Carlos gana el VI Premio de Periodismo “Ciudad de Cáceres”. ¡Enhorabuena al articulista! Felicitación sincera, pues suponemos qué es una columna diaria. Y sabemos bien qué es un artículo semanal, como el que esto escribe. Pero no hay mayor satisfacción para muchos, aunque el papel que lo publica sirva “para guardar castañas”, como apunta Marzal. Es igual. El mensaje ya ha volado a los ojos del lector, al corazón y a la cabeza. Aunque, desde la dirección, te pongan límites, porque el espacio es escaso y es preciso meter mucha publicidad. Pero no hay otras bridas al prurito de escribir un artículo, donde se pueda decir algo, o mucho, de lo que se lleva dentro, bajo el prisma político-social, cultural, religioso, o desde el ángulo más peregrino.
Por supuesto que, como señala Carlos Marzal, se ha escrito “mucha de la mejor literatura” de los últimos años en los periódicos españoles. Los que admiramos estos textos, desde hace varias décadas, podemos constatarlo. Siempre han destacado columnistas con plumas bien cortadas, textos apretados o de larga andadura, bien construidos y solventes, con el aguijón de la curiosidad sirviendo de proa, y dignos de que se los premie en cualquier certamen. Su contenido puede ser un análisis social, comentario de evento, nota “a pie de página”, reproche a una provocación, denuncia a calzón quitado, crítica al político de turno, o alabanza coyuntural al personaje que brilla por algo.
Confieso que he disfrutado más con el periódico que con una novela en mis manos. Porque el artículo te ofrece, al instante, dos o tres ideas, o cuatro, que te sacian y te dan ese tono intelectual al que te agarras, o lo rechazas, pero que te hacen pensar, y hasta sufrir, o dudar, provocando en ti un lamento de decepción. Pero está a nuestra disposición lo que puede ser una honda reflexión, necesaria para el tráfago de cada día, que, a la vez, propicia un poso que ha de ir al arcón de la memoria y del propio conocimiento. Y que servirá de estribo para contrarrestar algún tropiezo, dudas anteriores, interrogantes pasados, datos desconocidos, o referencias que aclaran conocimientos antes poco consolidados.
Y por supuesto que me apasiona el artículo con perfil literario, con ese empuje que da la metáfora, el adjetivo altivo, la frase brillante y el período que fulmina mediante el vuelo de una prosa tersa sin demasiada orfebrería. No viene mal una columna manchada de figuras literarias, a caballo de la frase fulgente o, a la vez, del pensamiento hondo y a través de frases cortas, que, en ocasiones, cortan como cuchillos, o fulguran como saetas al aire, mientras que enraízan tesis, proclaman valores, rechazan falsedades, incendian el tedio, alumbran dudas, o empujan a la sociedad que duda qué camino tomar en momentos decisivos…
Un premio de periodismo siempre es un acicate para cuantos cabalgan en estos alazanes de papel, donde se cuece el deseo de expresar algo de cara al público, amén de ser un goce profundo para el que tuvo la dicha de recibirlo. Pero, especialmente, sirve para que se puedan sentir nuevos bríos, a fin de seguir en la brecha, siempre tensa y activa, junto al vuelo digital, cómo no, el cual nunca será enemigo de aquél, ni siquiera adversario, sino colega amigable en la tarea de servir de carisma para la sociedad que, diariamente, se acerca a un texto periodístico, inmerso, con frecuencia, en el contumaz vapuleo de una crisis. Aunque siempre esperanzados ante esa bonanza que ha de darnos coraje para resistir contra viento y marea.
Si nos falta un solo día la prensa, algo muy importante nos falta, pues no hay nada que lo suplante, ni la tv. ni la radio, ni la revista, porque ya forma parte de nuestro diario “sustento” intelectual, aunque sea bajo el clima social un poco repetitivo, pero que ya forma parte de nuestra contextura humana. Es decir, es aire que aspiramos, nos hará respirar mejor y estar alerta ante lo que sucede, por medio de esta cálida comunicación que el hombre necesita para oxigenarse mejor y “llenar las pilas” ante el tráfago, frecuentemente insoportable, de nuestra prosaica existencia. Pero, así y todo, una intercomunicación necesaria, para seguir adelante.