El pasado jueves se celebró el Día de Extremadura, en la festividad de la Virgen de Guadalupe, con el municipio cacereño y otras treinta localidades extremeñas más, que pertenecen, vergonzosamente, a la diócesis de Toledo. En lo que, sin lugar dudas, supone, cuando menos, una ofensa, a la Comunidad Autónoma Extremeña, mientras la mente se nos va, hasta sin querer, a la pregunta de si los catalanes y sus máximos responsables, políticos y religiosos, permitirían que la Virgen de Montserrat, la Moreneta, permaneciera en un santuario radicado, por ejemplo, en Aragón, o si los vascos consentirían que la Virgen de Aránzazu, patrona de la Comunidad Vasca, estuviera ubicada en Cantabria.
Un hecho que podemos calificar de manifiesta injusticia y ante el que, al parecer, nadie tiene capacidad, no ya para conseguir que Guadalupe pertenezca a una de las tres diócesis extremeñas, si no lo que es peor, nadie, hasta donde podríamos tener conocimiento, al menos públicamente, no pasa de meras y débiles declaración de intenciones. Y las respuestas, claro, diplomáticas, rancias, arcaicas e inadmisibles.
Lo cual, claro es, no se ajusta a la división territorial política y supone, para no engañarnos, ir alargando un conflicto histórico que crispa a un puñado grande de extremeños, con sentimientos extremeñistas, que de año en año, por estas fechas, reivindican, desde la razón, que cómo es posible que Guadalupe, foco de peregrinación y de fe, capitalidad religiosa de Extremadura, continúe perteneciendo a la diócesis de Toledo, como si tal cosa.
Y allá que se van estos días hasta el precioso pueblo de Guadalupe miles de extremeños para ponerse a los pies de la Morenita de las Villuercas, soltar sus preces en tierra extremeña, al menos territorialmente hablando, mientras que las oraciones y las rogativas volanderas caminan por aires de la diócesis de Toledo. Un anacronismo, la verdad, poco razonable, poco serio, bastante irresponsable y una burla, corresponda a quien corresponda, contra Extremadura, ante la que sería preciso que Guillermo Fernández Vara, los tres obispos, los presidentes de las Corporaciones provinciales y diputados provinciales, alcaldes y concejales de todos los municipios, diputados nacionales y senadores llevaran a cabo cuantos esfuerzos fueran precisos por devolver a Extremadura lo que es de Extremadura, como al César lo que es del César y a Dios cuanto es de Dios.
Sería, de verdad, un acto de relieve y de fe, de esperanza y de justicia, de sensibilidad histórica, política y religiosa…
Mucho más si tenemos en consideración que la decisión de que Guadalupe y treinta pueblos más, de la Extremadura de hoy, como Helechosa de los Montes, Villar del Pedroso, Talarrubias, Carrascalejo, Bohonal de Ibor, Puebla de Alcocer, Zarzacapilla, Siruela y otros forman parte de dicha diócesis toledana ni más ni menos que desde el ya lejano año de 1222, cuando el arzobispo toledano Rodrigo Ximénez de Rada procedió a adquirir los Montes de Toledo.
Si bien es de señalar, desde la vergüenza ajena, que el pasado año cuando por estas fechas un grupo de animosos extremeños trataba de reivindicar a Guadalupe como parte de una diócesis extremeña, Braulio Rodríguez, a la sazón Arzobispo de Toledo, con mando en plaza religiosa, tuvo el valor de señalar que se trata de "un problema político y me atrevería a decir que un poco nacionalista". Lo que, con todo el respeto, nos parece inaceptable. Y menos en un dirigente eclesiástico como el del cargo señalado.
Y al que habrá que recordar, con toda transparencia y claridad, por si lo ignorase, que la Virgen de Guadalupe es la Patrona de Extremadura desde el año 1907, por decisión del Papa Pío X, y que en el año 1928 la misma, la Morenita de las Villuercas fue coronada canónicamente como Reina de las Españas, por parte del Cardenal Primado, Pedro Segura, y con la asistencia de Su Majestad el Rey Alfonso XIII.
Se trata, por tanto, de una reivindicación de extrema urgencia y necesidad. Lo que no parece preocupar ni a los responsables eclesiales ni a los mandamases extremeños que hoy debieran de aunar fuerzas para proclamar, todos a una, que Guadalupe es Extremadura y no diócesis de Toledo.
Y que la Iglesia de hoy, presidida por el Papa Francisco I, una mente abierta y razonable, por lo general, muy sensible con las cuestiones sociales, probablemente accedería, de una vez por todas, a encuadrar a Guadalupe y a otros treinta pueblos extremeños en una diócesis perteneciente a nuestra Comunidad Autónoma.
Basta ya de tanta ofensa, aún cuando la misma fuera involuntaria, por ser generosos, de tanta ignorancia y de tanto pasotismo sobre un fenómeno que, de verdad, duele, y mucho, en Extremadura.
Y no hace falta, seguro, que se pague nada, como cuando al adquirir los Montes de Toledo se abonaran ocho mil morabetinos y mil cahices de trigo y cebada.
Basta, solamente, con un acto de buena por parte de la autoridad religiosa pertinente que no puede ni debe de seguir consintiendo una extemporaneidad ajena a estos nuevos tiempos y pasando de largo de un tema que viene conformándose como una muy larga, penosa, áspera y estéril reivindicación en el tiempo de cientos de miles de extremeños desde aquel muy lejano año de 1222.
Depositemos, pues, nuestras esperanzas en que lo que en su día no consiguieron el obispo placentino Sancho pidiendo que la jurisdicción eclesiástica se adecuara a la civil, allá por 1349, ni los expresidentes de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodríguez Ibarra y José Antonio Monago, lo pueda conseguir una enérgica acción de Guillermo Fernández Vara que ya reclamara a las autoridades de la Iglesia Católica que escuchen a la mayoría de extremeños, que reivindican que el Monasterio de Guadalupe deje de pertenecer a la Diócesis de Toledo.
Bueno es recordar al tiempo, en este artículo, que ya en 2009 el Nuncio Apostólico en España, Manuel Monteiro de Castro, tras la pregunta de cuándo pasaría Guadalupe y su Virgen a una diócesis extremeña, respondió con harta insensibilidad y hasta indiferencia: "¿La Virgen de Guadalupe es la patrona de Extremadura? Entonces eso hay que estudiar y ver, ahora no tengo respuesta para dar". Añadiendo que la reivindicación sobre Guadalupe “no era un asunto capital, que podría dividir, ya que lo relevante es la fraternidad”. ¿Qué pensará, ahora, Manuel Monteiro de Castro, siete años después? Pero más sorprendente es que el mismo hasta se atrevió a decir en aquella entrevista: “La Virgen es de todos, ¿no?”. Toda una eminencia que, además, es jurista, ha ejercido con rango diplomático en la Santa Sede, está condecorado con la Gran Cruz de la Orden del Mérito Civil, fue nombrado Cardenal y hasta alcanzó el rango de Penitenciario Mayor.
Un señalado recorrido en el ámbito de la Iglesia que no exime que su declaración pudiera semejar, cuando menos, una falta de delicadeza, por ser muy generoso en el término, que, por mucho que provengan de autoridades religiosas, tan falibles como cualquier ser humanos, debieran de aplicarse el dicho histórico de que rectificar es de sabios.
Todo un anacronismo, en nuestra opinión, que se ha convertido en injusticia regional histórica Y que, salvo error u omisión, no tiene precedente en España. ¿Una Patrona de una Comunidad Autónoma instalada en territorio de otra diócesis?
Finalmente señalar que 794 años después, desde la moderación, desde la templanza, pero también desde el respeto y la fuerza de la razón de la historia y de la realidad, el articulista se sonroja de tener que escribir estas líneas.
Cato Maior 06:51 15 abril 2018
Angel Ruiz Cano-Cort?s 01:17 22 septiembre 2016