¿Pero tendré muchos lectores para este artículo? Lo digo porque tales palabras parece que han desaparecido del mapa. ¿Se habla del honor y de la honradez en la calle, en foros y tribunas? ¿Se hacen reportajes sobre tales nombres y vocablos? ¿Las tertulias hablan de honestidad, pundonor, señorío, caballerosidad? Me temo que no. El honor por el que dos caballeros del siglo XIX, ha desaparecido-gracias a Dios- de nuestro teatro de la vida, de las tablas, de ensayos y relatos novelescos.
Pero, también, ha desaparecido, por desgracia, de sesudos trabajos en revistas, en diarios y en todo aquello que pudiera servir de ejemplos y vías de comportamiento social. Porque el honor, que es cualidad moral de la persona, que obedece a los estímulos de su propia estimación, según el diccionario de la RAE, parece que es ya un concepto licuado, no asible y menos tangible en nuestros entornos conceptuales, si se puede decir así.
Como sucede con la palabra honradez. Pues son sinónimos, desde el hombre de la caverna, que es algo que nos habla de integridad moral, comportamiento modélico en cualquier lugar y circunstancia en que se halle el presunto detentador de tan alta estima, hoy no sólo devaluada, sino escasa, por no decir que sólo se evidencia en singulares circunstancias. Aunque se suele decir, también, que lo que se oye y hace ruido es lo malo, permaneciendo en silencio la probidad, la hidalguía, el carácter íntegro de hacer el bien y evitar el mal.
Por el contrario, y como un vendaval, el sitio y el lugar ocupados por tales expresiones-honor y honradez- han sido sustituidas por esa ya maldita irrupción de eso que llaman ¡corrupción!, sin que el mundo no se pare, sin que nadie se rasgue las vestiduras y que todo continúe como hasta ahora, a pesar de que ya las páginas de los periódicos no dan abasto para denunciar tales tropelías, en beneficio de ganapanes, ladrones de guante blanco y otros especímenes de baja ralea.
Pero¿ adónde vamos a llegar? ¿Pero es que el honor y la honradez ya no son ganchos para que se involucren en ambos conceptos, antes sagrados, los hombres y mujeres de esta sociedad? Porque, según escribiera Federico Shiler, el hombre de honor enaltece su libertad y pone freno a sus caprichos; pero esto responde ya a otro lenguaje poco utilizado por nuestros coetáneos. Y es una lástima, porque, se diga lo que se diga, de un hombre honrado nunca dudamos de su palabra.
Y hoy, ¿no dudamos de tantos, que antes eran buenas personas, pero que el discurrir de la vida los ha vuelto egoístas con torcidas conductas? Y es que, además, el honor del hombre es un gran valor estético, que nunca puede ser despreciable. Porque lo bello siempre ha de ser un valor en alza y sin que pase nunca de moda.
“El hombre de honor, señalaba Confucio, lleva consigo la verdad…” ¿Pero donde está la verdad, hoy? Porque la mentira es señora aquí y allí, se ha erigido en dictadora y en engañoso bálsamos para encubrir tropelías y desafueros, para medrar y subir peldaños en riquezas y malversaciones, en maquinaciones inconfesables y en todo aquello que sirva para el enriquecimiento ilícito. Y tomar el camino de la deshonra y el deshonor. ¿Pero es que ya el honor no es una virtud como fue para nuestros antepasados? ¿ Es que la honradez era verde y se la zampó un asno?
Señores lectores, presumo que no faltarán los que me tachen de exagerado, de que estoy sobredimensionando las cosas, que soy un catastrofista, o que tengo una pluma sinaítica que no cuadra con lo ultramoderno o posmoderno de nuestros días… Allá ellos. Pero es que no hay un solo día que, al levantarnos, los medios de comunicación no nos den para antes del desayuno la noticia de que éste o aquel caballerete, y más el político de turno, no haya defraudado, robado, hurtado, engañado al fisco, o metiendo la mano donde no debía…¿ O no es verdad?
Sí, ya sabemos que se ha llegado a decir que es más difícil ser un hombre honrado, ocho días, que un héroe un cuarto de hora. Y es verdad, y de la buena en estas fechas. Porque la honradez es, cada vez más, una perla que poco brilla en el lodazal de la vida diaria; aunque sabemos que las hay, y muy grandes, porque, de lo contrario, el mundo debía ser algo insufrible.
Por eso es urgente y obligado defender tanto el honor como la honradez. Y si hace falta hacer una catarsis, pues que se haga. Pero no se puede seguir así, de esta manera, porque, además, las obras que se caracterizan de deshonestas y poco honradas, pueden hacer un daño enorme a cuantos no están escudados por su propia naturaleza honrada y a carta cabal. Y, sobre todo, puede ser carne de cañón toda esa pléyade de jóvenes y adolescentes que aún no tienen bien blindado su carácter, ante tanta avalancha de falsedades y malos ejemplos.
No puede seguir así una sociedad que ha logrado tantas metas en el mundo de la técnica y de la ciencia, de la literatura y del arte; pero, en cambio, discurre por el suelo de la maledicencia, la perversidad y el engaño, con tal de conseguir sus inconfesables y pingües beneficios. No se puede, ni se debe, seguir así, con la careta de ser un buen ciudadano, cuando es mentira, cuando se está haciendo todo lo contario, cuando sólo la ganancia y el arribismo son el norte y el objetivo de la vida.
Tenemos que mirarnos a los ojos para que, desde la transparencia, realicemos obras siempre honradas y honestas, pues, por contra, estaremos cercenando la esperanza; estaremos horadando ese muro, enhiesto y blanco, de las buenas obras, que nos hará ser buenos conciudadanos, remando todos a una y en la misma dirección, que no es otra cosa que el bien común. Porque un hombre honrado es un fuerte baluarte ante todo cuanto nos pueda dañar, por lo que muchos hombres y mujeres honestos serán otros tantos valladares contra todo aquello que ose avasallar lo que es patrimonio de todos…
Ahora estamos en la campaña de las elecciones europeas. Y, señores, ¡no todo vale!. Es verdad que cada candidato, cada uno defendiendo sus olores ideológicos y políticos, puede luchar por los intereses del partido en que milita, pero no hasta tal punto en que pierda su honradez y su honor, porque, fallidos, no será fácil recuperarlos. Y el pueblo, la ciudadanía no vive en el limbo, pues conoce dónde esta la verdad y cuáles son las mentiras que se hacen pasar como propuestas veraces, honestas y llenas de futuro…
Se me podrá contestar que esto no tiene arreglo. Pero esto es un sofisma de la peor especie. Nunca es tarde para recoger velas y mudar el rumbo de nuestras actuaciones, que, cuando son torcidas o erróneas, se deberán modificar en bien de todos. Y en bien de esta sociedad española que no sólo es víctima de una brutal crisis económica, sino de una fuerte crisis moral y ética.
Aunque siempre se ha dicho también que todo es riña donde hay morriña. Pero esto también es una media verdad. Porque, en contrario, ¿para que sirven las virtudes y valores que hacen que los ciudadanos se escuden con esa honestidad y honradez que nos ha servido de “leit motiv” de nuestro artículo de hoy?