INTRODUCCIÓN.
He recibido la grata misión, y a la vez, el difícil empeño, de llevar a cabo un trabajo sobre la vida y la obra de don José Reveriego Pedrazo, un sacerdote de Cristo, cuya trayectoria ha sido señalada por el pueblo de Cáceres con letras de oro, y, sobre todo, por los feligreses de su última parroquia -San Blas-, desde el año 1952 a 1998. De ahí que mi pluma, o mejor dicho, las teclas de mi ordenador, deberán encontrar, parafraseando a María Zambrano, las palabras exactas con las voces justas, para realizar dignamente mi trabajo. Una tarea nada fácil, pues su vivencia fue ardua, y su ruta, henchida de múltiples quehaceres, sin cesar su aliento apostólico hasta su misma jubilación, que le sería impuesta por su frágil salud. Pues abruma leer su “currículum”, nos pasma su incansable labor sacerdotal, y admiramos en alto grado cuantos pasos fue dando para bien de la Iglesia, para el provecho de la diócesis y, especialmente, para sus feligreses, que tanto lo quisieron y admiraron.
De físico magro y enjuto, desde que lo conocimos en los lejanos años del Seminario Conciliar de Coria, en medio de las precarias circunstancias de una posguerra civil, dentro de una de una época en que tenía su asiento toda clase de penurias sociales. Su labor pastoral, desde que recibiera el encargo de ser cura Ecónomo de Herrera de Alcántara, en 1953, hasta su jubilación como párroco en San Blas de Cáceres, en 1998, puede decirse que ha sido ingente y llena de fecundo apostolado, de buenas obras y ejemplaridad modélica.
Cada uno de sus pasos tuvo como resultado el logro de nuevos peldaños diocesanos, hasta llegar a la capital, en la que sigue residiendo en la actualidad, ya descansando de tantos avatares y servicios. Sus primeras misiones pastorales, como capellán, coadjutor, delegado de Obras Misionales y Consiliario del Centro Interparroquial de la J.O.C, le fueron propiciando alcanzar la definitiva estación, en que tantos frutos alcanzaría junto a sus amados feligreses. Primero al frente de una vieja ermita, y, posteriormente, en un aseado y limpio templo, muy acreditado en la ciudad por sus incontables actividades religiosas, y muy popular por sus fiestas y romerías a las que, anualmente, acuden grandes contingentes de cacereños.
Pero don José Reveriego no sólo se movió en los exclusivos márgenes del pastoreo parroquial, sino que, dadas sus virtudes, sus dotes de comunicador, dinámico talante y conocida solvencia en tantas vertientes clericales, fue requerido para servir otros cargos en la diócesis de Coria-Cáceres, que tendrán su correspondiente comentario en las siguientes páginas. En todos estos menesteres, dejó una huella imborrable de su saber hacer, de su clara inteligencia, dotes de organizador, gran carisma con sus feligreses y cálida sintonía con todos sus compañeros. Por todo ello, los doctores: Llopis Ivorra, Domínguez Gómez, Benavente Mateos y Cerro Chaves, bajo cuyos episcopados trabajó como sacerdote, no dejaron de contar con él para ponerlo al frente de diversos cargos eclesiales, de especial responsabilidad. Por todo ello, nuestro sacerdote puede estar muy satisfecho de las metas que alcanzó, mientras iba sembrando la semilla de Cristo, a través de una labor pastoral plagada de abundantes proyectos religiosos y humanos, particularmente en su última misión parroquial
De esta manera, y en definitiva, puede decirse que su parroquia de San Blas, bajo el hábil timón de este cura ejemplar, fue como una gran casa en que tenían cabida todos los que a ella se acercaban recibiendo el consejo y el aliento en todo aquello que les fuera necesario. Pero que, a su vez, tampoco le faltó a don José el entusiasmo y el estímulo de todos sus feligreses, que levantaron, junto a este su pastor, una iglesia viva y dinámica, no limitada a encerrarse en sí misma, sino que proyectó el mensaje de su labor pastoral a la ciudad, a la vez que se hacía viajera, en peregrinaciones a muchos lugares emblemáticos del país y en excursiones culturales a sus más diversos puntos.
Su programa de acción siempre fue múltiple y variado, como lo era su carácter y su talante, modesto, humilde y siempre sobrio, pero fecundo en múltiples obras. Como lo eran sus incesantes proyectos, iniciados en una antigua ermita, para convertirse, andando el tiempo, en un hermoso templo parroquial. Proyectos que no sólo se circunscribían a lo puramente religioso, sino a otros muchos aspectos, para el buen provecho de la feligresía, que, siempre a bordo de la barca de San Blas, no dejaba de navegar, a lo largo de muchos años, por la ruta marcada por este experto piloto.
Invito, finalmente, al lector a que, ya leída esta introducción, se introduzca por los vericuetos, llanuras y cimas de nuestro relato biográfico, empedrado de datos y curiosidades, vertidas a través de las páginas siguientes, que espero y deseo estén llenas de curiosidad para el lector, porque su protagonista gozaba de plurales méritos para hacer sugestiva la andadura de su trayectoria, cuyos pasos siempre estuvieron orientados a conducir rectamente a su grey y a fortalecer los muros espirituales de una modesta iglesia, con los mejores mimbres de su encendido apostolado.
.
1.- Rasgos biográficos.
“Un 18 de octubre, justo el día en que se jubilara -pero de 1926- vio la luz en Malpartida de Cáceres”. Son palabras de María Luisa, hermana de José Reveriego Pedrazo, que, con otros numerosos datos, me ha trasladado en una libreta, donde, con bella y bien perfilada escritura, me han servido de primera fuente para este modesto trabajo, sobre la vida y la obra de este singular sacerdote.
Corría, pues, el año 1926, cuando tenía lugar su nacimiento. En España, lo más destacado era el pronunciamiento militar, fracasado el día de San Juan, la limitación de la jornada de trabajo a ocho horas, un plan de construcciones escolares y la reforma de la Administración Local. Con respecto a Cáceres, se ha de señalar que era inaugurado el monumento erigido en el parque de Cánovas al poeta Gabriel y Galán, mientras que en este mismo año terminaba la era del obispo, don Pedro Segura Sáenz, que, al decir del conde de Canilleros, “directa o indirectamente, había influido en todas las actividades, marcando un cambio radical”. Y por lo que respecta a Malpartida de Cáceres, su lugar de nacimiento, la vida de este pueblo discurría entre la rutina de un núcleo eminentemente rural, con pocas perspectivas de vida para sus vecinos, pues todo lo llenaba el trabajo del campo y la ganadería, más algunas otras dedicaciones comunes al resto de la provincia.
El padre de José, Francisco Reveriego Domínguez, trabajaba habitualmente como labrador, dedicándose durante toda su vida a las faenas y labores del campo. Fue una persona jovial y con gran sentido del humor, adornado de un carácter entrañable y muy querido por su esposa y sus nueve hijos, así como por todos cuantos lo conocían. Son datos que se ajustan como anillo al dedo a esas páginas de Gabriel y Galán, cuando el gran poeta, castellano-extremeño, cantaba las virtudes campesinas de la tierra, donde una paz virgiliana y el trabajo honrado son alabados por su inspirada lira. Su madre, María Juana Pedrazo Godoy, “con firmeza, rectitud e inteligencia”, dedicó toda su vida a cuidar y educar a su numerosa prole, de los que, actualmente, viven seis. De apellidos sonoros, y con resonancia histórica el segundo, me hace recordar el de cierto afamado personaje pacense, que alcanzó puestos de relevancia política, como privado del rey Carlos IV: Manuel Godoy.
Para cerrar esta presentación biográfica, invitamos al lector a que visualice, en la fotografía adjunta, a nuestro joven José, junto a sus ocho hermanos, elocuente testimonio de aquellas numerosas familias que, en los años 40 y 50, tanto abundaban en España. En segunda fila, y con semblante serio, están dos hermanas, altas y espigadas, pareciendo cortejar al hermano mayor, José, quien, cual eje de la entrañable escena, está mirando fijamente a la cámara. Uno de los pequeños, todavía bebé, es acunado por otro hermano, sentado en una silla. El escenario del fondo y el caballito de feria, casi oculto, nos hablan de épocas de gran sabor popular. Repárese, también, en la diferencia de edad entre los tres hermanos mayores y el resto de ellos. El posado se ha hecho en un día de época estival, muy propia para que nuestro protagonista, siendo seminarista en vacaciones, estuviera presente, con traje de fiesta, chaqueta cruzada y corbata.
2.- Primeros estudios. Su marcha al Seminario.
Los estudios primarios de don José Reveriego tendrían lugar en una de las escuelas públicas del Malpartida de Cáceres, donde los maestros, de acrisolada vocación a su alta misión pedagógica, (tantas veces exaltada, pero poco reconocida socialmente) cumplían correctamente con su deber, en medio de un pasar lleno de privaciones y carencias. Es obvio puntualizar que nuestro muchacho siempre dio muestras de disciplina, buen comportamiento y atención a las explicaciones recibidas, junto a sus compañeros, donde las “cartillas”, 1ª, 2ª y 3ª, y luego la enciclopedia, más la pizarra y un cuaderno, eran todos sus utensilios de aprendizaje. En la sala de clase estaban presentes los cuadros del “Caudillo”, de José Antonio y la Inmaculada, efigies que presenciaban, diariamente, el rezo de la oración, al comienzo y al término de las tareas escolares, sin ninguna calefacción en invierno, a excepción del brasero colocado debajo de la mesa del docente.
Así las cosas, en un primer momento, el futuro de nuestro muchacho se iba a reducir a la vida del pequeño horizonte de su pueblo, en medio de las circunstancias señaladas, lo que suponía continuar el oficio paterno, de labrador, en un cerrado ambiente rural, algo muy habitual en el entorno provincial cacereño. Pues eran pocos los chicos que, una vez finalizados los estudios de Enseñanza Primaria, se trasladaban a Cáceres para continuar con los de Bachillerato, ya que la mayoría de ellos, o se dedicaban a tareas campesinas, o aprendían un oficio, como hacerse botones de banco, peones de albañil o dependientes de comercio. Pero a José lo llamó Dios para la más alta misión: hacerse sacerdote de Cristo.
No obstante, es preciso matizar que, aunque siempre dio muestras de una “ferviente vocación sacerdotal que, finalmente, acabó haciéndole sacerdote, a diferencia de sus hermanos nunca fue monaguillo”, nos vuelve a notificar su hermana María Luisa. Pero los destinos de Dios, como son inexorables, hete aquí que, circunstancialmente, al pasar por el pueblo unos padres capuchinos, con ocasión de unas jornadas misionales, realizadas en abril de 1942, uno de ellos, el padre Marceliano de Villavermudo, hizo todo lo posible para animar al chico a entrar en el Seminario Conciliar de Coria.
“Un examen, del entonces obispo, monseñor Barbado Viejo, de la Orden dominica, le sirvió para su ingreso en el Seminario Conciliar de Coria” -nos vuelve a apuntar dicha hermana, donde estaba ubicada la capital de la diócesis, una de las más antiguas de España. Allí pasó 10 años, y no 12 como era lo habitual, ya que, al ingresar un poco mayor, pudo hacer, en dos ocasiones, dos curso en un año; los que rememora el seminarista “con cierta nostalgia y mucho agrado”. Su primer curso se iniciaba en octubre de 1942, tras de haber finalizado la guerra civil, con todo lo que esto suponía de penuria económica y abundantes estrecheces.
En los primeros cinco años, sus estudios estaban constituidos por las asignaturas llamadas de “Humanidades”, las que giraban alrededor del Latín, durante los cinco primeros cursos de los estudios en el Seminario. De tal modo era así que, si el alumno, en la clase, verbalizaba algo en español, el profesor lo reprendía con estas palabras: Nullam praeter latinam linguam intelligo; lo que, dicho en romance, significa: “No entiendo ninguna otra lengua que no sea el latín”. Al final de cada curso, las calificaciones recibidas por nuestro seminarista eran, por lo general, de meritissimus y notabiliter meritus, y algún meritus, que traducido al castellano, eran de sobresalientes, notables altos y aprobados. Todo esto hacía que sus padres se sintieran satisfechos del excelente comportamiento de José, lo cual era aún más valorado por el gran sacrificio que debían hacer al tener que pagar sus estudios, al tiempo que era preciso prescindir de él en la ayuda diaria a su padre, en las labores del campo.
Finalizados sus estudios de Latín y Humanidades, accede a los de Filosofía, que, dicho sea de paso, eran impartidas las asignaturas en latín, un esfuerzo añadido que los seminaristas, de este tramo académico, habían de realizar. Como en cursos anteriores, era bueno su aprovechamiento en estas nuevas disciplinas, ya que el ritmo de sus estudios no sólo no disminuía, sino que aumentaba, como se agudizó su sentido del deber en tales años seminarísticos, con forme iban pasando el tiempo. Fueron tres cursos de Filosofía los que absorbieron su tiempo, donde desplegó sus grandes ganas de ir caminando hacia la meta suprema, que no era otra que hacerse sacerdote.
El tercer escalón de sus estudios, en el Seminario Conciliar cauriense, estaba integrado por cuatro años de Teología, que habían de prepararlo para el momento hacia el que todos sus esfuerzos estaban orientados. Nuevas calificaciones, altas y merecidas, y nuevas perspectivas con otras vivencias, donde los profesores solían brillar en solvencia profesional y preparación académica. Calificaciones que no cesarán en su excelencia, pues, ante los documentos y papeletas revisados, una vez ya como sacerdote, en los “Exámenes Trienales”, se observa lo que decimos.
3.- Recibe las Sagradas Órdenes.
Su sólida preparación en los estudios haría que José fuera, progresivamente, ascendiendo al grado más alto que le confería ser sacerdote de Cristo; aunque, previamente, había de recibir otras órdenes, llamadas Menores, las que le irían dando las fuerzas suficientes para verse muy pronto en ese estadio supremo, por el que se había esforzado, durante muchos años, a fuerza de voluntad, dedicación y sacrificio.
El primer paso en el camino mencionado, fue el de la recepción de la denominada clerical “tonsura”(en la actualidad, eliminada, como el negro traje talar, de larga botonadura y alzacuello blanco), que consistía en practicar en la coronilla del futuro clérigo una especie de círculo, con el pelo cortado. Pues bien, dicha tonsura la recibe, junto a sus dieciocho compañeros, cursando ya estudios teológicos, el 22 de diciembre de 1950. Era, a la sazón, obispo de la diócesis, el dr. don Manuel Llopis Ivorra, de grata recordación por su dinámico apostolado e incansables obras realizadas en la diócesis de Coria-Cáceres. Al día siguiente, el 23 del mismo mes, recibía las órdenes de Ostiariado y Lectorado, para finalizar este escalón eclesial con las de Exorcistado y Acolitado.
Al término de su carrera eclesiástica, ya completados los cursos rituales, José Reveriego Pedrazo sería ungido sacerdote de Cristo, en la ciudad de Coria, el día 7 de junio de 1952. Sacramento del Orden, que recibiría de mencionado Prelado, siendo la primera ocasión, en su pontificado, que ejercía en tales menesteres.
4.- Su “Primera Misa”.
El pueblo se había vestido de gala para la gran ocasión. Una bandera, izada en lo más alto de la torre parroquial, ondeaba al viento, como signo y testimonio del gran evento que todo el pueblo de Malpartida de Cáceres iba a tener ocasión de vivir y contemplar. Sólo cuarenta años atrás, la localidad había disfrutado de las mismas fiestas, de entusiasta sello popular, en las que nadie quedaba al margen, entre el alegre volteo de campanas y la gozosa satisfacción de todos, por sentirse felices al ver a uno de sus convecinos recibir la gracia de convertirse en Sacerdote.
Era el gran día para José Reveriego, en que cantaba su primera misa, el 4 de julio de 1952, en la iglesia parroquial de su pueblo natal, Malpartida de Cáceres, cuyos habitantes se volcaron literalmente en acompañar y arropar al nuevo presbítero, cuyo sacramento había recibido “con temblor y emoción”, al no creerse digno de tan excelso regalo de Dios. Tal era el contento y la dicha experimentada que no faltaron personas involucradas en hacer más entrañables tales actos, como el secretario del Ayuntamiento, don Francisco Tapia, que compuso para la ocasión unas coplas que todo el pueblo cantaría y que decía así, entre otras cosas:
“El día 4 de julio del año 52,
canta y vibra Malpartida,
como antaño ya cantó”.
Este “antaño” a que se refiere la popular copla, viene de 40 años atrás, en una misa oficiada por don Miguel Pedrazo, un familiar suyo. Fueron sus padrinos eclesiásticos, de altar, el Rvdo. don Desiderio Cascos Sánchez, cura arcipreste, de Alcántara; de honor: el Rvdo. don Ángel Ruano Mesa. Y los padrinos seglares, de altar: don Antonio Agúndez Agúndez, y su esposa, doña Ana Reveriego Domínguez, tíos del misacantano. Y de honor: don Eduardo y doña Angelina Gutiérrez de Castro. El orador sagrado fue el sacerdote, licenciado, don Jesús San-Pedro García, brillante profesor y superior del Seminario de Coria.
Junto a él se ordenaron sacerdotes los siguientes compañeros: Juan Francisco Arroyo, el 31 de mayo de 1952. Y, en igual fecha: Florentino Bermejo, Vidal Bravo y Félix Carrondo. Remigio García se ordenaría, el 7 de junio de 1952, y, en igual fecha: Antonio Gómez Márquez y Julián González Mordillo. José Manuel Castaño Mirón y Severiano Rosado Dávila, el 6 de julio de 1952. Algunos de ellos ya han fallecido, pues son muchos los años transcurridos, desde que tal evento ocurriera. Y los restantes ya son párrocos eméritos, jubilados, aunque no totalmente, pues la escasez de clero es tan grande que no pocos han de seguir en la brecha, aunque ya con fuerzas más limitadas.
Fue este año de 1952, un tiempo de decisiva importancia para la Iglesia española, puesto que tuvo lugar la celebración del XXXV Congreso Eucarístico de Barcelona, que llegó a acaparar la atención de todo el mundo católico, en que los medios de comunicación trataron de potenciar tan señalado evento, especialmente el periódico “Extremadura”, como hemos podido observar. El himno para tal ocasión fue el que compusiera el entonces famoso poeta y escritor, José María de Pemán. Por su parte, el Obispado de Coria publicó una Comunicación haciendo reflexiones sobre tan grandioso acto, y, además, la Diócesis enviaría una Comisión.
5.- Primeros cargos desempeñados.
Por fin, después de los preámbulos mencionados, nuestro joven clérigo va a tener ocasión de pisar el suelo apostólico, “en vivo y en directo”, muy unido al pueblo llano, que siempre suele esperar al nuevo cura con curiosidad y entusiasmo; aunque, en ocasiones, tarde en adaptarse a él por una serie de circunstancias, en las que no vamos a entrar. Pero así es. De todas formas, antes de hacer la crónica de los lugares por donde comenzaría a poner en valor su formación sacerdotal, hemos de hacer mención del llamado Convictum, por el que, según norma diocesana, debía pasar, con sus compañeros de curso, José Reveriego, a fin de realizar las prácticas pertinentes y técnicas pastorales, para saber moverse en la parroquia asignada por el Obispo. Convictum, nombre popular que respondía al de Instituto Sacerdotal Diocesano, de San Pedro de Alcántara. El tiempo de preparación sería de un año, siendo su primer director el padre don José Luis Cotallo Sánchez, de brillante trayectoria sacerdotal por su carisma personal y notables cualidades intelectuales, Rector y profesor del Seminario, brillante orador, y director del Colegio Diocesano, de Cáceres, a quien tuvo, el autor de este trabajo biográfico, la ocasión de conoce y admirar.
Después de permanecer durante un curso en el Convictum, ubicado en un local de la calle Cambero, número 2, de Cáceres, nuestro joven clérigo empezaba su gran “aventura” sacerdotal, con sus primeros destinos parroquiales, que describimos acompañando fechas de entradas y de salidas de tales ministerios. A saber:
Cura Ecónomo de la Parroquia de San Sebastián, de Herrera de Alcántara. (13 de julio de 1953 - 4 de octubre de 1954). Capellán del Pantano de Gabriel y Galán, de Guijo de Granadilla, (4 de octubre de 1954-14 de julio de 1956). Delegado Diocesano de Obras Misionales Pontificias (24 de septiembre de 1956-1 de septiembre de 1989). Consiliario del Centro Interparroquial de la Juventud Obrera masculina, de Acción Católica. (29 de noviembre de 1956). Coadjutor de la Parroquia de San Mateo, de Cáceres. (14 de julio de 1956 - 25 de enero de 1959).
6.- Otros nombramientos diocesanos.
Transcurrido el tiempo, fue recibiendo, sucesivamente, otros nombramientos diocesanos que señalamos para conocimiento del lector, los que nos han sido facilitados en el Obispado de Coria-Cáceres:
Vocal electivo de la Comisión Provincial, de Cáceres, de la Junta Central de Información, Turismo y Educación Popular. (25 de abril de 1964). Procurador y abogado de Oficio. (28 de mayo de 1965). Consiliario y Vocal Eclesiástico de la Junta Provincial de Protección a la Mujer. ( 23 de enero de 1968- 28 de abril de 1977). Encargado del Servicio Religioso de la Casa Hogar, de la Inmaculada Concepción; actuando en el mismo en funciones de Capellán. (23 de enero de 1968). Examinador Prosinodal, por el tiempo de 10 años, a tenor del canon 385 (17 de febrero de 1968-28 de abril de 1977). Juez Prosinodal (20 de abril de 1963-28 de abril de 1977). Delegado Diocesano de la C.E.C.A.D.E. (Comisión Episcopal de Cooperación Apostólica Diocesana con el Exterior) (27 de noviembre de 1969-1 de septiembre de 1989). Consejero del Consejo Presbiteral Diocesano. (31 de octubre de 1972). Vice-Arcipreste Virgen de la Montaña, de Cáceres (21 de julio de 1969- 21 de julio de 1972). Vice-Arcipreste de Cáceres (10 de diciembre de 1987). Por un período de cinco años, siendo obispo de la diócesis monseñor don Jesús Domínguez Gómez. Notario de la Curia Diocesana. (1 de septiembre de 1989-17 de septiembre de 2003). Por un período de cinco años, siendo obispo de la diócesis, el Dr. don Jesús Domínguez Gómez. Director de las Obras Misionales Pontificias, y Delegado diocesano de Misiones y Propagación de la Fe. Cargo desempeñado durante 33 años, hasta que cesa en él, el 27 de septiembre de 1989. Notario-Actuario del Tribunal Eclesiástico de la Diócesis, de Coria-Cáceres. Por un período de cinco años, siendo prelado monseñor don Ciriaco Benavente Mateos (1 de marzo de 1994-10 de septiembre de 2004). Encargado de la Capilla del Cementerio Municipal (10 de noviembre de 1998).
Se ha de mencionar, de manera especial, igualmente, otros nombramientos recibidos por nuestro clérigo, como el de Profesor de Religión, en los colegios privados de la ciudad de Cáceres, “Pauditerion” y “Las Carmelitas”. Centros de gran prestigio y proyección popular, por lo que su actividad catequética, y de formación religiosa, fue de gran eficacia y aprovechamiento, dado el rigor y seriedad con impartía tales disciplinas. Otros varios sacerdotes de la diócesis cumplían con la misión de ser profesores de algún colegio privado, siendo elegidos los más capaces y brillantes, ya por estar licenciados en cualquier especialidad académica eclesial, o por su acreditada trayectoria pastoral.
7.- Cura Párroco de San Blas, de Cáceres.
7.1. De antigua ermita a iglesia parroquial.
Tras el preámbulo, o pórtico de su andadura sacerdotal, en que nuestro joven clérigo fue templando sus armas eclesiales, en varios núcleos rurales, hasta recalar en la ciudad de Cáceres, (plaza ésta muy apetecida, obviamente, por los sacerdotes diocesanos, a fin de hacerse cargo de una de las nuevas parroquias creadas por el Obispo Llopis Ivorra), pasamos ahora a considerar su trayectoria como párroco de San Blas, de dicha ciudad.
José Reveriego sería nombrado por dicho Prelado, en 1959, párroco de San Blas, de Cáceres, cuyo santo titular presidía una de las ermitas existentes a las afueras de la capital; la que, posteriormente, se convertiría en iglesia parroquial, a fines del año anterior, después de cinco siglos de existencia. Mas, antes de seguir adelante, deseo introducir, sobre tal ermita, un pequeño comentario estilístico, a guisa de poema, con versos sencillos, tomados de mi libro inédito, “Cáceres. La piedra y la lira”:
Del siglo quince es la data
de este silencioso templo,
con su perfil muy cercano
y de entrañable fachada,
luminoso y franciscano
por su sello popular.
Que vive el aire entornado
de una adusta barriada,
con moradas
apostadas
en entorno relajado;
donde sobrios cacereños,
cual humildes habitantes
se dedican al trabajo,
con sus cristianas costumbres,
“ni envidiosos ni envidiados”.
Muros de mampostería,
de escasa altura
y parco empaque,
su exterior recubrirían,
y luego rematarían
unos pequeños sillares,
que le dan cierta hermosura.
Tres armoniosos arcos,
de medio punto,
insinúan cabalgar
sobre un pórtico modesto;
a la vez que, cual adorno
ritual,
se abre entre ellos un óculo,
como un soplo de aire
azul, inmerso,
en la sombra de un misterio…
Y una nave, sin vértigo,
de frágiles perfiles,
sostienen muros
sumarios,
de sincopada factura,
en ábside terminada
que con gracia la remata,
pero sin nada especial,
por modesta,
y por el timbre moreno
del tapial…
Salomónicas columnas
sostienen bello retablo,
que, cual celoso joyero,
con todo amor guardará
algunas pocas pinturas
que se pueden contemplar…
Y, en el centro,
la columna de San Blas,
entre cercano y enhiesto,
muy querido y popular.
que robará las miradas
de todos cuantos se acercan
a este gran mártir de Dios,
de Sebaste, alto prelado,
cuya épica mayor
sería su vida entregar,
llevado de su gran amor.
El nombramiento de párroco lo obtendría mediante concurso general (Decreto de 23-12-1858), para luego tomar posesión de dicha parroquia el 25 de enero de 1959, en la que actuó como sacerdote delegado el Rvdo. Sr. don Desiderio Cascos Sánchez, párroco de Ceclavín (Cáceres). Pero esta precaria situación no podía continuar, por lo que la ermita, según datos tomados de apuntes personales de don José, se convertiría en un templo no exento de armonía y de mayores proporciones que, posteriormente, se convirtió en otra parroquia de la ciudad, que cada vez crecía más.
Así las cosas, el entonces prelado de la diócesis, el dr. Llopis Ivorra, ordenaba que dicha ermita quedara incluida en el arciprestazgo “Virgen de la Montaña”, por decreto de 24 de enero de 1959. En este mismo año, la nueva parroquia quedaría dotada de todo lo necesario para el culto, como un sagrario, de estructura metálica, una custodia de plata, los pasos del “vía crucis”, una cruz y dos ciriales, dos copones y algunos libros. Al año siguiente, dos feligreses, don Cándido y señora, regalaban una imagen de madera del patriarca San José. Así mismo, sería comprado un palio bordado en oro y unas capas pluviales blancas.
En agosto de 1961, eran acometidas las obras de adaptación para transformar en parroquia a la vieja ermita, que fueron dirigidas por el arquitecto Joaquín Hurtado, y construida por el contratista valenciano, Vicente Muñoz Pomer. Se le añadía al templo el antiguo portal, son suprimidos los altares laterales y el coro, y es arreglado el tejado. Por fin, sería inaugurada la nueva iglesia, el 25 de enero de 1962, y, transcurrido un año, se la dotaba de algunos bancos y de otros objetos litúrgicos.
En 1964, don Benigno Tovar Domínguez era nombrado coadjutor de la parroquia, quien, a entonces, era capellán del santuario de la Patrona de Cáceres, Nuestra Señora la Virgen de la Montaña. La ejemplar colaboración de este sacerdote, así como sus conocidas bondades y buen hacer, fueron destacados por nuestro párroco, a la vez que era muy apreciado por todos los feligreses. Algún tiempo después, se adquiría un equipo de altavoces, mientras era colocada una verja de protección a los cristales de la puerta. Y, en 1967, fue inaugurada y bendecida la pila bautismal, construida por el Sr. Nieto, a cuya inauguración asistió el Obispo diocesano, monseñor Llopis Ivorra. No tardó mucho en ser estrenados dos ventiladores para los servicios religiosos.
7. 2. Nuevas reformas y restauraciones, en el templo parroquial y en la ermita de los Santos Mártires.
Era de suma necesidad la construcción de un Salón parroquial, así como la Casa del párroco y otras dependencias, que estarían unidas al templo, para un mejor servicio de la parroquia, y, por supuesto, para una mayor disponibilidad del párroco, en toda clase de ceremonias y oficios litúrgicos, amén de la comodidad que suponía para aquél. De la preparación de los planes se encargó el arquitecto, Tomás Civantos, mientras la Junta parroquial estudiaba el modo de trasladar este proyecto a todos los feligreses. Las obras, que llegaron a un montante del millón de pesetas, se harían por contratos separados, para ser luego adjudicadas a José del Amo, técnico de la feligresía. Para ello era necesario solicitar permiso del Obispado, por lo que, con premura, se procedió a poner en ejecución dicho requisito. No tardó en contestar el Prelado concediendo lo pedido, siendo la respuesta la que, fechada el 10 de agosto de 1868, y firmada por el entonces Pro Secretario, don José de Tomás, ofrecemos a los lectores:
“En atención a las razones expuestas, en su solicitud al Rvdmo. Prelado, y teniendo en cuenta que la aportación económica que en la misma cita, y las ayudas que espera recoger de sus feligreses y devotos de San Blas, el Excmo. Sr. Obispo de la diócesis se ha dignado conceder su autorización para que puedan comenzar las obras del Salón Parroquial y Casa del Párroco, debiendo presentar, al final, las cuentas con los justificantes correspondientes para aprobación del Prelado”.
El 1 de octubre daba comienzo la demolición de la antigua casa del ermitaño, que, por otra parte, debe señalarse que sería ocupada, durante toda su vida, por la señora Petra Rodríguez, de la que don José afirma: “Era una ermitaña muy celosa del santo, cuyos padres también habían vivido en la casita”. “El sr. Obispo-continúa reseñando-“le concedió una vivienda en la barriada que lleva el nombre de ‘Llopis Ivorra’, para que la buena señora no se viera en la calle”.
En este mismo contexto, se han de mencionar las obras de restauración, en este mismo año de 1968, a cargo del Excmo. Ayuntamiento de Cáceres, de la ermita ubicada al sitio del Paseo Alto, y dedicada los Santos Mártires ; obras que, con todo celo, las asumió el segundo Alcalde, Joaquín Sánchez Polo (Terio), siendo regidor de la ciudad Alfonso Díaz de Bustamente y Quijano. Una ermita vinculada a la Parroquia de San Blas, y, por lo tanto, bajo la mirada atenta, también, de nuestro párroco. Y esto por doble motivo: por la canónica obligación de tener con este pequeño templo su más estrecha dedicación, de pastor, como, igualmente, por tratarse de la enorme popularidad de que siempre ha gozado entre el pueblo cacereño. Popularidad acrecentada el día de los patronos, los Santos Mártires, cada 20 de enero, aunque la fiesta suele celebrarse en el domingo próximo. Ubicada la ermita en el llamado “Paseo Alto”, siempre éste ha sido muy visitado por la juventud, por las amplias y bellas perspectivas que desde allí se contemplan, y por la querencia religiosa que siempre produce la ermita.
7.3.- Festividades y fechas más señaladas. Navidad y Semana Santa.
Es la doble cara de una misma moneda, dentro del espíritu religioso cristiano. La Navidad y la Semana Santa. De alegría desbordante, la primera, en que la iglesia de San Blas, en fechas navideñas, se convertía, y se convierte, en un gran portal de Belén, no por las condiciones físicas, que siempre fueron modestas, sino por el estimulante calor que siempre daba el párroco a sus actividades religiosas, sabedor de que las gentes sencillas de la barriada estaban muy identificadas con tan entrañables escenificaciones. En tales días, no faltaban el sonar de las castañuelas, la zambomba ruidosa y el jolgorio de la infancia, que, con ojos abiertos como platos, observaban las figuritas del portal, en ese gran Misterio, que ni la más alta teología ha podido explicar, ante la magnanimidad de un Dios que, haciéndose hombre, quiso salvarlo del pecado original.
Me atrevería a decir que nunca el templo de San Blas estaba más en su salsa que en estos días navideños, por las connotaciones culturales mencionadas, todas ellas elocuentes en ese entorno evangélico, de paz y silencio, donde, durante siglos, señoreaba el edificio de la otrora vieja ermita, con su sello de entrañable cercanía popular. Eran, en definitiva, fiestas alegres y sanas, llenas de alegre chiquillería y de nutridos grupos de jóvenes, amén de mucha gente mayor, que acudía a escuchar las homilías del párroco, sobre el hondo misterio de tales ceremonias.
Por lo que respecta a las festividades de la Semana Santa, se ha de resaltar el énfasis solemne con que don José sabía revestir tales jornadas, en que Cristo-Dios se inmola por la salvación de todos los hombres. Eran días de honda efervescencia religiosa, quedando ausente toda actividad ciudadana, a fin de dar a estas horas el mayor ambiente de recogimiento cristiano, mediante la conmemoración de los grandes misterios, celebrados, especialmente, en Jueves Santo y Viernes Santo. Todo lo polarizaba la iglesia, convertida ahora en verdadero centro nuclear de la barriada, muy visitada por los feligreses que, en gran número, asistían a los cultos religiosos. Se acentuaban, como deseaba su pastor, el clima de fervor y el ambiente penitencial de los fieles, con sermones encendidos, meditaciones silentes, rosarios y viacrucis fervorosos, a los que pocos feligreses faltaban, en un “crescendo” imparable de mentalización cristiana. Eran aquellas Semanas Santas, en definitiva, de gran hondura religiosa, donde la actividad ciudadana quedaba en relajada sordina, y eran prohibidos todos los espectáculos.
Pero antes de la celebración de la Semana Santa, es preciso subrayar que nuestro párroco preparaba con la mayor dedicación a sus feligreses para que éstos interiorizaran bien la Cuaresma, invitándoles a escuchar la palabra de Dios, en medio de los mayores misterios de la fe católica, impulsando, así mismo, una mayor frecuencia de los sacramentos.
- Las fiestas de “Las Candelas” y de San Blas.
Dos fechas bordadas en el paño blanco de una historia sin pliegues y un alarde de festivo dinamismo, porque el pueblo de Cáceres se desplomaba -y se desploma-, hacia el entorno de la otrora ermita de San Blas, el santo mártir. Las fechas del 2 y del 3 de febrero se convierten en tapices barrocos, donde los romeros, venidos desde los más lejanos barrios de la ciudad, disfrutan de unas horas, en que el templo, minúsculo y humilde, se hace catedral para cobijar a todos los que desean estar cerca del santo.
Pero ¿quién ha hecho que tales efemérides se conviertan en notas musicales de un pentagrama que arde de luz y jolgorio para los cacareños y para cualquier forastero que se acerca a San Blas? Sin duda, don José Reveriego Pedrazo, ese sacerdote sobrio y enjuto, modesto siempre, pero siempre inquieto para desarrollar proyectos, quien puso, desde hace años, sobre sus ojos unas gafas graduadas de colores, por ese estigma que siempre le acompañó, y que, al final, lo apartaría de su querida parroquia. Cuando, a la que llegó, encontró una fiesta mortecina, pero él supo darle carisma y sabor especiales, como fruto sazonado de lo que debía ser una casa de todos, cobrando así tintes de fiesta mayor, en que, hasta las piedras del templo acabarían uniéndose para cantar una especie de canción silvestre, en el centro de esas multitudes que, en esta jornada, se toman de las manos, en fraternal unión….
Él supo, decimos, insuflar aliento a tales festejos, llenos de mordiente popular, de prisa y risa, yendo de acá para allá, entre altas tonadas, rondas cantarinas, alboradas frescas, romances de espliego y romero, canciones de corro y jotas vibrantes, empapado todo ello de ese grato aroma popular que parece traspasar la romería del santo. Sin que falte el “redoble”, de pura enjundia cacereña, ni ese tamboril que resuena en el eco espacioso de la tarde, junto al febril sorteo de regalos sin tasa… Como no ha podido faltar nunca la chocolatada, que endulza estómagos y corazones para que todas las gentes, sin distinción, convivan dichosas, sintiéndose todas por igual, devotísimas del santo. Y todo envuelto en la canción, directa y sapiente, del pueblo, como aquella “copla del pandero”, que decía: Dale, mi niña al pandero,/ dale que suene; / pero estoy harta de darle/ mi amor no viene. En ocasiones, no ha faltado la presencia del obispo diocesano, que quería sentir también la cercanía del pueblo sencillo y devoto, de su mártir bendito.
Las fiestas de la Virgen de las Candelas y la de San Blas son los días 2 y 3, de febrero, en fechas, quizás, con el mayor frío en Cáceres. La fiesta de nuestra Señora de las Candelas se inicia en la mañana del día 2, con una procesión en la que su imagen sale de la ermita, conocida como de La Consolación, pequeño templo de sello románico, ubicado en el centro de la ciudad. El itinerario de la devota comitiva transcurre por calles de la Ciudad Monumental, hasta llegar al templo de San Mateo, donde se celebra la fiesta religiosa. Sin solución de continuidad, los efluvios de lo meramente religioso darán paso, luego, al paladeo de unos deliciosos coquillos de anises.
En estas fiestas de San Blas, hay toda una multitud de feligreses, y cacereños de otras partes capitalinas, que descienden hasta la parroquia, donde bellas jóvenes lucen el típico vestido de campuzas y el vistoso pañuelo, llamado “de sandía”, o “de mil colores”, sobre artísticos moños “de picaporte”. Los festejos tendrán el colofón de una gastronomía popular, a base de una suculenta chuletada con ponche, que cocina la asociación de vecinos, una verdadera delicia, con sabores de rica tradición. Por la tarde del día 3, ya de menor concurrencia, tiene lugar la celebración de una misa en honor del santo mártir, sacando su imagen en procesión por las calles de la barriada. Todo ello envuelto en esa música que chorrea estrofas de sana alegría, y que, con gran devoción al santo, la gente le pide salud, trabajo y paz.
No se nos ha olvidado las famosas roscas, esos deliciosos círculos elaborados con todo primor, y que todos consumen, llegando a venderse -ya en 1970- 20.000 roscas, por lo que hay que apresurarse a comprarlas si no se quiere tener el disgusto de verlas y no catarlas. Es la Mesa de Ofrendas que polariza la atención de los romeros, que no dejarán de contemplar los platos, a los que acuden chicos y grandes, mientras otros hacen su ritual visita al Santo. A la vez que compran los cordones bendecidos, para los cuellos de los devotos del santo prelado de Sebaste, afectados de enfermedades de garganta. (No hay que olvidar que San Blas es el patrón de los otorrinolaringólogos). Como no faltará toda clase de atracciones para los pequeños, durante la tarde, en que el ruido y el sabor agreste del folklore cacereño no tiene descanso hasta el atardecer, mientras la banda municipal sigue tocando sin parar…Sin olvidar la tómbola y el rastrillo parroquial.
Finalizado ya este relato, barroco y encendido, de tales fiestas, reseñemos estas otras últimas palabras, al respecto: “Con las primeras sombrar de la noche, una hilera interminable de personas regresan por diversas calles a sus domicilios, una hilera más despaciosa, pues casi todos lo hacen ascenso, en contraste con la igualmente intensa que en las primeras horas de la tarde ‘bajada de San Blas’.
- La Cofradía de San Blas.
Los fines de esta Cofradía de San Blas eran, especialmente, de carácter espiritual, sobre todo los aplicables a los difuntos o almas del purgatorio. La cofradía sufragaba todos los gastos del entierro, los funerales y los sufragios de costumbre, como las limosnas de pan y vino, aniversarios, misas de indigencias, etc. Parece ser, según documentos escritos, anotados por nuestro párroco en sus conocidos apuntes, que “aquellos cristianos vivían hondamente preocupados por el más allá y querían asegurar su felicidad eterna con todas las recomendaciones, sufragios, méritos, aún a costa de sacrificios, renuncias, limosnas, obras de caridad, etc., que pudiesen beneficiar a los difuntos”.
En cierto momento, se pregunta don José “si conserva la Cofradía alguna pieza con mérito artístico”. A lo que se responde: “Supongo que no”. “Aunque, antiguamente- prosigue- sabemos que poseía notables riquezas en ornamentos fabricados con telas de tisú, de plata y oro, así como vasos sagrados, cálices, cruces, vinajeras en plata y en oro”. Pero, matiza. “el uso todo lo gasta y consume”. Por otra parte, significa también, según el libro de cuentas de la mayordomía, que contaba con “un rico estandarte y un palio, todo esto en el siglo XVII”. Posteriormente, y tras dar detalles de la progresiva construcción de la ermita de San Blas, pasa a relatar algunos privilegios de su Cofradía. A este respecto, escribe en un documento por él mecanografiado:
“Los cofrades de aquellos siglos tenían a gala alcanzar honores y privilegios Pontificios y Reales, pudiendo decir que pertenecían a la Primaria, Regla y Pontificia Cofradía del santo. Ésta de San Blas, en sección capitular del día 25 de febrero del año 1612, acordó suplicar al papa dos cosas: Un jubileo y una reliquia de dicho santo. Para esto fue comisionado el Mayordomo a fin de llevar a cabo las diligencias, y, en Roma, las completó el clérigo don Cristóbal de Herrera, quien alcanzó el privilegio del jubileo. Sus derechos fueron 12 ducados, y por refrendar la Bula del Pontificado, el Obispado cobró 46 reales. Por su parte, el Notario, don Juan de Ojalvo, hizo la versión del latín a la lengua vernácula, para exponerla en un tablón a la vista y conocimiento del público”.
Más adelante, añade que, “en las actas del cabildo nada se dice; pero, desde el año 1617, al menos, se celebró una solemne procesión trasladando, desde la iglesia parroquial de San Juan, a la ermita de San Blas, una reliquia que era portada, a primeras horas de la tarde, por el Capellán, y devuelta el día de la fiesta, también al atardecer. Como homenaje a esta reliquia, las campanas brindaban un largo y sonoro repique”.Finalmente, se pregunta cuál era “la costumbre devocional, más típica que se conserva en Cáceres”. Y así expresa: “En otros pueblos, para curar afecciones de la garganta, se aplica el cordón de San Blas, y en algunos, el contacto con el báculo de madera. Aquí, el tomar el pan bendito, vulgarmente las roscas. Costumbre que lleva, subraya, muchos siglos sin interrupción. Costa que el año 1699, la confección de las roscas, importó 10.846 maravedís, y, algún año, se aproximaron los gastos a veinte mil”.
De todo cuanto ha escrito, tenemos la sensación de que no quiere, por ningún motivo, que se pierdan tales ritos, normas y privilegios, a través de una trayectoria que, a veces, parece se hallan en pura penumbra de relatos y decires, aunque formulados con tal unción y respeto que es placentero para nosotros su simple lectura.
- La Mayordomía de San Blas. Reformas.
Su primera partida, del libro más antiguo, está firmada por don Feliciano Rocha, que fue obispo de la diócesis de Plasencia (27 de septiembre 1916).Después, sigue don Desiderio Cascos, desde el año 1916 hasta el 1928, en que la recibe don Domingo Muriel Espadero, el 1 de marzo de 1928, cargo que desempeñaba don Justiniano, desde 1920. Don Domingo Muriel recibirá el encargo del sr. cura párroco, don Lorenzo López Cruz. Años después, en 1929, lleva a cabo el mayordomo una reparación del portal, de la sacristía y la casa del ermitaño. Fueron recaudadas, en el primer año, 296,75 pesetas, de la mesa de ofrendas; de las roscas, 150,25, y del archivo, 50,65 pesetas. Al año siguiente, la mayordomía de San Blas adquiría un estandarte, y era construida la verja de hierro para el soportal. Transcurridos cuatro años, en 1934, se realizó la reforma del muro de pared de la explanada de la ermita, y, en 1936, con el inicio de la guerra civil española, se ponía el piso de baldosines, mientras tenía lugar el retoque de algunas imágenes de la Virgen y de la de Santa Lucía. También serían colocados los bancos
8.- Asociaciones parroquiales: Acción Católica y Cursillos de Cristiandad.
Encabezando el organigrama parroquial, digamos que éste lo presidían la Junta Parroquial y el Consejo de Pastoral de la Parroquia, como colectivos rectores, que habían de estar atentos a cuanto se llevara a cabo en la parroquia, amén de organizar y articular cuantos proyectos se programasen, bajo la atenta supervisión del párroco, que, con sus orientaciones y buenos consejos, hacía progresar todo aquello que fuera bueno para la feligresía de San Blas.
Ya puestas las velas y los remos a punto, desde el momento en que tomó posesión de la parroquia, no cejó un instante en entregarse a promover diversas asociaciones, como la Acción Católica, en aquellos años omnipresente en todas las diócesis de España. A la que alentaría con entusiasmo, haciéndola viva y dinámica, aunque, posteriormente, ya no tendría el vigor apostólico de la posguerra. De ahí que el grupo de la juventud masculina contara sólo con 10 jóvenes, pero siempre dispuestos a ser testimonios de buenos cristianos. Por su parte, la juventud femenina estaba integrada de 34, número sensiblemente mayor, porque aquello de San Pablo, al decir que sexo femenino siempre había sido más “devoto”. El grupo de los hombres estaba formado por 8 y el de las mujeres por 30, lo que nos vuelve a corroborar el aserto paulino.
En la base misma de dicha AC, había un buen número de “Aspirantes”, pues eran 59 los que deseaban ingresar en ella, a la que, fundada por Pío XI, le daría un gran impulso el obispo diocesano, don Manuel Llopis Ivorra, que organizaría magníficas jornadas a lo largo de 1952, año en que José Reveriego eran ordenado sacerdote. No obstante, su auténtica época de oro había tenido lugar bajo el prelado, fray Francisco Barbado Viejo, cuyo brazo derecho fue don Avelino, fundador de los denominados “avelinistas”.
En 1959, la AC celebraba sus bodas de Plata, con abundantes cultos y Juegos Florales, exaltados por un discurso de Joaquín Ruiz Jiménez, el que fuera ministro de Educación, durante el franquismo. Otros elementos de la AC parroquial, eran los denominados “Propagandistas”, que, en número de 12 propagaban, de modo itinerante, el mensaje evangélico por pueblos y aldeas. Una AC que se unía a la devoción eucarística, con triduos a Jesús Sacramentado, ambientados mediante las conocidas “fiestas de las espigas”, velas diurnas y adoraciones nocturnas, etc, más la celebración de los “Jueves Eucarísticos”, a los que estaban vinculados 17 miembros. Una AC que solía organizar peregrinaciones y excursiones, con destino a los tradicionales lugares del país, sin que faltaran sus fiestas llenas de esplendor, con una intensa vida de piedad, fomento de la oración, defensa de los valores cristianos y el reforzamiento de la familia, sobre la que se impartían cursillos prematrimoniales. Una de sus ramas era la H.O.A.C., o Hermandad Obrera de Acción Católica, que organizaba “Cáritas obrera”, de gran provecho para este sector social.
Así mismo, estaban implantados en la parroquia los “Cursillos de Cristiandad”, integrados por 11 feligreses, los que resultaron de gran impacto en todas las diócesis de España, y, cómo no, en nuestra parroquia, por cuya razón, don José los consideraba como una fuerza excepcional, para la renovación espiritual y como algo que debía renovar las metodologías tradicionales religiosas, mediante cursillos de tres días y varias charlas-“rollos”. Otras asociaciones fueron fundadas en la parroquia, como la Conferencia de San Vicente de Paúl además de otras, como las Damas de Caridad, las Cáritas Parroquiales, el Equipo de Liturgia, las Juntas Dominicales de Caridad y Parroquial. Y como el Apostolado de la Oración, fundado en 1961, que llegó a estar constituido por 50 señoras.
9.- Movimientos y actividades parroquiales
Movimientos y actividades que nuestro cura solía reflejar en los medios de comunicación locales, conocedor de su gran poder de divulgación, porque aquello de que, hogaño, ya no se vendían los buenos paños, como en otros tiempos, sino aireándolos, para que fueran conocidos por la feligresía, primero, y luego por todos los cacereños. De ahí que todo lo que tuviera interés, ocurrido dentro de los muros del templo, o en sus aledaños, haría que se publicaran.
- Las Hojas Parroquiales. La prensa local.
A este respecto, se ha de precisar que el primer medio que utilizaba, con periodicidad semanal, era las Hojas Parroquiales, a las que estaban suscritos 906 feligreses. Otras Hojas, las Diocesanas, eran enviadas a todos los que formaban la gran familia diocesana, a fin de que todos viviesen las vicisitudes de todos, festejasen los mismos logros, gozasen de las mismas alegrías y sufriesen similares problemas. Era la manera más directa de que la parroquia de San Blas, con tales “Hojas”, invocase el compromiso de sus fieles, mientras éstos recibían puntuales informaciones, con la palabra de aliento del párroco, bajo el lazo de unión entre todos. Y, aunque la parroquia, en aquellos años, aún no tenía toda una Hoja Parroquial, completa, sí podía contar con la última página de la que poseía la iglesia de Santiago, con algunas ilustraciones.
Mientras tanto, la prensa local se hacía eco de cuanto era realizado en la parroquia, así como se daban detalladas cuentas de las obras del templo, que dieran comienzo el 16 de agosto al 31 de octubre del año 1961, y cuyos “trabajos fueron asentados en el libro de la parroquia, con la firma del arquitecto director (F.Hurtado), con conformidad del ingeniero constructor”(con firma ilegible). Así mismo, se notificaba la Visita Pastoral a la parroquia, del 4 de marzo, de dicho año, que sería la primera, haciendo de padrinos el coronel de la plaza, don Jacobo López García y doña Angelina Gutiérrez de Arias; actuarían como auxiliares del párroco los sacerdotes del Convictum: don Vicente Bolinches y don Teresiano Rodríguez .
- Grupos y barriadas de San Blas.
La feligresía se hallaba vertebrada según el siguiente cuadro, con datos y pormenores que ofrecemos al lector:
- Colonia Pinilla:……………….850 habitantes.
- Barriada de la Cárcel:………...460 ,, .
- Barriada Municipal:…………..208 ,, .
- Refugios Municipales:………..334 ,, .
- Grupo “José Antonio”:……….460 ,, .
- Vadillo y diseminados:……….512…...,, ……
Pues bien, al tener acceso a tales hojas volanderas, hemos podido constatar que, desde esta ventana abierta a todos, la parroquia de San Blas dio a los fieles cumplido relato de cuanto acontecía. Sin ser demasiado prolijos, ahí van unos ejemplos:
- Primeras Comuniones. Congresos Eucarísticos.
Se observa claramente que la labor parroquial de don José siempre se caracterizó por una especial dedicación a la formación de los niños en la fe cristiana; pues, formada la infancia, daría como fruto una juventud sana, y, posteriormente, unos futuros padres de familia, comprometidos en la fe de sus mayores. Por esta razón, no cejó un instante hasta conseguir un buen plantel de catequistas que le ayudaron con entusiasmo. De este modo, cada año, un plantel de jóvenes se comprometieron en formar a varios grupos de niños, al objeto de que hicieran, bien preparados, las Primeras Comuniones. Era una especie de “operación catequesis”, asistida por nutridos grupos de niños, que recibían la doctrina cristiana de manos del grupo, “Doctrina Cristiana”, integrado por 12 catequistas.
Era la Eucaristía, obviamente, el punto central de dichas Comuniones, por lo que, en más de una ocasión, la diócesis de Coria-Cáceres celebró Congresos Eucarísticos, como el Arciprestal, celebrado en febrero de 1961, con ocasión del que el obispo Llopis Ivorra publicaba la exhortación pastoral: “Congresos Eucarísticos Arciprestales”; en ella reflexionaba sobre la necesidad de los fieles de concienciarse de la importancia de dicho misterio. La comisión diocesana para tales congresos estaba compuesta por don Elías Serradilla, presidente; secretario: don Manuel Vidal; tesorero: don Enrique Pérez, de la Junta diocesana de AC; y los vocales: DON JOSÉ REVERIEGO, Marcial Higuero, presidente del Consejo Diocesano de la Adoración Nocturna de Cáceres, y doña Consuelo Blasco y doña Ana Muñoz Ibarrola. Posteriormente, en mayo de 1966, se celebró el Congreso Eucarístico Arciprestal de Cáceres, en el que estuvo involucrada la parroquia de San Blas.
A este respecto, don José, siempre se preocupó de resaltar que lo más importante no era un bello traje, de blancura inmaculada, sino de tener el interior limpio, al convertirse en sagrario viviente de la Sagrada Forma, con la real presencia de Cristo. No obstante, la parroquia no dejaba de dar a tales eventos un ambiente de fervor y de alegría, por tratarse de efemérides inolvidable para los niños. Antes de estas Primeras Comuniones, el párroco, reuniéndose con los padres, los invitaba a estar presentes en aquéllas, porque “desde ese día, los hijos se dan más cuenta para ser jueces de la conducta paterna…”.Finalmente, se ha de significar que, anualmente, no faltaban, en los ficheros parroquiales, los datos sobre el número de comuniones recibidas, que, por otra parte, siempre sería llevadas a los enfermos e impedidos, en las circunstancias precisas.
- La promesa de “un templo digno”…
En los primeros pasos de nuestro párroco, no dejaba éste de reflejar sus sentimientos sobre sus más caros proyectos, que se centraban, por encima de cualquier otra cosa, sustituir a la vieja ermita por una iglesia de grata presencia. Y así escribía: “Daré a los diocesanos -escribía- una iglesia recoleta y preciosa; a la ciudad un templo digno, dentro de sus más castizas tradiciones; y a mis queridos feligreses, una parroquia, no grande en su género, pero para mucho tiempo capaz”. Tiempo después, el obispo de la diócesis procedía a bendecir las obras del templo, todo ello recogido por don José, en sus ya conocidas crónicas -y con pluma bien cortada-, pues éste era otro capítulo más de sus virtudes: su pulcra y aseada escritura, amén de su oratoria, clara y precisa. Ligada a la Eucaristía estaba la devoción a la santa misa, sobre la que el párroco no dejaba de resaltar, al considerarla como “fiesta” y sagrado “banquete”, del Señor. E, igualmente, junto a la exaltación de la comunión, no faltaban las reflexiones sobre el sacramento de la confesión, primer escalón a subir antes de tomar aquélla.
- La sacralización de la familia. La Virgen de Fátima.
En la vida de la parroquia no se dejó nunca fomentar el rosario en familia, una práctica habitual, ya tradicional en los hogares cacereños y en toda la iglesia. Así lo entendía el caballero cacereño, Marcelino González Habas, quien publicaba, en el diario “Extremadura”, el artículo: “El mundo de María: El rosario en familia”.Y, por supuesto, abundaron las exhortaciones pastorales, al respecto, del obispo, como ésta: “Atracción de las almas por el Santo Rosario”. En el fondo estaba la devoción a la Virgen, cuya imagen de Fátima, al llegar a Cáceres, toda la ciudad se desplomó a contemplarla. Como lo hicieron los feligreses de San Blas, en mayo de 1973, y al celebrase las Bodas de Oro de la Coronación de la Virgen de la Montaña, en octubre de 1974.
- Otras manifestaciones parroquiales. Consejos y orientaciones…
Fueron instituidos, en 1962, los “Jueves Eucarísticos”, a los que hemos hecho mención, más el Secretariado de Liturgia, completándose así el cuadro pastoral proyectado, amén de las actividades de la Junta Parroquial, presidida por el vicario de la diócesis, don José Martínez Valero, con el informe de los diversos preside
Pedro Manuel 19:11 25 mayo 2016