Queca Campillo se ha ido a las estrellas con su cámara en ristre a seguir fotografiando querubines y cuanto se le ponga por delante. No la conocí personalmente, pero a mí siempre han llegado noticias de su recia personalidad, su bien hacer, su desgarro ante la vida, que era siempre pasada bajo el ojo de su cámara fotográfica, en constante alerta por lo que pudiera ponerse a tiro para inyectarle su impronta…
Pero un día, en mi época de crítico de arte para el diario “Hoy”, de esta ciudad de Cáceres, tuve que hacerle una glosa de su obra que había puesto en valor el siempre brillante “lenguaje” de la que fue magnífica fotógrafa, Premio Nacional de Periodismo a reportajes gráficos (1980), colega de ilustres periodistas-Nativel Preciado, Carmen Rigalt y Pepe Oneto. Un lenguaje fotográfico hondo y agudo, de sugestiva mirada y aguda retina.
Pero su cámara nunca fue bisturí, ni espejo que atrapara lupanares, ni cenáculos de vicio y sexo, sino caja de resonancias de impactos visuales, cristalizados en álbum sugestivo, no exento de glamour y aristocrático señorío. Por eso su mirada no ponía ante nuestros ojos el impacto visual desgarrado y sucio, arrancado del lumpen socia, si el asombro oscuro del alma, ni la acidez del gesto inconfesable, sino retazos de vida en dosis de un realismo atemperado, pero con señales de altos quilates estéticos.
Le apasionaba meter en su cámara las efigies y talantes de grandes personajes como a Don Juan, padre de Juan Carlos I, con su rostro mordido por la enfermedad; F. Fernán Gómez, de hosca personalidad, al tiempo que versátil y talentosa; Carlos Menen, exquisito y versallesco; J.M. Ruiz Mateos, ocurrente y provocador; Cándido Méndez, de oceánica barba y expresión silvestre; José María Aznar, introverso y reflexivo; Mariano Rajoy, solemne y mayestático; Loyola de Palacio, cercana y frescachona; Abel Matutes, de beatífica sonrisa; Adolfo Suárez, jovial y seductor; Paco Umbral, retador y mordaz; el general Sáenz de Santa María, con bigote fluvial y expresión tallada por su milicia de largos años. Y Felipe González, con gesto pontificante.
Pero Queca Campillo, la Cartier-Breson española-Oneto dixit- también viajó a países lejanos, como estuvo presente en burgueses “bodorrios”, subió a los estrados de la alta política y bajó a barrios periféricos, donde suelen corretear gitanillos de bronce, mientras las gitanas amamantan a sus churumbeles, frente a chabolas de adobe; atrapó rostros de del exótico Nepal y visualizó a tribus de “hooligans”, que vertebraban sus guetos desnudos de pudor, al tiempo que captaba el detalle vibrátil de flores que brotan en la grieta telúrica de la isla de Lanzarote; visitó zocos abigarrados y puso romanticismo en el fulgor de un crepúsculo; sorprendió brillantes escenas de teatro universal y se acercó al universo de la minería…
Y se puso junto al Rey Juan Carlos, del que arrancó su humanismo campechano, paternal con su hijo Felipe, y al lado de la Reina Sofía, de la que tomó su ternura con niños de Thailandia…Y su cámara recogió en el Congreso, el doloroso parto de la Transición política, en vida dialéctica parlamentaria, a Fraga dormitando, un gran bostezo de Herrero de Miñón, el cuchicheo desinhibido de ciertos diputados, y el envite de Borrel, enarbolando documentos comprometedores para la bancada adversaria.
Fue testigo de momentos decisivos de alta política –la paz en Oriente Medio- , observó el zarpazo del golpe de Estado en Rusia, y plasmó a un grupo de popes ortodoxos en solemnes ceremonias…Finalmente, pisó la moqueta de palacios presidenciales en que solemnizó las efigies de muchos jerarcas, entre ellos Busch, Clinton, Reagan y Gorvachov…Todo esto y mucho más han integrado el legado gráfico de Angélica Campillo, Queca, como nombre de guerra.
Pero se ha acuñado una frase para definirla: Fue la fotoperiodista de la Transición, todo un referente en su género, y una de las más importantes de la revista “Tiempo”, durante muchos años, esta mujer de pelo rubio planchado y rostro enjuto, “Compañera excepcional” dice de ella Pepe Oneto, y “amiga entrañable”, con la que viajó por todo el mundo. Era una especialista de gran intuición, “sensibilidad, arrojo y valor”, y sabía com pocos conectar con la gente y el hombre y la mujer de la calle. Por eso decía, más de una vez, que no había que hacer posar a nadie ante la cámara. “Las fotos están ahí esperando que las hagas. La verdad es la mejor fotografía”.
Por eso le dieron tantos premios a la “verdad” de reyes y de mendigos, de palacios y de tugurios, de soles y de penumbras, de banqueros y papas…a cuyas almas penetraba, de forma “asombrosa y creadora”, como dice uno de sus compañeros de trabajo…¡Queca Campillo! Que sigas con tu cámara en ristre fotografiando querubines y todo cuanto se ponga por delante…