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SAN JUAN DE LA CRUZ, UNA ESTAMPA DE SACRIFICIO Y ORACION

11 agosto 2017

 SAN JUAN DE LA CRUZ, UNA ESTAMPA DE SACRIFICIO Y ORACION

“Juan de la Cruz no alcanzó la santidad por azar. La misma fue fruto de una vida de esfuerzo, de persecuciones, encarcelamientos y anhelos en su propia fe y sentido eremítico”.

Un día cualquiera de aquellos años don Lorenzo Pascual Manzano, párroco de la iglesia de Santiago el Mayor, también conocida como Santiago de los Caballeros, de Cáceres, derramó las aguas bautismales sobre mi cabeza certificando mi nombre como Juan de la Cruz.

Durante aquella niñez, adolescencia y juventud fueron muchos los sacerdotes cacereños, amigos de don Valeriano, don Santiago García, don Juan Manuel Cuadrado, don Manuel Vidal, don José Luis Cotallo, don José Reviriego, estos dos con calle en Cáceres, el padre Casiano, el padre Corredor, don Felipe Fernández Peña, don Casimiro García, don Jesús Sampedro, el padre Manzano, que al conocer mi nombre me estimulaban a conocer la vida del santo.

Allá por 1982 cuando Juan Pablo II visitó España, el autor de estas líneas siguió con el equipo de Televisión Española tres actos de la presencia del Papa en España, entre ellos su presencia en el sepulcro de Santa Teresa de Jesús en Alba de Tormes. Y cuando uno de sus acompañantes le dijo que yo me llamaba Juan de la Cruz expresó un gesto de alegría y el Papa respondió algo así como “Buon santo, il santo dei santi”. Y es que Juan Pablo II, que escribió su tesis doctoral sobre el tema “La fe en San Juan de la Cruz”, es uno de los más señalados conocedores de la vida del fraile carmelita.

Ya hacia el año 1986, en una multitudinaria audiencia en la Sala Capitular del Vaticano, en la que estaba presente el autor de estas líneas, Juan Pablo II hizo alusión al ejemplo de la vida de San Juan de la Cruz.

Posteriormente cuatro años como director de TVE-Castilla-La Mancha me llevaron a interesarme por su durísimo encarcelamiento en Toledo y su vida. Un período, el de su arresto conventual, que se resume en aquella respuesta que un día diera Juan de la Cruz: “No os extrañe que ame yo mucho el sufrimiento. Dios me dio una idea de su gran valor cuando estuve en Toledo”.

A caballo entre su obra y mis modestos estudios, fui ampliando un artículo que publiqué en el periódico ABC-Castilla La Mancha hasta finalizar en este ensayo que he rescatado de mi archivo. Y ahora, en verano, me acompaña, entre otros, el libro “San Juan de la Cruz”, de Gerald Brenan.

A lo largo de mi vida he leído algunas biografías de San Juan de la Cruz, que, por cierto, empezó llamándose Fray Juan de Santo Matía. Y en muchas de ellas se omite el camino de padecimientos del fraile carmelita, un pasaje de extrema importancia sobre un religioso que se formó en el humanismo cristiano. Sufrimientos que muchas veces se quedan atrás, en el olvido, quizás por la importancia y magnitud de su obra.

Juan de la Cruz Yepes Alvarez, (1542-1591) que no alcanzó la santidad por azar, con una biografía que muy pocos conocen, que vio morir a su padre de hambre, hizo de sus ideales eremíticos, del sacrificio y la persecución un modelo de santidad. Puso en marcha la orden de los carmelitas descalzos, amaba la vida eremítica desde la espiritualidad, pregonó el encuentro con la fe, padeció encarcelamiento durante casi nueve meses, por parte de los carmelitas calzados, siendo acusado de apóstata, rebelde y contumaz, en un celda de seis por nueve pies, con una arpillera de unos tres dedos de ancho como minúsculo ventanuco, con comidas a base de un mendrugo de pan, agua y a veces algunas sardinas. También era flagelado con frecuencia por los monjes conventuales con unas varillas en su desnuda espalda. El castigo incluía falta de aseo y tan solo le cambiaban de cuando en vez el recipiente en el que hacía sus necesidades, que desprendían, con el tiempo, un insoportable hedor. Su cuerpo también fue asaetado por calenturas y piojos. Y tan solo le acompañaban un Breviario y el rayo inagotable de la fe.

Es de dejar constancia, sin embargo, que tras la inicial desaparición de Juan de la Cruz, con motivo de ese apresamiento, Teresa de Cepeda muestra su preocupación ante el rey Felipe IIy manifestando que preferiría que el monje hubiera sido secuestrado por los moros antes que estuviera retenido por los carmelitas descalzos “pues aquellos tendrían más piedad”.

Y sin embargo es en aquella celda de castigo en donde comienza a inspirarse, con extraordinaria bondad, para escribir el “Cántico Espiritual”. Una de sus obras sublimes.

Con una vida de extremo trabajo espiritual e incomprensión y dureza aquel fundador del Carmelo con Teresa de Cepeda y Ahumada, luego Santa Teresa de Jesús, el monje continuó su camino divulgando la fe y dejando testimonios que le encumbran en la historia de la poesía mística. Y, también, de la religiosidad. Una andadura entre soledades, incomprensiones, silencios, logros, defensas y luchas por su idea del sentido eremítico. Había pasado por los conventos de Duruelo, Mancera, Pastrana, Rector del Colegio y convento de San Cirilo en Alcalá de Henares, vicario y confesor de las monjas en el convento de la Encarnación en Avila, detenido en 1575 por los carmelitas calzados, en medio de fuertes tensiones entre esos monjes, apoyados por el Papa Gregorio III, mientras los descalzos encontraban el respaldo del rey Felipe II en una dura confrontación por el poder entre la iglesia y la monarquía.

También había sido vicario en el convento del Calvario, seguiría escribiendo obras como “Noche oscura”, es rector del Colegio Carmelita de Baeza…

Con la separación de los carmelitas descalzos y calzados pasa a ejercer el Priorato de los Mártires en Granada, donde completó el “Cántico Espiritual” y donde escribiría “Llama de amor viva”, Definidor y Consiliario de la Consulta en Segovia, vicario de la Orden en Andalucía...

Pero unas nuevas divisiones en el seno interno de la orden, esta vez entre los carmelitas descalzos le lleva a ser desplazado, como simple y mero fraile, al convento de La Peñuela, en la localidad de La Carolina.

A esas alturas de su vida ya se puede constatar que Juan de la Cruz ha tenido una vida de una intensidad espiritual en pro de la causa eremítica y contemplativa. Siempre desde el sacrificio. Pero también es de señalar que, a esas alturas de su recorrido terrenal, Juan de la Cruz, además, ha cuidado enfermos, ha prestado su mano en tareas de albañilería, ha cuidado con mimo huertos y cultivos conventuales... Todo en base a la búsqueda y realización de los objetivos a los que consagró toda su vida.

Cuando enferma de gravedad con unas severas fiebres, una erisipela y fuerte septicemia es trasladado al convento de Ubeda, donde sufre, de nuevo, el abandono de los monjes, recibiendo un trato de marcado carácter inhumano, con prohibición de visitas, alimentos básicos y poco más.

De tal forma es su capacidad de sufrimiento, en las vísperas de su muerte, que Crisónomo de Jesús Sacramentado relata en su libro “Vida de San Juan de la Cruz”: “El cirujano se ve obligado a sajar la pierna. Sin calmantes insensibilizadores, la tijera va rasgando desde el talón hasta arriba por la espinilla un jeme largo. Mientras el padre Fernando se estremece solo de verlo, fray Juan de la Cruz al sentir el prolongado tijeretazo, dice dulcemente al médico: ¿Qué ha hecho vuestra merced, señor licenciado? Hele abierto a vuestra reverencia el pie y la pierna, ¿y me pregunta qué le he hecho?”.

Y añade en tan angustiosos momentos en la vida de Juan de la Cruz, tan cercana, ya, la muerte: "Las curas son dolorosas. El cirujano corta pedazos de carne, hurga entre los nervios, quemándole las heridas, mete hilas entre las llagas, deja entrever el hueso. Todo dando "buenas cuchilladas". Mientras tanto el enfermo, con las manos juntas delante del pecho, como acostumbra a ponerse para hacer oración, aguanta con rostro alegre la terrible cura".

Mientras se aproxima su muerte van rodeando su lecho los monjes entonando el “Miserere”, “De Profundis”, “In te, Dómine speravi”...

Sus últimas palabras cuando sonaban las campanas tocando a maitines, en medio del sufrimiento que le imprimieron los monjes del convento de Ubeda, fueron las de "Hoy estaré en el cielo diciendo Maitines".

En aquellos tiempos, hace cuatro siglos y medio, recorrió 27000 kilómetros de espiritualidad a lomos de una mula y andando, dejando un legado espiritual y poético de verdadero relieve.

En el año 1665 el Papa Clemente X promulga su beatificación y en 1726 Benedicto XIII procede a su canonización. Asimismo, dos siglos después, en 1926, el Papa Pío XI le proclamó Doctor de la Iglesia Universal.

También es de señalar que por decisión del Ministerio de Educación Nacional es, desde el año 1952, el patrono de los poetas españoles. El compositor Federico Mompou con "La música callada", el cantante Amancio Prada con "Cántico espiritual" y el compositor Carmelo Bernaola con "Mística", entre otros, han puesto música a sus poemas.

Finalmente señalar la propia hondura que de Juan de la Cruz tiene Teresa de Cepeda cuando escribe: “No lo entiendo. Espiritualiza hasta el extremo”.

P. D. Para más información: “San Juan de la Cruz: Una estampa de sacrificio y oración”, en mi Blog, “Cáceres, el blog de Juan de la Cruz”.

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OPINIÓN DE NUESTROS LECTORES

ANGEL RUIZ CANO-CORTES 12:10 17 agosto 2017

Extraordinario Artículo sobre San Juan de la Cruz, rebosante de espiritualidad y profundo conocimiento de la vida y la obra de uno de los Santos mas grandes de la Iglesia, además de uno de los más sublimes poetas Místicos de todos los tiempos. Recuerdo que tuve el privilegio de acompañar al autor del Artículo en una visita de Juan Pablo II a una concentración de Monjas en Madrid en 1.982. Fué para mí una experiencia profunda y llena de espiritualidad.

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