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Octavio Paz y el centenario de su nacimiento

24 marzo 2014

Siempre me atrajo la figura y la obra del gran escritor mejicano, Octavio Paz. Un gigante de las Letras. Un hombre que respiraba sapiencia, equilibrio y compostura por los mil poros de su cuerpo.

Siempre me atrajo la figura y la obra del gran escritor mejicano, Octavio Paz. Un gigante de las Letras. Un hombre que respiraba sapiencia, equilibrio y compostura por los mil poros de su cuerpo. No he olvidado aún un reportaje que se le hizo en Televisión española, hace unos años, en que su conversación se iba deslizando con una innata elegancia, sosiego y señorío que a nadie le pasarían desapercibidos. Esto que digo lo demuestra, a pesar del tiempo transcurrido, sigue permaneciendo en mí la sugestiva imagen que acabo de señalar.

De cara ancha, cejas pobladas, pelo abundante, estaba adornado de ese cierto halo de ser uno de los grandes patriarcas de la Literatura Universal, moviéndose todo él sin descomponer la figura, desde una sobriedad y elegancia destiladas en altas dosis. De todo ello y de otras muchas más cosas, como de su obra, se están haciendo eco, estos días, los más importantes rotativos del país. Porque, a parte de otras razones que no vienen al caso referirse a ellas, es uno de los pocos personajes que no tienen que sufrir algunas voces destempladas que, en ocasiones, surgen en contra de dichos insignes literatos, desde las socorridas tribunas políticas, que todo lo enturbian. Un Premio Nobel, con una grandeza de realizaciones literarias que ponen brillo y altura en su frente nimbada con el laurel del triunfo más limpio e inexcusable que pueda haber en el cielo de los elegidos. También obtendría, entre otros muchos menores, los prestigiosos galardones, como el Premio Cervantes y el Premio Mariano de Cavia, que le concedió el diario ABC de Madrid.

Lo primero que me viene a la mente fue su paso por la ciudad de Valencia, cuando era muy joven, en el año crucial de 1937, en plena guerra civil española, tratando de apoyar al gobierno de la II República, de la que, a la sazón, era presidente Manuel Azaña. En esta ocasión, tuvo Paz la gran oportunidad de relacionarse y hacer amistades con varios de los poetas de la famosa generación del 27, algunos, (como apunta Juan Malpartida, en su trabajo del pasado ABC cultural, del día 8 de los corrientes), que, posteriormente, colaborarían en las revistas mexicanas que fundara Octavio Paz.

Pareciera que su más significado talante humano fuera el de viajar, con bastante insistencia, como lo llevaría a cabo a lo largo de su vida, mediante los puestos que hubo de ocupar, siendo un brillante diplomático, por las ciudades de París, Tokio y Nueva Delhi. Una amalgama de ciudades, cada una ubicada en las antípodas culturales: Desde la exquisita urbe francesa, pasando por la hindú llena de fascinación barroca (mundo que tanto le sedujo), hasta llegar al País del Sol Naciente, en el lejano Japón. Era, pues, un buen ejemplo y testimonio de ser un ciudadano del mundo, siempre abierto a las más diferentes culturas. Un decidido cosmopolita, nunca reducido al terruño mejicano, sino como tantos otros, muy amante de probar los más diversos aderezos culturales, por lo que se movía como el pez en el agua con tales desplazamientos.

Tales viajes fueron momentos que le harían especular y reflexionar, profundamente, sobre las diversas religiones enraizadas en tales países, siendo circunstancias de carácter teológico las que más le produjeron hondas oportunidades de íntima concienciación, al tiempo que de respeto por tales “liturgias”, que le propiciaban poder ensanchar su campo religioso, siempre vivo y abierto, al mismo tiempo que al estudio de filosofías que le atraían de forma muy evidente. Pero ante todo, fue poeta y de los grandes. Y, cómo no sus poemas, sus principios y sus reflexiones le llevaron a ser lo suficientemente critico con algunas de las aportaciones culturales con las que se iba topando, a lo largo y ancho de su vida, siempre inquieta. Siendo un hombre, pues, de gran amplitud de miras, nunca pondría límite a sus inquisitivas elucubraciones, a través de los temas que más le acuciaban y le hacían pensar.

Aunque sus más fervorosos centros de atracción literaria siempre serían los diversos conceptos de la poesía, lo que le llevaba a apasionarse por dejar en ella su más genuina personalidad, pensante, llena de las sugestivas reflexiones que invocaba este Nobel del año1990, en que ponía de relieve una obra que sería “moldeada por una inteligencia sensual y un humanismo íntegro”. Esto último, en mi opinión, es el más profundo sedimento que conforma la naturaleza de su ser pensante. Su humanismo que siempre hará que se convierta en un manantío fluyente en muchos de sus versos, mientras que el venero de la “reflexión” nunca ha de estar lejos, como señala Jaime Siles en otro de los pequeños ensayos publicados en el soporte periodístico mencionado. Y Cortázar advierte, en el mismo lugar, que en Octavio Paz coinciden “paralelamente, y sin choques, el canto poético y la reflexión analítica”. Es, como se puede observar, la mirada oteadora de varios conceptos penetrados por la misma corriente psicológica y literaria. Lo poético nacido de un estro hondo y personal, y la capacidad de análisis y glosa de lo que, previamente, ha regurgitado de su interioridad.

Muchas otras cosas se han dicho de la obra poética paciana-si se puede significar así- como el citado Siles que llama a su poema “poema sin fin”, y que para él es la poesía como un “carmen perpetuum : un poema sin fin”…Nada más bello se puede decir de tales versos. Un poema sin fin, porque toda su literatura parece impregnada de ese magna integrador que le hace diferente a muchos otros poetas. Cada expresión no se aparta de ese aroma y de ese olor que le da su acento inconfundible poético, del que nunca se va a distanciar.

Como sucede, de nuevo, al hacer Paz, en letras manuscritas, unos juegos de palabras utilizando la esencia poética, como por ejemplo, en una dedicatoria a Julio Cortázar. Mire el lector esta frase que no tiene desperdicio: “A Julio, más cerca que lejos, en un allá que es siempre aquí”. Así leemos en el ABC cultural citado. Como cuando, en otro lugar, expresa este hermoso pensamiento: “Yo no escribo para matar el tiempo, ni para revivirlo/ escribo para que me viva y reviva”. Ni que decir tiene que, a primera vista, tal pensamiento está como contaminado de una cierto utilitarismo; pero sólo es aparente. Porque ese “vivir” y “revivir” es hacer carne de verso en su personalidad más profunda. O sea, que sólo ve el mundo a través de la poesía, en sus más diversos metros y modalidades. Una poesía multivaria, océanica, diversa y apasionada, y siempre con la proa hacia lo diferente y lejano, porque la belleza está, a veces, en los lugares más apartados…

Una poesía que nunca ha de esconder el amor, ancho y noble, y en todo tiempo y lugar. Un amor que busca, curioso, pensiles de deleite y manantíos de disfrute sin límites. Un amor que no rehuye el erotismo, porque no deja éste de ser también hermoso, cuando su fuente primigenia esta libre de corrupciones gratuitas…Un amor que busca la belleza, ahora plasmada en las tres mujeres a las que amó: Elena Garro, Bona Tibertelli de Pisis y Marie-José Tramini…Lo que no es, ni más ni menos, que su navío personal hacia las aguas del paladeo gustoso que Dios puso para delicia del hombre, por la vía de ese recto y natural camino que nos conduce a la unión con el sexo opuesto, y que arranca, nada más y nada menos, que del Paraíso Terrenal. Es decir, el amor viene a construir un solo cuerpo unido, de dos diferentes, por un hilo invisible, pero fortísimo; pero que roto, puede hacer mucho daño a la pareja. Un amor que viene a ser “caminar descalzo sobre cristales rotos”. Porque la vida nunca se ha de hacer fácil; porque la vida es camino y subida, y bajar, en ocasiones, a lo más profundo del mal, que, una vez vencido, el hombre se rehace para ser más hombre y más rey de la creación…

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