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Sobre el nigromántico castillo de Trevejo

04 mayo 2017

Perdiendo importancia con el transcurrir de los siglos, y ganando en misterio a medida que sus últimos sillares caen cuan hoja cae del árbol en otoño, el castillo de Trevejo...

Perdiendo importancia con el transcurrir de los siglos, y ganando en misterio a medida que sus últimos sillares caen cuan hoja cae del árbol en otoño, el castillo de Trevejo continúa siendo uno de los muchos atractivos que la Sierra de Gata posee. Muy probablemente, al visitante, embaucado ante un sortilegio que perpetúa en este lugar desde tiempos certeros, pueda resultarle dificultoso imaginar el aspecto original que estas fornidas ruinas pudieron lucir en antaño. Hasta no hace demasiado tiempo, hablamos de retroceder unos trescientos años en el espacio, la autoritaria torre del homenaje que actualmente se puede vislumbrarse junto con los dos recintos amurallados que la protegían, constituían un fuerte núcleo de abastecimiento y comercio de la zona, el cual se vio eternamente favorecido por su proximidad a la frontera portuguesa.
La morfología arquitectónica de esta barbacana responde al estilo artístico que poseía toda fortaleza de su época, no ocurriendo así con su historia, tan privilegiada y delirante. En las Bulas pontificias del siglo XII se le atribuía a esta pequeña villa el nombre de Trebellio. Reconquistado por el rey D. Fernando II de León, el castillo y todos sus terrenos fueron donados por él mismo y por su hijo a D. Pedro Arias, prior del Hospital de San Juan en el año 1222, que hizo del castillo y de la villa una encomienda. El monarca dispuso lo siguiente: “Yo D. Fernando, rey juntamente con mi hijo D. Alfonso, por escrito de donación siempre valedero (…), doy y concedo el mi castillo de Trevejo, el cual está entre Monsanto y entre Alcántara y Coria, con todas sus desechuras y pertenencias por sus términos, conviene a saber por la cabeza de Xálama y por la cabeza del Castañar (…)”
Años más tarde, concretamente en el año 1465, el comendador del momento, Fray Diego Bernal, era íntimo amigo del Maestre de Alcántara, que a la sazón servía al Infante D. Alfonso, proclamado por aquellos días Rey de España en Ávila. El rey D. Enrique, muy dolido con la traición del Maestre, ordenó que se combatiese al comendador Bernal y a su fortaleza de Trevejo, que finalmente fue abatida una noche de intensa beligerancia.
Esta es la historia real de lo que ocurrió en el pasado de tan noble castillo, es la historia de los reyes, los Maestres y los guerreros. Sin embargo, la historia de la cultura popular, la historia de aquellos que no tenían voz en las grandes gestas del pasado, continúa viva en las conciencias de los habitantes que actualmente ocupan estos lares. En las ruinas que aún sienten el silbido de los céfiros, cuentan las gentes del lugar, quedan todavía grandes tesoros enterrados desde tiempo de los maestros de la cábala y de la alquimia, preciados erarios que fueron ocultados por aquellos “otros” que convivieron con los cristianos durante siglos, y que tenían la capacidad de convertir pobres guijarros en relucientes doblones de oro.

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