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Derecho y justicia

11 abril 2018

Llevo unas semanas reflexionando intensa y especialmente sobre mi profesión y su ejercicio...

Llevo unas semanas reflexionando intensa y especialmente sobre mi profesión y su ejercicio (ese mundo interior mío que no para -vamos, mi tendencia a pensar demasiado-), lo que se hace y no se hace en ella, y cómo se hace. A veces por causas ajenas, o por la inercia del sistema, por deformación, por falta de medios, por necesidad o exigencia social, o simplemente por comodidad; y al final por mil excusas o razones, los que somos partícipes de este ecosistema jurídico y judicial actuamos más como dispensadores de normas y administradores de soluciones (pseudosoluciones) o trámites, que como verdaderos agentes de la Justicia en su sentido pleno. Nos movemos en el mundo de la justicia y muchas veces no tenemos suficiente compromiso y sensibilidad con lo que es justo. Siendo esa misma justicia en términos materiales la misión y el verdadero desafío de todos nosotros. Todos parecemos parte de un guión que se ejecuta a duras penas y donde la trama o el desenlace sucumben a la importancia que adquiere que cada cual haga su papel sin liarse y sin complicarse, sin improvisar, sin salirse, sin mancharse o sin pringarse. Cada uno a lo suyo y hasta contra el otro, con buenas apariencias (o hasta sin ellas), y sin la visión puesta en el fin común.

 

Mi trabajo, quizás, no es el mejor del mundo pero siempre procuro mejorar el mundo con mi trabajo. Mi empresa, sin ser la mejor del mundo y pretendiendo siempre mejorar y crecer, se ocupa y preocupa de mejorar el mundo, de aportar valor, de diferenciarse, y se siente responsable de ello y por ello. Al hilo de esto me ha venido a la memoria un episodio de cuando era un jovenzuelo de verdad y estaba empezando la carrera de Derecho, entonces recibimos en casa la visita de un sacerdote conocido de la familia (hoy es obispo en tierras muy lejanas) y en una tertulia de sobremesa me cuestionó directamente sobre mi motivación para hacer esa carrera. Y me espetó directamente a mis “diecimuchos” una pregunta de un calado que cada vez me parece más profundo: ¿tú crees en la Justicia o en el Derecho?. Todo ello condicionado a partir de su experiencia en entornos complejos, confusos, de desfavorecidos, de ricos y muy pobres, de abusos y abusadores, y de justicia y sistemas con sombras o entre nieblas. Aquel día, en aquel mismo momento, respondí con rotundidad y sin dudas (incluso sorprendido por esa incertidumbre y disyuntiva en nuestro comensal, y de la claridad de mi contestación) que no creía en un Derecho que no llevase a la Justicia, ni en una Justicia que no estuviera basada en el Derecho, que si el Derecho no nos llevaba a la Justicia algo estaríamos haciendo mal o algo habría de mejorarse; y si la Justicia se ejercía desconociendo, ignorando o vulnerando el Derecho dejaba de ser una Justicia de garantías, y ninguno de los dos servía. Aquel amigo sacerdote, se giró a mis padres, y les dijo (seguramente agitado por el aprecio y conmovido por mi ingenuidad y pasión): “vaya con lo que se cuece en este pueblo”. Cada uno que lo interprete como quiera, pero era mi aspiración y mi inspiración, mi fe, mi manera de entender las cosas, y ser reconocido y reforzado en ello era de agradecer, aunque fuera como palmadita condescendiente.

 

Mucho tiempo después de aquello me sigo aferrando a aquel poso romántico y a ese afán por intentar lo máximo, aunque sea por sostener un punto de esperanza esencial; a pesar de la erosión de vivir y convivir en el ejercicio profesional con muchas circunstancias y adversidades o desviaciones de aquellas aspiraciones o principios: bastantes compañeros abogados que buscan el pleito más allá del interés del cliente, y el interés del cliente (sea cual sea y por encima de lo que sea) en cualquier pleito y fuera de él a costa de todo hasta de la propia justicia, especialistas en los “fuegos artificiales” y el “teatro de sala”; o que se empeñan en el pleito improductivo sin que le interese a nadie más que a él y su forma caduca de entender todo esto; con compañeros letrados e ilustres centrados en los honorarios y descentrados de la solución y de lo “justo” o razonable; con jueces expertos en sentencias de corta y pega, recelosos de todo lo que les rodea en la sala, desconfiados (a veces con razón) del profesional de la abogacía y saturados de casos “chatarra” y hasta desconsiderados con el esfuerzo ajeno, preocupados y ocupados en cumplir sin mentir o que le mientan, pero muchas veces alejados de la verdad necesaria, de la realidad honesta; jueces gestionando su propia carrera, su propio puesto sin querer complicarse, sin complicaciones, con la valentía anestesiada y muchas veces con el Derecho como excusa y escondite en lugar de como camino hacia la más alta de las metas; y también con demasiados funcionarios “pasapapeles” y cumple trámites; y clientes y ciudadanos que tienen los juzgados por castigo o para castigar, como arma arrojadiza y con poco respeto a lo que allí se ventila y demasiado  “a mano” el pleito y en poca estima y consideración el desempeño de los profesionales que les asisten.

 

Alinearse con la justicia respetando el derecho es más importante que esconderse o justificarse en el derecho descuidando la justicia. Lo ideal es que el derecho siempre llevase a la justicia, y que la justicia nunca se aparte del derecho; pero lo imprescindible es que el derecho no sirva para escapar de la justicia, ni la justicia se haga al margen del derecho. Y para ello todos hemos de asumir la responsabilidad que nos toca con la seriedad que nos corresponde, resetearnos y revisar el sentido verdadero de nuestro papel en todo esto, la razón de ser de nuestras profesiones y vocaciones y consagrarnos a ellas sin reservas. Y los Colegios Profesionales, que ni están ni se les espera en la que debiera ser su esencia y causa de existir, si no van a hacer...que no estorben.

 

No obstante, más allá del desahogo, en lo que me atañe y de mí depende, seguiré tratando de mejorar el mundo con la forma de hacer mi trabajo sin perder la esperanza de que el mundo sea cada vez mejor con el trabajo de todos. ¿Y tú?.

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