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Los Príncipes y sus diez años de matrimonio

26 mayo 2014

La capilla del Pardo se engalana porque es el bautizo del tercer vástago de los reyes don Juan Carlos y doña Sofía, al que llamarán Felipe.

La capilla del Pardo se engalana porque es el bautizo del tercer vástago de los reyes don Juan Carlos y doña Sofía, al que llamarán Felipe. Lo cristianiza el arzobispo de Madrid, monseñor Morcillo. Momentos antes, y a solas, la reina Victoria Eugenia, le dice al general Franco: “Ahí tenéis, mi general, a los tres: a mi hijo Juan, el Conde Barcelona, a Juanito, mi nieto y al recién nacido. Escoged”. Una leve sonrisa es la respuesta. Nada más. Pero es la que fue su reina, quien le pondría en un brete…

Corre el tiempo, hasta que el Generalísimo designa, en el 1966, su heredero, a título de Rey, al entonces Príncipe Juan Carlos. Y éste, muerto Franco, en noviembre de 1975, sube al trono. De la autocracia a la democracia, con la Constitución de 1978. Y se suceden los diversos gobiernos, que hace que la Monarquía se consolide con una proyección internacional envidiable. El Príncipe Felipe crecerá y se va formando de forma espléndida para ser buen monarca del reino de España, este viejo país con su peso de gloria y algunas nubes históricas. Pasará por las Academias de los tres Ejércitos, como lo hiciera su padre, con estudios previos en Georgetown (USA). De alta talla, que le viene de su abuelo el Rey Pablo de Grecia, se convierte en un mocetón, punto de atracción de las princesitas casaderas de Europa.

Disciplinado en sus estudios, es voluntarioso y tenaz, reflexivo, perfeccionista y prudente, “tímido reciclado por necesidades del guión”,(según algún periodista avispado), muy educado y con acusado sentido del deber. Bondadoso, gran lector y “testarudo, cabezón hasta el límite en ocasiones”, epítetos que provienen del libro, Los Príncipes (2010), de Carmen Enríquez y Emilio Olíva. Por su parte la historiadora, Carmen Iglesias, señala que es un caso de curiosidad insaciable; “le gusta escuchar”, dice González Trevijano; “tiene sentido del Estado, le preocupa España y está rodado”, apunta Inocencio Arias. “Mi opinión del Príncipe es francamente positiva”, señala Cándido Méndez. Para qué seguir, si el listado de elogios con virtudes a él dedicadas es mucho más alto que sus defectos, que lo harán más cercano, como ese, por ejemplo, “tuteo borbónico”, que le sale enseguida, según refiere el profesor Peces Barba, cuando, por indicación del Rey éste le confía que le insista dejar a aquella chica noruega, Eva Sannum.

Su figura equidista entre la campechanía de los Borbón y la distinguida elegancia de los Grecia. Es de hablar pausado como su padre, y de serena prestancia como su madre. De altura espectacular como su abuelo materno, el rey Pablo, se pone el reloj en la mano derecha como su progenitor, el rey Juan Carlos. Todo un gesto mimético que le hace ser un buen admirador de éste, entre jovial y maduro, entre impulsor de todo lo moderno y sesudo personaje al tiempo.

Teniente Coronel en la actualidad, el Príncipe Felipe siente un gran placer en su relación con las Fuerzas Armadas, con las que se “siente como pez en el agua”. Prepara sus trabajos y se entrega a sus actividades con todo rigor, lee sus discursos con limpia dicción, aunque dentro de una cierta sobriedad, muy afín a su carácter, consciente de que ya siente no lejano el día en que ha tomar la antorcha que su progenitor le traslade, tras llevar a la Monarquía, a lo más alto, durante muchas décadas, siendo la institución más valorada del país (Hoy, no sigue a la misma altura de aceptación popular, pero la ya creciente remontada de la Institución, tras los últimos acontecimientos protagonizados por el Rey, ante el mundo entero, nos vuelve a augurar otros momentos de brillo y eficacia para España). Su enlace con Letizia ha sido un gran acierto, de la que ha recibido una mayor proximidad a la gente, y de la que Anson dice que es “una profesional estupenda”.

Este paso de casarse con la hoy princesa Letizia, empezó a ser para nuestro Príncipe el primer paso de una mayor popularidad, y sobre todo, cuando, en visita privada, fueron ambos a ver a los abuelos, Menchu Álvarez y JoséLuis Ortiz en el núcleo rural de Sardeu, en el concejo de Ribadesella, en Austurias. El televisor, con su innegable magia, ponía ante nosotros escenas que podrían recordarnos a la inolvidable Sisi, en los bosques de Austria, junto a su esposo el emperador Francisco José: una casita de modesta construcción, en un ambiente de silencio absoluto, hierba verde y arboleda fragante. Y el sucesor al trono español saludando con llaneza y sin protocolo a los familiares de su novia, que les habían preparado para una comida sencilla y sabrosa a la vez, con el condimento de la más exquisita atención para el visitante real. Poco antes, la otrora niña, que había correteado por estos alrededores, enseñaba a su hoy “príncipe azul”, los lugares preferidos de su infancia.

El Príncipe creció y cada uno de sus pasos fueron observados por el pueblo: Sus primeros estudios escolares y sentando plaza como soldado honorario en el Regimiento Inmemorial del Rey Número 1; su primer discurso presidiendo los Premios “Príncipe de Austurias”,y, en este mismo año, su tensa vigilia del 23 F, junto a su padre, la noche del cuartelazo del teniente coronel Tejero. En su carrera militar, lo vimos como guardia-marina, a bordo del navío “Juan Sebastián, El Cano”; en la sede de la Academia del Aire, en la localidad de San Javier, y siendo espigado cadete en Zaragoza. Y, como estudiante, haciendo un curso en Canadá, o graduándose en la prestigiosa Universidad norteamericana de Georgetown.

Otros momentos surgieron al ser proclamado Príncipe de Asturias, en Covadonga, jurando la Constitución ante las Cortes, y siendo abanderado del equipo español, en los nunca olvidados Juegos Olímpicos de Barcelona. Popularidad que aumentaría a través de sus múltiples viajes, y, como no, por sus conocidos amores, sobre los que todas las mujeres del país darían su opinión…Una popularidad que se acrecienta, todavía más, con su próxima boda, en la catedral de la Almudena, de Madrid, con su bellísima esposa, la hoy Princesa Letizia, a la que tanto ya quiere el pueblo español, la respeta y la admira, pues es una compañera modélica del Príncipe, como él siempre había querido que fuera.

El Príncipe tiene bien asumido que tiene que ganar el trono con el esfuerzo de cada día, sin pensar que el “aroma mítico”de la púrpura real le caerá bajo la simple fuerza de una ley física. Pues sabe que hay un sector de la juventud, y la izquierda más radical (IU es partidaria en un 74 %) que desean que la Monarquía dé paso a la III República, cambio que les fascina, por mor de la más rancia tradición. Se trata de la “salida del armario”de la fórmula republicana. Pero, ante tales giros de la opinión pública, ha habido sondeos con resultados espectaculares para la Corona, como el de 2009, que prefería a ésta en un total del 61 %, mientras que la república parlamentaria, un año antes, señalaba sólo un 18%. Ante tales encuestas, Juan Díez Nicolás, director de ASEP(empresa de investigaciones sociológicas) afirma: “Yo creo lo que dicen los sondeos: no es que yo sea monárquico, sino que estoy a favor de una institución que funciona”. Esto nos lleva al punto crucial del meollo de la cuestión, decisivo para la marcha del país.

Es cierto que la Monarquía no vive ahora días de vino y rosas, como hace unos años, porque el poder desgasta, y los reinados largos no han tenido nunca una ruta sin inflexiones ni rasguños, como el de ahora, causado por ese miembro de la Familia Real, que no ha tenido una “conducta ejemplar”. Pero la Zarzuela goza de muros sólidos, y, sobre todo, porque la democracia no es más grande si se enraíza en el régimen republicano, sino que es muy posible que en la Monarquía tenga el mejor acomodo, mientras el viento sople a su favor, cuyo timón estará en buenas manos, según dijera el Rey de su hijo, futuro Felipe VI Felipe, en su discurso de Noche Buena.

Estos días se están celebrando los diez años de casados entre nuestro Príncipe Felipe y la bella Princesa Leticia, en la catedral madrileña de La Almudena, los que, cada día ven crecer su popularidad, y cómo, progresivamente, nadie duda ya de que será la mejor sucesión que pueda tener nuestro Rey Juan Carlos. Su profesionalidad, su saber estar en cuantos lugares visitan, su disciplinada actuación en todo momento y en cada una de las ceremonias, viajes constantes y presencia en tantos foros, así lo están atestiguando, de manera definitiva. A pesar del “ruido”que producen los que desearían el advenimiento de una República Porque ellos saben muy bien que su popularidad y el cariño de las gentes nunca podrá proceder “inaugurando crisantemos”, en frase del general De Gaulle, sino como lo están haciendo, con su entrega total en aras de saber aprender el duro oficio de Reyes de un país como España, grande en tradiciones y siempre con grandes actuaciones en provecho de todos los ciudadanos.

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