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Occidente y la barbarie

06 octubre 2015

Miguel Á. Morales escribe sobre los pasos dados por Occidente en su relación con las zonas de conflicto.

Lanzar unas bombas por error y hablar de daños colaterales ante 22 muertos es un eufemismo vergonzoso que no puede remediar la verdad. Bombas americanas asesinaron a 22 personas "por error"... y creen que con disculparse basta. España calla, nada se dice, nada se comenta. No sé qué nos debería dar más asco, si el asesinato o la indiferencia. Yo os confieso: las dos acciones son repulsivas.

Las políticas americanas en Afganistán e Iraq, lejos de contener los antagonismos, aumentaron la brecha entre ricos y pobres a la vez que fomentaron el odio. Fueron los Bush, los Cheney y los lobbies económicos quienes apostaron por invadir, flagelar, humillar y destrozar cualquier intento de cohesión en el mundo árabe, pero eso sí, a cambio enriquecieron a la industria armamentística y controlaron gran parte de las reservas petrolíferas. Pero destrozaron el mundo.

Nuestra incapacidad es inverosímil pero constante. Invadir países para convencerlos de que la democracia es el mejor sistema, no sólo es contradictorio sino además una falsedad. A Occidente, la democracia allí le importa lo mismo que la igualdad y la dignidad laboral aquí. Es hora de decir claro y alto, que el asesinato genera asesinos y que cada muerte es un semillero para el odio y el fanatismo. Los que no tienen nada tampoco tienen miedo a morir y en esa espiral nos extinguiremos.

La gente huye de Siria, niños y niñas como los nuestros. La gente huye de la muerte, del odio y de la miseria. Sus cadáveres flotan en nuestras costas y todo lo que hacemos es poner de moda un hashtag con carga humanitaria¿Sólo somos capaces de fingir nuestra solidaridad en las redes o en las misas de los domingos? ¿Tanta pobreza moral tenemos, que calculamos lo que nos queda en el bolsillo para apostar o no por salvar la vida de alguien?

No es a golpe de bombas e invasiones que detendremos a los radicales de ambos bandos. A un lado y a otro de la línea invisible entre países desarrollados y los que están en vías del subdesarrollo, crecen los Le Pen y los Trump. Son hijos de Bush, de la descolonización, del europeísmo más recalcitrante, de la carencia, del darwinismo social. Son hijos del cinismo que calculan a costa del odio. Y cuando los veo, los leo o los escucho pienso que la barbarie está aquí. Nos espera un futuro de más sangre y de más odio.

Necesitamos gobiernos que apuesten por el desarrollo, por la cooperación, por un humanismo transfronterizo que sobrepase la miopía con la que miran los radicalismos al otro. Estamos ante un imperativo histórico de contribuir a que las diferencias nos unan mientras execramos a los que odian. Europa y Occidente no son el centro de la existencia, sino parte de una cultura invasiva que ha ocasionado lo que hoy vivimos. Si no cambiamos rápidamente nuestra forma de entender los conflictos, si no entendemos que la justicia social es lo que detendrá el odio, nuestros hijos vivirán dentro de muy poco tiempo, un mundo en el que la vida, sí, también la de ellos, valdrá cada vez menos. Es aquí y ahora, el humanismo.

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