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Usos y costumbres serragatinos a principios del siglo XX

18 abril 2017

Es para muchos autores la condición humana una determinación de la coutume, la cual es capaz de conformar una cultura basada en amplios modos de pensar y vivir.

Es para muchos autores la condición humana una determinación de la coutume, la cual es capaz de conformar una cultura basada en amplios modos de pensar y vivir. La cultura, el ámbito donde el hombre se expresa a sí mismo estableciendo un sistema de normas no escrito, se encarga de sustentar la organización social de un pueblo. En la Sierra de Gata, desde tiempos inmemoriales, su cultura y su folklore se encuentran colmados de particularidades que tanto su situación geográfica como su orogenia le han otorgado. Esta originalidad se acentúa aún más si nos remontamos en el tiempo, concretamente al año 1902.
Para deparar unos ratos de solaz al lector procederé a detallar algunas de las costumbres que por aquel entonces acaparaban la cotidianidad de los serragatinos. Es bien sabido que los animales, y en particular todo tipo de reptiles, han sido víctimas de grandes atrocidades para divertimento de púberes y de los que no lo eran tanto. Sin embargo, también han sufrido la atribución de virtudes sobrenaturales en cuanto a suerte y fortuna se trataba. Por toda la Sierra de Gata adjudicaban a las ranas la propiedad de hacer invisible a la persona que se metiese en la boca un huesecillo del batracio. Para que tuviese tal virtud, era preciso que la rana fuese verde, que se metiese en un puchero nuevo, bien tapado y con siete agujeritos pequeños, el cual se colocaría sobre un hormiguero. Pasado el tiempo, cuando las hormigas hubiesen comido toda la carne, cada una de las vértebras que quedan del esqueleto de la rana tendría la virtud indicada. En muchas otras ocasiones los mismos individuos, deseosos de buena estrella, se dedicaban a buscar lagartos de dos rabos con el firme convencimiento de que colocados éstos en un cajón con ceniza le convertirían en premiados del juego de la lotería. Por ello, era muy frecuente escuchar cuando a alguno de estos jugadores le favorecía la suerte la popular frase de: “ese debe tener un lagarto de dos rabos”.
En algunos lugares, concretamente en San Martín de Trevejo, durante los primeros años del 1900, ocurría con mucha frecuencia que entre los más jóvenes el entretenimiento predilecto no era el juego, sino una actividad que se realizaba como la cosa más natural. Cuando dos o tres mozos del lugar salían juntos (rara vez se reunían en un número mayor) rondaban y recorrían las calles del pueblo hasta encontrarse con otro grupo similar y entablar un desafío. Tras llegar a las manos mediante sofisticadas técnicas de puñetazos y palos, transcurrían unos intensos minutos de fiera lucha tras los cuales cada uno se escurría como buenamente podía. Al poco tiempo se oían por el lugar las lamentaciones de las madres de los heridos, quienes sin dudarlo acordaban que se llamase al señor juez municipal, quien delegaba en el alguacil para calmar los corajes.
Usos y costumbres de antaño, de aquellos quienes conforman nuestro pasado y son culpables de las prácticas y usanzas que ahora colman la cultura serragatina, tan suya y tan intensa, tan holista y paliada.

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