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RECORDANDO A UN MÉDICO ILUSTRE… JULIÁN MURILLO IGLESIAS. LA ESTELA DE UN PEDIATRA

02 diciembre 2014

Con la biografía que me propongo llevar de nuevo a la imprenta, es la tercera que escribo sobre médicos de la ciudad de Cáceres.

Prólogo.

Con la biografía que me propongo llevar de nuevo a la imprenta, es la tercera que escribo sobre médicos de la ciudad de Cáceres. Los tres, cirujanos, y cada uno con la mejor de las estelas profesionales, que brillaron en la historia de la ciudad: Pedro Rodríguez de Ledesma, Juan Pablos Abril, y el presente ensayo biográfico, acerca de Santiago Julián Murillo Iglesias.

Pocas veces, han despertado mayor popularidad y proyección social estos personajes de la tierra que los vio nacer y, a través de los años , triunfar de forma palmaria. Aunque ha transcurrido el tiempo, y ya los tres ya fallecidos, aún se guardan los rescoldos de sus respectivas actuaciones, en beneficio de la institución sanitaria cacereña, tanto de la capital como de la provincia.

Pero centrémonos ya en el protagonista del relato biográfico que nos toca realizar en esta ocasión, la cual constituye para mi un alto honor, y donde el lector interesado por esta clase de obras tendrá buena ocasión y muchos momentos de solazarse con los valores y virtudes que Julián Murillo Iglesias fue realizando a través de los muchos años que laboró por la situación sanitaria de la capital de la Alta Extremadura.

Fue una vida dedicada por entero a trabajar sin tregua y sin descanso, a través de los numerosos cargos que hubo de desempeñar, desde el año 1917, cuando el país se hallaba en plena guerra europea, cuando las distintas naciones del continente se enzarzaban en dicha primera gran conflagración, de la que hubo de salir una sociedad nueva, mientras España se mantenía al margen, puesto que se hallaba en un estado de postración, tras estar llevando, a su vez, su particular guerra en el Protectorado de Marruecos.

Los preludios de la carrera de nuestro protagonista estuvieron, según nos refiere su hijo, también médico cirujano, Julián, cuando se encontraba en calidad de primer Alumnno Interno, en la Sala de Infecciosos del Hospital Provincial, de la capital del Reino, Madrid -entonces un poblachón manchego-, al servicio del famoso Dr. Gregorio Marañón, que siempre vería en nuestro joven a un médico con grandes condiciones para triunfar, en cualquier puesto que ocupase. Como el lector tendrá ocasión de constatar, a lo largo de las presentes páginas.

Ya en su tierra de Cáceres, en citado año, empezaba su ajetreada vida sanitaria, como especialista cirujano, en el Sanatorio Quirúrgico de Cáceres, durante un período de tiempo de cuatro años, pues, ya en 1924, en plena dictadura del general Primo de Rivera, se encontraba como “Miembro de la Brigada Sanitaria de Cáceres”, de la que se acompaña foto, por cierto de gran interés y de gran valor histórico.

Y, como uno de tantos españoles, hubo de vivir y sufrir los años de la cruenta guerra civil de 1936-39, mientras trabajaba en Cáceres, como director y cirujano del Hospital de Requetés. Finalizada la contienda, y recobrada la tranquilidad social de una población zarandeada por todo cúmulo de necesidades, nuestro médico iniciaría una carrera fulgurante, con aciertos de todas clases, siendo de una gran creatividad y constantes iniciativas, como, por ejemplo, siendo fundador y director de la“Casa de Cuna”, del Hospital Provincial de Cáceres, así como fundador de la denominada“Gota de Leche”, ubicada, igualmente, en citada institución sanitaria (Se trataba de productos lácteos, preparados para niños sanos y con ciertas enfermedades).

No se acabaron aquí sus incesantes labores, sino que, andando el tiempo, tuvo ocasión de ostentar los siguientes trabajos, todos ellos de carácter oficial: Médico de Beneficencia Provincial, Médico del Instituto de Sanidad de Cáceres, Médico del Instituto Nacional de Previsión, en medicina general, y Médico del “18 de Julio”, también de medicina general.

Hay luego un capítulo muy especial en la vida y trayectoria de nuestro personaje, como el que tuvo lugar durante su trayectoria ocupando el cargo de Secretario del Colegio Oficial de Médicos de Cáceres, y, sucesivamente, el de Presidente del Colegio Oficial de Médicos de Cáceres. Un apartado lleno de gran fecundidad profesional y modélica dedicación. Finalmente, su larga e intensa vida como médico, Pediatra, recibiría su mayor satisfacción profesional, al ser nombrado Director del Hospital Provincial de Cáceres.

Como puede colegir el lector, no hay duda de que su vida estuvo siempre impregnada de trabajo y compromiso, en numerosos y complejos centros sanitarios, donde hubo de poner a prueba sus grandes dotes como profesional de la medicina. Una vida que tendría otras ramificaciones, también de intensa dedicación, como la que profesaría a sus entrañables atenciones religiosas, como devoto católico que era. Nos estamos refiriendo al desempeño de cargos importantes, como fueron el ser Mayordomo de la Cofradía de Jesús Nazareno, y Mayordomo de la Real Cofradía de Nuestra Señora, la Virgen de la Montaña, las dos de Cáceres. Sin olvidar el haber estado involucrado, con su ayuda e iniciativas, en calidad de promotor, en una de las obras más queridas por el que fuera ilustre Obispo de la diócesis, de Coria-Cáceres, el Dr. D.Manuel Llopis Ivorra. Nos estamos refiriendo a la Casa de Ejercicios, ubicada en lo alto de la Montaña de Cáceres, junto a la ermita de la Patrona de la ciudad.

Ya fallecido, la ciudad de Cáceres, por medio de la Excma. Diputación Provincial, le dedicaría la institución“Colegio Infantil ‘Julián Murillo’”, en cuyo vestíbulo se encuentra un hermoso busto de su persona, que fue ejecutado por el gran escultor hervasense, Pérez Comendador. Se halla el doctor vestido con su bata blanca, y tiene su rostro nimbado con esa preocupación propia del cirujano que ha de acometer una inmediata y delicada operación: la boca muy cerrada, el rostro tenso, el pelo, todavía abundante, bien peinado a raya, y algunas arrugas surcando su frente despejada.

Un semblante que no difiere mucho de otro en que nuestro pediatra, al estar, igualmente, concentrado, con la mirada ausente, vine a ser no otra cosa que una verdadera instrospección hacia su intensa vida sanitaria. Unas gafas de concha cabalgan rozando unas pobladas cejas, bien dispuestas a darle luz y acertada visión para su siempre delicado trabajo, mientras que viste con pulcro traje negro, camisa blanca, con la mancha, también negra, de una pulcra y atildada pajarita…

Si éste era su atuendo personal, su vida profesional médica, estuvo adornado de una fecunda trayectoria, empedrada de tan excelentes virtudes como médico cirujano, que, en su día, fueron ampliamente satisfechas con uno de los galardones más importantes que podía recibir un sanitario: la Gran Cruz de Beneficencia, como testimonio y ejemplo de su encomiable labor, al servicio de Cáceres y provincia.

Éste es el esbozo biográfico de nuestro doctor, que llevaría a cabo todo un proceso creativo en los numerosos cargos que ostentara a lo largo de su brillante trayectoria médica. Esbozo que, en páginas siguientes, va a tener ocasión el lector de ir contemplando en pormenorizado desarrollo, que el autor irá realizando con el mayor gusto y satisfacción, pues el cometido se le presenta como algo muy sugestivo, por la nutrida serie de valores que fue desplegando en su siempre intensa peripecia sanitaria. Una labor, de brillante cirujano, de la que aún no se han apagado los ecos, porque marcaron toda una época en que su nombre nunca no pasaría desapercibido para el pueblo de Cáceres, al que sirvió, dándole lo mejor de sí mismo, como su mente sabia, su sólida preparación y su bisturí de plata.

RASGOS DE SU BIOGRAFÍA

Introducción.

Antes de nada, no estaría de más dar unas pinceladas sobre los antecedentes del personaje que vamos a biografiar, en las páginas del presente libro, para ir situándolo en el espacio y en el tiempo. Parece ser que su antecedente más lejano, y, a la vez, más próximo, procedía de la localidad badajocense, Berlanga, llamado Juan Murillo Valencia, quien puso sus reales en la ciudad de Cáceres, en la segunda mitad del siglo XIX, en calidad de posadero.

Negocio que le fue muy bien y verdaderamente próspero, porque poco tardó en enviar a uno de sus hijos, Rufino Murillo y Vecino, a cursar los estudios de Magisterio y luego pasar a la Universidad para hacer la carrera de Pedagogía. Ya alcanzado el título, ocuparía una de las plazas de Profesor de Pedagogía, en la Escuela Normal de Maestros, de Badajoz, en el año 1909. Con anterioridad, en 1891, había ocupado el cargo de Síndico del Ayuntamiento, y el de Regidor, dos años después, en 1893.

Formalizada su vida en familia, en ella nació su hijo Tomás Murillo Iglesias, “joven y aprovechado letrado”, que ejerció su profesión desde el año 1907, y, posteriormente, desde 1913, lograría alcanzar el brillante puesto de Abogado del Estado, plaza que serviría en la Delegación de Hacienda, de la provincia de Cáceres. Otro vástago de don Rufino, fue Julián Murillo Iglesias, Médico titular de nuestro municipio, que es el que tiene el honor, y el autor, la gran satisfacción de estar presente en las páginas del presente libro.

La hora de la Universidad.

Finalizados los estudios de Bachillerato con excelentes calificaciones, debido al buen aprovechamiento de sus estudios, disciplinado siempre y estudioso habitualmente, con el fin de acceder a la correspondiente carrera universitaria, que le iba a propiciar lograr el sueño de su vida, que no era otro que convertirse en médico, con la vitola de Pediatra, pues era un apasionado de los niños, cuyas enfermedades quería curarlas desde el verdadero sacerdocio de su profunda vocación.

Y, como tantas veces ocurría, dentro de la inclinación inveterada en que los estudiantes de Cáceres optaban por cursar los correspondientes estudios de la carrera, sus pasos se iban a dirigir a la ciudad del Tormes, por expreso mandato de su padre, D. Rufino Murillo Vecino, profesor de Pedagogía en la Escuela Normal de Maestros, quien decidía enviar a su hijo Julián a Salamanca, acostada entre el oro de sus templos catedralicios, la Clerecía, la Casa de las Conchas, el palacio de Monterrey, el convento de San Esteban y los Colegios Menores, junto al pasmo erudito de las cátedras de Fray Luis de León y Miguel de Unamuno.

Ya en su pupitre de estudiante, abandonada ya la capital de la Alta Extremadura, con sus palacios nobles de viejos tiempos medievales, y no sin sentir la nostalgia de sus familiares y amigos, nuestro joven se va a dedicar en cuerpo y alma al exclusivo quehacer de estudiar, con el serio compromiso de una asistencia asidua a las clases, donde viejos y sabios profesores le iban a formar para ser, en su día, un gran médico en su tierra. Por esta razón, su paso por las aulas de la Universidad salmantina siempre respondería a una concienzuda dedicación a los estudios, tomando con sumo cuidado los apuntes diarios, después de haber escuchado, con la máxima atención, los temas del día y, luego, ya en la pensión, rumiando con interés y gozo cuanto iba asimilando y aprendiendo…

Lo que no quiere decir que nuestro futuro médico Pediatra no tuviera sus pasatiempos y ocios, entre la alegría y la buena amistad con sus compañeros de clase; y, cómo no, no era extraño que algún primer amor pudiera haber florecido en su corazón juvenil, en medio de los ardores propios de la edad. La barroca plaza de Salamanca, con su belleza paradigmática, sus recoletos soportales y su cielo azul en lo alto, junto al frío gélido del clima reinante, sería los fines de semana un lugar placentero de encuentro de la mayoría de los estudiantes de la ciudad.

Poco a poco, mientras tanto, y ya finalizados sus años escolares, no paraba de nutrirse de aquellos saberes que tanto le valdrían para, cuando llegada la hora de vestir la bata blanca en el cacereño Hospital de Nuestra Señora de la Montaña, poder él, a su vez, dejar en sus enfermos todo lo que había ido recogiendo y cultivando en las clases de la Universidad de Salamanca, una experiencia que nunca olvidaría. Su conducta intachable y su riguroso comportamiento como aventajado estudiante le depararían, pues, al final de los seis años de carrera, una sólida preparación, que completaría con la especialidad mencionada de médico Pediatra.

Su trayectoria médica.

Finalizados todos sus estudios, y ya con el título de Pediatra en el bolsillo, ha de regresar a sus tierras cacereñas, donde iba a tener su natural territorio de actuación médica, que sería siempre entusiasta y llena de ilusionados proyectos, en un joven que deseaba iniciar muy pronto sus quehaceres de facultativo profundamente vocacional, a lado de sus familiares y amigos de toda la vida, pero, especialmente, al lado de sus enfermos, punto nuclear de sus atenciones profesionales más hondas.

Ni que decir tiene que sus primeros pasos, como acontece en toda carrera y cometido en la vida, se desarrollarían entre las preocupaciones propias de todo principiante, pero, muy pronto, sus trabajos sanitarios de cada día le fueron dando la solvencia y la seguridad técnica requeridas para convertirlo muy pronto en un consumado médico. Un sanitario que iría evolucionando a marchas forzadas, alertado siempre ante lo que pudiera servirle para actualizar sus conocimientos sobre los más exigentes avances científicos, mediante un reciclaje que le impelía mostrarse abierto al intercambio de experiencias con otros colegas, sin dejar de participar en numerosos congresos, conferencias y simposios, jornadas, seminarios y otros encuentros bajo la dirección de profesores sabios y experimentados.

Junto a tales ingredientes formativos, Julián Murillo añadía su agudo “ojo clínico”, bien conocido por sus colegas y pacientes, que no era otra cosa que la rápida visión para el diagnóstico, pronto y certero, respondiendo a esa intuición de la que habla el doctor Marañón, cuando se refiere a la “medicina, esa ciencia experimental que está llena de lagunas y necesita de unas alas, que le permitan volar por donde no puede caminar a pie”.

Y, junto a estas premisas de que han de estar dotados los médicos, si quieren poseer la vitola de hombre respetado en su labor sanitaria, estaban sus afectuosas relaciones con los pacientes, y con sus padres, a los que siempre atendía con sensible y respetuoso afecto. Labor que no se agotaba en la mera curación, sino que, posteriormente, no dejaba de tener buen cuidado de que los niños, como Pediatra, siguiesen un mantenimiento adecuado y progresivo en el afianzamiento de la salud. Todo esto hacía que, junto a su acendrada ética profesional, la confianza de los enfermos se fuera haciendo, cada vez, más sólida y esperanzada, ante la presencia de los padres que llevaban a sus hijos al Dr. Murillo Iglesias.

Puestos de trabajo.

En el extenso itinerario profesional del Dr.Murillo Iglesias, vamos a ir señalando los numerosos puestos de trabajos que, con todo celo, cubrió, y en condiciones muchas veces precarias, en los que iba, progresivamente, acrecentando sus sólidos conocimientos, mediante una meritoria labor en su comportamiento facultativo, y en medio de un fuerte compromiso por estar siempre al lado de sus niños, junto al calor y la impaciencia de sus padres por verlos curados.

La primera noticia que tenemos sobre su primer puesto de médico, aunque todavía en calidad de alumno, sería el de Primer Alumno Interno, en la Sala de Infecciosos del Hospital Provincial, de Madrid, en cuya situación mucho le habría de valer para ir tomando acopio de saberes y experiencias que le irían conformando como el prestigioso facultativo en que, a lo largo de los años, se convirtió. Y ya finalizada su preparación, extensa y prolongada, empezará a ser nombrado para los numeroso cargos que desempeñó.

En primer lugar, Médico Titular del Excmo. Ayuntamiento de Cáceres, en cuyo cargo permanecería desde el 28 de septiembre de 1915 hasta el 18 de agosto de 1925, o sea: 9 años, 10 meses y 22 días. Al año siguiente, en 1916, sería Médico Auxiliar Honorario del Hospital de Cáceres, puesto de trabajo que inicia en plena Gran Guerra Europea, mientras en España tenía lugar una huelga general que serían las primeras manifestaciones de la gran crisis ocurrida en 1917. Posteriormente, desempeñará el cargo de Médico Vocal Suplente de la Comisión Mixta de Reclutamiento de esta provincia (Cáceres). En ambas ocupaciones, a pesar de su juventud, muy pronto empezaría a destacar por su inteligencia, dotes excepcionales para la medicina y un comportamiento riguroso realizado a la vera del enfermo.

“Que siéndole necesario proveerse de una certificación en que consta haber sido nombrado Médico de la Beneficencia Provincial ( en su día), y de estar en la actualidad desempeñando el cargo, expresando el día de la toma de posesión; otra, de haber sido nombrado Médico Auxiliar Honorario, del Hospital de Cáceres, en el año 1916, y otra de haber sido nombrado y desempeñado el cargo de Médico Vocal Suplente de la Comisión Mixta de Reclutamiento, de esta provincia (…)

SUPLICA que, previos los trámites que estime oportunos se sirva ordenar se expidan dichas certificaciones…”
(Ambos nombramientos constaban en un documento que certificaba Don Luis Villegas y Bermúdez de Castro, Licenciado en Derecho y Secretario de la Excma. Diputación de Cáceres).

Muy pronto, sería nombrado para otro cargo, dadas sus condiciones médicas y excelentes actitudes para desempeñar sus obligaciones con solvencia y seguridad técnica. En este caso nos estamos refiriendo a su nombramiento, en 1917, de Miembro como Especialista Cirujano, en el Sanatorio Quirúrgico, donde, de nuevo, su bien hacer y su compromiso pronto iban a destacar entre sus colegas. Un puesto de trabajo en el que iba a permanecer hasta ser nombrado Miembro de la Brigada Sanitaria de Cáceres, en 1924, cargo que abandona porque sería nombrado, el 19 de agosto del año siguiente, por la Comisión Provincial, y mediante concurso previo, Médico 2º de la Beneficencia Provincial, con destino en Cáceres. Al tiempo se le computaban ocho años de servicio por razón de su carrera (Art. 37 del Reglamento de Beneficencia). El sueldo anual, asignado, sería de 3.000 pesetas .

Otro capítulo que no se puede obviar es el que fue, con anterioridad, fundador y primer director de la llamada “Casa-Cuna”, al frente de la cual estuvo desde el 1º de mayo de 1924, en calidad de adscrita al Hospital Provincial de Cáceres.

Los años no pasaban en valde, puesto que el Dr. Murillo iría ganando prestigio y madurez al lado de sus compañeros y volcándose totalmente en el cuidado de sus enfermos. Cada día era una prueba y demostración más de su bien hacer y de su fuerte compromiso sanitario, mientras que la sociedad se iba acercando, progresivamente, a un cambio de régimen, ya agotada la estadía política dictatorial de Primo de Rivera. De ahí que, poco antes de la proclamación de la II República española, recibida por el pueblo con alborozo y grandes esperanzas, era designado, conservando su citado puesto de trabajo, Director del Instituto de Maternología y Puericultura. Ambos cargos hacían que fueran aumentando sus emolumentos a un total de 5.000 pesetas.

Dos años después, el 8 de diciembre de 1933 (fecha de elecciones generales en España, con el triunfo de la derechas unidas, y un gobierno de Lerroux, que obtiene el apoyo de la CEDA), era nombrado por la Comisión Gestora, Médico 1º de la Beneficencia y Sanidad Provincial. Con Anterioridad, había cumplido el cargo de Médico 2º de dicha institución.

Estamos en plena República, con un sensible cambio de la sociedad, no sólo a nivel nacional, sino regional y provincial, lo que ha de repercutir en nuestro doctor, de acendradas costumbres cristianas y hombre muy involucrado en las diversas asociaciones religiosas de Cáceres, como la Real Cofradía de la Virgen de la Montaña, patrona de la ciudad, y la de nuestro Padre Jesús Nazareno. De todas formas, el Dr. Murillo no tuvo inconvenientes en desempeñar sus obligaciones, con el mismo celo y profesionalidad que su hermano Tomás Murillo, abogado del Estado, desde la dirección del periódico “Extremadura”, desde el que se oponía, frontalmente, a todo sectarismo y debate ideológico.

Mientras tanto, la vida en Cáceres seguía más o menos en sus habituales costumbres, con sus ocupaciones diarias y, cómo no con sus espectáculos, en que renombradas actrices realizaban sus funciones el Gran Teatro de Cáceres, como las famosas Raquel Meller y Berta Singerman, mientras que, a escala nacional, el jefe de gobierno, D. AlejandroLerroux, visitaba la ciudad, que lo recibía con alborozo popular...

La Guerra Civil.

Con anterioridad a ésta, se ha de señalar que, unos meses antes, el 1 de enero de 1936, el Dr. Murillo era encargado de la asistencia a los Colegios Provinciales, y, algunos meses después, por acuerdo de la Comisión Gestora, de 22 de junio de dicho año, sería designado para desempeñar la dirección del Hospital de Cáceres. El sueldo era mayor, pero, sobre todo, había recaído en él el honroso título de ser director del primer centro sanitario de la provincia. Lo que era fruto de la cada vez más brillante trayectoria de un hombre que sólo vivía para su profesión, para su familia y para sus devociones religiosas, como caballero de fuerte carácter humanista cristiano.

Poco después, llegaría la irrupción de la guerra civil, por lo que, quiérase o no, en toda biografía, de cualquiera personaje cacereño, o foráneo, el historiador ha de ubicar, en capítulo aparte, todo cuanto se relate sobre el mismo, en el espacio de tiempo de dicha contienda, donde el cambio de la sociedad fue radical y profundo, ahora bajo la dictadura que acababa de iniciarse con el general Francisco Franco. Fueron años en que se troncharon muchas ilusiones, se frustraron numerosos proyectos y se torcieron muchas biografías, que apenas habían acabado de iniciar un camino esperanzador buscando su futuro en la vida…

Así las cosas, D. Julián Murillo no iba a ser una excepción, aunque la ciudad de Cáceres permanecería dentro de la zona franquista, tras la sublevación de algunos generales (primero en Marruecos, el 17 de julio, y luego el 18, en la Península, contra el gobierno de la República, régimen legalmente constituido), por lo que su carrera de médico no iba a recibir ningún parón profesional, ni distorsión política, en una ciudad fuertemente controlada por las fuerzas sublevadas. De todas formas, por otra parte, los avatares de la guerra supusieron para una buena parte de la ciudadanía española un gran desgarrón, social y humano, que tardaría mucho en curarse, aunque, en estos últimos tiempos, la Ley de la Memoria Histórica ha vuelto a levantar algunos sarpullidos en el seno del país.

En el contexto militar en que la sociedad cacereña se desenvolvía, donde era depuesto, de forma fulminante, el popular alcalde, Antonio Canales, y sustituido por Manuel Plasencia Fernández, en estas horas de miedo y ansiedad, de sangre y zozofra, “paseos” y sacas de noche, la vida profesional de Dr. Murillo Iglesias, iba a discurrir dentro de una cierta normalidad, ya que, como hemos dicho, era “hombre de orden”, de ascendencia conservadora, y, por lo tanto, de filiación derechista.

Así las cosas, Cáceres empezó a sufrir una situación de movilización total, mientras por sus calles se veían, con frecuencia, soldados del Tercio de “Regulares” y Legionarios, con sus atuendos guerreros, y armados hasta las cejas, que ponían un sello de excepción y curiosidad entre los habitantes de la levítica ciudad, junto a las camisas azules de los falangistas, verdaderos señores políticos de aquellas horas… Mientras tanto, sacos terreros casi cubrían los arcos de los soportales de la Plaza Mayor, poniendo una nota de belicismo sonrojante entre las dos Españas. De esta manera, así se cumplían, mejor que nunca, las palabras del Dr. Jiménez Díaz, de que “la profesión médica, más que una profesión era una batalla contra la muerte”

En tales circunstancias, no es extraño que el desarrollo de la profesión de nuestro médico Pediatra estuviera fuertemente mediatizado por el contexto político militar del momento, puesto que incidía, de manera muy directa, en el colectivo de médicos de Cáceres y provincia. Una intensa mediatización política, donde la presencia de los “soldados médicos” proclamaban la excepcionalidad de tan compleja situación, al prestar sus servicios en Cuerpos y Hospitales, usando como distintivo una banda de franela amarilla, de 10 cms. de altura y centrado por un bordado en color rojo, con la leyenda: “Médico”, con letras de 2 cms. de altura.

No obstante, en medio de tan excepcionales circunstancias, el Dr. Murillo Iglesias tenía a bien fundar, por estos meses, la que luego sería su más querida institución sanitaria, la denominada “Casa Cuna”, centro de todos sus desvelos, en la que dejaría lo mejor de sí mismo, volcándose en cuerpo y alma, pues la consideraba como una de sus joyas más preciadas.

Pero como hemos dicho anteriormente, todo se iba a trastocar, una vez iniciado el Alzamiento Militar, con unas consecuencias inmediatas, como sería la de cesar nuestro protagonista en el puesto de director del Hospital Provincial (por decisión del nuevo presidente de la Diputación Provincial de Cáceres, Santiago Sánchez Mora, (en el cargo desde el 25 de julio de 1936), así como en su asistencia a los Colegios Provinciales. Como puede observar el lector sólo había estado en el primer puesto desde el 22 de junio hasta el 25 de julio de 1936; es decir, un mes y tres días. No obstante seguían atendiendo a la “Casa Cuna”, el centro de sus amores sanitarios.

Con fecha 1 de mayo de 1937, D. Julián volvía a hacerse cargo de los servicios de asistencia médica a los Colegios Provinciales. Y no se ha de obviar, por otra parte, su paso por sobre rica experiencia acumulada en los años de la guerra civil, al ser nombrado Director Cirujano del Hospital de Requetés, de Cáceres, un cargo muy especial, pues su notable profesionalidad tendría ocasión de ponerse al servicio de los soldados heridos que procedían del frente de guerra, cuando el país se encontraba en una situación de pura emergencia, la política en urgente estado de provisionalidad y la sociedad en un estado urgencia, hasta la terminación de la contienda el 1º de abril de 1939.

La posguerra.

Mientras tanto, nuestro biografiado, en el resto de los años de la guerra civil, continuó de médico en el Hospital Provincial, con una asidua presencia y actuación meritísima, sin ningún contratiempo, hasta la llegada de la primera posguerra, en que una vez más la Comisión Gestora Provincial, en sesión celebrada el día 29 de enero de 1945, acordaba que, “en tanto se halle enfermo D. Fernando Quirós Beltrán, se haga cargo de la dirección del Hospital de Cáceres.

Dos años después, el 27 de febrero de 1945, era nombrado Médico Decano de la Beneficencia Provincial y, de nuevo, Director del Hospital Provincial de Cáceres, con un sueldo anual de 6.500 pesetas, una gratificación de 1.000 por la Dirección y 500 por el Decanato, más 1.450 por tres quinquenios.

Poco después, exactamente dos años, eran nombrado “Profesor de sala”, donde pondría prueba sus carismas pedagógicos que eran muchos, dados sus óptimos resultados alcanzados, en los años en que detentó tal cargo. Todo este tiempo, desplegó una experiencia apasionante haciendo de vida de auténtico sanitario, y, en tiempos de ocio, dedicándose a sus habituales costumbres, a las cálidas relaciones con su familia y a sus actividades religiosas, involucrándose en varias asociaciones, pues siempre dio ejemplo de ser un gran caballero con sello inequívoco de humanista cristiano.

A la altura de 1954, concretamente, el 12 de marzo de dicho año, por acuerdo de la Excma. Diputación, le fueron reconocidos, a todos los efectos, 9 años, 10 meses y 22 días de servicios prestados, como Médico de la Beneficencia Municipal de Cáceres, y Médico Auxiliar Honorífico del Hospital Provincial de Cáceres. Al año siguiente, le serían reconocidos 8 quinquenios.

Finalmente, le llegaría al Dr. D. Julián Murillo Iglesias el día de su jubilación, el 25 de julio e 1959 a los 70 años de edad, cuando era a la sazón, director del Hospital Provincial, “Nuestra Señora de la Montaña”, de Cáceres, mientras era Presidente de la Diputación Provincial de Cáceres, Don José Murillo, uno de los más solventes y capaces de toda la trayectoria de dicha institución provincial .

La Casa-Cuna del Hospital Provincial, de Cáceres.

Como generalidades sobre el presente apartado, deberemos dejar sentado algunas consideraciones, que facilitan al lector una aproximación de lo que llegó a ser la denominada “Casa-Cuna”, de Cáceres, ubicada en uno de los pabellones del Hospital Provincial, de Cáceres.

Tuvo esta institución varios momentos en su trayectoria socio-hospitalaria; unos de penuria y crisis, por su equivocado enfoque sanitario; otros de euforia y buenos resultados por la buena marcha de la misma, y otros, de esfuerzo, por su deseo de alcanzar cotas razonables, en su empeño de tener en las dependencias de dicha “Casa-Cuna”, un material moderno y un funcionamiento racional y adecuado a los fines que se perseguían.

Con respecto a los malos momentos por los que atravesaba la institución benéfica de la Casa-Cuna, se ha poner un ejemplo en que entra de lleno la personalidad de Dr. Julián Murillo Iglesias. Así las cosas, la Excma. Diputación de Cáceres no era ajena a tales necesidades, por lo que, comenzará a poner en orden su funcionamiento. A este fin, se daría curso a un escrito, como “Proposición”, firmada, por cinco Diputados provinciales, en el Palacio Provincial, con fecha 31 de enero de 1924, en plena dictadura del General Primo de Rivera. Éste era el texto completo:

Los Diputados que suscriben tienen el honor de proponer a la Excelentísima Diputación:

1º.- Que para evitar el abandono en que se encuentran los EXPÓSITOS que están en período de lactancia, fuera de los establecimientos, sería conveniente que se acordara por la Excma. Diputación hacer obligatoria la presentación de las nodrizas, trimestralmente, en los respectivos Hospicios, donde al hacer efectivos sus haberes, se reconviniera a la nodriza y el niño, por el Médico director del establecimiento, a presencia del Diputado Delegado y del Señor Administrador, los cuales podrán recoger al expósito, sino se hallara en las condiciones debidas.

2º.- Que, al celebrar el contrato de “prohijamiento”a quien lo solicite, además de todos los requisitos que el Reglamento de Beneficencia exige, se obliguen a los prohijantes a abrir una libreta a nombre del expósito, en cualquier entidad solvente, con una cantidad no inferior a 50 pesetas, cuya libreta se tendrá en depósito, en las respectivas Administraciones, para entregarlas al expósito en el momento de su emancipación.

Estas libretas deberán ser condicionadas para que, en caso de muerte del expósito, pueda el Administrador retirar los fondos, que irán a acrecer las otras libretas de los que se encuentren en idénticas condiciones.

Este acuerdo se entenderá aplicable a los casos que ocurran en lo sucesivo, y, en manera alguna, a los presentados hasta el día de hoy.

Este texto de la Proposición se completaba, de esta manera:

“La Diputación, tomada en consideración y votada la urgencia, acordó aprobarla por unanimidad”( Firma, ilegible, del Secretario de la Diputación).

Como se puede observar, a través de dicho escrito, lo primero que nos sorprende es el “abandono” en que se encontraban los “expósitos”, a la sazón en “en período de lactancia, fuera de los establecimientos”; es decir, de la “Casa-Cuna”, del Hospital Provincial, Nuestra Sª de la Montaña, de Cáceres. Por ello, queriendo cortar con urgencia tal situación, la Diputación, en adelante, va a obligar a las nodrizas que, cada tres meses, se personen en el centro hospitalario, para que sean sometidas a una especie de inspección, que dictaminará si se encuentran en “condiciones debidas”, pues, en caso contrario, les serían retirados los niños.

En segundo lugar, se destaca la generosidad de la Diputación al exigirle a los prohijantes que abran una libreta, “a nombre del expósito”, con la mencionada cantidad, que, tras haber estado en depósito, sería entregada a aquél cuando éste fuera emancipado. Libretas que tendrían su curso apropiado, en caso de muerte del pequeño, según lo expuesto. Todo ello tendrá aplicación en el futuro, sin que tenga efectos retroactivos.

Una vez que hubieron transcurridos nueve meses, y establecidas las normas que habían de articular los casos mencionados, sobre los referidos problemas sanitarios de los expósitos que se encontraban fuera de la Casa-Cuna, se daría curso al escrito que el pediatra, Dr. Murillo, había dirigido a la dirección de la Diputación provincial. Un escrito que, con fecha 2 de noviembre de 1924, pretendía atajar un problema que, a todas luces, era urgente, por lo que era preciso darle solución cuanto antes, al tratarse de niños que la sociedad había entregado a dicha institución. El texto completo es el siguiente:

Señor Diputado-Delegado de los Establecimientos de Beneficencia Provincial de Cáceres.

Cumpliendo el encargo que se ha dignado conferirme de investigar las causas de la excesiva mortalidad de esta CASA-CUNA, y los medios para disminuirla, someto a su consideración lo siguiente:

Desde el pasado mes de mayo, en que fui encargado de la asistencia de referida Casa-Cuna, mi constante preocupación ha sido el arrebatar a la muerte, siquiera alguna de las vidas inocentes que aquélla, en tan crecido número, como injustamente, se lleva al cabo del año.

El cuadro de mortalidad es tan elevado, y ha sido tan abrumador que, cuantos esfuerzos se realicen, serán pocos, si se consigue hacer descender ese tanto por ciento tan elevado de niños que fallecen, sin deber fallecer, al punto que mueren el 83%, cifra que, comparada con la del año 1920, máxima que debe ser, hará comprender la importancia del problema, no sólo bajo el punto de vista moral y afectivo, sino bajo el económico-social, pues, como dice Courmont:”en el concepto económico y social, es más importante salvar a un niño de teta, que salvar la vida de un anciano, o curar a un adulto. Salvemos, pues, ese 63% que mueren sin deber de morir, y que tienen derecho a la vida.

¿Medios? – Dotando a la Casa-Cuna del material necesario para preparación y esterilización de la leche que ha de tomar el niño.- Poner en mejores condiciones higiénicas el local destinado a este departamento.- Disminuir el trabajo que pesa sobre las amas, a la vez que mejorar su alimentación y variar su régimen interior.- Dotar de personal auxiliar técnico, idóneo, para las múltiples funciones de ese servicio, y de personal auxiliar para los niños.- Y, finalmente, supresión total de la lactancia externa, porque no puede entregarse un niño a quien ignora los cuidados que necesita para criarlo.

La lactancia mercenaria no existe ya, no sólo en naciones como Alemania, Francia, etc., sino que, en la mayor parte de las provincias españolas, la han anulado, teniendo los niños en las Casas-Cunas, cuando menos hasta los dos años, vigilados constantemente por el médico y bajo su dirección. Es natural que se proscriba esa lactancia, pues, ante la fuerza arrolladora de las estadísticas, hay que reconocer lo nocivo y antisocial que resulta.

Que los niños se críen en condiciones higiénicas de aseo, local, alimentación, cuidados, etc., y bajo la inspección médica, y habremos salvado muchas vidas, a la vez que terminaremos con una estadística vergonzosa. Este verano se ha disminuido, considerablemente, por gastroenteritis, gracias a las facilidades que se nos han dado por esa Delegación, para mejorar la lactancia artificial; pero la reducción total de mortalidad está muy lejos, todavía, de la que, en cualquier Casa-Cuna, bien organizada, se alcanza.

Desde luego, será más costosa la lactancia interna que la externa, pero esa economía es a costa de muchas vidas de niños, y esta razón es la que ha hecho, como decimos, anteriormente, suprimir esa lactancia externa, a un a costa del mayor gasto de la interna.

Considero este problema de urgente solución, como se le alcanza a esa Delegación, pues no debemos permitir fallezcan niños que no deben morir, y que sabiendo las causas no las corrijamos.

Y, para terminar, quiero hacer constar la necesidad de los servicios de laboratorio, ya que, constantemente, se están necesitando para análisis de leche, reconocimiento de amas, para los mismos niños a su ingreso, y durante el curso de cualquier enfermedad, etc. etc., servicio que, si hasta ahora, lo hemos tenido, ha sido gracias al amor a los niños de los Doctores Morote y Corrales.

He aquí el problema de la excesiva mortalidad que tenemos en los niños, de esta Casa-Cuna, y los medios que a mi juicio, deben implantarse para que desaparezcan esas estadísticas, realmente vergonzantes.

Cáceres, 2 de noviembre de 1924. Firmado: Julián Murillo.

Ni que decir tiene que, después de haber leído nuestros lectores el escrito precedente, habrán constatado que se trata de una especie de S.O.S., que lanza nuestro biografiado, ante la situación, calamitosa y dramática, que él mismo describe con tintes negros, sobre el estado en que se hallaba la Casa-Cuna, a la altura de 1924.

En todo el proceso de dicho texto se palpa, con claridad meridiana, que la situación de la “excesiva mortalidad”, que estaba ocurriendo en dicho centro, no podía continuar así, de ningún modo, ya que se trataba de la vida de unos niños que habían sido entregados al cuidado de dicha institución, la cual no podía permitir que se llegara a esas cotas de muerte, nada más y nada menos, que del 83%. De ellas, afirma el Dr. Murillo, se podían salvar, con los medios adecuados, por lo menos el 63% del total.

Unos medios que va también describiendo, tratando de paliar la situación, y subrayando las condiciones que se han de utilizar, si se quiere cortar tan negro panorama. Pero hay en todo su escrito, un verdadero alegato lleno de angustia, una idea-fuerza, que es necesario materializar, si se quiere reconducir la cuestión. Nos estamos refiriendo a eliminar la “lactancia externa”, donde los niños carecen de ese inmediato control que poseen cuando se hallan sometidos a la lactancia interna, dentro de la Casa-Cuna; lo que, por otra parte, parece que tal opción empezaba a estar vigente en países europeos avanzados, y en algunas provincias españolas.

Finalmente, hace alusión a la también urgente presencia de los necesarios “servicios de laboratorio”, tan excelentes para los cuidados médicos que el Dr. Murillo va subrayando con claridad.

A las 24 horas de haber dado curso a tal petición, se hacía constar su recibo en el Palacio Provincial; es decir, el 3 de noviembre de dicho año, con la firma de los Diputados: Esteban Sánchez, David Domínguez y Domiciano Vega. Este es el texto:

Los Diputados que suscriben han estudiado, detenidamente, el proyecto de reforma, del sistema de lactancia, de niños expósitos, expuesto por el Facultativo encargado de la Casa-Cuna, de Cáceres, en el informe que es adjunto, entendiendo que sería de gran conveniencia fuera adoptado en los términos que en el mismo se contienen; mas, como ello supone, a caso, un aumento de gastos, y, desde luego, una transformación en el empleo de las cantidades, consignadas en el presupuesto vigente, lo que, legalmente, no puede realizarse, estando éste en ejercicio, y, por tanto, no es posible llevar de momento a cabo la reforma, ruegan a la Excelentísima Diputación provincial se sirva aprobar la siguiente

PROPOSICIÓN

Visto el informe suscrito por el Médico encargado de la Casa-Cuna, de Cáceres, D. Julián Murillo, a cerca de la conveniencia de reformar el actual sistema de lactancia, suprimiendo al efecto las nodrizas externas, y entendiendo que tal reforma beneficiaría, grandemente, a los niños expósitos, y haría disminuir la mortalidad, se acordó que este asunto pase a la Comisión de Hacienda, para que haga el estudio necesario, para dotar este nuevo servicio, y lo tenga en cuenta al formar el primer presupuesto que sea sometido a la aprobación de la Diputación.

Palacio Provincial, 3 de noviembre de 1924. Con la firma de los mencionados Diputados.

Transcurridos siete días después, se daba curso a un nuevo escrito, concretamente, el 11 de noviembre, conteniendo este texto, dirigido al Sr. Vicepresidente de la Comisión Provincial:

La Diputación provincial, en sesión del día 3 del actual, acordó aprobar, por unanimidad, una proposición suscrita por los Diputados, Don David Domínguez y Don Domiciano Vegas, referente al informe suscrito por el médico encargado de la Casa-Cuna, de Cáceres, Don Julián Murillo, acerca de la conveniencia de reformar el actual sistema de lactancia, suprimiendo al efecto la de nodrizas externas, y entendiendo que tal reforma beneficiaría, grandemente, a los niños expósitos, y haría disminuir la mortalidad; y que este asunto pase a la Comisión de Hacienda, para que haga el estudio necesario para dotar este nuevo servicio, y lo tenga en cuenta al formar el primer presupuesto que sea sometido a la aprobación de la Diputación.

Y, ejecutado el transcrito acuerdo, lo comunico a V.S. para su conocimiento y demás efectos. Dios guarde a Usted muchos años. Cáceres, 8 de noviembre de 1924.

En su día, tales peticiones fueron atendidas, por lo que, en primer lugar, las lactancias de carácter externas fueron eliminadas, conforme solicitaba, con tanta premura, el Dr.Murillo Iglesias, al mismo tiempo que la Casa-Cuna empezaba a contar con los servicios de laboratorios que también había pedido, “conditio sine qua non”, los proyectos establecidos no podrían tener la solución que se deseaba, tratando de cortar tan dramática situación con las referidas muertes de tantos niños expósitos.

Mientras tanto, todo se iría desarrollando de la mejor manera posible, aunque, sin dar respuesta, todavía, a no pocas necesidades que aún estaban presentes en la Casa-Cuna. De todas formas, ya a la altura del año 1930, siendo Presidente de la Diputación provincia, Don Víctor Berjano (1930-1931), constaba en acta, a la luz de la Memoria, de 19 de mayo de dicho año , el siguiente texto:

El éxito más brillante y más halagador, (1930-31), era, sin duda, el referente a la “Casa Cuna” provincial, consiguiéndose reducir la mortalidad infantil, del 90% al 36%. Por otra parte, se añadía que, en dicha “Casa Cuna”, estaban, por término medio entre lactancia y destete, 200 niños. Adscrita a la misma, funcionaba la denominada “Gota de Leche”, donde se facilitaban biberones al público y a la Beneficencia Municipal de Cáceres.

Así mismo, se subrayaba en dicha Memoria que, en dicho capítulo, era preciso destacar, especialmente, los reiterados prohijamientos concedidos, aunque se le exigía al prohijante la apertura de una libreta, en nombre del prohijado, en la Casa de Ahorros de Cáceres, “con una gran cantidad no inferior a 50 pesetas, como determinaba el artículo 334 del mismo Reglamento. Es cierto que, en ocasiones, se procedía a la anulación de ciertos prohijamientos solicitados.

Como había de tenerse en cuenta, además, (no obstante los adelantos referidos) los aspectos relaciones con los niños “expósitos”, que seguían siendo una verdadera lacra, dadas las profundas carencias existentes, entre la población más económicamente débil, con el hambre y la falta de trabajo. Tales “expósitos”-llamados popularmente “pilus”, y que llegarían por miles a la comarca de las Hurdes, llevando una marca, poco menos que ignominiosa, eran abandonados por sus padres, dejándolos en los tornos de la Casa-Cunas, de las que habían de partir, para su crianza como lactantes, hasta la edad de seis años; momento en que eran devueltos a citadas Casa-Cunas, de las que procedían, para ser directamente prohijados.

El Colegio de Huérfanos, de San Francisco. El Hogar Infantil “Julián Murillo”, de Cáceres.

Mucho se ha escrito acerca de los niños expósitos,-estela de horfandad que nunca dejaría de tener en cuenta el Dr.Murillo-, especialmente por la naturaleza del problema que suponía para los niños que la sufrían, al tener que soportar una vida llena de las más elementales necesidades, bajo todo tipo de calamidades, pues la sociedad, en aquella época, aún no era consciente de la grave responsabilidad que tenía, al no dar soluciones urgentes a tan degradantes situaciones.

Estas peripecias humillantes han dado lugar, por ejemplo, a que uno de los que sufrieron en sus carnes tales agravios, por ser interno en el Colegio de Huérfanos, de San Francisco, llamado Anselmo Iglesias, un exalumno de dicho centro, publicaría el libro: “Yo, expósito”, donde, de forma conmovedora, va repasando en su memoria todas y cada una de las vivencias que tuvo en su paso por esa orfandad vergonzosa que tantos niños hubieron de sufrir.

En uno de sus relatos, viene a decir de cómo las familias llegaban a dicho colegio, y, en su espacioso patio, procedían a elegir, sin más dilaciones ni cortapisas, el niño que más le gustaba, para, a continuación, llevárselo consigo, hacia un futuro que, las más de las veces, discurría sufriendo penalidades sin cuento, porque sus relaciones con los adoptantes eran, generalmente, distantes y nada entrañables, ya que estos pequeños serían explotados, ya en las faenas del campo, o como cabreros, rabadanes de ovejas, recoger aceitunas, etc. etc. A veces, solían dormir en algún pajar, al estar al cuidado de algún rebaño, como aconteció en el caso de Anselmo, quien, además, añade el dato degradante que jamás se sentaba a comer con la familia .

Crecían, pues, estos niños en medio de grandes necesidades y faltos del cariño de unos padres que no tenían, por avatares de la vida, sufriendo la miseria, el abandono y el hambre, dadas las circunstancias en las que se tenían que mover. Su vida, luego, en el seno del Colegio de Huérfanos de San Francisco, de Cáceres, iba transcurriendo en las faenas diarias de las clases a las que debían asistir, en el trabajo de carpinteros, sastres, ebanistas, pintores, modistería, etc. a cuyas diferentes secciones eran enviados. Eso sí, no les debía faltar los cuidados de carácter religioso, en medio de un ambiente teóricamente cristiano, con sus capellanes y cuidadores sociales.

La triste vida de estos muchachos, aunque cubierto lo indispensable para subsistir, se iba desenvolviendo en unas anodinas circunstancias, hasta llegar a la edad de18 años, en que eran obligados a abandonar el centro, llevando una maleta que le entregaban, confeccionada por alumnos carpinteros de la institución, un par de zapatos fabricados por los aprendices de zapateros, un traje confeccionado por los jóvenes sastres de la institución y una cierta cantidad de dinero, que podría alcanzar la suma de 700 pesetas

Este era el periplo a recorrer en el internado, por estos huérfanos, lo que tantas veces habría de considerar el Dr.Murillo, sin poder hacer más que poner de su parte un cierto alivio en todo aquello en que él pudiera echar una mano. Pero la salida al mundo de los jóvenes, ya estigmatizados en vida con el sello de huérfanos, era obligatoria, con todas las circunstancias de riesgo que esta decisión suponía para los mismos. Y es que tenía que buscarse la vida, en medio del anonimato, la soledad más absoluta y la indiferencia general.

El Colegio Infantil, “Julián Murillo”, de Cáceres, una ejemplar institución social y benefactora para la infancia, presente aún en la sociedad de nuestros días, en orden a su educación y protección de niños huérfanos, sería inaugurado en el año del homenaje a nuestro biografiado, Dr. Murillo, en cuyo acto le fue erigido un busto. Se trata de un centro donde se han recogido, en los últimos años, a todos los niños huérfanos, que, con anterioridad, en la época a la que nos hemos referido, eran residenciados en el Colegio de Huérfanos,”San Francisco”, en la situación ya conocida por el lector.

Por lo tanto, dicho centro empezaría con el tiempo a tener poca virtualidad y provecho, ya que“la gran demanda de adopciones y los bajos índices de abandono de recién nacidos, han provocado que, en el actual hogar infantil de la Diputación no haya más que 20 niños que, enseguida son adoptados por familias. Pero no siempre fue así”.

Otros cargos profesionales, de carácter oficial.

Otros cargos profesionales detentados por el Dr. Murillo Iglesias, donde, como siempre, su conducta de médico estaba profundamente implicada en sus deberes de cada día, a lo largo de muchos años. Obsérvese cómo las dos últimas instituciones, que se mencionan en líneas posteriores, se caracterizaban por estar fuertemente enraizadas en el sello político de la época, que no era otro que el que correspondía al régimen imperante, en unos años de neto y omnipresente franquismo, que siempre tuvo el prurito de dar a su régimen una fachada de fuerte acento social.

- Médico del Instituto de Sanidad, de Cáceres.
- Médico del Instituto Nacional de Previsión (I.N.P.).
- Médico del “18 de julio”.

En todos estos puestos de trabajo, insistimos, nuestro personaje dio siempre la talla, como gran médico pediatra, estando permanentemente a la altura de sus obligaciones, que eran para él la oportunidad de realizar lo que más le gustaba en la vida, como era el cuidado y el servicio de los enfermos.

El Colegio Oficial de Médicos de Cáceres y el Dr. Murillo.

Podríamos calificar el paso del Dr. Murillo Iglesias por el Colegio Oficial de Médicos de Cáceres, de medular importancia en su trayectoria médica, por razones obvias. En primer lugar, porque este Colegio era el centro neurálgico, con proyección médica a toda la citada la provincia, donde se palpaba el auténtico sentir de este colectivo, de tan decisiva trascendencia para la sociedad, a la que servía. En segundo lugar, porque los años en que estuvo al frente de dicha institución, implicaron para él una época de gran responsabilidad, ya que había de cumplir sus obligaciones con todo rigor y disponibilidad, dado el puesto para el que fue elegido, democráticamente.

Un centro en que Don Julián, al tiempo que propiciaba circunstancias a estudiar y contemplar médicamente, más numerosos datos con los que poder conocer así el número de sanitarios ejercientes en la provincia de Cáceres, con especificación de sus nombres, apellidos y vecindad, defendía los intereses del colectivo, en un proceso histórico, en donde se pueden recabar abundantes datos y toda clase de situaciones referentes a cuanto se desarrollaba en dicho Colegio de Médicos.

La Presidencia del Colegio de Médicos.

Dada su personalidad, y considerados los progresos profesionales que iba acumulando en su trayectoria como médico, y, así mismo, teniendo en cuenta su talante conciliador y su afecto personal con todos, tanto enfermos como compañeros, no es extraño que el Dr. Murillo Iglesias, llegara a ocupar tan honroso cargo. Cargo que, por otra parte, es preciso señalar que, a todo lo largo de su trayectoria, había estado muy prestigiado siempre por médicos de gran talla y solvencia científica.

Pues bien, a los pocos meses de haberse proclamado la II República en España, concretamente, el día 31 de octubre de 1931, nuestro protagonista comenzaba a ocupar la Presidencia del Colegio Oficial de Médicos de la Provincia de Cáceres. Sería su Secretario el médico Miguel García Anaya.

Ni que decir tiene que D. Santiago Julián Murillo, siempre desde su rigor y desde sus excelentes dotes de organizador, daría a su Presidencia un verdadero soplo de aire fresco, pues se dinamizaron las actividades, se actuó en su seno de forma más viva y eficaz, al tiempo que no dejaban de realizarse toda clase de realizaciones culturales.

Pasados unos años, en medio de una época no exenta de convulsiones y de no pocas zozobras, dada la sobreabundancia política del país, el Colegio de Médicos continuó realizando sus diversos cometidos, aunque dentro del complejo panorama general de la nación, que, como no podía ser de otra manera, repercutía en el seno de dicho centro médico.

No obstante, nuestro Doctor seguiría liderando el Colegio, pues a la altura de 1935, y a la luz del Acta de la reunión celebrada por su Junta Permanente, sigue estando presente nuestro protagonista como Presidente, y era nombrado Vicepresidente, Telesforo Merchán

Mientras tanto, estaba dando un giro de ciento ochenta grados el ritmo de la política y el ambiente de la sociedad de aquella época. No olvidemos que, en febrero de 1936, se habían realizado elecciones generales a Cortes, las que dieron como resultado el triunfo de las fuerzas políticas de izquierda, reunidas todas ellas en el llamado Frente Popular. Por lo tanto, no todo iba a ser igual, ya que, en los siguientes meses, parecía que las cosas discurrían como algo provisional, y, sobre todo, de forma convulsa, pues, desde muchos ángulos sociales, parecía otearse un cierto desenlace político de funestas consecuencias.

De todas formas, el Colegio de Médicos de la provincia seguía con sus propios mecanismos de funcionamiento, puesto que tendría lugar- a pesar de revelarse “tensiones internas”- una reunión de la Junta General, en la fecha 16 de mayo de citado año. El objetivo de la misma no era otro que proponer un voto de censura a la Junta de Gobierno que sería aceptada por una “mayoría de votos”. Pero considerándose que dicho voto de censura no estaba previsto en el Reglamento, se decidió nombrar una Comisión Gestora, hasta tanto fuesen celebradas las elecciones, ajustándose al reglamento. Comisión Gestora, que aprobada “por unanimidad”, a excepción de algunos votos en contra , estaría formada por los siguientes médicos:

- Ramón Díaz Muñoz, como Presidente.
- Telesforo Merchán Martín, Vicepresidente.
- Joaquín de Vargas Sánchez, Secretario.
- Felipe Borrella García, Tesorero.
- Arturo García Sánchez, Contador.

Por otra parte, es preciso añadir que no faltaron ciertas críticas a la Junta de Gobierno, del presidente, Dr.Murillo, por parte de algunos sanitarios, como Germán Díaz Jiménez, “haciendo referencia a la vejada y olvidada clase médica rural”, Arturo García Sánchez, del que recibiría nuevas reticencias, porque “opina que quien debe estar en la Junta son los que verdaderamente sienten el problema y puedan moverse rápida y eficazmente”; y, finalmente, el médico Acevedo Márquez, que estaba “dolorido con el Presidente Murillo, pues ni siquiera fue a visitarlo cuando estuvo encarcelado en la Prisión Provincial”.

Se cierra este capítulo de críticas hacia la Junta de Gobierno de nuestro protagonista, con estas palabras: “Se vierten una serie de casos que sirven para tildar a la Junta de Gobierno de dejadez e inoperancia, de no intervenir en situaciones comprometidas, pero reales y vividas, diariamente, por los médicos rurales, de forma angustiosa en muchos casos” .

Tras de estas objeciones, las aguas volverían a su cauce. Y así fue, porque, una vez que tales luchas intestinas entre los dos grupos de médicos cacereños, quedaran silenciadas por la fuerza de los acontecimientos, como fue la irrupción de la Guerra Civil, el 18 de julio de 1936, el nuevo Gobierno Civil, ya constituido por las nuevas autoridades franquistas, ordenaba la reposición en sus puestos a la desbancada Junta de Gobierno del Colegio de Médicos provincial, al tiempo que era destituida la mencionada Comisión Gestora, quedando integrada dicha Junta del modo siguiente:

- Presidente: Santiago Julián Murillo Iglesias.
- Vicepresidente: Telesforo Merchán Martín.
- Contador: José Ropero Hernández.
- Tesorero: daviz Domínguez Villagra.
- Secretario: Ramón Sánchez Cayetano.

La revista “Clínica Extremeña”.

Siendo Especialista Cirujano del Sanatorio Quirúrgico de Cáceres; es decir, en fecha muy temprana de su trayectoria profesional, empezaría a destacar en el colectivo de médicos de la provincia, ya que, dadas sus notables cualidades para las “finanzas”, sería nombrado administrador de las cuentas de la revista de Medicina y Cirugía (“Clínica Extremeña), que, en enero de 1919, tomaría el relevo del Boletín del Colegio Oficial de Médicos (1901-1918). Por

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