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La gran Belleza

03 marzo 2014

Confieso que soy un apasionado admirador del cine italiano, especialmente de aquél que fue creado por sus más grandes cineastas, directores excelsos y guionistas, que llevaron el arte del film a cimas que, en la actualidad, parecen inalcanzables.

Confieso que soy un apasionado admirador del cine italiano, especialmente de aquél que fue creado por sus más grandes cineastas, directores excelsos y guionistas, que llevaron el arte del film a cimas que, en la actualidad, parecen inalcanzables. Viene a cuento esta premisa porque la cartelera que nos brinda y muestra estos días, Región digital, es una película que parece recordarnos aquel glamour del pasado del país transalpino, aplaudido por tantas muestras de belleza intemporal, de que ha hecho gala, desde hace muchos siglos, a través de los más diversos capítulos de la Historia.

La película a la que me refiero lleva por título: “La gran belleza”, con un aroma y tales mimbres culturales, que me atrevería a afirmar que no están nada lejos de los que adornaron los filmes de los grandes creadores del cine italiano, como fueron Vitorio de Sica, con “Ladrones de bicicletas”; Rosselini, con “Roma, ciudad abierta”, y en la que participaría el gran Federico Felini, con toda clase de personajillos, como los parados, prostitutas, vagabundos, y numerosos tipos de todo pelaje. Sin olvidar, igualmente, a Etore Scola, con “Nos habíamos amado tanto”, y que, al tiempo, fuera protagonizada por Manfredi, Vitorio Gassman y Sandrelli.

Y cómo no, sin dejar en el tintero al aristócrata Visconti, con su “gatopardo” y “Roco”, ni a Antonioni, o a Pier Paolo Passolini, con su excelsa película, alabada en todo tiempo y lugar: “El Evangelio de San Mateo”. Todos los cuales siempre enaltecieron situaciones en que brillaban, de manera desnudamente hermosa, y dramática, a la vez, unas conclusiones que pudieran, según se ha dicho, sintetizar en algo que se complementa y se contradice, a la vez: “Todo retablo de la vida es, simultáneamente, un triunfo y un fracaso”.

Es decir, cuando la tarea y el objetivo de tales cineastas es llevar a la pantalla la “grandeza” de una obra humana, cuando tratan de poner en juego todo el poder de la fascinación fílmica, en una película que habla de amores y traiciones, de hermosas mujeres, de sueños imposibles, de engaños y traiciones, de insultantes riquezas y dramáticas miserias, o de otras escenas en que suele brilla la riqueza más altisonante, gratuita o impostada, tiran la casa por la ventana, al tiempo, que, al llegar la irreversible crisis, definitiva o coyuntural, los recursos de tales directores y guionistas, harán uso del mismo ingenio, gracia y habilidad, para que no desmerezca de los citados planos de “grandeza” y “glamour”, que tanto caracteriza a estos films que, para mí, no han tenido parangón en el mundo de la filmografia.

Y es que se trata de un cine directo y real -o neorrealista, dicho en el argot apropiado del término-, al mismo tiempo que traspasado por ese empaque que, en mi opinión, no ha sido nunca bien emulado por ningún tipo de cine, ni por el mismo, suntuoso y genial de Hollyvood, que ha destacado por otros valores, como es la grandiosidad, los medios técnicos empleados, la misma actuación de sus grandes actores como Gary Cooper, Gary Grant, Tyrone Power, Lyd Taylor, James Esteward, Montgomery Clib, James Dean, y tantos otros y otras, en un listado que, a buen seguro, ha de ser irrepetible.

“La gran belleza” que nos brindan ahora es una comedia dramática, cuya acción sucede en Italia y Francia, siendo su director Paolo Sorrentino, en el e0scenario de la Roma eterna, llena de riadas de turistas, ávidos de ver y contemplar este mundo, siempre nuevo y siempre viejo, pero eterno, siempre rico y siempre grande, vertical de valores y de todas clases de recursos que llenan los espacios de brillo singular. Mientras que no escasean otros datos en que abundan las grandes cenas y las fiestas más suntuosas, servidas en las ricas mansiones de poderosos, sin que se sepa nunca cómo lograron atesorar tales riquezas esta gran burguesía, aliada con la poderosa nobleza de siempre de la Italia que viene del Renacimiento …

Al tiempo que la película nos deja de asomar el cinismo, a la amargura de los hechos y gestas de algunos personajes, pero que siempre será el núcleo de todo un hombre que, en su juventud había sido un triunfador en la vida, como seductor y joven escritor, pero que ahora se topaba con el muro de la amargura y de la impotencia para tratar de conservar lo que había conseguido en sus tiempos de juventud.

De esta manera, se llegaba así a lo que ha sido llamado “la gran comedia de la nada”, porque, en el fondo, sólo hay un vacío que nunca podrá llenar la ambición de nadie, por muy altivo y ganador que haya sido en tiempos pasados. Ese periodista de éxito nunca sería ya el ganador que siempre había sido. Ni el seductor irresistible que siempre fue. Por ello quedará en el ambiente la más potente melancolía que sobrecoge y suministra, sin que se pida, ese fermento de mentira y desaliento, de vaciedad y de apariencias que durante tanto tiempo logró enmascarar ese falso epicureísmo que, al final, todo ha de quedar en agua de borrajas. Los actores Ferili, Corandi y Toni Servilio, dan buena cuenta de su buen hacer y de la más exquisita interpretación, en una ambientación de singular factura, toda ella obrada por manos expertas, dentro de la tradición singular de películas que llenaron el firmamento estelar de las más grandes figuras de la interpretación, como Silvana Mangano, Sofía Loren, Vitorio Gasman, Marcello Mastroiani, y otros, así como de los directores ya mecionados más arriba.

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