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Políticas rectilíneas o espurias

30 abril 2014

No soy politólogo. No soy un analista político. No soy un gran admirador de la política, aunque asumo y reconozco que la política es vértices y médula de la vida de cualquier grupo humano, nación, región, pueblo, etc.

No soy politólogo. No soy un analista político. No soy un gran admirador de la política, aunque asumo y reconozco que la política es vértices y médula de la vida de cualquier grupo humano, nación, región, pueblo, etc. Por esto mismo, hay ocasiones en que ha de tirarse uno al ruedo de lo que acontece, diariamente, en el país, no para introducir soluciones que, como el maná pueda rectificar cuanto está pasando en esta ya vieja piel de toro. Por otra parte, y a fuer de ser sincero conmigo mismo y con mis lectores, he de confesar que asisto con cierta frecuencia a las tertulias que se programan, especialmente en televisión. Donde se aprende, se constatan diversos puntos de vista, asumidos o rechazados, y se palpa la tensión existente ahora mismo, cuando tantas cosas están sucediendo.

Aunque, se ha de señalar, en honor a la verdad, que, en no pocas ocasiones, se abusa de reiteraciones que pueden llegar a cansar, de algún dicterio malsonante, y, sobre todo, de ciertas posturas que podemos calificar de cierto sectarismo, lo que causa un cierto malestar a los telespectadores. Pero, si hemos de ser sinceros, es justo afirmar que toda discusión puede caminar por derroteros poco limpios y objetivos, cuando se trata de defender, contra viento y marea, determinados postulados.

El caso es que lo que está pasando no debiera acontecer. El espacio y el ambiente se tensionan demasiado. Los intereses políticos, espurios muchas veces, hacen que circule por los aires patrios un halo de malestar que a nadie beneficia. Porque hay que hacernos la clásica interrogación de a quien, o a quienes, le viene bien tales ditirambos de corrosivas acusaciones, sin llevar aparejadas pruebas que avalen tales invectivas.

Y es que la política tiene que ser una plataforma de entendimiento y parlamento entre los más diferentes modos de pensar y de principios a defender, pero no a costa de lo que sea. Porque de ese modo todas las razones para que sea fructífera y eficaz toda discusión pierde fuerza, valor y utilidad, quedando sólo un sentimiento de amargura, de cierto rencor que no favorece en nada la marcha natural de la política. Una política que nace de la misma naturaleza humana. Ya lo dijo Aristóteles: El hombre es un animal político. Pero no a cualquier precio. Porque se utilizan, como venablos envenenados mentiras, medias verdades, falsedades, con tal de hacer triunfar las propias doctrinas que nunca será lícito defenderlas con medios tan bastardos y poco confesables. Y todo ello verbalizado con una gran pobreza de argumentos, que hacen posible que se vean las costuras de quienes así proceden.

Porque la política nunca podrá ser un juego sucio de compadres. Porque la política ha de estar movida y gestionada por hombres y mujeres movidos por ideales que su sólo fin tiene que ser buscar el bien común y no los de los partidos. Y porque la política ha de estar representada por aquellos que dan voz y presencia a los ciudadanos que esperan que se les atienda en sus justas peticiones. De otra forma, la política estaría sobrando. Tantos los gestores políticos como los hombres de Estado cualquier error que cometan puede dar como resultado funestas consecuencias, como le acontece a los cirujanos con sus errores.

Una política sólo tiene lugar de ser practicada si es limpia de malévolas intenciones, si sólo se buscan los intereses del país, si la moralidad y la ética está por encima de todo, si se promete menos y se dan resultados tangibles, si se sabe rectificar a tiempo, o pedir excusas y perdón por las faltas cometidas contra el adversario de turno. Porque gobernar significa rectificar dijo el gran Confucio. Y nunca la política puede ser como vocifera Voltaire de que la política es el arte de mentir a propósito. Aunque sí es lícito que en política siempre hay que elegir entre dos males. Porque, de tejas abajo, todo se halla contaminado con algo que no es demasiado limpio.

Y la política ha de tener poros abiertos y flexibles por lo que se ha de huir de todo uniformismo militarista, compacto contra todo ataque democrático y coherente. Y nunca podrá ser locura de unos cuantos en contra de la bancada adversaria en el Parlamento, ni podrá ser un misil lanzado a la línea de flotación de un partido propalando acusaciones que no se sostienen, porque no se han esgrimido razones suficientes que avalen lo que se dictamine alegremente y de forma descarada, con tal de lograr réditos inconfesables.

Dice Antonio Gala que al poder le pasa lo que al nogal no deja crecer debajo de él nada. Y nunca en el hemiciclo se ha de actuar por pura venganza, que es el extremo más perverso a que puede llegar el político de turno. Y la política no ha de estar basada en esperanzas baldías y sin fundamento, porque no se puede prometer un puente donde no hay río, ni se pueden prometer flores hermosas en un desierto de arena. Y, por supuesto, una política hecha a base de corruptos es algo que nunca puede ser de recibo.

Por lo tanto, después de haber alumbrado un poco lo que puede acontecer en este aspecto de la vida del hombre, es preciso añadir que la política no está sólo para enseñar los trapos sucios del adversario-para algunos puros y duros enemigos-, sino para tratar de lograr cometidos en aras del bien de la patria, de la región de un pueblo, etc. Por tanto se desea una política limpia, sin que haya que bajar a las alcantarillas, ni al barro del camino para sólo chapotear en él, sino para alzar el vuelo de las acciones que nos reporten beneficios, aunque defendiendo los partidos sus nobles y justos principios democráticos, pero sin sectarismos, ni malas artes.

No quiero terminar el presente tema sin traer aquí una frase del extinto presidente de los Estados Unidos, John Fitzgerald Kennedi: “Si hubiera más políticos que supieran de poesía, y más poetas que entendieran de política, el mundo sería un poco mejor para vivir en él”. Bella definición y hermosa manifestación de lo que suponía y era este gran presidente americano, que supo preguntar aquello de que “no preguntes lo que puede hacer por ti la patria, sino lo que puedes hacer por ella”.

Es verdad que la política no es una ciencia exacta, sino que está sujeta a todo género de peligros, a la demagogia, al engaño, a los métodos perversos que se pueden utilizar con tal de conseguir pingües favores para los propios colores ideológicos, a la hipocresía, y todo ese género de trochas por las que se quiere caminar, a veces, con tal de lograr objetivos espurios.

De todas formas, nunca habrá de abjurarse de la política, dejándose de interesar por ella, porque entonces éstos podrán ser gobernados por quienes sí le interesa.

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