Y dio en la diana, porque supo, con generosidad anchurosa, entrar en las más íntimas fibras de su idiosincrasia, en sus amistades, en el amor y en el desamor que para el joven siempre habrán de ser un horno inextinguible, incapaz de apagarlo, porque su alma y su carácter nacen desde esa sima de interioridad que suele adornar, o estigmatizar, al joven, según sepan canalizar sus sentimientos…
¡Juventud, divino tesoro!, clamaba el poeta universal, nicaragüense, sin nunca haber arrepentido, que sepamos, de que tal afirmación es verdadera y cierta. Su misma existencia, sin contar con sus cualidades específicas, ya son un tesoro, porque contienen, en sí mismos, todo un potencial de valores y virtudes que les propiciarán toda una vida, larga o corta, en que poder desarrollar sus capacidades, que pueden ser muchas.
Pero el lector que me ha seguido hasta aquí, se estará preguntando: “¿a dónde le voy a llevar cuando es frase archiconocida?” “¿Por qué, seguirá pensando, trae esta afirmación a un artículo de este digital?”
La respuesta ya la tiene el mundo entero, y más especialmente Europa, y más particularmente, Francia, Alemania y España. Países los tres de los que proceden los 16 muchachos, los 16 jóvenes o adolescentes que, provenientes de un IES alemán, han dejado sus vidas en los Alpes franceses, tras estar, durante un tiempo, en un intercambio escolar, en una localidad catalana, con el fin de aprender el idioma español.
Así de sencillo, así de humano, y así de entrañable. Pero la diosa Fortuna, voluble, traidora muchas veces, el “sino”, la suerte, o lo que sea, no sólo troncharon su ilusión, sino que la vida, sus vidas, quedaron sepultadas, trituradas en las laderas abruptas y colosales de los Alpes franceses.
Sus almas se pararon, sus sonrisas se secaron, sus ojos se nublaron con la negrura de la Parca, y sus espíritus volaron al cielo, o a ese lugar donde el Bien está siempre presente, a ese lugar en que ya no existen los deseos, ni las ansias por ver y saber, por mirar y amar, por reir y llorar…porque una fuerza trascendente los hará vivir, desde ahora en el seno de una felicidad que nunca se podrá destruir.
Y es que no puede ser de otra manera. No puede ser que 16 muchachos, rebosando salud, plenos de grandes ilusiones, con el corazón ahíto de amor a las cosas y a la misma vida, con esa amistad siempre a flor de piel con sus amigos, con sus vecinos, con sus conocidos, y pensando, el día de mañana, desarrollar cuanto han ido cosechando, no puede perderse para siempre, no puede disolverse como un azucarillo en agua.
Esos muchachos, donde estén, viven, vibran, piensan, aman y regresan al regazo de ese Dios vivo que los acogerá en su seno; aunque alguno de ellos sea agnóstico, aunque alguno de ellos no quiera saber nada de esa fe que nos hace posibles dispensadores de bienes infinitamente más altos y excelsos:
Estar en un lugar, que no sabemos dónde y cómo, pero junto a Dios, según los creyentes, o estar en un paraíso en que no existe el dolor, en que sólo el amor vive y se siente, en que todo respira amor, en que todo nos conduce a vivir una mejor vida, mientras esperan justarse con sus familiares, amigos, compañeros…
La noticia del accidente del avión alemán fue un mazazo como un enorme psunami devastador, que nos ha helado el corazón, como una montaña que se abre y nos hiela el ser y la voluntad, que nos queda yertos y al borde de la más terrible interrogación:
“¿ Por qué suceden estos mazazos en la vida?” “¿Por qué estos 16 jóvenes que han conocido otras gentes, han aprendido otra lengua, sus ojos se han llenado de la brisa española, de su color y de sus olores, de la risa de sus amistades contraídas, de golpe, lo han perdido todo y sólo el dolor más salvaje ha puesto sus reales en el corazón de todo el mundo sin exclusiones…?
¡Demasiadas vidas rotas! Tras un programa de intercambio. Tras vivir unas semanas inolvidables. Y junto a más de cien personas muertas, con sus amores, sus ilusiones, sus trabajos, sus deseos y sinsabores, su futuro por delante y cuantas cosas forman la urdimbre de la vida…
“El día más negro de nuestra historia”. “Lo más horrible que alguien se pueda imaginar”. De este modo se expresó el alcalde de la localidad alemana de Halter, del colegio Josep-König, del municipio germano.
Eran 16 muchachos, una gavilla preciosa y espléndida en el mismo momento de abrirse a la Universidad para estudiar sus respectivas carreras, pero muertos al perder la vida, junto a ellos 42 españoles, víctima del accidente del Airbús de la compañía Germanwings, que cubría la ruta Barcelona-Düsseldorf…
Había dejado el instituto de Llinars del Vallés (Barcelona) y se dirigían a su localidad para estar ya con los suyos, descansar y volver a la clases para continuar sus ilusionadas en sus pupitres de su centro escolar.
La conmoción en Alemania, ha sido impactante, en España, igualmente como en Francia, y en el mundo entero, sin merma de dolor y de sufrimiento. Porque la juventud, ya lo dijo Rubén Darío es un “divino tesoro”; y éste se pierde se vuela a la negrura del infinito, la sangre derramada de demasiados valores, de demasiados deseos de hacer sus vidas en los puestos de trabajo que la vida les tuviera reservados.
Pero estoy más que seguro, que desde allí donde ahora están, nos están saludando con una sonrisa tan ancha como el mar, porque están en buen lugar. Porque no puede ser de otra manera, porque tanta vida no se puede disolver como un azucarillo en agua. Y es que está en el regazo de una Felicidad que nunca habrán de perder.
Los creyentes así pensamos. Y los que así no piensan, es igual, porque el Todo poderoso no puede abandonar a todo un océano de vida que supone una hermosísima gavilla de muchachos y muchachos que tuvieron la suerte de que les premiaran con esa visita a España, en un intercambio escolar…
