Desde que me levanto voy deprisa a todos los sitios, planifico continuamente las tareas que tengo que hacer durante el día y cada vez me cuesta más disfrutar de lo simple y lo sencillo. Y en medio de todas esas tareas diarias, están las distracciones. Ya no es sólo el correo electrónico, ahora también continuos mensajes llegan a nuestros teléfonos. Si no los hay, quedará la curiosidad por saber cómo le irá a nuestro compañero y acabaremos abriendo Facebook.
Antes, nos limitábamos a relacionarnos con los conocidos y ahora pasamos los límites saltándonos la famosa frase de “nunca hables con extraños”. ¿Cuánto se han multiplicado nuestras relaciones en los últimos años…10 o 15% más? ¿Sabes cuánto tiempo de tu vida conlleva esto?
Deseamos vivir intensamente y cada vez nos rodeamos de más estímulos. La apariencia física cobra cada vez más relevancia ( no hay más que ver el síndrome selfie) y empleamos más tiempo en nuestro cuidado físico. Se lleva eso de que a los 50 parezcas de 40. Así de golpe, nos hemos ahorrado 10 años de vejez de nuestra vida. ¿Ganas, en realidad, tiempo?
Y planificamos las vacaciones, sin esperar a lo imprevisto ni al dejarse llevar. ¿Para qué? Tengo que exprimir la vida, no puedo dejar que se me escape nada. Pero al final, algo si se escapa….
Esperamos mucho de todo (cantidad y calidad) Y los demás, también esperan mucho de nosotros. Más roles, ya apenas tengo tiempo. Todo tiene un precio.
Y, ante tanto estrés, buscamos nuestro sitio de paz, aquello que nos hace ganar el tiempo. Para unos será estar en la naturaleza, para otros jugar con sus hijos, hablar con su padre, pintar un cuadro, leer un buen libro…Y en estos momentos nos sentimos libres, sin necesidad de enseñar a los demás lo bien que nos van las cosas. Sólo hay que relajarse, disfrutar y aquí si…perder nuestro tiempo…..