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El sistema y las personas o el sistema de las personas

05 julio 2018

Estamos en tiempos en que está de modo poner en solfa el funcionamiento de todo, cuestionando normas, instituciones, personalidades, cargos...

Estamos en tiempos en que está de modo poner en solfa el funcionamiento de todo, cuestionando normas, instituciones, personalidades, cargos... Y lo cierto es que ese repensamiento estructural tiene sentido, es necesario y está justificado en proporciones razonables. No obstante, hay que ser cautelosos y tener perspectiva, la tan mentada “altura de miras”, y partir de reflexiones más atomizadas e individuales, de cierta autocrítica y autocontemplación, antes de mirar hacia arriba y aparecer como “pitufos gruñones” a ojos de los grandes estamentos que nos sobran con sus rellenos y adláteres de diverso calado. Es recurrente criticar la política y a los políticos, sin interiorizar que la política es históricamente e intrínsecamente necesaria y positiva, y que los políticos son nuestra proyección y visibilidad representativa.

 

Desde ese análisis particular, y aun asumiendo esa conveniencia de reconfigurar y reconsiderar elementos representativos, administraciones, o cargos públicos; es fácil llegar a varias conclusiones casi axiomáticas: no hay sistema perfecto porque no hay personas perfectas y son las personas las que lideran, utilizan y canalizan el sistema; y la otra es que para mejorar cualquier sistema e incluso para perfeccionarlo o evolucionarlo el camino son las personas, su condición, su formación, sus valores y su compromiso y sentido de la responsabilidad.

 

Por tanto, me atrevo a decir que el sistema o su funcionamiento es un reflejo de la sociedad y las personas que la conformamos, una proyección representativa de los individuos integrados en un colectivo determinado por fronteras, por geografía, por administración, pero en primer y último término, por sujetos activos, plenipotenciarios, con libertad medida, con capacidades y hasta potestades, derechos y deberes. La gestión de ese estatuto personal es lo que diferencia y cualifica un sistema. De modo que sistemas y estructuras manifiestamente mejorables resultan mucho más tolerables y sostenibles si las encarnan grandes personas o personalidades engendradas en el seno de una sociedad valiosa; y a la inversa. Así, no cabe desprender el análisis de un sistema sin analizar la sociedad, y no es completo ni riguroso el análisis de esa sociedad sin considerar pormenorizadamente los perfiles y trayectorias individuales, las esencias personales que generan un sumatorio identificable en forma de ciudadanía con sustancia etiológica.

 

Y desde estas reflexiones uno se sitúa en contextos actuales donde alegremente o acaloradamente se debate sobre educación, sobre medidas y leyes para las familias, reformas sociales, derechos... desde un monopolio mediático y representativo, que me transmite la sensación de no tener asumida la importancia y el origen y fin de todo: las personas y su condición. No habrá sistema válido sin personas con valores. Ese es el verdadero foco, y motor de satisfacciones e insatisfacciones. El mejor sistema se desvirtúa si las personas se descuidan, y el peor se mantiene si las personas aportan el valor que le falta al órgano. Pero es más, la mejor forma de cambiar, transformar o mejorar sistemas y organizaciones pasa por cultivar, ocuparse y preocuparse de las personas, su formación, sus principios, su sentido solidario, su compromiso con el prójimo, su responsabilidad, su autonomía. Desde esta convicción se llena de peso el abordaje de cuestiones como la educación en todas sus vertientes, la representación y las instituciones. Y se intensifica la inquietud cuando podemos estar atrapados en un círculo vicioso: sistema reflejo de una sociedad pobre y empobrecida en varios sentidos, que empobrecen un sistema cada vez más pobre pero que proyecta su basamento. Y lo más grave es que el sistema no cambia el sistema, y las personas que pueden construir el cambio son fruto del sistema.

 

Con todo esto, no me postulo pancartero ni antisistema, porque todos necesitamos referencias y referentes, un marco y un cobijo o unos caminos por los que andar; pero todos somos responsables del sistema, y el sistema tiene la misión responsable de mejorarse a sí mismo, cuidando a las personas que lo desarrollan. Es capital, angular, indispensable afrontar el mayor de los retos: estimular y desarrollar el crecimiento personal como dinamizador y eje vertebrador de cualquier revisión o deconstrucción sistemática.

 

El mundo demanda líderes emocionales con personalidad y enjundia para transformar los sistemas, y los sistemas deben encontrar su transformación en esas identidades y personalidades que deben formarse y alimentarse en su interior. Desde esto deviene lógico denunciar que los “dueños” de los actuales sistemas y frutos de ellos no tienen, en general, la perspectiva precisa para afrontar esta escalada desafiante.

 

Procede afrontar un replanteamiento del sistema educativo y formativo con rigor y profundidad y sin posturas interesadas, reforzar instituciones como la familia, y “obsesionarnos” por los valores como auténtico equipaje de cada individuo.. porque ese ejercicio de responsabilidad es desde siempre y para siempre. Y desde ahí podremos transformar sistemas y opinar de ellos, porque no habrá sistemas perfectos pero siempre hay sistemas mejores a base de la incesante sensibilidad por tener sociedades de personas mejores.

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