La obra bien hecha a todos nos seduce. La obra hermosa y bien hecha siempre es bien recibida por todos. La obra bien hecha y admirable, sólo puede tener aplausos, aunque, excepcionalmente, podrá recibir alguna crítica, pero ésta no pueden proceder de una persona honesta y de limpio corazón.
De todas maneras, las obras se hacen de muchos modos. De forma improvisada. Poniendo todo nuestro interés en el proceso de su “fabricación”, o midiendo bien nuestras fuerzas utilizando para ello cuantos recursos tengamos.
No es descubrir nada nuevo si decimos que toda obra es el resultado de una paciente labor, de honda reflexión y exquisito cuidado en su proceso de ponerla en pie; aunque sabiendo rectificar cuanto no concuerda con la idea que teníamos antes de empezar a materializarla.
Por todo ello, existe la llamada chapuza, que no podrá nunca tener el aval de ser una obra bonita, solvente, bien construida, llenas de valores y de verdadero atractivo para todos cuantos la contemplan.
Esa es la razón por la cual que, ante una obra mediocre, mal concebida y peor llevada a cabo, siempre habrá de recibir nuestro rechazo, porque, en el fondo, es algo que no nos agrada. Lo que puede acontecer en los más diferentes aspectos de la vida.
Una mediocridad que no siempre es el producto del trabajo de una persona que carece de las cualidades y recursos suficientes para realizarla de manera aseada, sin perseguir grandes cimas de perfección. Sino del que se enfrenta a cualquier obra con desgana, desaliño, poco interés y sin el más mínimo pudor ante los que luego han de contemplarla, porque se trata de alguien que se caracteriza por un reprobable cinismo.
Por todo esto, es preciso subrayar que, cuando una persona se enfrenta a un proyecto que ha de dar término, aunque no posea brillantes virtudes para crearla o darle forma de alguna manera, gracias a su tesón, paciencia y honradez, hará todo lo que de él dependa para esforzarse en lograr la obra bien hecha.
Porque, en el fondo, ante algo que es brillante y de muchos quilates, nunca solemos preguntar el tiempo que se ha utilizado en realizarla, sino que nos limitamos a admirarla. Y punto.
Es cierto que se ha dicho que la mediocridad no se puede tolerar, porque es algo que va contra nuestra propia sensibilidad. A este respecto, Juan de la Bruyere, ha escrito: “Hay cosas en que la mediocridad es intolerable: la poesía, la música, la pintura, la oratoria”.
De todas maneras podríamos seguir enumerando más ejemplos donde la mediocridad es totalmente inasumible. ¿Qué dicen ustedes de un puente mediocre, de una operación de curugía, mediocre, y de tantas cosas cuya mediocridad puede llevarnos a momentos y lugares irreversibles.
Pero abundemos en lo de la Bruyere: ¿Qué decir de unos versos llenos de ripios? Los aborrecemos. ¿Qué decir de una música discordante? Apagamos el transitor. ¿Y qué de una pintura llena de fallos técnicos?. Pues, al primer golpe de vista, decimos que estamos ante algo horroroso. Como si escuchamos a un orador tartamudo. Nos tapamos la vista y cerramos los oídos.
Mediocridad que se suele hermanar con la vulgaridad, que viene a ser mucho peor, porque la educación es aún más intolerable vicio; porque la falta de educación no es sólo vicio y algo impresentable, sino que deja un rastro que produce siempre mucho pudor a quien tiene la desgracia de soportar la falta de corrección y urbanidad.
Al mediocre siempre se le ven enseguida las costuras, por mucho que se empeñe en tratar de esconder sus defectos. Pero hay ocasiones, con todo, que a tales mediocres se les aplaude, por una serie de razones que no vienen al caso en poner de manifiesto. Pero en este caso entran factores fuera del ámbito de los aspectos que estamos analizando.
Aunque parece que, según Petrarca, también hay genios mediocres, cuando no tiene empacho en decir que “son los genios mediocres los que atrasan el desarrollo de la ciencia” (sic).
Otros autores abundan en otro tipo de mediocres como aquéllos, según Heine, que hablan de todo, pero no dicen nada. Es decir se trata de “sacamuelas” que por estar siempre en protagonismo actuante, siempre querrán estar en el uso de la palabra. Y conocemos a muchos. Pues el verdadero sabio, el verdadero capaz de tantas cosas, nunca será un charlatán, sino que habla en el momento oportuno y sobre cosas que las domina, y jamás de aquello que ignora.
Hay un proverbio sueco que señala esto: “La sabiduría mediocre sólo se diferencia de la tontería en que da mucho trabajo”.