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ADOLFO SUAREZ

29 diciembre 2015

Adolfo Suárez, piloto de la Transición española, parece, lamentablemente, una página adosada entre los volúmenes de la historia.

Adolfo Suárezpiloto de la Transición española, parece, lamentablemente, una página adosada entre los volúmenes de la historia. Cumplió un papel a la perfección, con un gran esmero, y con una dosis de extraordinaria capacidad de servicio, en un momento crucial y definitivo para España, como fue la llegada de la democracia tras el fallecimiento de Franco.

Una figura que emerge ante los resultados de las elecciones generales del pasado 20-D y que han generado un Congreso de los Diputados de muy amplias sensibilidades políticas, por mor de la voluntad popular. Tal como preveían las encuestas, que ya se equivocan muy poco, a pesar de algunos augures y líderes que soñaban con barrer y regresar, cuasi, a los tiempos de la mayoría absoluta.

Ante los inicios de un severo cambio de ciclo social, político y económico, con cuatro millones largos de parados, cientos de miles de ochocientos o mil euristas, con legiones de jóvenes, universitarios o no, al extranjero, con las puertas abiertas de par en par a la inmigración, sin papeles y sin trabajo, con señaladas pérdidas de poder adquisitivo ante el encarecimiento de la vida, por no citar muchos más problemas, se necesita, hoy más que nunca, ante la constitución del Parlamento el 13 de enero, una capacidad de entendimiento, al menos, siempre, entre fuerzas políticas constitucionalistas, para posibilitar la gobernabilidad de España, incrustada en una crisis de señaladas adversidades.

Los máximos responsables de los partidos políticos, ahora que, a la vista de los pobres de resultados de algunos, determinados dirigentes andan mendigando ayudas y apoyos para poder gobernar o sentarse en la poltrona de la presidencia del Gobierno, que no es lo mismo, creemos, modestamente, que, ante todo se necesita: Lealtad a España y su trayectoria, honradez en el diálogo, capacidad de honor, compromiso con la transparencia, ética como base de partida, formación de sólidos principios para servir a la sociedad, respeto a la propia historia y dinámica del país, educación suficiente para sostener los compromisos parlamentarios y contemporización, entre otras figuras, para alcanzar el mayor consenso posible....

Y es por ello, ante esa dificultad de añadidos que surgen tras el 20-D, que ante lo que ya denominan algunos analistas y teóricos como un hipotético inicio de cambio de ciclo histórico, social, político, económico, productivo y de capacidad de entendimiento en la convivencia más justa y equitativa posible, entendemos que más que nunca se precisa el establecimiento de un modelo político para "copiar" y posibilitar una nueva Transición. Salvando las distancias del tiempo, claro es, entre aquellos dificilísimos tiempos que transcurren entre la muerte de Franco, 20-N-75, y las primeras elecciones, 15-J-77. 

El dilema sería encontrar una figura idónea, como la de Adolfo Suárez, que fue leal a España, valiente en sus decisiones, apuestas, empeños y compromisos, dialogante hasta el agotamiento de la generosidad política, decidido ante el acoso desde determinados frentes, comtemporizador hasta levantar la Constitución española que elaboraron las Cortes Constituyentes... 

Si bien la situación de aquel entonces se veía agravaba por una dureza extrema de la oposición política, la criminalidad asesina de la enloquecida banda terrorista ETA, un constante "ruido de sables" en determinados acuartelamientos, las exigencias de PNV y CiU... Y, por si fuera poco, las peleas intestinas y crueles que se acrecentaban, casi desde los primeros tiempos entre las facciones que integraban UCD. Socialdemócratas, liderados por Francisco Fernández Ordóñez, presidente del INI con Franco, ministro de Hacienda y de Justicia con Suárez y ministro de Asuntos Exteriores con Felipe González por haber logrado descuartizar UCD con su partido PAD, con veintitantos diputados..., los demócrata-cristianos, dirigidos por Oscar Alzaga, y los liberales capitaneados por Miguel Herrero Rodríguez de Miñón.

Ante tantas y tan graves adversidades Adolfo Suárez tuvo el valor de presentar su dimisión irrevocable al Rey, ceder el paso a Leopoldo Calvo-Sotelo, tras la fallida intentona golpista de Antonio Tejero, poner en marcha un pequeño CDS con los restos del naufragio... hasta la llegada de las elecciones del 28 de octubre de 1982 y la amplia mayoría absoluta del PSOE.

Ahora, mientras los líderes de los dos principales partidos de la historia democrática, PP, gobierno, y PSOE, primer partido de la oposición, los mayores derrotados de las pasadas elecciones, fruto de sus ásperas políticas, aceleran sus reivindicaciones para alcanzar la presidencia del Gobierno, entre muy complejas posibilidades de pactos, surge, de repente, la deuda de España con la figura de estadista de Adolfo Suárez. Más allá de sensibilidades políticas.

 

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