El pequeño ejército de alumnos, estudiantes y discentes, ya están en orden de esa batalla que está apunto de comenzar, en todos los centros escolares del país. La Universidad aguarda a días más entrados en el curso, por eso de que siempre ha habido grados... Pero todo ya está preparado para que las nuevas hornadas de chicos inicien la andadura de un nuevo curso, que siempre tiene novedades y por eso siempre debe mirar hacia delante, en base a los tiempos que se avecinan, en el primer tercio del siglo XXI, dispuestos a darnos sorpresas, como ha ocurrido en todo tiempo y lugar.
A la vez, hay que cambiar, quizás, de método didácticos, hay que tratar de intuir por dónde ha de orientarse las nuevas metodologías, y, sobre todo, es preciso sacar el máximo provecho a los ordenadores y a toda esa caterva de instrumentos que han irrumpido en los centros académicos, por mor del progreso. Porque, se dice, que no es bueno anclarse en el pasado, lo que sería funesto y retrógrado para quienes se disponen a recibir toda clase de conocimientos, que son nuestros hijos y estudiantes en general. Lo digital, pues, se ha hecho dueño y señor de toda la enseñanza que se “vende” en nuestros colegios, academias y centros de todo grado y estilo.
Pero hay algo que se está echando de menos, como ya he puntualizado en alguna otra ocasión. Me estoy refiriendo a aquella caligrafía, preciosa, elegante y distinguida, que tanta presencia tenía en nuestros centros. ¿Dónde está aquella caligrafía que tanto embellecía un documento notarial, o el oficio administrativo que una mano maestra escribiera pulcramente y con la más ordenada y sofisticada escritura?
¿Adónde han ido a parar aquellas cartas familiares tan entrañables que enviara el hijo a la madre, desde el colegio donde estudiaba, o la carta del soldado que hacía la “mili” en Maruecos o en cualquier ciudad de España?¿Dónde están ya aquellos ejercicios literarios de clase-“composiciones”-que te mandaba el profesor que hicieses, para tratar de escribir sobre determinado autor o personaje, y que el alumno realizaba con el máximo interés, porque había que esmerarse en la presentación y en todo lo demás, cuidando sobre todo la caligrafía y, por supuesto, la ortografía?
¿Y dónde la carta de amor, redactada con los mayores primores de letra y adornos complementarios…? Ya es algo que nos parece pasado de moda, viejo, inservible…Y sobre todo cursi. Unas cartas en que los efluvios amorosos discurrían por senderos que hoy nos parecen algo que no tiene sentido, y, quizás, una pérdida de tiempo.
Y, finalmente, no queremos obviar un capítulo verdaderamente decisivo en la historia de España, como son las cartas que los políticos se escribían, como jefes de gobierno o ministros ante acontecimientos pidiendo consejo o dando sus opiniones y puntos de vista, o los escritores de campanillas, o tantos personajes, cuyas cartas han sido un filón precioso para comprender muchos hechos de nuestra peripecia sociocultural de los últimos dos siglos, por lo menos. Textos, todos ellos, que los investigadores saben hasta mimar porque se trata de auténticos tesoros que nos pueden dar muchas claves del por qué este acontecimiento fue así y no de otra manera.
Y todo ello se escribía con la mejor letra posible, de forma ordenada y pulcra, porque, luego había que leer los contenidos, y eso implicaba una caligrafía adornada, bien compuesta, limpia y clara. Es decir había que emplear en nuestras cartas y escritos, de cualquier jaez, una buena letra con una buena caligrafía…
Y es que, además, el tiempo no contaba. Porque no había prisas, porque era el tiempo de las tertulias, en que los grandes señores pasaban muchas horas, sin tener prisas por volver a sus casas. Y, por otra parte, el concepto de la “obra bien hecha” era sagrado, porque lo que contaba era la excelencia en la presentación y lo bien aseado era la carta de exposiciónpara tantas cosas. Hoy, no se estila esto, y se corre para todo y en todo. Hoy es preciso hacer muchas cosas en poco tiempo, porque éste nos hemos empeñado en decir que es poco y hay que aprovecharlo… Y claro, de ahí, que la chapuza, muchas veces, esté presente en muchas de nuestras cosas, con el desdoro que tal filosofía de la vida comporta…
Pues bien la palabreja,“caligrafía”, ya ha sido casi olvidada, preterida, arrinconada. Hasta el nombre es bello y sugestivo, procedente del griego “kalós”, hermoso, y “graffein”, escribir. Pero, ¿dónde ha quedado la caligrafía, la que, durante horas incontables, los chicos debían rellenar cuadernos “ad hoc”, para tratar de lograr, tras muchos ejercicios copiando preciosas muestras, un tipo de letra aseado y claro, capaz de reflejar bien los pensamientos vertidos en los textos elegidos? Pero no, no se ha vuelto a saber nada de esa caligrafía que, pacientemente, se realizaba en los viejos pupitres con pluma que mojabas en un tintero, con tinta azul o negra, junto al viejo “catón”, cartillas, y la antigua enciclopedia “Álvarez”, ya rememorada como algo antediluviano…
Caligrafía enhiesta, rutilante, que solía escribir el oficinista avispado durante horas, el pasante de notarías, el secretario del ayuntamiento en los correspondientes documentos, o el maestro y el profesor en los encerados de hule negro, con la tiza blanca, porque, en aquellos años, no las había de color. Una caligrafía que ha servido para que, en la actualidad, sirva de fuente, muchas veces, de constituir raíces de investigaciones históricas, políticas, sociales, teológicas, filosóficas, etc.
Sólo los médicos, con los rasgos de sus crípticas recetas destrozaban las grafías, por eso de que, al parecer, tenían bula, o porque era la tradición,¿ O era porque a un doctor se le vedase escribir habitualmente como todo hijo de vecino? Ha habido veces que, presentada en la farmacia una receta médica, el mozo de ésta, o el mismo farmacéutico, no ha sabido leer el contenido de lo que pedía determinado médico. Y se le he tenido que preguntar por teléfono lo que había tratado de escribir. Pero yo, personalmente, nunca he sabido las razones de tales excepciones.
Pues bien, esta caligrafía ahora olvidada, o denostada, sería estimada desde la más remota antigüedad. Por ejemplo en China, se la consideraba como una de las seis artes mayores, mientras que los persas la llevarían a un verdadero apogeo durante el siglo XVI. Por su parte, los musulmanes poseían una preciosa escultura caligráfica, disponiendo en friso los caracteres cúficos.
Con relación a lo que decimos, cuántas veces, en nuestras visitas a monasterios y cenobios, nos hemos quedado deslumbrados ante loshermosos primores caligráficos de otros tantos códices miniados que, durante siglos, han estado copiando frailes pacientísimos, sentados en sus góticos sitiales. Recordemos aquellas letras mayúsculas que iniciaban el párrafo, plenas de exquisitez y rara habilidad, de devocionarios, misales, biblias u otros libros religiosos, y que ahora se nos antojan como auténticas joyas escriturísticas…
Las biblias al uso, muchas de ellas han presentado al principio del párrafo unas letras mayúsculas que son verdaderas obras de arte, llenas de color y de buen hacer. Y cómo no hablar de los hermosísimos pergaminos en los que, tantas veces, han tenido como misión hacer documentos fundamentales para la regulación de leyes, normas y otros dictámenes, y todo ello escrito de manera elegante y ùlcra.
Pero el tiempo ha pasado y el progreso no se ha quedado quieto. Las máquinas de escribir –Olivetti y Onderwood, por ejemplo,- desplazaron de su alto trono a la caligrafía. Era la modernidad. Que venía a ganar tiempo- se decía- mediante la mecanografía veloz, con pulsaciones incontables, al minuto, en notarías, bancos, oficinas y empresas…¡Era un alivio, por supuesto! Pero se perdía “glamour” y belleza en la ejecución de las palabras. Se economizaba mucho tiempo, pero la escenificación del contenido literario, científico, o de otro cualquier tipo se les despojaba de hermosura e imagen. Y se ganaba dinero, algo que siempre hay que tener en cuenta..
Pero esa máquina que revoluciona, comercialmente, la escritura, no iba a ser ese tope ya de todo, y punto final; no iba a ser la solución definitiva, sino que vendrían nuevos artilugios que iban a revolucionar lo que antes parecía intocable y casi seguro de no ser superado. Falsa esperanza. Porque vino algo más poderoso, más potente, más rápido, más eficaz y más terminado y resuelto, por una serie de prestaciones que hacía sólo unos años era imposible imaginar.
Era un instrumento poderoso y absorbente. Por lo que esa máquina adorable, fiel compañera de toda la vida, tuvimos que ir desechando paulatinamente, tan pronto nos convencimos que la misma quedaba ya como algo obsoleto y poco útil. Muchas máquinas electrónicas, nuevas y listas para escribir, estoy seguro que duermen su silencio en un rincón de nuestros despachos, sin solución de continuidad.
Así es la vida. Y así lo dice la zarzuela: Ya la civilización, la cultura corren tan veloces que es una barbaridad, que no se puede parar su ritmo ni su fuerza ni su estilo, porque sería ir contra natura, y eso sería un grave error y una gran equivocación de óptica social. Porque el que no se agarra a esos trenes, quedan como estatuas de sal. Otra cosa es que sabemos que grandes escritores no han sido capaces de tomar el tren de la modernidad, y siguen escribiendo como siempre, como lo hacían hace más de 30 años. El mismo Camino J. Cela, antes de fallecer, continuaba escribiendo a mano, y el mismo Francisco Umbral, antes de morir, seguía redactando sus famosos artículos en la última página del “Mundo”, con una máquina “Olivetti”.
Pero son excepciones que confirman la regla. Y llegó el “ordenador”. Revolución, giro de 180 grados. Era algo como definitivo, absorbente, limpio, con archivos para guardar lo ya escrito, y con una variadísima gama de prestaciones que ahora no señalamos porque son ya casi todos los que lo conocen…Como es coherente pensar este ordenador, mañana, o pasado mañana, vendrán otros artilugios que nos maravillarán…De eso estamos seguros. ¡Y que lo veamos!
Un ordenador que hoy maneja el escolar de pocos años, que lo utiliza el menos letrado, y el que apenas ha logrado el graduado escolar; pero, amigos míos, pertenece a su época, pertenece a su propia historia, y sin hacer el mínimo esfuerzo, muy pronto se encuentra en condiciones de escribir cuanto le venga en gana. Por todo ello, hay que quedar sentado que no se puede parar al mundo, en su evolución imparable, ni al intelecto del hombre, cuyo cerebro piensa, procesa y articula nuevos cauces de expresión.
No se puede violentar el ingenio humano que va poniendo al servicio de todos nosotros nuevas “armas” que nos sirven para poder hacer nuestros escritos con mayor comodidad, pulcritud y empaque. Se trata de códigos y lenguajes nuevos que se van poniendo al alcance de los humanos. Y lo que “te rondaré morena”, pues lo que hoy es el último grito, no pasarán muchos años en que vendrán otros recursos, como decimos, que nos llegarán a deslumbrar, y así, de manera ininterrumpida, porque los conocimientos humanos no pueden dejar de lograr lo que llamamos la creación de esto o de aquello.
Es la creatividad en el hombre, por tanto, un destello de Dios hermosísimo que Éste ha puesto en aquél, como regalo de su sabiduría infinita… Una prueba más de la trascendencia que nos hace pesar, de manera especial a los creyentes. Mientras tanto todos nos aprovechamos de tales inventos…
Una creatividad que no tiene principio ni fin, porque ya otros han dado los primeros pasos, y lo que ha de venir todo está en función de la voluntad de los usuarios. Lo único cierto es que no se le pueden poner puertas al campo, que el río del saber y del conocer han de ser como avenidas de agua que se le ha de dar curso, quiérase o no, a esa corriente que, incontenible, ha de seguir discurriendo al lado de la vida del hombre.
Pero lo que tiene auténtico valor, lo hermoso, lo atractivo y sugestivo como es una bella caligrafía, no se ha de colocar en el desván de la desmemoria, sino que, de vez en cuando, se han de escribir hermosísimos textos con aquellos caracteres elegantes que tanto nos fascinaban. Lo que no quiere decir que volvamos a escribir, de manera habitual, como escribían nuestros abuelos. Eso estaría en las antípodas de lo que se pretende decir en esta columna. Porque en el medio está la virtud.