Dos actitudes vitales. Dos conceptos diversos, aunque estén próximos. Siempre abundaron bromistas y burladores. Hasta una obra famosa, “El burlador de Sevilla”, de Tirso de Molina, creó el estereotipo español llevado al olimpo de la Literatura. Y esos tebeos, con “mortadelos y filemones” hicieron las delicias de chicos y grandes con bromas de todo tipo. Damos bromas. Y se burlan de nosotros, si no como en el “Don Juan” de Zorrilla, sí, como algo habitual.
Pero sepamos, con Cicerón, que hay dos tipos de bromas: una, incivil y malévola, y otra, cortés, ingeniosa y jovial. Aquéllas las rechazamos, porque nos ponen de mal humor, al proceder de la soberbia de algunos o de la pura agresión gratuita, que nos hace reaccionar mal, pues sólo hubo un santo Job. Las segundas agradan, como signo ingenioso, o nos alegran la vida, que, si no es una mala noche, en una mala posada, como dijo Teresa de Jesús, sí que adolecen de acciones indeseables. El bromista, si actúa con sentido del humor, es bien acogido, y se aprecia mucho por la mujer, como se sabe. Y el humor en el teatro tiene un puesto clave en la dramaturgia universal, con obras excelsas, siempre aplaudidas. Eso sí, hay que distinguir entre el cómico y el humorista. Aquél nos hace reír, y éste pensar y luego reír. Hay ensayos sobre el humor, pues es parte sustancial de la vida, ya que se ha dicho que un santo triste es un triste santo. Pero el humor sale del corazón, sin que nadie tenga buen humor, a fortiori, aunque haga un master en Oxford. Por eso hay ver el lado bueno de la vida, sin ver una ciénaga inmunda en un prado de margaritas. Y no te quejes si tu problema tiene solución, como advierte el proverbio chino. Esto lo ignora el fatuo al desconocer que el humor es un chaleco salvavidas, viéndose inerme al menor contratiempo. El buen carácter es, pues, balsa que flota en un mar embravecido, desde la que miramos el mundo con cierta indiferencia.
Pero la burla se mueve en la antípodas, si llegara al sarcasmo sangriento. Darle, pues, cetro y corona de rey al mendigo, es perverso, produciéndonos gran reserva de desprecio como justa reacción. La burla ridiculiza, malévolamente, al débil y al humilde, que no son capaces de reaccionar. Platón decía que la burla y el ridículo son las que menos se perdonan entre todas las injurias. Se soporta la censura, pero no la burla y la chacota de mala uva. Alguien ha dicho que prefiere ser malo a ser ridículo.