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Era un testimonio de superación… FLORENCIO GARCÍA CARRASCO

04 diciembre 2014

Cuando el escritor elige una biografía para hacerla carne en las páginas de un libro, puede ser debido por alguna de las siguientes razones.

Introducción.

Cuando el escritor elige una biografía para hacerla carne en las páginas de un libro, puede ser debido por alguna de las siguientes razones: haber sido impelido por la propia admiración del personaje elegido, recibir dicho encargo por alguna institución o determinado mecenas, o, finalmente, al darse circunstancias propicias para ello, como en el presente caso, dada la interesante trayectoria de Florencio García Carrasco, que posee todos los méritos para ser biografiado. Pero puede, previamente, haberle surgido al autor esta pregunta, ante tal empeño: “¿Tiene que ser el protagonista de una aventura biográfica, alguien que se salga de los parámetros normales, que sea cima insuperable de algo, clamoroso paradigma nacional, en hechos y saberes, o necesario líder de algún proyecto político o misión excepcional?”No tiene por que ser así, nos aventuramos a contestar; pero, de todos modos, nos puede asaltar esta otra interrogación: ¿“Dónde ponemos, pues, los asombros entonces?”, como se preguntara el gran poeta extremeño, Jesús Delgado Valhondo, en una de sus celebradas obras poéticas?

Pues bien, he puesto, aquí y ahora, los “asombros” en la trayectoria de un hombre cabal, de sencilla biografía, pero llena de hechos encomiables, cuya peripecia humana y profesional me he propuesto llevar al teclado de mi ordenador. Es cierto que su trayectoria no responde a una épica de hechos clamorosos, pero que, caminando a través de una senda de planos cortos, de dimensión abarcable, fue un gigante en laboriosidad permanente, honradez sin tacha y ejemplar comportamiento social. Y, por supuesto, se trata de una vida y una obra, insertadas dentro de un contexto de evidente atractivo para cualquier lector, en el que se desenvolvió García Carrasco; un hombre de singular personalidad, comprometido con su tiempo y sus obligaciones, ya como padre de familia amantísimo, o como simple ciudadano, admirable en muchos aspectos. Un personaje, que, aunque era una verdadera institución en Cáceres, no estaba involucrado en una peripecia histórica de altos vuelos, pero sí en el contexto de un profundo contenido humano, al que invoca el historiador catalán, Vicens Vives, quien postula, contra las corrientes históricas en boga, que la historia no sólo se hace con el armazón de los grandes hechos, sino a caballo del rumor y el laborar de toda acción diaria.

De todas maneras, no es fácil llevar a buen puerto el reto que nos hemos propuesto, porque, como también ha escrito Jesús Ferré Solá, el poder conseguir una “buena biografía no es nada fácil”; pues no resulta tarea fácil configurar el marco social del biografiado, resistir la ósmosis empática que éste ejerce sobre quien lo estudia, conjugar el elemento azaroso con las inevitables determinaciones previas de una vida, o analizar certeramente el alcance de lo anecdótico, en el seno de lo esencial”, no resulta tarea baladí.

Ya puesta la mano en la mancera de nuestro empeño, he de confesar que la elección de nuestro personaje puede haber brotado como algo que estuviese soterrado en mí, después de mantener con él, hace unos años, una conversación en su despacho de Inspector, una mañana de primavera. Giraba aquella sabrosa charla sobre mi propósito de escribir un libro, acerca de la trayectoria de muchos maestros que habían destacado por su carisma educativo, en numerosos pueblos diseminados por la provincia, siendo merecedores de que su nombre y su obra no se perdieran en las nieblas del pasado. Entre éstos, estaba, sin duda, nuestro protagonista, antes de ser Inspector de Educación. Pero, en honor a la verdad, nunca pensé en biografiar a García Carrasco, pues, en ese momento, lo veía, solamente, como un brillante Inspector de Educación, ya aureolado con una bien nutrida cosecha de logros conseguidos. Y, por otra parte, haciéndose eco, en citada conversación, de mis pretensiones, se limitó a estimularme en tales deseos con algún que otro consejo, seguido de ciertas referencias sobre excelentes maestros que él había conocido.( Por pudor y modestia se callaba el nombre de su padre, Florencio García Rubio, muy elogiado por mí en este libro y, de forma generalizada, por cuantos lo conocieron…).

No obstante, la vida da muchas vueltas, cambian los criterios de actuación y lo deseos también, ya por los propios avatares de la vida, ya por los condicionamientos que se entrecruzan en tantos momentos y circunstancias, o debido a esas oportunidades que surgen de pronto sin esperarlas, que nos estimulan a movernos hacia centros de atención, antes no considerados. Todo ello fue la causa de que nuestro interlocutor se convirtiera, inesperadamente, en el núcleo de la presente biografía, desarrollada a través de largos años de una vida entregada y fecunda.

1. Apuntes biográficos.

Nace Florencio el 29 de mayo de 1925, en Arroyo de la Luz (Cáceres) y es bautizado en la iglesia parroquial de Nª. Sª. de la Asunción, mientras, en dicho pueblo, su padre, Florencio García Rubio, ejercía la profesión de Maestro Nacional; por cierto, con tan gran prestigio y aureola popular, que, todavía hoy, a pesar del tiempo transcurrido, muchas gentes lo recuerdan con afecto, diciendo cosas de él muy elogiosas. Era tal el reconocimiento popular de su progenitor, que todavía continúa colocada en la actualidad una lápida, en mármol y bronce, en el viejo muro de la antigua escuela en que sirvió, juntamente con la que da nombre a la calle en que vivió, la que hace referencia a su paso por ésta, que, según su propio hijo,“proclaman al propio tiempo la vocación magistral de Don Florencio García Rubio, fidelísimo seguidor del Maestro de Maestros, y la justicia de Arroyo de la Luz, que quiso y supo reconocer, pública y dignamente, sus méritos”. Éste es el texto de citada lápida: En esta escuela moldeó corazones y talló inteligencias, Florencio García Rubio, honra y orgullo del magisterio español. Al que Arroyo de la Luz y sus discípulos dedican este recuerdo como símbolo de perpetua gratitud por su gran labor educadora. 15-mayo-1949.

De nuevo, ha escrito de él su hijo Florencio estas entrañables palabras, que no nos resistimos a dejar de señalar aquí: Soy hijo de un maestro nacional que dedicó, fervorosamente, hasta la muerte, toda su vida, a la Escuela; un Maestro auténtico, que ardía en la enseñanza como antorcha embreada, y en ella se derritió y consumió; un Maestro que supo conquistar el imperio, difícil y maravilloso, de la gratitud, la confianza y la estima de todo un pueblo; un Maestro que, en su grandeza humilde, enalteció al Magisterio al ser honrado-en homenaje póstumo- por las mismas generaciones que él supo cincelar en el amor de Dios y de la Patria (…). Más adelante, vuelve a corroborar la devoción que sentía por su padre con estas palabras: Así que, sigue diciendo, a la hora de hacer “manifestación de mis escasos méritos, no encuentro mejor ni más alta ejecutoria que el ser hijo de un tal Maestro, a quien se lo debo todo”. Un padre al que pone por modelo, pues su aspiración máxima en la enseñanza, era “imitar en todo a mi padre (aunque bien sé que jamás podré igualarle ni en ciencia, ni en prudencia, ni en bondad), y soñar en que, algún día, si Dios fuere servido, dejaré tras de sí, como él, cosecha abundante en frutos”.

Había nacido Florencio, en plena dictadura de Primo de Rivera, época con faltas de libertades, pero de grandes y floreciente obras, con la construcción de hermosos edificios escolares, muy numerosos a lo largo y a lo ancho de la provincia de Cáceres, como aún se puede constatar. Al mismo tiempo, tenían lugar los acuerdos con Francia, para una acción conjunta en Marruecos, lo que finalizaría con el desembarco en la bahía de Alhucemas, y se formaba el Directorio Civil de dicho régimen primorriverista.

Y mientras esto acontecía en el país, algunas pocas cosas sucedían en Cáceres, como el establecimiento del Ateneo, en la popular calle de Pintores, que sería presidido por el prócer cacereño, Publio Hurtado; se daba algún homenaje, como el tributado al ilustre jurista don Diego María Crehuet, y el Conde de Canilleros asistía en Madrid al celebrado en honor del Rey, Don Alfonso XIII, en unos años en que la ciudad había alcanzado los 24.000 habitantes. Y, finalmente, tenía lugar la visita a Cáceres del general Primo de Rivera, siéndole dispensado un gran recibimiento popular, mientras eran entronizados la Virgen de la Montaña y el Sagrado Corazón, en el Excmo. Ayuntamiento de la ciudad.

Los padres de nuestro biografiado fueron Florencio García Rubio y Fidela Carrasco Toresano. Aquél, como ya hemos adelantado, sería un prestigioso maestro, de esos que, con su carisma popular y dotes de gran educador, formó a muchas generaciones; y Fidela se dedicaría a sus labores y al cuidado de una numerosa prole de 7 hijos, a los que había que atender y darle de comer todos los días. Si la modestia de su origen es evidente, ayuna de resonancia heráldica, también lo es su “sangre sana” de trabajadores, cuyos mejores pergaminos eran la senda de la honradez, el trabajo diario y el amor a sus hijos…

Cursaría Florencio, en su infancia, con todo aprovechamiento, sus estudios primarios, en el mismo centro escolar donde su padre ejercía de maestro, en Arroyo de la Luz. Con posterioridad, en 1935, y en plena II República, un año antes de estallar la guerra, ingresaba, a los 9 años de edad, como alumno libre en el Instituto “San Isidoro” de Sevilla, a donde había sido trasladado su progenitor; en este centro permanecería siete largos años, los mismos que duraba aquel tan elogiado bachillerato, coronado con la difícil prueba del llamado “examen de Estado”, que superó con brillantez, a pesar de asistir a él aquejado de fiebres tifoideas. Pero, por entonces, dicha familia soportaba unos años de grandes tensiones ideológicas, en medio del sectarismo propiciado por el gobierno del Frente Popular y el cerrilismo de las fuerzas políticas de la derecha política. En esta tesitura, su padre llegaría a ser molestado con frecuencia por el simple hecho de manifestar, públicamente, sus costumbres y hábitos cristianos, en un ambiente de no pocas hostilidades contra el clero.

Así las cosas, la ciudad del Guadalquivir tuvo que sufrir numerosos incendios en edificios emblemáticos, en medio de incesantes alborotos y tropelías, a mano de turbas radicales que, al ser abandonadas a su suerte, daban rienda suelta a su rabia contenida, impacientes, porque las autoridades no daban pronta solución a sus precarias circunstancias económicas, debido al paro obrero y a las muchas carencias existentes. Este, pues, era el contexto histórico en que se desenvolvía la ciudad, en aquella época, abocada, de forma ya irremediable, a una inminente guerra civil, que surgiría el 18 de julio de 1936, la cual, después de tres años de feroz contienda, iba a dar un giro al país de 180 grados, dejando la piel del mismo en una situación calamitosa.

Corría el año 1941, durante el que nuestro joven protagonista obtenía el título de Bachiller, al haber aprobado dicho examen de Estado, después de conseguir las calificaciones que nutrirían un brillante expediente académico, por sus estudios realizados con disciplina, total dedicación y creciente interés. Pasada dicha barrera académica, tenía ya expedita la puerta de ingreso en la Universidad. Así las cosas, el joven Florencio (mientras, en 1942, daba clases particulares para así ayudar a la economía familiar), realizaba el curso Preparatorio de Medicina, por libre, en Sevilla, durante el siguiente año. Simultáneamente, aprobaba, en dicho curso, las asignaturas de la carrera de Magisterio por el “Plan de Bachiller”, y, en 1944, ingresaba en la Escuela de Aparejadores de Madrid. El próximo año lo dedicó a impartir clases particulares, durante su estancia en Malpartida de Plasencia.

Y, en medio de todo lo dicho, en esta triste década de los cuarenta, existía un contexto histórico lleno de carencias, en el que se luchaba por sobrevivir y soportar privaciones de todo género, abundaban las colas de Auxilio Social y el“plato único”; eran frecuentes las misiones penitenciales, rigurosas las cuaresmas y fervorosas las devociones, sin faltar las advertencias del cardenal Gomá, que invitaba a las jóvenes a cubrir su cuerpo con “modesto y severo traje”; mientras tanto, la Cruzada de Madres Cristianas, aconsejaba llevar trajes holgados, huyendo de los “estrechos y escotados”. Al tiempo que se hacía presente la férrea censura en el cine y en los libros, y la política docente giraba entorno a una enseñanza con directrices del más exacerbado franco-falangismo…

La vida, con sus bandazos episódicos, hizo que el rumbo de los estudios de Florencio sufriera una dolorosa ruptura, al verse obligado a abandonarlos, ante la necesidad de tener que adaptar sus personales anhelos a la magra economía familiar, dado el bajo sueldo de su progenitor, maestro de profesión, una vez que éste se trasladara a la provincia de Cáceres, en 1944. Pero no se arredrará ya que, como hemos dicho, haría el ingreso en la Escuela de Aparejadores en Madrid. Dejaba, por tanto, atrás, muchas ilusiones y proyectos, al tener que acompañar a sus padres, en el regreso a su provincia. Es evidente que tal situación supuso para él una verdadera frustración, a pesar de que regresaba a su tierra cacereña. La vida, pues, empezaba a golpearle en su primera juventud, lo que pronto le haría caer en la cuenta de que, en aquellos años, sólo su voluntad y su tesón habrían de ser las palancas que tenían que catapultarlo a más placenteras circunstancias de la vida, como fue lo que sucedió.

2. Trayectoria profesional.

Antes de nada, se ha de afirmar que, desde que era muy joven, sobre los catorce años, empezó a dar clases particulares de primera y segunda enseñanza, ayudando, en un primer momento a su padre, don Florencio García Rubio, “en pequeños menesteres”, como nuestro biografiado señala; los que, a partir de los 19 años, los simultaneó con el ejercicio de Maestro. “Siempre impartí- dirá Florencio- clases de adultos, a veces gratuitamente, en colaboración con la Acción Católica”. Lo que viene a probar la generosidad de que siempre hizo gala, ahora en relación con una asociación religiosa en la que estaba integrado de manera entusiasta.

Pero Florencio no va ser el simple funcionario que desarrolle su vida en medio de la rutina y el tedio provincianos, sino que se dispondrá a ser un maestro vocacional, profundamente ligado a la escuela. Observe, si no el lector, el siguiente texto en el que queda reflejado lo que afirmamos, tomado de sus mismas palabras, años después:Hijo de maestro, hermano de cinco maestros- dos de ellos inspectores ya de Enseñanza Primaria-, maestro yo mismo desde los 19 años, y aún antes también maestro, ayudando a mi padre en sus numerosas clases particulares, mi vida ha permanecido siempre en contacto íntimo y cálido con la Escuela Nacional, con todas sus ilusiones, problemas, desengaños, alegrías y realidades. Entre bancos de escuela, sin hipérbole de clase alguna, se iniciaron mis primeros pasos; y entre bancos de escuela han aprendido a andar mis hijos veintitantos años después…Por todo esto, la Escuela viene a ser parte integrante de mi vida, como carne de mi carne, y es uno de mis más grandes y profundos amores.

Señaladas tales premisas, era lógico pensar que nuestro protagonista no se iba a limitar a vegetar dando unas clases de Primaria, en una escuelita de pueblo, ir al café diariamente, jugar la partida con los amigos, salir de caza y dar un paseo por los alrededores, al tiempo de impartir unas clases particulares en su domicilio, para poder aumentar el magro sueldo de maestro. Todo lo contrario: decidió iniciar la preparación de las oposiciones a escuelas de poblaciones “de más de 10.000 habitantes”, reservadas a los llamados maestros “diezmilistas”; una meta que también alcanzaría, dada su inteligencia despierta y el arduo trabajo, continuamente desplegado, desde ahora y para siempre.

De todas formas, a pesar de que -como luego veremos-, deseaba ir alcanzando nuevos puestos en su futura trayectoria, estaba profundamente enamorado de su profesión de maestro. En esto, y en tantas cosas, seguía el ferviente deseo del famoso pedagogo suizo, Pestalozzi, quien afirmaba de forma inequívoca: “Yo sólo quiero ser maestro”. Deseo hondo, que lo va a explicitar, de manera especial, cuando preparaba la Memoria para poder acceder al Cuerpo de Inspectores de Enseñanza Primaria. Y así escribió:Después de hacer mi presentación, quiero añadir, con toda la sinceridad de mi corazón, que, sobre todo y antes que nada, aspiro a ser Maestro, sencillo y humilde, pero nada menos que Maestro, el más alto título que pueda darse a un hombre. Y bien sé aquellas palabras de Jesús que se recogen en el Evangelio de San Mateo, (XXIII, 8-10): ‘Vos autem nolite vocari Rabbi: unus est enim Magíster vester…Nec vocamini magistri, quia Magíster vester unus est: Christus’ (No queráis ser llamados Rabbi, pues sólo uno es vuestro Maestro…Ni queráis ser llamados maestros, porque vuestro Maestro es sólo uno: Cristo). El que enseña, pues, es Maestro, en cuanto participa del Magisterio del Maestro y de modo que el magisterio humano se justifica por ser prolongación imitativa del de Cristo.Esta es mi aspiración suprema- sigue diciendo-: imitar a Cristo-Maestro, pues, como decía el Santo Patrono de mi Extremadura, Pedro de Alcántara, ‘no hay mayor gloria en El mundo que imitar en las virtudes al Salvador’ (San Pedro de Alcántara: ‘Tratado de la oración y meditación’ , 2ª parte, capt. IV, primer aviso, pag. 144 de la edición de Rialp, S.A., 1958). Dios me ha ayudado siempre y, con su auxilio, espero ser algún día un buen maestro; así, si Él fuere servido siendo yo Inspector de Enseñanza Primaria, como entrañablemente deseo, continuaría siendo Maestro de mis compañeros, entrega a tan nobilísima y trascendental función al servicio del espíritu”

Observe el lector que tales palabras hacían que García Carrasco sintiera la más sentida admiración por su condición de maestro, a la que llega a sacralizar, venerando sus virtudes y valores, y al que eleva a una altura de claras resonancias religiosas, cuya concepción personal siempre fue de auténtica dimensión cristiana. Ya en posesión de su título de Maestro Nacional, empieza a ejercer su carrera docente en Malpartida de Plasencia (Cáceres), durante el curso 1944-1945, pueblo en el que nació su padre,y, posteriormente, en Navas del Madroño (Cáceres), el llamado “pueblo de las chimeneas”, durante el curso 1945-1946.

Su primera actividad, pues, fue la desplegada como Maestro Propietario Provisional, en Malpartida de Plasencia (Cáceres), ejerciendo en la Sección Graduada de Niños, con el sueldo anual de 6.000 pesetas. Sobre este puesto profesional, expresa las siguientes palabras:Pueblo de mi estirpe, en cuyo magnífico grupo escolar estuve a las órdenes de don Antonio Fernández Rodríguez, director entonces, y hoy Inspector de Enseñanza Primaria, quien me puso al frente del 6º grado, el de los mayores, con alumnos a los que solamente llevaba cuatro años de edad; superando con éxito el preceptivo Curso de Capacitación, cuya duración de siete meses, se nos acredita en la Hoja de Servicios, con el carácter de interinidad. En segundo lugar, continuaba su trayectoria escolar, tras sus oposiciones al Magisterio Nacional que felizmente aprueba, en una sola convocatoria, trasladándose a Navas del Madroño, en septiembre de 1944. Sobre ello volverá a señalar que había obtenido “el número 2, con puntuación inferior, solamente en una centésima a la conseguida por el número 1, que logró la máxima posible-18 puntos- lo que me permitió figurar, en la lista general de opositores, con el número 10 de los 3.000 asistentes, pues nuestra colocación fue de acuerdo con la respectiva puntuación obtenida” .

En Navas del Madroño, permaneció sólo un curso, concretamente el de 1945-46, ya como maestro propietario definitivo, en la Graduada Escolar, de cuya localidad dirá que se trata de un “pueblo típico de esta tierra, grande, atrasada, noble y agrícola…”Y, una vez más, vuelve a darnos estos detalles al respecto: Estuve encargado del grado de los pequeños. Fue allí, entre sus chimeneas desparramadas en la honda y ancha llanura, donde me asaltó-¡una vez más!- el afán del estudio que tanto me ha zarandeado siempre, y preparé las oposiciones a plazas de ‘10.000 y más habitantes’, que gané en el verano de 1946, con el número 5 de los 36 opositores aprobados en Salamanca.

El nuevo destino, una vez aprobadas tales oposiciones, había de ser la perla del Jerte, Plasencia [1] ciudad en que permanecería cuatro años, desde 1946 a 1950. La superación de esta segunda prueba le hizo posible trasladarse a dicha localidad, “la que-como él mismo escribe- place a Dios y a los hombres, la hermosa ciudad episcopal, de los Carvajales y los Zúñiga, los Almaraces y los Monroyes, que se acuna amorosamente ceñida por el Jerte industrioso. No se recordaba en ella un maestro de sólo 21 años”. El entorno bucólico de Plasencia y su paisaje siempre verde junto al río, tenía como contrapunto la cima donde se acunan, al unísono, la fe y la devoción de los placentinos: la ermita de su Patrona, a donde Florencio subiría con frecuencia deleitándose con placenteros paseos, con la consiguiente visita ritual a aquélla, para orar ante la Virgen, pues era cristiano de sentida devoción mariana…

En tales circunstancias y en la joven edad de 21 años, iniciaba la que iba a ser una fecunda estadía placentina, como maestro diezmilista (cuyo sueldo anterior de 6.000 pesetas anuales, sería incrementado, poco después, a 7.200 pesetas, y sucesivamente, ascenderían sus emolumentos a 27.600, estando ya en Cáceres, después de haber opositado, de nuevo, a plazas “de más de 10.000 y más”), que iba a discurrir a lo largo de una vida plagada de abundantes dedicaciones.

En primer lugar, decidió iniciar la carrera de Derecho, como alumno libre, examinándose en la capital charra, Salamanca, cuyos estudios simultaneó impartiendo numerosas clases particulares. Al mismo tiempo, realizaba periódicas colaboraciones de prensa, más el esfuerzo añadido de tener que cumplimentar los cursos de la I.P.S., a fin de obtener el nombramiento de Alférez de Complemento de Infantería. Actividades que logró realizar con las de los Seminarios de Estudios Extremeños, con los que colaboró de forma entusiasta. Ocupaciones que, durante los cuatro años que permaneció en Plasencia, fueron, en primer lugar, de carácter religioso, como su dedicación a las “Obras Misionales”, y, sobre todo, a la Acción Católica, en su auténtica época de oro. Nuestro joven encontró, en esta pujante asociación, concretamente en su rama, “Asociación de los Jóvenes de A.C.”, un favorable caldo de cultivo en el que poder manifestar su vitalidad, propiciado por el ambiente del llamado nacional-catolicismo [2].

Pero ahora quiero que sea nuestro protagonista el que, personalmente, nos hable de estas experiencias religiosas, quien dirá: En el aspecto religioso, he desarrollado siempre, en mis escuelas- y fuera de ellas- una profunda y sincera labor misionera. Militante desde mi infancia en las filas de la Acción Católica, fui dirigente de la J.A.C…Fueron, es cierto, los años de una juventud entusiasta y preocupada, simultáneamente, por su porvenir, como le acontecía al joven Florencio, al tener que labrarse su futuro, iniciando sus estudios de Magisterio, los de Medicina y de la Escuela de Aparejadores (años 1943-1944); pero, mientras tanto, las actividades religiosas en las que se involucró colmaron sus apetencias de dinamismo juvenil, junto a muchos compañeros y amigos, en medio de una alegre y sana camaradería.

Durante este tiempo, García Carrasco tuvo la ocasión de asistir a un gran número de cursillos, asambleas, ejercicios espirituales, círculos de estudio, jornadas y congresos, charlas y conferencias, y a toda una serie de actos propagandísticos, una vez que se hubo trasladado a Cáceres ( después de aprobar las segundas oposiciones a más de 10.000 habitantes), que se organizaban en los diferentes pueblos de la provincia, bajo la tutela del consiliario, D. Avelino López Castro, canciller secretario del Obispo de la diócesis cauriense, Fray Francisco Barbado Viejo. Y dentro de esta dimensión religiosa, estaba su condición de “propagandista”, que tenía como misión visitar las localidades de la diócesis. Propagandistas que, una vez que recibían el Crucifijo, de manos del citado Prelado, en la capilla del Palacio Episcopal, se lanzaban a difundir por los pueblos el mensaje de la A.C., con un ardor verdaderamente paulino, pues eran conscientes de que en ellos había depositado la diócesis de Coria la gran responsabilidad de ir difundiendo los valores y principios que era preciso trasladar a todos los pueblos, en el mejor espíritu evangélico.

En algunas ocasiones, se entremezclaba con acciones de acusado pragmatismo, como tratar de mejorar, por ejemplo, el estado sanitario de la localidad, llevar la electricidad y el agua potable, instalar el telégrafo, teléfono, etc. amén de preocuparse de otros aspectos sociales.[3] Fueron, en definitiva, años cruciales para nuestro personaje los permanecidos en Plasencia, y, como él afirma, sirviendo lo mejor que pudo en la Graduada número 2, interviniendo afanosamente en la vida cultural y social, y aficionándome más y más al trabajo con el ejemplo sin par de los laboriosos placentinos”. En Plasencia iniciaría, en 1946, sus estudios de Derecho en Salamanca, que remataría, todavía, en Plasencia, en 1950; con el matiz añadido de que tales estudios los realizó en sólo 4 años.

Por otra parte, como todo joven español, nuestro personaje había de pasar por las “horcas caudinas” del servicio militar, la popularmente llamada “mili”, aunque en un grado superior al del simple soldado, pues, al poseer el título de Licenciado en Derecho, le daba opción a encuadrarse en las Milicias Universitarias, haciendo sus campamentos en Monte La Reina (Zamora), en los dos veranos de 1947 y 1948; más seis meses de Prácticas, como Alférez de Complemento, en Cáceres, donde ya ejercía de abogado (A este respecto, es preciso añadir que, siendo alférez, intervino como abogado defensor, en varios consejos de guerra). Fue una experiencia muy positiva para nuestro joven, ya que las prácticas militares desarrolladas, los conocimientos adquiridos, la disciplina observada, las consignas de mando y obediencia, los ejemplos de comportamiento y los testimonios constantes de camaradería, mucho le habrían de servir para su propia vida civil, una vez retomara ésta, en una escuela pública. Aunque no escaseaban las opiniones en el sentido de que todo tiempo dedicado al servicio militar, era algo perdido…Sea lo que fuere, se trataba de salvar el expediente que era preciso cumplir, como así lo hizo nuestro protagonista.

Estando en Plasencia, no dejaba de pensar que su futura residencia había de ser la capital de la provincia, Cáceres, lugar de mayor proyección para sus ulteriores proyectos, y, especialmente, buscando dar a sus hijos mayores posibilidades para sus estudios. (Contaba entonces la ciudad con 55.429 habitantes, en la que, como se ha relatado con anterioridad, nuestro biografiado llevaría a cabo una intensa labor religiosa, siendo fervoroso militante de A.C.) . Pero para ello, de nuevo, ha de volver a presentarse a las oposiciones a más de 10.000 habitantes, como ya apuntamos, que aprobará de forma brillante. Sobre este nuevo esfuerzo, volverá a señalar que ganaba también, en Salamanca, su segunda oposición a plazas de 10.000 y más habitantes (aún no había nacido el decreto de 28 de marzo de 1952). Y sigue afirmando: En esta oposición superé mi actuación anterior al obtener la única plaza vacante, en Cáceres, capital, en reñidísima lid. Cuestión no sólo de interés crucial para mí, sino de hondísima emotividad, pues ganaba la vacante cacereña que dejara mi propio padre al morir en 1949. De seguro que él me ayudó desde el cielo.

Ya en la ciudad, estación “termini” para tantos maestros de la provincia, de aquella época y de la presente, llegará a ella en medio de la alegría de su familia y de su propia satisfacción personal. A este respecto dirá, de forma emotiva, transcurridos más de dos lustros: Y heme, por fin, en el Cáceres de mis amores, en el que llevo enseñando desde 1950, trece años ininterrumpidos. Primero, en la unitaria, número 2, del Hospicio Provincial de niños; después en la Graduada “San Francisco”, incompleta, de sólo dos secciones, de la que soy director, mejor codirector, si algo hay que dirigir en Graduada tan pequeña, y en la que, además, cuento con un compañero, don Guillermo Mena, diligente y competentísimo, que también lo fue, por feliz coincidencia, y durante muchos años, de mi padre, en Arroyo de la Luz .

Por otra parte, es preciso añadir que, en el mismo informe de dicha Jefatura, se hace constar que, en las “actividades circum y postescolares, ha puesto siempre de manifiesto su encomiable celo y sus magníficas disposiciones de organizador inteligente y dinámico, interviniendo con evidente eficacia en la creación y funcionamiento de Mutualidades (“José Canelo”, de Malpartida de Plasencia), y Cotos Escolares (“Germán García Fernández”, también de Malpartida, y “San Francisco”, de Cáceres), Santa Infancia, Misiones, B.I.C., S.E.A.N., Roperos, Comedores, Colonias, Clases de Adultos (las dio gratuitas en Plasencia durante cuatro años, en colaboración con la Acción Católica), etc., haciéndose por todo ello merecedor de felicitaciones, plácemes y votos de gracia concedidos por las Juntas Municipales de Enseñanza e Inspección Profesional”.

Como Maestro Nacional, y con 25 años, llegaba a Cáceres, donde iba a tener una experiencia verdaderamente capital para él, durante los años 1950-1963 (en cuyo último año, dando un salto cualitativo, logró aprobar las oposiciones de acceso al cuerpo de Inspectores de Enseñanza Primaria). Una edad madura y muy joven, a la vez, porque había iniciado la andadura del magisterio a los 18 años de edad. La ocasión era decisiva y las circunstancias muy especiales para Florencio; pero esto no le haría abandonar sus actividades religiosas, concretamente, las de Acción Católica, siendo nombrado Consejero diocesano de los Hombres de dicha asociación, en esta diócesis de Coria-Cáceres, participando como tal en diversos actos públicos, conferencias, etc. Igualmente, fue miembro, durante ocho años, de la Comisión Episcopal Pro-Semana Santa Cacereña, y perteneció a la Asociación Benéfico-Constructora”Virgen de Guadalupe”,“apostólicamente regida-según sus mismas palabras- por nuestro Excmo. Sr. Obispo, el infatigable doctor Llopis Ivorra”. Por otra parte, como ya indicamos, había finalizado, en 1950, su carrera de Derecho, y, en 1951, sería nombrado Alférez de Infantería, del Ejército Español, luciendo en las bocamangas de su guerrera la estrella de seis puntas.

Así las cosas, Florencio, como todo joven, también tenía su corazoncito, por lo que no tardaría en elegir a la mujer con la que había de compartir, en el futuro, todos los años de su vida. Y esta mujer, joven agraciada y de buena familia, iba a ser Marina Mogollón Basanta, natural de Cáceres, familiar del que fuera uno de los canónigos más brillantes de la diócesis de Coria-Cáceres, el Dr. D. Antonio Conde Basanta. Con ella compartiría, siendo novios y luego de casados, sus ilusiones y proyectos, sus dudas y problemas propios de tales años, en que se iba fraguando el destino de los jóvenes que inician la aventura de la vida. La fecha de su enlace matrimonial tuvo lugar el día 6 de septiembre de 1952, en la parroquia de San Juan de Cáceres. Tenía el novio 27 años de edad y la novia, 26. Ante ellos, se abría todo un futuro lleno de felicidad, colmada luego con el nacimiento de sus tres hijos, que serían la alegría del hogar: Florencio Javier, María de la Luz y Jesús María.[4] Numerosos paseos por la ciudad, alguna película en el cine Norba, llevando a sus hijos a la sesión infantil, las excursiones al campo o a localidades cercanas, el veraneo anual en alguna playa mediterránea, y sus temporadas pasadas en su finca de la Montaña, de Cáceres, eran todos los pasatiempos compartidos, en un discurrir diario sin grandes exigencias, en amor y compañía de toda la prole.

Durante el período 1952-1955, ejerce como Profesor de Derecho en la academia del S.E.U., y, en los años 1954 y 1955, ostentaría el cargo de Concejal en el Ayuntamiento de Cáceres, y de Teniente de Alcalde, durante 1956-1959, y parte de 1960. De su paso por el Ayuntamiento de citada ciudad, ya hablaremos en su momento. Por otra parte, escribirá un libro (“La renta en las fincas urbanas y sus aumentos legales…”,1954, que señalaremos en su momento), a la vez que, desde 1956 a 1963, realizaría sus actividades de abogado (además de ejercer como Maestro Nacional en ejercicio), mientras que, durante dos años y varios meses- 1960 a 1962- cursaba la carrera de Filosofía y Letras y actuaba como Ayudante de Pedagogía en la Normal de Maestros, “Rufino Blanco”, de Cáceres. Y, sin dejar de colaborar en el periódico “Extremadura”, era nombrado Consejero Provincial del SEM (Servicio Español de Magisterio), tomaba parte en un Congreso de la Familia y se hacía miembro de la Comisión Episcopal de la Semana Santa.

3. Los perfiles de su personalidad.

Realizada buena parte de su trayectoria, y diseñado, hasta aquí, su brillante currículo de ejemplar profesional, logrando alcanzar muchas de las metas que se propuso, desde que era muy joven, sería conveniente y aleccionador que el lector, ahora, conociera a la persona en aquellos perfiles que mejor lo definen, antes de que pasemos al desarrollo de sus experiencias en el campo de la Educación, en el que tanto batalló, y en el del Derecho, del que era un destacado jurista. Los epígrafes siguientes, habrán de dar cumplida respuesta a lo que prometemos.

Florencio García Carrasco, hombre de buena arboladura física y agradable presencia, de trato sencillo, exquisitas maneras y de un acusado sentido del humor que, junto a un cálido y cercano talante, le sirvieron de cauce idóneo para trabar amistades, así como fortalecer el compañerismo en su trabajo, primero como Maestro, y luego como Inspector de Educación. Por otra parte, sus principios, siempre irrenunciables, generaban unos valores que hundían sus raíces en la más genuina dimensión del humanismo cristiano. Era persona de talante dialogante, siempre cortés y de exquisitas maneras, suficientemente demostradas en sus relaciones con amigos, con gentes de su entorno y con sus subordinados más directos, especialmente en sus obligaciones profesionales, como Inspector de Enseñanza Primaria-luego llamado Inspector de Educación-, a través de largos años de gestión en este difícil cargo. Y junto a todo esto, estaba su proverbial señorío en la elegancia de cada uno de sus gestos, la que algunos, con miopía, habría podido malinterpretar considerándolo un poco distante…Pero nada más lejos de la realidad, como se pudo demostrar a lo largo de los años.

Sobre este aspecto, de nuevo, Valentín Tovar, que conoció bien a nuestro biografiado, se pronuncia destacando su don de gentes y su natural cortesía: Rebosaba simpatía, humor, y, en ocasiones, llegaba a ser satírico-burlesco, sobre todo, y por lo menos, con nosotros en la Inspección; pero siempre su trato sería muy ameno. Igualmente, resultaba muy agradable conversar con él. Era, por otra parte, un personaje hecho enteramente así mismo, con la fibra y el temple de uno de esos ciudadanos que supieron resolver su vida con los mimbres que le suministró su voluntad, considerada formidable palanca por el mismo Pablo de Tarso, al afirmar, con rotundo laconismo:“Homines sunt voluntates”; es decir, los hombres son “voluntades”. Y él verdaderamente lo fue, como podrá ir juzgando el lector a través de las páginas que tendrá ocasión de leer.

Voluntarioso y decidido, logró superarse a sí mismo, porque siempre huyó del tedio, de la rutina y de todo aquello que hubiera hecho de su vida un testimonio de mediocridad; de esta manera, se comprometió, en todo momento, con sus obligaciones diarias, adornadas de una amplia curiosidad intelectual y de tratar, así mismo, de realizar el trabajo bien hecho, sin rehuir nunca el sacrificio ni el esfuerzo por más grande que éstos fueran. Por ello, si lo tuviera que definir con una sola palabra no dudaría en emplear la que lo define plenamente: Era, sobre todo, un “carácter”.

Porque don Florencio, (como tantos lo llamaban, cuando el “don” se le iba apeando a casi todo el mundo), se iría convirtiendo en un dechado de exigente disciplina ante las obligaciones que le tocó desarrollar por caminos nunca fáciles. Sabía, pues, afrontar cualquier problema, dado su tesón, e inducía a los que estaban a su alrededor a cumplir con sus propios deberes, aunque“sabía mandar”, puesto que hacía que sus órdenes siempre parecieran meras advertencias. Luchador nato y tenaz como el primero, conseguiría salir a flote de cualquier empeño en que estuviera inmerso, decidido a arrostrar cuanto se le pusiera por delante, con un cierto estoicismo si fuera preciso, como tantas veces lo demostraría en aquellos aciagos y complejos años de la posguerra, llenos de carencias y dificultades, especialmente en los cuarenta y cincuenta, en medio de un país exhausto que iba caminando, a trancas y barrancas, después de una guerra civil de tres años…

Dotado de una gran capacidad de trabajo -piedra miliar en su trayectoria humana y profesional-, utilizaría, a veces, un vigor rayano en la extenuación, pasando, a la vez, incontables horas ocupado en adquirir conocimientos que nutrieran su ya amplia cultura, mediante estudios sin tregua y voraces lecturas. Un trabajo, especialmente dedicado a la docencia, que impartió con una clara y ordenada metodología, lo que corrobora así el mencionado Tovar: “Por supuesto que trabajaba mucho, y sabía trabajar, porque una de las cosas que me llamaba más la atención de él, venía a ser lo ordenado que era en todas sus cosas, así como la claridad y limpieza con que ejecutaba sus trabajos administrativos, en su calidad de ser Secretario de la Inspección, y sus tareas profesionales como Inspector de Zona”.

Con respecto a su condición de incansable trabajador, me confesó su hermano Ramón, también Inspector de Educación, que“era trabajador, competente y honrado”, virtudes que hacía extensivas a su otro hermano, Francisco. Lo que, dígase de paso, a los que he preguntado sobre tal aspecto han corroborado dicha aseveración. Una vida, en definitiva, entregada a sus obligaciones y compromisos, bien como Maestro Nacional, bien como Inspector de Educación, o en el resto de las ocupaciones y cargos que ostentó. De esta manera, su vida siempre fue rectilínea, sin distraerse con ocupaciones vacías, que sólo podían acarrearle pérdidas de tiempo.

Por eso, puede afirmarse que nadie le regaló nada en la vida, pues todo lo logró con tesón y coraje, incluso tras su jubilación, porque su espíritu batallador seguiría pujante en otros menesteres, como en su bufete de abogado, siempre ejercido con acreditada solvencia, como puede corroborarse por la nutrida clientela que solicitaba sus servicios. De ahí que viene como anillo al dedo la frase del médico español, Gregorio Marañón: “Yo sólo sé las horas de insomnio con que he comprado los favores de mi ‘buena suerte”. O sea: tenemos que convenir expresando que no fue la ‘suerte’ la que le propició los logros alcanzados, sino su tenaz labor diaria, a la que se entregó, desde su juventud. Un trabajo cotidiano que iniciaba desde muy temprano, antes de comenzar su tarea profesional en los cargos que hubo de desempeñar.

Por otra parte, este hombre de intachable conducta, padre modélico y siempre buen hermano, estuvo unido a una nutrida prole familiar, bajo la égida de unos progenitores ejemplares, que supieron formar a sus siete vástagos dándoles una educación exquisita, que tanto les valdría para ser en su día un ciudadano responsable. Una familia, en definitiva, que constituyó el centro de todos sus integrantes, aún en circunstancias harto complejas, dada la época en que vivieron. Este mismo concepto de familia lo trasladaría Florencio a la que él, posteriormente, formara, entregándose a ella con entrañable dedicación, lo que vuelve a corroborar Valentín Tovar, afirmando: Otra de sus grandes facetas que admiraba en él, eran el amor y el cuidado de su familia, especialmente con su mujer, con los hijos, y, después, con los nietos. La verdad es que estaba entregado totalmente a ella, lo que, quizás, hacía que sus relaciones, fuera de las profesionales, fueran mínimas. Es una opinión mía. Su imagen señorial por Cáceres, siempre acompañado de su esposa Marina, e hijos, y luego de sus nietos, era muy conocida. Era una auténtica familia.

Además, es preciso decir que uno de sus más intensos deseos residió en su acusada preocupación intelectual por los aspectos más diversos, llevándole a estar en permanente actitud de saborearlos, vivirlos e interiorizarlos. De ahí que su proteica ambición cultural nunca se centró, exclusivamente, en la especialización de algo, sino que, remando siempre con varios remos a la vez, asumiría esos principios de tipo renacentista que suelen bucear en los más diversos conocimientos. Por lo que no sólo destacaría en las Letras, por las que, al fin, se decantó- cursando tres carreras-, sino en las Ciencias, como en su día aconteció, estando en posesión de algunos estudios de Medicina y Matemáticas; (proyectos que no remataría, al tener que regresar, inesperadamente, desde Sevilla a su tierra, en cuya capital de provincia no había Universidad, en aquellos años).

En otra dimensión de su persona, digamos que fueron altos sus quilates de sensibilidad humana, verificada en un texto escrito por él, y que los lectores pueden leer en el apéndice de este libro. Se trata de la carta, en la que, al jubilarse de su cargo de Inspector, se despide de sus “queridos niños y maestros”, entre el recuerdo y la nostalgia de haber estado largos años junto a ellos. Entre el caudal de sus expresiones, un manantío de poéticos decires va fluyendo de su espíritu, especialmente dotado para el paladeo de intensos reconocimientos con el entorno en que se movió, durante tantos años…Es el testimonio de un hombre, que desnuda su personalidad sin pudor de exteriorizar su capacidad de afecto y cercanía con aquéllos, de los que se va despidiendo con un cierto desgarro, pero sin abandonar la dicción elegante del lenguaje terso que solía manejar en todos sus escritos.

Un ejemplo más de lo que afirmamos, se encuentra en un escrito, de carácter inédito, que titula: “Luz Marina”, en el que vuelve a irrumpir su capacidad de mostrar los más tiernos sentimientos, emanados, sin duda, de su condición de poseer una acendrada religiosidad. Unos sentimientos que se enaltecen, aún más, al tratarse de una nieta del biografiado, recién nacida de su hija, María Luz: un “cachito de creación, dice, perfecto; un lucero que empieza a brillar en una órbita desconocida y, desde ahora, eterna; una vida plena, un templecito vivo del Señor-ayer te bautizaste- un ángel que nos santifica…”

Me quiero reiterar, de nuevo, en sus raíces religiosas, tan decisivas en su vida, dentro del más genuino humanismo cristiano, sobre lo que escribe el mencionado Valentín Tovar: Desde mi punto de vista, era un buen creyente. Sobre cuestiones religiosas, mantuvimos más de una conversación. Pude observar que conocía bien la doctrina católica y procuraba vivirla. Como anécdota puedo contar que un día hablando con él, le dije: “¡qué pena, qué poco ha disfrutado de su jubilación su hermano D. Francisco¡” “Su contestación me sorprendió- dice Tovar Corrrea-, al oír de su boca estas palabras: Él está alegre, porque ya está disfrutando de la presencia de Dios”. Tales principios y creencias se ponen de relieve, también, de forma inequívoca, en dos de sus escritos, inéditos, con este título: “Epístolas de un inocente”, que distribuye en dos partes. En la primera de ellas, su pluma hace una honda introspección, realizando un apasionante alegato a favor de la vida del feto en el vientre de la madre. Es estremecedora la emoción que le embarga, cuando pone en boca del “nasciturus” toda una serie de expresiones, mediante las que intenta pugnar por salir a la vida. En la segunda parte, sin dejar ese estilo vibrante, hace que ese niño que aún está en el seno materno, se dirija al Defensor del Pueblo, invocando su protección, buscando la vida que desea ardientemente encontrar, al final de los nueve meses de embarazo de la madre, y en el logro de la defensa de todos sus derechos, como criatura creada por Dios.

Era, por otra parte, un hombre de inagotable curiosidad, siendo por ello un voraz lector en el silencio de su despacho, aprovechando cualquier rato como siempre lo han hecho los llamados“traperos del tiempo”…Siempre rodeado de libros, solía gozar de ellos en gran manera, siendo frecuente que, ante ciertos párrafos, algún dato singular o idea interesante, no tardara en tomar notas, subrayando aquello que le parecía importante, o bien hacer anotaciones al margen, a fin de integrarlo todo al arsenal de sus conocimientos, para una próxima utilización…Lectura realizada, también, en revistas especializadas y en el periódico “Extremadura”, mientras que, los domingos, solía adquirir, también, el periódico “Ya”, y el “A.B.C.”, o algún otro diario de tirada nacional.

Y, siendo hombre de pensamiento y sólida cultura, no era extraño que fuera un consumado jugador de ajedrez (“deporte de paciencia y nervios fríos”, como lo llama el conocido periodista, Raúl del Pozo), en el que también encontraba un gran deleite; y, en no pocas ocasiones, también se dedicaría al deporte cinegético, en esta su tierra tan rica en caza. Dicha irrefrenable curiosidad por todo lo que le rodeaba, le impelía a hacer, cómo no, numerosas excursiones, como, por ejemplo, a la cima de un monte, a las ruinas de un castillo, al entorno de la muralla desdentada o a la arboleda fragante, entre riachuelos que se despeñan entre las rocas…Y así, me cuenta su hijo, Florencio Javier García Mogollón, que para él no había otro deleite mayor que el campo, respirando el aire puro, la hierba olorosa y la jara florecida, o, sentándose en una peña, mirar, absorto, el horizonte abierto de una tarde primaveral... Como, también, le apasionaba visitar las moles palaciales, las iglesias, cenobios y rincones, cacereños, de la Ciudad Monumental, a la que tanto admiraba; al tiempo que era muy aficionado a la contemplación de las estrellas en noches de calma agosteña, observando las constelaciones, que conocía de forma detallada, pues las señalaba con admirable precisión.

Pero no era apasionado de los toros ni del fútbol, aunque, ocasionalmente, pudiera gustar de alguna corrida o de algún partido, sobre todo si éste era internacional, por aquello de la defensa de los “colores”patrios; como le gustaba contemplar, junto a su mujer, aquel popular programa televisivo, de formato teatral, “Estudio Uno”, que concitaba a tantos espectadores, o asistir a una buena obra de teatro que, en Cáceres, en fechas señaladas, solían representarse. Así mismo, otro pasatiempo consistía en caminar por el centro de la ciudad, en compañía de su esposa, a los que muchas veces observé, en dirección a la Plaza Mayor, y vuelta a subir hacia el paseo de Cánovas, para luego retirarse a su domicilio, de la calle Hernán Cortés, frente a su estatua ecuestre. Finalmente, es preciso señalar cómo don Florencio cuidaba, en su chalet de la Montaña, su pequeño jardín con numerosas plantas, sobre las que hablaba con frecuencia, notándosele la ilusión que le producía dicha afición.

4.- Consideraciones sobre sus experiencias educativas.

Este hombre excepcional[5] no sólo consideraba sus experiencias educativas, realizadas, como maestro, en las localidades mencionadas hasta aquí, sino que extiende sus comentarios docentes a las escuelas regentadas por su padre, don Florencio, y sus hermanos Francisco, Ramón, Jesús y Josefa, con las que nuestro biografiado tuvo tanta relación. En la “memoria”, que nos está sirviendo de gran referente para ir señalando los pasos profesionales de Florencio García Carrasco, vuelve a decir lo que sigue:(…) mi experiencia directa de la Escuela se extiende a las que fueron servidas por mi padre, en su dilatada y fecunda vida profesional, y las desempeñadas por mi hermana y hermanos, en todas las cuales estuve-y estoy- embarcado en sus problemas e ilusiones más íntimas.

Tales Escuelas fueron: Las unitarias de niñas, de Valverde del Fresno y Serrejón, en la provincia de Cáceres; la de Calañas, en Huelva; párvulos de Pilas y Grupo Escolar de San Jacinto, en Sevilla, en que ejerció y ejerce mi hermana Josefa. Graduada núm. 2 de Plasencia, Unitarias de “El Raso” (Ávila), Las Huertas y Pantano de Malpartida; Graduada de Arroyo de la Luz, Aneja a la Escuela del Magisterio, “Rufino Blanco”, y Grupos Escolares de Malpartida de Plasencia, y Delicias, de Cáceres, donde prestó sus servicios mi hermano Francisco, antes de ser Inspector de Enseñanza Primaria. Unitaria de niños de Arromolinos de la Vera y Aldea del Cano; Graduadas de Cuacos de Yuste, Arroyo de la Luz, Jarandilla y Casas de Millán;

Escuelas Graduadas Anejas a las del Magisterio de Badajoz y Cáceres, en las que fue Maestro mi hermano Ramón con anterioridad a su ingreso en la Inspección de Enseñanza Primaria.Unitaria de Jarilla; Graduada de Albalá y Aldeanueva de la Vera y Grupo Escolar de Plasencia, dirigidos por mi hermano Enrique. “Finalmente, unitarias de Valdemorales y Casas del Monte, Graduada de Jarandilla y Escuelas de Patronato de Jarandilla, regentadas por mi hermano Jesús”, que luego sería también Inspector de Educación.

Se puede constatar, pues, que el panorama no podía ser más completo: Unitarias, Graduadas incompletas, de 2 y 3 secciones, completas de 4 y 5, Grupos Escolares, de 6 a 22 unidades escolares, Graduadas Anejas. Y también Escuelas de Patronato. Y, entre todas ellas, las muy especiales del Hospicio Provincial de Cáceres, donde ejerció cuatro años.

Por otra parte, dentro de sus experiencias desarrolladas en el mundo de la docencia, hay que mencionar su trabajo en la enseñanza Media, a través de sus clases particulares de Bachillerato, ayudando a su padre; en la enseñanza Profesional, como profesor Ayudante de Pedagogía en la Escuela del Magisterio de Cáceres; en la Enseñanza Universitaria, como profesor de Derecho Político, Sociología y Filosofía del Derecho en la Academia Profesional oficial del S.E.U.

Con todas las características propias de aquellos años de la posguerra, digamos que nuestro protagonista hubo de ejercer, al principio de su andadura profesional, en unos centros llenos de carencias, muy fríos en invierno, (pues el único foco de calor era el brasero que tenía el maestro debajo de su mesa), y utilizando encerados de hule o tosca pizarra, algún mapa colgado de la pared- de España, Europa y “Mundi”-, al tiempo que estaban presentes las efigies del Caudillo Franco, del fundador de la Falange, José Antonio Primo de Rivera; y, en medio, el Crucifijo y algún cuadro de la Inmaculada…

El armario, que solía ser desvencijado y viejo, albergaba algunos libros, como “Glorias Imperiales”, con el paso de la Roma imperial por nuestro suelo patrio; las biografías de algunos santos; algunos ejemplares de la obra italiana,“Corazón”, con páginas de gran ternurismo; la trayectoria de ciertos extremeños ilustres, y, cómo no, los episodios de los Conquistadores españoles: Hernán Cortés, Pizarro, Valdivia, Cabeza de Vaca, Almagro, etc; y, muy probablemente, los libros: “Lecturas de oro”, “De los Apeninos a los Andes”, “Blanca de Navarra”, “España es así”,“Un regalo de Dios”y “Hemos visto al Señor”- estos dos últimos del popular escritor y pedagogo, Serrano de Haro-; los poemas de Gabriel y Galán; y, finalmente, biografías de pintores famosos, como Murillo, Velázquez, Zurbarán, etc. etc.

Pero dejemos que, una vez más, con su carisma habitual, la fuerza y la emotividad que pone cuando ha de sincerarse, dé rienda suelta a esas experiencias profundamente vividas, y…sufridas. Éstas son sus vivencias, que manifiesta con un lenguaje durísimo y lleno de una carga especialmente dolorosa, que le llega a hacer daño a su sensibilidad de educador: Yo conozco la Escuela Tugurio (la de mi hermano Francisco en Las Huertas) y el edificio escolar de gran porte (los de Malpartida de Plasencia, Borbolla y Aneja de Sevilla). He sufrido la escuela a la que todo y todos son indiferentes (la mía en Navas del Madroño), y alegrado mi corazón en las mimadas por el amor (Malpartida). Sé de niños sucios y de niños pulquérrimos; de lentos, de retrasados, de anormales y de auténticos superdotados; de escuelas de pobres absolutos, en que la pobreza duele en la carne y en el espíritu, y de escuelas a las que tienen acceso armónico todas las clases sociales. He luchado contra padres obcecados que impedían a sus hijos acudir a la Escuela y contra padres absurdos que arrastraban a sus hijos remisos y medrosos, brutalmente, a una Escuela transformada así en odiosa y temida .

Como conclusión a lo afirmado, se jactará de haber vivido la Escuela española, con sus virtudes admirables y con sus no pocos defectos, “desmedrada y vergonzante o espléndida y prepotente, irradiando luz a la sociedad casi siempre gracias a un Magisterio inefable que me ha servido siempre de paradigma”. Pero no cierra aquí este emotivo monólogo, sino que, seguidamente, se pregunta con interrogantes como éstos: “¿He logrado conocer nuestra Escuela?, ¿he sabido calar la intimidad profunda del niño español?, ¿he aprendido a comprender a nuestros Maestros?. En esto no estoy del todo muy seguro…?”

En este proceso de introspección y autoanálisis, desnudo de paños calientes, pasará revista, seguidamente, al edificio escolar, que para él ha tenido siempre gran significación. A este respecto, confiesa que, en términos generales, las escuelas que conoce “son aceptables, por adecuadas, higiénicas y suficientes”. Además, añade, “se está haciendo mucho en este terreno, a través del Plan de Construcciones Escolares”, que representa un gran esfuerzo por parte del Estado, lo que nunca será bien valorado, “hasta que no pasen unos años”.

No obstante, a renglón seguido, hace una crítica bastante dura a la conservación, limpieza y calefacción de los edificios escolares, por parte de la competencia municipal, señalando que “no se cumple bien y fielmente con estas obligaciones”, al hablar de goteras, humedades, mugre y otras deficiencias que no se corrigen a tiempo; tanto es así que, en ocasiones, había tenido que gastar dinero de su propio bolsillo para subsanar tales deterioros. Lo mismo pudiera decirse del brasero y de cristales rotos, cuyas deficiencias tuvo que subsanar personalmente. A lo que pone el siguiente remedio: Que se diera a la Inspección la necesaria autoridad para “cumplir y hacer cumplir las disposiciones legales relativas a la enseñanza”, como advierte el párrafo 3º del artículo 82 de la Ley de Educación Primaria.

Añade, por otra parte, el aspecto de las construcciones nuevas, en las que cebándose el afán de “lucro desmedido de un contratista delincuente, mordiendo el presupuesto con gula insaciable”, devienen muy pronto en mostrar los defectos más grandes con una “desnudez deshonesta”. El remedio, insiste, está en dar a la Inspección “plena autoridad” en la materia, para corregir y prevenir e incluso denunciar a los Tribunales en misión específica. Pasa, luego a las viviendas de los Maestros, que, a veces, tienen algunas que no están en consonancia con la “grandeza y jerarquía moral de su misión trascendente”. Lo que hay que evitar a toda costa, y, de hecho, dice, existen proyectos-tipo que evitan tales anomalías, aunque siempre-matiza-“cabe alguna trampa”. Por lo que, una vez más, la Inspección deberá tomar cartas en el asunto.

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