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Aprender a dudar

12 marzo 2015

Todo, o casi todo, se puede aprender. Y todo, o casi todo, al mismo tiempo, es revisable.

Todo, o casi todo, se puede aprender. Y todo, o casi todo, al mismo tiempo, es revisable. Porque no todo lo que creemos saber está cerrado, de modo apodíctico, con ribetes de irrecusable erudición, con el alegre marchamo de que ya no hay resquicio para la duda, la réplica o la contestación. ¡Vano empeño!

Hay períodos de la vida que nos valen para ir escalando la cima de la vida, por medio de nuevos pensamientos, reflexiones, noticias, teorías y consideraciones varias, etc, pero-¡cuidado!- que vamos prendiendo con alfileres, porque lo que deseamos es ir, cuanto antes, ensanchando nuestro gran o pequeño universo de saberes.

Y vamos progresando. Y vamos llenando nuestra “tinaja” de conocimientos, que, a trancas y barrancas, con toda clase de fallos y lagunas, nos van haciendo personas pensantes, llenos de dudas o no, pero ya con una cierta solvencia que nos irá ayudando a desenvolvernos en la sociedad, tan llena de trampas, vericuetos y sofismas, que es preciso salvar, como sea…

Pero tales progresos, muchas veces, son deficientes, en ocasiones, torpes, y en circunstancias, engañosos. Lo que nos llevará a ir llenando esa “tinaja” de manera poco sólida, prendida en unos frágiles hilos que, al menor embate de la vida, se pueden romper.

De ahí que vengan los fracasos, de ahí que lleguen los momentos aciagos en que nuestro amor propio se habrá herido, si empezamos, por ejemplo, a fracasar en el examen de turno, en la prueba que es preciso salvar para tener un puesto de trabajo, o para lograr algo que hemos estado esperando mucho tiempo.

Y empezamos a dudar. Al tiempo que, aunque no nos guste, iniciamos un camino que nos ha de ayudar a ver y saber que el camino hasta entonces recorrido tiene muchos baches y muchas lagunas que rellenar; por lo que, si seguimos encastillados en nuestro orgullo, pueril por otra parte, los próximos golpes van a ser mucho mayores y de más graves consecuencias.

Mientras tanto, tenemos los primeros fracasos. Pero, mientras tanto, también, no nos damos cuenta de que nuestros conocimientos, todavía, son frágiles, a medio hacer, débiles y poco resistentes, y poco ciertos, porque se imbrican en adquisiciones realizadas con demasiadas prisas y excesiva premura, con tal de conseguir lo que está a unos palmos de nuestra siempre anhelante ambición…

Y los años discurren. Y los triunfos y fracasos se suceden al alimón. Pero también, ¡ojo!, que ya hay algo que se interpone ante nosotros con espacios para la duda, que nos llevará a iniciar un camino que nos traslada a eso de lo que empezamos a dudar. Pero, ahora, claro está, no se trata de la duda metódica, universal y filosófica de un Descartes, con su frase: “Je suis une chose qui pense”, ni dicho en latín: “Cogito, ergo sum”: “Yo soy una cosa que piensa”, y “pienso, luego existo”…

Se trata de una duda de andar por casa, más doméstica, que irrumpe cuando van pasando los años. Es decir, cuando los saberes se han consolidados –ahora sí, más o menos- cuando los conocimientos, aunque no muchos, pueden recibir la nominación de ciertos y seguros; aunque sin ahondar mucho, no sea que, todavía, alguna, inoportuna, duda nos salga al paso. Y que son las que más nos hacen pensar, ya que estamos en lugares de una edad, si no provecta, sí ya vaqueteada.

Pero ya estamos, por supuesto, en disposición de pensar y reflexionar sobre mucho de lo que hemos logrado en la vida, que ha sido, habitualmente, a través de unos parámetros muy superficiales, donde, en ocasiones, nos han dado gato por liebre, en momentos que han pasado para nosotros desapercibidos. Sobre todo, en cuestiones políticas y religiosas, porque las científicas, “tres y dos son cinco”, y no cabe el subterfugio, la simulación, la ineptitud del que nos adoctrina, ni le falta de ciencia al que trata de dártela.

Por eso, volvemos al título de esta columna que damos a “Región digital”, con todo interés, para que, modestamente, pueda servir al lector que desee seguirme. Es decir, se impone, quiérase o no, empezar a “saber dudar”. O “atreverse a dudar”. Es decir: saber que mucho de lo aprendido ha podido ser engañoso, tener varias vertientes y perfiles; y, sobre todo, haber asumido principios y normas, que pudieran ser susceptibles de diferentes interpretaciones, o la que hemos hecho nuestra no es la verdadera, o por lo menos es la menos coherente, y, por ende, la menos objetiva.

Sí; ya sabemos que no existe una total e irrefutable objetividad. Que cualquier enunciado puede tener salideros que nos pueden llevar a conclusiones que nunca habíamos considerado, bien por ser algo nunca aprendido o por no haberse expuesta en el “mercado” de los saberes.

De todos modos lo de saber dudar no puede, ni tiene, una carga peyorativa, negativa y entorpecedora, sino, más bien, clarificadora, que ha de tratar de desentrañar lo oscuro y lo complicado con la trasparencia del discurso de la razón y del raciocinio. Y tratar de ver otros autores que pueden defender otras tesis, tener en cuenta otros ángulos ideológicos o científicos, o políticos, o religiosos.

Por lo tanto, en un primer momento, ya conscientes de que no todo lo que hemos acumulado a lo largo del tiempo tiene veracidad sin tacha, hemos de dar el segundo paso, tratando de ir revisando principios, normas, reflexiones, mandatos, consejos y aclaraciones de pie de página que nos han ido sirviendo, sin que nosotros, nunca, hayamos puesto ningún tipo de objeciones.

La primera conclusión a lo que decimos no es otra que se han de desterrar todo tipo de “teologías” al uso, toda clase de racionamientos pontificantes, sin dar ocasión al que trata de aprender de rechazar esto o aquello que no entiende o no acaba de asimilar, por las razones que sean.

La Historia avala lo que decimos, porque, ciertas poderosas instituciones han condenado o descalificado a sabios que con sus teorías han intentado ir desbrozado los caminos de la ciencia. Recordamos ahora las precisiones de Galileo, que en su tiempo, fueron piedra de escándalo, para, recientemente, tener el papa Juan Pablo II, hoy canonizado por la Iglesia, que dar por bueno las teorías heliocéntricas del sabio italiano.

Y podríamos seguir con cientos de ejemplos en que se ha tenido que dar marcha atrás, por apegarse a falsos dogmas que han hecho mucho daño a la ciencia y al acervo cultural de la Humanidad.

Unas dudas, repetimos, que son, precisamente, el medio que tenemos para que el túnel de nuestra ignorancia se pueda ir clareando con la novedad de “otros” conocimientos. Pero es que, además, esa duda es la que hace que el mundo progrese, que la sociedad vaya teniendo mejores asideros para poder vivir una vida moderadamente asumible.

Una duda que nos haga avanzar en el saber, en el conocer, en la marcha hacia la luz de la verdad; y que, aunque ésta no es del todo objetiva, es la menos mala. Y ha de dudar, por tanto, el político, sin amurallarse en sus dogmas, y el profesor, y el médico, y el cirujano, el artesano, el artista, el labrador, y todo aquel que no quiera quedarse en la cuneta de la rutina y en la mediocridad profesional.

El científico viajando y asistiendo a simposios; el médico conociendo nuevos fármacos; el labrador conociendo nuevas semillas, que le den mejores frutos; el político dejando tanta altivez haciendo lo posible para que sus teorías vayan tomando el aroma de otras tesis que puedan dar a sus seguidores mejores asideros para prosperar en su vida; el profesor para que vaya adoptando nuevas didácticas y metodologías, que den a sus alumnos mejores resultados en sus intentos de una integral formación; el cirujano, mejor instrumental con que hacer las mejores operaciones; el artesano, mejores herramientas, y el artista que sepa que el arte no es un mundo cerrado sino que tiene un horizonte ilimitado, que ha de dar cabida a su pequeño, aún, mundo plástico…

Recordad, ante todo lo que llevamos dicho, que los más geniales talentos son los que más capacidad han tenido para la duda, para la réplica, o para refutar lo que parecía inconmovible…Y recordad la frase del filósofo griego: “Yo sólo sé que no sé nada”. Y la siempre relativa seguridad que han tenido los grandes artistas, como Picasso, que, tras sus triunfos esplendorosos en el universo del arte, no dejaba de decir que, a sus años, había aprendido a pintar “como un niño”.

Ya sabemos que el teorema de Pitágoras siempre será el mismo, pero siempre hará revoluciones científicas, como la del relativismo de Einstein, que dio un giro copernicano a la ciencia. Y que el Impresionismo dejó de ser la “vergüenza de Francia”, dicho por el académico pintor Gèron, al presidente, entonces, de la República francesa, para pasar a ser hoy el más esplendoroso testimonio de arte nuevo, hoy bendecido por los críticos más exigentes…

Y podíamos continuar hablando de cómo la duda ha sido, en todo tiempo y lugar, lanzadera para muchas cosas que estaban en la oscuridad, o en la ambigüedad, sin posibilidad de progreso. Y cómo la duda ha iluminado la ingeniería, la arquitectura, la filosofía, creencias y hábitos que creíamos inquebrantables e inamovibles…

Por eso, la duda siempre hará que el hombre/mujer, miren más allá de sus narices, de sus domésticas aproximaciones intelectuales, para ir siempre hacia delante, para saber más y mejor, para ir desbrozando el bosque, siempre intrincado del conocimiento…Salomón, en la Biblia, sólo le pidió a Dios que le diera sabiduría, cuando pudo tener ocasión de rogarle riquezas y poderes…

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