Clásica, como de las grandes señoras romanas, especialmente del que se enorgullecieron las emperatrices, con unos “arreglos” llenos de elegancia sofisticada y no exentas de un exquisito gusto, como nos evidencia los libros “ad hoc”, con un verdadero alarde de ejemplos muy gráficos… Y así podíamos seguir con otros testimonios que nos pueden llevar de la mano a que se vaya cumpliendo la premisa que fundamenta el título del presente artículo.
Que no es otra cosa que lo que se debiera denominar con esta expresión: “su majestad la moda”. Así de sencillo y así de real. Porque no es una frase literaria. Porque la experiencia ha demostrado, de modo fehaciente, de que se trata de un fenómeno repetido desde los mismos albores de la sociedad. Que para unos, dígase de Unamuno, no es otra cosa que la monotonía en el cambio, y para otros, es un paradógico fenómeno social, cuyo éxito anuncia ya su caída, su consagración y sus funerales, lo que viene a corroborar lo que al principio sentamos como premisa mayor.
Fenómenos éste de la moda que es asumido, corroborado y conocido por los más conspicuos autores de la cultura en general. Pongamos el ejemplo de Bernard Shaw, que no tiene empacho en confesar que hay modas en el pensar como las hay en el vestir; y para muchas personas es difícil, si no imposible, el pensar de otro modo que según la moda de su época.
Aunque no faltan los que afirman que la moda empieza como una novedad terminando como una vulgaridad. Lo que sí es totalmente cierto que lo que “está de moda” atrae todas las atenciones, y “no incomoda”, dirá el refrán de la calle. Pero todo esto que decimos y expresamos ¿sólo es fruto de una época? ¿Cuándo empiezan los nuevos usos y hábitos? ¿Cuándo, en fin, se impone una determinada moda?
De lo que podemos estar seguro es de que nadie toca un cornetín, y en ese mismo momento se inicia la dichosa moda. Aunque es cierto de que no podemos obviar a los creadores de opinión, que, “motu propio” inician movimientos, y no dejan de dar pautas de conductas, desde determinadas tribunas, tanto en política, como en literatura, arte, sociedad, modos de vestir, y hasta de hablar…
Y no digamos de la “dictadura” de ciertas palabras, giros, apostillas, palabras-comodines, tópicos circunstanciales que se van repitiendo, durante un tiempo, hasta que como frágiles bengalas se va apagando en su coyuntural fulgor. Como también acontece que tales hábitos, costumbres, modas en el vestir y otros determinantes sociales, cuando dan paso a otras novedades, a lo mejor no vuelven a estar en candelero, hasta muchos años después. Mientras tanto, pasarán a estar anticuadas; por lo que cuantos se aferren a ellas, pueden recibir los dardos del ridículo y de toda caricatura humillante.
Se ha hablado mucho de las modas. Y se han dicho cosas llenas de interés y curiosidad. Vea el lector lo que escribió en su día la llamada marquesa de Chatelet: “La mujeres necias siguen la moda, las pretenciosas la exageran; pero las mujeres de buen gusto pactan con ella”. Pero no hay que confundir, a pesar de todo, en que no es lo mismo la moda, algo duradero pero pasajero, con lo “bello perdurable” de lo que hablaba Sthendall.
No obstante, en nuestro desarrollo del tema, que no deja de ser para muchos algo lleno de interés, se ha de sentar algo que no pocos han defendido, con una alta dosis de realismo y solvencia talentosa. He aquí el aserto: Las modas pueden ser legítimas en las cosas menores, adjetivas, circunstanciales, pero nunca puede ser de recibo en cosas de altura científica, literaria y social. Porque, de esa manera, se caería, sin más, en frivolizar el tema de que se trate en cualquier aspecto de la vida humana.
La moda puede ser atractiva, bienvenida, tolerable, bonita, hermosa, llena de alicientes…Pero otras, confesémoslo, están llenas de vulgaridad, fealdad, mal gusto, y poco sugestivas; por lo que, en el día menos pensado, van cayendo y cediendo actualidad a otras que van pidiendo paso, por aparecer más interesantes, más llenas de encanto. O por tener las notas de la diferencia, un espíritu novedoso o cualquier otra cualidad que puede atraer la atención del señor, la dama, el joven de ambos sexos, y hasta de la infancia.
Y hay otro aserto no exento de realidad rotunda: Todo lo es moda se pasará de moda. Porque se trata de algo prescindible, de algo circunstancial y nunca de algo sustantivo y fundamental para la vida de las personas. Cocó Chanel hablaba mucho de esto, porque de esto sabía mucho. Por su gran sensibilidad, y, sobre todo, porque conocía muy bien los entresijos del corazón de las mujeres, de una manera especial.
Porque en toda moda, por otra parte, hay como dos principios: lo que responde a lo pasajero y episódico y lo que pudiera tener visos de cierta duración en el tiempo al estar más cualificado de valores menos prescindibles.
De lo que hay que huir es de la esclavitud de la moda, de lo que se lleva, aunque sea más feo e impresentable que un perro verde; de lo que hay que huir es de ese mimetismo que pontifica en una determinada dirección, de la que, si te sales, los demás te van a censurar y tener de ti una mala consideración. Nada más lejos de la realidad.
Volvemos a decir que han sido muchas las mentes pensantes que se han mostrado muy curiosas a la hora de fijarse en el fenónemo de la moda; pues se trata, querámoslo o no, de un hecho con matices inequívocamente históricos, sin la menor duda. Pero tal apreciación no quita para que veamos en todo esto demasiados poros por donde entra la crítica; dado que se trata de unos aspectos fugaces, cambiantes y moldeables, según la época, más el gusto y los vientos de otras apreciaciones que acaban tirando por la borda lo que antes estaba de lleno de aplausos y comunes admiraciones.
Una moda que no sólo se apodera de los conceptos más variados de cuanto hemos apreciado y señalado, sino hasta de la misma política. Porque ésta, como bien sabe el lector, ha llegado a unos parámetros verdaderamente rocambolescos, donde la seriedad está ausente, donde el rigor de las conductas se está evaporando, donde los comportamientos son cada vez más frívolos.
De esta manera, los resultados políticos referentes a los tipos de moda que podamos considerar han sido muchos y muy elocuentes. Pues ¿qué les parece a mis lectores del fenómeno social que hoy está llenando los telediarios, las tertulias de la radio y de la Televisión, y que responde al nombre del partido político que está en boca de todos? ¿Qué clase moda es la que está imponiendo lo que se denomina, según la nomenclatura al uso, de lo que atiende por el nombre de “PODEMOS”?
¿Se trata de una moda efímera? ¿Y es algo pasajero y circunstancial? ¿O tiene visos de enraizarse en el pensamiento y en los deseos de la sociedad española de este primer tercio del siglo XXI?
El tiempo habrá de contestar, de manera inexorable e inequívoca a tal interrogación. Lo que sí es cierto, que, hasta lo que sabemos hoy, se trata de algo que es evidente que manifiesta pronunciamientos a los que no “podemos” darle demasiado realismo político, máxime cuando las circunstancias sociales están en unas circunstancias deplorables, de manera especial bajo el punto de vista de la economía. Amén de unas carencias enormes de valores que necesita la sociedad para su mejor desarrollo.
De todas maneras, es preciso decir que hoy, “PODEMOS” es una moda, un referente que produce mucho ruido, pero que, todavía, carece de perspectiva para probar que sus principios tienen la solidez suficientes para enraizarse en la sociedad española. Amén de otras incógnitas que necesitan despejarse con el tiempo. Porque no pueden obviarse zonas oscuras que han de tener carta de naturaleza en cuanto a su autenticidad social, aprovechable para el desarrollo y bienestar de la sociedad española.
Podríamos seguir hablando de todos estos aspectos, que podrían darnos tema y pretexto para llenar muchas cuartillas.