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Los hombres son voluntades

11 abril 2014

“Homines sunt voluntates”, decía Pablo de Tarso. Y decía bien, porque él mismo lo había constatado en su vida, ajetreada y dolorosa, siendo, al final, martirizado y muerto con espada, por el hecho de ser ciudadano romano.

“Homines sunt voluntates”, decía Pablo de Tarso. Y decía bien, porque él mismo lo había constatado en su vida, ajetreada y dolorosa, siendo, al final, martirizado y muerto con espada, por el hecho de ser ciudadano romano, a diferencia de otro cualquiera que solía morir crucificado. Los hombres son, antes de nada, voluntades. Y es algo que todos los días lo corrobora la vida de cada uno. La comodidad, la rutina, la indolencia y todo cuanto nos invite a llevar una existencia regalada, sólo nos llevará a fines poco aprovechables y poco dignos.

El hombre de carácter es enérgico y se halla como amurallado con sus solas fuerzas, sacando, muchas veces vigor y ganas, de flaquezas. Ese carácter se palpa, con mucha frecuencia, en el atleta que debe llegar a marcas que lo pongan por delante de sus colegas, el montañero subiendo, cada día, a cotas más altas, el futbolista haciendo mejores goles, el empresario haciendo crecer su empresa, el profesor dando a su pedagogía más racionales métodos con los que hacer hombres y mujeres para el futuro. Se trata, pues, de que cada uno de los seres se esfuercen en abandonar la mediocridad y luchar por alcanzar logros que se salgan de lo gris, de lo banal, del aburrimiento, del tedio…

Decía Goethe que el talento se cultiva en la soledad, pero el carácter se forma en las tempestuosas olas del mundo. Es evidente que las carismas del espíritu se fraguan en el interior de uno mismo, a solas, sin ayuda de nadie, sino tratando de extraer de los adentros esas virtudes que es preciso trabajar, con ese “carácter”, que viene a ser una palanca preciosa de qué valernos para conseguir nuestros objetivos…Otra cosa es el carácter que ha de ser roca fuerte contra todos los vientos de la vida, contra todos los sinsabores del mundo, contra todos los peligros, y contra todo aquello que tanto nos cuesta superar. He aquí el centro motivador de todo carácter: Lo que nos cuesta alcanzar no es otra cosa que aquello que tiene un valor intrínseco, con virtudes que lo adornan, que se sale de lo ordinario, que mucho no poseen, pero lo que se considera inalcanzable, en muchas ocasiones, por lo que-se dice- sólo los héroes sólo son capaces de lograrlo.

El carácter es la fuerza que hace seguir adelante a la persona que lo tienen, y, aunque caiga, mil veces, todavía le quedan arrestos para continuar en la ruta que sabe bien que es el único medio que le ha de dar el triunfo. Se acaba la riqueza, se termina la juventud, se esfuma la belleza, se limita el vigor con la vejez, pero el carácter sigue impertérrito, contumaz, terco y vertical siempre, sin desfallecer, sin mirar hacia atrás, ni para tomar impulso… Fallece la fama y se orilla la popularidad, el rico se puede volver pobre y una hacienda puede devenir en pobreza, al menor revés de la vida, pero los hombres y mujeres de carácter siempre lo llevan consigo, por mucho que truene y por muchas fuerzas en contrario que se interpongan en su camino. Escribía Lacordaire que el carácter es la fuerza constante y sorda de la voluntad. Viene a ser como una fuente que siempre mana agua, por mucha sequía que haya alrededor, como un árbol que siempre da fruto aunque hunda sus raíces en pleno desierto, como un atleta que jamás desiste de seguir en su carrera hacia el triunfo, aunque se vea rodeado de toda clase de dolencias…

Se ha hablado mucho del carácter; se han escrito ensayos muy sesudos acerca de las virtudes del carácter, se han dedicado muchos ditirambos siempre al carácter, especialmente, desde los filósofos de la antigua Grecia; hasta los decires anónimos son fuentes de sabiduría cuando han tratado de analizar tal valor. Me ha llamado la atención el siguiente: “La inteligencia es una espada cortante y de duro acero. El carácter es su empuñadura, y su empuñadura no tiene valor”. La única explicación a este agudo aserto no es otro, para mí, que el carácter es como la raíz, que no se ve, que no se palpa, que nadie se fija en ella. Pero un árbol nunca podrá ser frondoso sino está sujeto a unas raíces poderosas, o un edificio no se podría levantar más allá de unos metros si no se edificase encima de unos profundos cimientos. Pues eso pasa con la espada: lo que se ve es su agudo filo, su capacidad de cortar y sajar de un solo tajo; sin embargo la empuñadura no se ve porque queda debajo de la mano que maneja aquélla. Porque si no hubiera empuñadura ni mano, el filo acerado de la espada no valdría para nada; sólo para cortarse uno.

Pero ese carácter, que es poderosa palanca tantas veces, o estribo y arbotante de catedral que hace que ésta no se derrumbe, no se compra en la tienda de la esquina, no se presta, ni se puede robar, ni adquirir por todo el oro del mundo. El carácter sólo nace en uno, sale de dentro del hombre, se alza ante su caminar diario, exhausto a veces, pero siempre vigilante ante los obstáculos que se pueden interponer; aunque, eso si, se endurece, se enriquece y se hace más fuerte, porque todo se puede transformar en algo mejor cuando, con tesón y ganas de hacer las cosas mejores cada día, se pone la mirada hacia delante.

Carácter que vibra enhiesto y vertical, aunque sople el viento o el huracán, carácter que es como nave que surcará todos los mares por muy procelosos que éstos sean, y soga a la que nos agarramos para vadear el río de problemas que, a veces, nos parecen, insolubles. El carácter es proa de nuestro navío personal y el árbitro de nuestra conducta, y nos alza y nos iza hacia arriba, incluso cuando hemos bajado a simas antes impensables…Pero, ¡ojo! , que todo tiene un límite, que nunca se puede decir que es algo indestructible, por lo que hay que cuidarlo, y regarlo como se riega una planta, que bien lo ha de agradecer.

Las grandes personas siempre han sido grandes caracteres. Repasemos la Historia. Los grandes generales, los grandes misioneros, los grandes alpinistas, los grandes deportistas, los grandes músicos, han sabido tensar su carácter hasta llegar a cimas inalcanzables para el común de los mortales. Porque los que tienen fuertes voluntades no se conforman sólo para salir del atolladero, para salir del paso, y ya está; sino siguen acorazados en sus empeños, hasta que consiguen desarrollar sus proyectos. De ahí que el progreso, los avances de la Humanidad, los descubrimientos, los hallazgos insospechados no suelen venir por casualidades, sino tras un trabajo tenaz, terco, sin desmayos, y siempre con la vista hacia delante.

Es la única vía hacia el progreso, el adelanto de la sociedad, y es por lo que avanza, sin detenerse la vida. Desde la caverna de los hombres prehistóricos hasta ahora, se ha andado mucho camino, y hoy, en el tercer milenio, se han abierto cauces para seguir desbrozando el bosque del futuro, en aras de lograr otros mojones más altos de civilización.Y esto , “sin die”.

Cada uno de nosotros nos forjamos nuestros progresos, nuestras fronteras, porque nadie va a venir en tu ayuda, porque todos van a lo suyo tratando de lograr sus particulares metas. Decía Tierno Galván, aquel “viejo profesor” que es difícil ser bueno y fuerte a la vez. Y por lo común cuanto mas fuerte se es menos razón se tiene”. Que el lector saque sus propias conclusiones, porque tiene miga la frase, sobre todo sabiendo de quién viene. Por su sabiduría, por sus valores inexpugnables, por su agudo sentido de la vida, y por el poso de inteligencia y talento de que dio muestra a lo largo de su existencia. Todo un hombre de carácter, todo un roble ejemplar lleno de virtudes cívicas y humanas…

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