Siempre tiene algo de fascinación buscar el rastro y la huella de un personaje que, siendo famoso y popular, no se tienen de él los datos que todos quisiéramos, por una serie de avatares, ya sean políticos, culturales, sociales y de cualquier otro tipo.
Por otra parte, y de manera paradógica, se conoce de su obra todos y cada uno de los pasos que hubo de dar para llegar a alcanzar los laureles que le pudieron encumbrar hasta un pedestal de grado y brillantez supremos. Es decir, se sabe hasta los últimos detalles de su obra cultural, ya sea novelística, poética, teatral, de ensayo, etc., pero muy poco, o casi nada, de su peripecia vital, puramente biográfica. .
Éste es el caso de Miguel de Cervantes Saavedra, nuestro genio por antonomasia en el parnaso de las letras. El autor de la mejor novela de todos los tiempos, que todos admiran y el universo hodierno de la cultura no ha mermado un ápice en su valoración. Y es más en el sentido a que nos referimos, pues sólo un libro suyo, “El Quijote”, habría sido suficiente para que como luminaria universal hubiera enneblinado u oscurecido la biografía de este hombre, que de ningún modo, le acontece lo que a Shakesperare, del que existen en las librerías toda una serie de biografías bien documentadas, como de otros muchos autores que en el mundo han sido.
Así las cosas, parece que el nombre y todo cuanto se movió alrededor de Cervantes empieza a moverse; en primer lugar, a través de revistas especializadas, que se han impuesto el reto de buscar al “individuo”, a la persona, comenzando, en primer lugar, por el sitio donde descansan los restos de nuestro primer novelista.
Parece ser que, según nuestros datos, uno de los investigadores que se ha impuesto tal tarea es Francisco Etxeberría, que se hizo eco de que el cuerpo momificado, o no, del Príncipe de las Letras españolas, pudiera hallarse en la primitiva y modesta iglesia del Convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso (Madrid), donde fuera enterrado en el año 1616; lo que, por otra parte, parece ser que los científicos están casi a punto de constatarlo. Pues se ha de tener presente que el autor del Quijote tenía una fuerte relación con la Orden Trinitaria, la cual habría pagado su rescate, según todos los datos históricos que se poseen.
Lo que se ha de subrayar este hecho, pues el lugar donde yacen los restos de nuestros grandes hombres, tras su fallecimiento, más o menos confuso, nos puede dar pistas y referencias sobre las peripecias que, en vida, pudieran haber ocurrido al personaje de quien se trate.
En todos estos retos de tanta valía histórica, se han involucrado historiadores como Fernando de Prado y el investigador técnico en georradar, Luis Avial, junto con el científico anteriormente mencionado. Un especialista en momias habrá de completar el equipo que ha de buscar lo que pretende el presente proyecto. De todas formas, como se ha significado, el intento de todo cuanto se oriente a la búsqueda de los datos que han de dar luz a la que sería interesante biografía del genio que nos ocupa, nos puede dar la oportunidad, como dice Francisco Etcheverría, de que “tener los restos inertes en las manos, sientes que has tenido la oportunidad de conocer personalmente al individuo”.
Pero¿ cómo era y quién era Cervantes? Pues hasta ahora hay mucho de literatura acerca de su persona, destellos de imaginación, datos extraídos de aquí y de allí, pero se carece de sólidos datos que nos aproximen, sin genero de dudas, a su verdadera personalidad, a su peripecia vital, a toda esa cadena de momentos que van haciendo la biografía de los hombres, a lo largo de su existencia, más o menos llena de avatares.
Se han barajado varios retratos de Cervantes, pero ninguno de ellos sin sombra de dudas acerca de su autenticidad física. A este respecto, José Manuel Lucía Mejías ha escrito esto, al respecto: “Poco sabemos de Migue de Cervantes. Poco o nada. Y menos todavía sobre su aspecto físico, un retrato que se ha ido construyendo a partir de una invención literaria, antes que de datos y descripciones reales…” Un recorrido, sigue diciendo, “sobre los primeros retratos de Cervantes, su origen y fuentes, resulta el mejor camino para comprender los silencios y misterios que aún rodean al mejor de los escritores en lengua Castellana”.
No quitamos ni ponemos un ápice a lo dicho por este especialista cervantino, porque así es cuanto sabemos de este hombre que fue luminaria universal en las letras, y el mejor novelista de todos los tiempos, con su obra “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha”.
Una de las lagunas que este investigador rastrea es que Cervantes no tuvo en vida alguien que se interesara realmente por su persona, en cuanto a autor de obras tan excelsas, ni áulicos ni de otro tipo, por una serie de razones que no se le alcanzan. ¿No tenía amigos “que le quisieran adornar sus libros con sonetos campanudos…” ¿Nadie se interesó por su obra? Aunque sí sabemos que no le faltaron enemigos furibundos, como el llamado Fénix de los Ingenios, que no fue otro que otro de los monstruos españoles en las letras, Félix López de Vega Carpio, que llegaría a escribir de él estas palabras:
“De poetas, no digo; buen siglo es éste. Muchos hay en ciernes para el año que viene; pero ninguno hay tan malo como Cervantes, ni tan necio que alabe a don Quijote”. No puede ser más demoledor este aserto de Lope, aunque ya, por otra parte, el mismo Cervantes, había hablado de esa “gracia que no quiso darme el cielo”, refiriéndose a sus carencias en el arte de la versificación.
Pero si Cervantes, volviendo a la carencia de datos y referencias hacia su persona física y a su trayectoria real por las vida que le tocó vivir, sí que no nos resistimos a quedar reflejado en este lugar esta primorosa definición del rostro cuya cabeza urdió el mejor relato novelesco que pluma alguna escribiera a lo largo del tiempo:
“Éste que veis aquí, de rostro aguileño, de cabello castaño, frente lisa y desembarazada, de alegre ojos y nariz corva, aunque bien proporcionada; las barbas de plata que no ha veinte años fueron de oro, los bigotes grandes, la boca pequeña, los dientes ni menudos ni crecidos, porque no tiene sino seis, y ésos mal acondicionados y peor puestos, porque no tienen correspondencia los unos con los otros; el cuerpo entre dos extremos, ni grande ni pequeño, la color viva, antes blanca que morena; algo cargado de espaldas, y no muy ligero de pies; éste digo que es el rostro del autor de La Galataea y de Don Quijote de la Mancha, y del que hizo del viaje del Parnaso…”
Parece un párrafo cincelado en bronce con gubia experta y definitiva. ¿Puede haber mejor retrato de Cervantes que el que acabamos de transcribir? Se habla luego en este hermoso símbolo de comunicar lo que refleja cada uno ante los demás, que “fue soldado muchos años, y cinco y medio cautivo, donde aprendió a tener paciencia en las adversidades. Perdió en la batalla naval de Lepanto la mano izquierda de un arcabuzazo, herida que, aunque parece fea, él la tiene por hermosa, por haberla cobrado en la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros…”
Parece ser que Cervantes que cuando frisaba en los 66 años, escribió tan memorable retrato de sí mismo, al inicio de sus también famosas “Novelas ejemplares”. De todas formas, ahí quedan para la historia de la literatura unos destellos de gran empaque literario, un texto verdaderamente excelso de cómo se puede reflejar en un simple escrito, no sólo los rasgos fisonómicos, sino todo cuanto los aureola con frases y definiciones de alto valor estético y estilístico. Tanto es así que este ejemplo de autorretrato ha quedado como paradigma de aproximación no sólo al físico, insistimos, de una persona sino a su más honda psicología.
Se ha escrito que, a principios del siglo XVIII, apareció el primero de sus retratos, concretamente en la primera edición de lujo del Quijote, la que, según Lucía Mejías vio la luz en Londres, en los talleres de los Tonson, en el año 1738, a costa de Lord Carteret. Éste mismo autor sigue informándonos que nuestro genio sería representado en dos ocasiones: en el frontispicio y un grabado que representa el momento en que recibe del sátiro el arma que le permitirá, con el apoyo de las musas, adentrarse en la floresta literaria para acabar con los monstruos y despropósitos de la mala literatura. Ambas obra, concluye el profesor, “llevan la firma de John Vanderbank”.
Otros retratos de Cervantes han ido “exhumándose”, como un grabado de Folkema, al comienzo de las Novelas Ejemplares. Hasta llegar al famoso y popular retrato que impulsara la Real Academia Española, desde el año 17773, y vería la luz en la prensa de Madrid, concretamente de Joaquín de Ibarra, en 1780, que, al decir de nuestro citado investigador, José M. Lucía Mejías, “conlleva la canonización española de la obra cervantina”. “De aquí, -sigue afirmando-a las representaciones de los pintores realistas del siglo XIX, sólo hay un paso.
No ha acabado aquí la reseña virtual, o aproximada de los retratos cervantinos, ya que citado autor hace referencia, preguntándose, qué ha podido acontecer con el retrato que dice Cervantes le había hecho el “famoso don Juan de Jáuregui”. De él nada se supo, nos advierte, “hasta que, en 1910, fue donado a la RAE por José Albiol, profesor de la Escuela de Artes y Oficios de Oficios.
Sólo nos resta añadir que, en la actualidad, ha aparecido una formidable novela histórica, sobre la vida de Cervantes, cuyo autor es Luis García Jambrina, profesor de literatura en la Universidad de Salamanca, autor del best seller “El manuscrito de piedra” y de “La sombra del otro”.
De tal obra, Manuel Caballero Bonald, ha escrito: “Leí La sombra del otro a renglón seguido de recibirla. Y la leí, como suele decirse sin levantar la vista del texto. Es muy atractiva, muy inteligente y muy bien construida. Y, sobre todo, considero un acierto la invención del personaje Antonio de Segura, hilo conductor y contador de la historia. De ese modo la personalidad de Cervantes adquiere aquí un auténtico rasgo humano, lejos de mitos y rémoras. Su biografía- continúa expresando- reaparece en el libro como un extraordinario compendio de lucidez y verosimilitud: la oscura vida de un perdedor, de un hombre desengañado y un escritor frustrado. La antítesis de Lope, como bien se ve…”
Luego habla de su prosa, “sin contagios ni arcaísmos artificiosos, pero muy eficiente y bien dosificada dentro de la tonalidad lingüística de la época…”