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JOSÉ CANAL ROSADO, poeta

21 abril 2016

De imagen atildada, nariz curva, gafas de concha y sempiterna pajarita, era un personaje singular que caminaba por las calles y plazas de aquel Cáceres levítico...

De imagen atildada, nariz curva, gafas de concha y sempiterna pajarita, era un personaje singular que caminaba por las calles y plazas de aquel Cáceres levítico, que todavía no había abierto sus brazos como la ciudad moderna que es en la actualidad. 

 

Lo mejor que se puede decir de José Canal fue lo que expresó su colega y amigo, Jesús Delgado Valhondo, también poeta, con motivo de su fallecimiento, a la edad de 66 años: “Pepe Canal era un lujo para Cáceres, ciudad a la que amó y cantó. A la que dio lo mejor que tenía: su sensibilidad creadora y sabiduría”. Cualidades que emergían entre ambos, cuando se iban al barrio de San Mateo, a recordar sus aventuras, a dialogar con la piedra y hablar de libros y de versos, contándose los “silencios vividos”, o sentándose en la placidez de un banco del Paseo de Cánovas, viendo pasar a los “cazadores de tórtolas, en el agosto cacereño”.

 

José Canal Rosado (Arroyo de la Luz, 1913-Cáceres, 1979), fue un “poeta de siempre”, desde la adolescencia, y un lector incansable que no paraba de leer lo último publicado, a pesar de estar inmerso en el páramo literario de aquellos años y en la atonía ambiental en que se hallaba la capital de la provincia. Maestro Nacional, con ejercicio en el Colegio Nacional de Práctica, de Cáceres, simultaneaba sus labores docentes con la de escritor, poeta y la de asiduo colaborador en la prensa local, utilizando siempre un lenguaje limpio y veraz. 

 

Publicó estos tres libros de poesía: Viento amarrado (núm. 9 de la colección “Alcántara”, Cáceres, 1954; El mar cercano (número 37 de la colección”Rocamador”, de Palencia, 1964; Ciento volando (Editorial Extremadura, Cáceres, 1970. Obra ésta que ha sido estudiada por los profesores Víctor García Camino y Luis G. Camino Burgos. Todos sus trabajos, escritos y colaboraciones periodísticas le irían propiciando satisfacciones, como la de recibir, más allá de otros premios de menor entidad, el Premio Nacional de Poesía, “Gabriel y Galán”, en 1956; la Flor Natural en los Juegos Florales de la Juventud de A.C., de Cáceres, y la Flor Natural en la Fiesta del Romance de dicha ciudad, en 1965.

 

Pero hay algo que confiere a Pepe Canal la vitola de escritor de acusada originalidad, que, con sorprendente intuición, dominaba la frase-zumo, la expresión depurada, el “flash”esencial y la definición ingeniosa y esquemática. Me estoy refiriendo a sus popularísimas Llamas de capuchina, que verían la luz en la revista “Alcántara”, y a las que Víctor García Camino denominaba “Greguerías líricas” (Mario Benedetti, en su “Rincón de Haicus”, tiene un ensayo que parte de raíces semánticas similares), donde se muestra como verdadero orfebre de una prosa impregnada de frases agudas y brillantes metáforas. 

 

Se trata de expresiones cortas y agudas reflexiones, llenas de humor, en las que describe, disecciona pinta con pincel impresionísta “cuadros” , como bodegones, hechos de colores y sabores; precisa y define cosas que le rodean, situaciones que le estimulan, imágenes que le deslumbran o aspectos interesantes para él.

 

He aquí unos ejemplos en que, desdeñando el largo camino de la palabra, reduce a trocha de breves pasos lo que quiere expresar, mediante un verdadero collar de alegorías, que se quemaban en el vientre cincelado de sus “Capuchinas”: Sobre la bella mentira del espectáculo, urde esta afirmación: “El cine tiene más éxito que el teatro, porque miente mejor”. Sobre el coche, fenómeno absorbente de la sociedad en que vivimos, escribió: “El automóvil tiene el faro-piloto eternamente enfermo de conjuntivitis”. Acerca de la cerilla, hace comentarios que no tienen desperdicio: “Las cerillas tienen una vida pacífica y recogida, hasta que alguien las saca de la celda y les calienta la cabeza”. Y “el cadáver de la cerilla encuentra  encuentra, casi siempre, sepultura bajo las cenizas de sus víctimas”. A las gafas de sol las considera como instrumento de terapia sociológica: “Suelen ser un antifaz, que muchos utilizan para defender su timidez”.

 

A veces surge la frase llena de gracia y donaire: “Era tan calvo que no podía echar una cana al aire” . Y “la chimenea es a la casa como el rabito a la boina”. Hace gala de la ocurrencia sutil- “la nube mata al sol y, luego, llora su delito”-; realiza autocrítica de los propio rasgos fisonómicos-“ante mi caricatura suelo hacer ejercicios de humildad”- …E ironiza sobre los largos discursos que ha de sufrir, en ocasiones, el público: “Las conferencias mejor asumidas son las telefónicas, a tanto los tres minutos”. Mezcla hidalguía y bucolismo- “el castillo roquero es un viejo hidalgo que hace vida de campo”- Y hace alusión a la creciente adulteración de muchos productos de consumo: “el aguardiente es una bebida camuflada”. 

 

Finalmente, se ha de reseñar, en el quehacer de sus variadas dedicaciones , el que fuera cofundador de la revista “Alcántara”, junto a los escritores Tomás Martín Gil, Jesús Delgado Valhondo y Fernando Bravo y Bravo, en cuyas páginas llevaría cabo la publicación de muchos de sus poemas, amén de sus Llamas de capuchina, y algún que otro pequeño cuento, como La venganza de las botas de montar (abril de 1950). Sin dejar de mencionar sus Noticias de Revistas (“Cáceres”, “Correo literario”, “Cuadernos Hispanoamericanos”, “Mediterráneo”, “Atenea”, “Centauro”, “Índice”, “Gévora”, Forja…empapadas de abundantes datos, seguidosde fugaces comentarios sobre los más diversos temas. Y alguna recensión, con atinadas críticas, como la que hiciera, en 1969, al libro, Romances y caminos, de Gonzalo Ramos, y al Libro de canciones , de José Ledesma Criado, en 1970.

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