Toda sociedad se basa en unos parámetros socioculturales sobre los que ha de girar la vida y los comportamientos cívicos de los ciudadanos. Toda sociedad no puede estar al albur de tomar, de manera arbitraria, éste o aquel principio que le guste en un determinado momento. Toda sociedad ha de contar con unas raíces de ética y moralidad por donde se guíen los integrantes del grupo social de que se trate. Y toda sociedad ha de orientar sus fuerzas y proyectos comunes hacia unas metas a las que se han de plegar, de manera racional yb democrática, cuantos integren todo cuerpo social.
Se trata, ni más ni menos, que dicho cuerpo tiene que esforzarse en potenciar su músculo de acción comunitaria hacia la conquista de unos principios morales; o si ya los posee, tratar de profundizarlos, para que, puedan permanecer todo el tiempo que sea preciso, a fin de que sirva de guía y asidero a los que componen la nación soberana. Jaime Balmes, otrora filósofo muy ponderado, ha escrito: “Las ideas morales están en nuestro espíritu, en las voluntad que las ama, en el corazón que las siente”.
Porque dichos principios son como los goznes sobre los que gira toda la maquinaria humana de todo grupo social, fuera de los cuales, se caerá, indefectiblemente, en la heterodoxia social, que abocará a sus integrantes a estar fuera de la ley, base común y centro nuclear de todo conjunto humano, si quiere vivir de modo civilizado. Desde estas premisas, hombres y mujeres han de asumir, personalmente, unos determinados principios, en el consenso común antes asumido por la generalidad de los ciudadanos de un terminado grupo.
Principios que nos llevarán a tener lo que se denomina unos ideales, basados en unas ideas que han de ser verdaderas catapultas de la sociedad. A este respecto, Victor Hugo ha dicho: “Las ideas son las que conducen y arrastran al mundo, no las máquinas”. Es decir, unas convicciones que sean un camino dentro de eso que se llama, ahora de manera muy común, aunque con cierto aroma peyorativo,“políticamente correcto”; o sea, no sacar los pies fuera del tiesto.
Principios que salen de unas pocas ideas-base, ideas-fuerza, ideas-referentes, que guían al ciudadano por el camino de un comportamiento decente y ajustado a derecho, siempre en sintonía con el grupo que sustenta el común denominador de los intereses de todos, sin exclusiones. Principios que alimentan ideologías, y éstas conforman doctrinas, que, a su vez, sirven de asideros para todos aquéllos que han decidido tenerlas como referentes de sus actuaciones, en tanto en cuanto son ciudadanos libres y dispuestos a realizar una tarea común en bien de la comunidad a la que pertenecen.
Pero tales principios, tomados libremente, nunca habrán de abocar a tales ciudadanos al sectarismo que tanto abunda en la actualidad, en tanto en cuanto los tales censuran y descalifican a todos aquéllos que no piensen como ellos. Un sectarismo que tanto mal ha hecho en este país, y en otros, y en todos, porque coarta toda comunicación, ágil, posibilista y armoniosa, entre las diversas tendencias ideológicas.
Lo que no quiere decir, de ningún modo, que haya que hacer cesión de las propias ideologías, que es tanto como decir, de los propios principios, sino que éstos han de tratar de convivir con los de los “otros”, con los de otras facciones, o partidos políticos, que es el mejor sistema de evitar los cerriles radicalizaciones que tanto mal han producido en el discurrir sociopolítico de las naciones, en los últimos tiempos.
Hoy, ciertos partidos han empezado a iniciar algo que nos parece muy coherente y de gran necesidad cívico-política, porque las ideas también envejecen, por cuya causa tienen que ser sustituidas por otras nuevas, ya que los principios que antes parecían eternos e intangibles, con el discurrir del tiempo se fueron quedando obsoletos, al haber tomado el mundo otros derroteros, en función de sus intereses y los nuevos métodos que surgen, en cada época.
Esos partidos, en condiciones normales, tratan de que sus estructuras no se anquilosen, y de que no se queden varadas en la impotencia sus didácticas para transmitir sus doctrinas a todos cuantos puedan interesarle, y especialmente a todos los integrantes de una facción o grupo social, que ha de equiparse de una logística que servirá para tomar parte en, por ejemplo, confrontaciones electorales.
Pero no todo el monte es orégano, a la hora de “fabricar” ideas y poner en pie unos principios políticos que sean como la levadura que dará vida y nutriente a cuanto se necesita para dar “gasolina” a un partido político; porque, en ocasiones, los cerebros de éste o aquel grupo político se ven impotentes a la hora de innovar, lo que les lleva a repetirse, y a continuar de manera gris y poco creativa por un camino con pocas esperanzas de salir delante de la inacción.
De todos modos, y a pesar de las servidumbres que se han apuntado hasta ahora, sobre las ideas y principios a poner sobre el tapete de la vida social, cultural y política, es preciso decir que no se concibe a nadie que no posea unas ideas, que no se mueva por unos principios, que son como mojones que han de servirles para tomarlas como referentes que les han de ser útiles para moverse en una sociedad democrática y moderna.
El mismo Napoleón sostenía que “no hay idealista que no tenga un residuo positivo”. Y esas ideas cuanto más sólidas y coherentes sean, mejor que mejor. De ahí que un pensador español, Ángel Ganivet, no tuvo empacho ninguno en decir que las ideas han de ser “como piedras”, aunque los cargos, seguirá afirmando, pueden ser como cántaros que, en algún momento, pueden romperse.
Aunque no faltan los iconoclastas de ideas y nada proclives a valorarlas, como los que subrayan que no le interesan las ideas, sino sólo los hombres. Pero se parte así, a nuestro entender, de una base mostrenca, al no asumir, desde un simple grado de coherencia, de que haya hombres con ideas, o sea, de un cierto idealismo, que es faro y futuro hacia el que orientar la vida hacia estadios de libertad, con derechos y deberes cívico-políticos.
En el otro extremo, están aquellos que defienden, a capa y a espada, ese puñado de ideas que han de alimentar la mente de cada uno de los ciudadanos, al defender esta premisa mayor: Hay, innegablemente, hombres capaces de vivir y morir por una idea. Y de esto el mundo tiene una multitud inacabable de testimonios, a lo largo de la Historia, muriendo muchos por haber luchado por no dejarse arrebatar tales principios. Se trata de esos héroes que, ante el brete de ir al paredón, han preferido salvar su honor defendiendo lo que para ellos es el corazón vital de su vida, libre de todo interés espurio.
Lo que pasa es que las ideas, ya se ha mencionado, también envejecen y se vuelven obsoletas, por lo que hay que tratar de modernizar nuestro arsenal de principios; aunque, eso si, sin hacer una liquidación de las raíces que sustentaron a aquéllos en su día, y que valieron para ser norte y guía en nuestro caminar por una vida decente, que nos evite caer en nihilismos o en relativismos que conducen a metas destructivas poco coherentes con un cuerpo doctrinal, sano y recto.
Al final de todo de cuanto hemos dicho, no faltan, como hemos visto, los más diversos autores que difieren a la hora de centrar la “ortodoxia” de un cuerpo de ideas y principios. He aquí estos ejemplos: Rousseau escribió que las ideas generales y abstractas son la causa de los más grandes errores humanos; por su parte, otros se pronuncian así: Una idea no peligrosa no vale la pena de ser llamada idea. Y Ortega señala, de manera luminosa: “En tanto que haya alguien que crea en una idea, la idea vive”. Otros dicen que las ideas no duran mucho, por lo que hay que hacer algo con ellas. Un pronunciamiento difuso y poco creíble por lo que tiene de ambiguo.
Para otros las ideas pueden ser frivolizadas cuando afirman, sin melindres, que abundan mucho porque son “libres de impuestos”. Pero otros, más rigurosos, completan nuestras reflexiones con algo que apreciamos del todo: “Las ideas son capitales, que sólo ganan intereses entre las manos del talento”. También traemos a aquí a Cervantes (aunque sólo esto pueda señalarse como epílogo coyuntural), cuya obra se basó, fundamentalmente, en dos personajes que simbolizan el idealismo más puro y el materialismo más radical. Pero, creemos, que, sin duda, ambos se complementan. Pues no se puede perder de vista, nunca, la tierra que nos sustenta, aunque esté unidos a ella servidumbres y errores.