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Idanha-a-Velha.

17 noviembre 2017

Por bien sabido no he de decirlo. Portugal es bastante más, es mucho más, que sus grandes ciudadades que parecen concentrar todas las maravillas...

Por bien sabido no he de decirlo. Portugal es bastante más, es mucho más, que sus grandes ciudadades que parecen concentrar todas las maravillas artísticas y vivenciales que de atrayente y sugestivo hace tan atractivo el recorrido por su cercana geografía. No he de insitir en ello desde esta tierra extremeña en la que tan bien conocemos a nuestros inmediatos vecinos situados más allá de esa frontera, de esa Raya que tanto tiempo y de forma tan dura y hasta dolorosa, nos separó.

 

Creía conocer aceptablemente bien la tierra portuguesa, de modo especial los lugares, más pequeños que grandes, de las tierras no sólo alentejanas cercanas a la frontera. Me equivocaba. Hace unos días, en unión de un grupo de amigos todos miembros de la Asociación Extremeño Alentejana, hice un viaje por las tierras más meridionales de la Beira Baixa, deteniéndonos, de modo especial, en Monfortinho, donde después de visitar sus espectaculares, modernas y bien acondicionadas termas repusimos fuerza e hicimos noche en las blancas sábanas que amorosa y cálidaamente nos acogieron y en Idanha-a-Velha, dos freguesias del distrito de Castelo Branco pertenecientes al concejo de Idanha-a-Nova.

 

Pero deseo centrarme en Idaha-a-Velha -ya habrá ocasión de hablar de Monfortinho-, un mínimo espacio casi despoblado, que en 2001 tenía 79 habitantes y en 2011, eran ya sólo 63, de los que cerca del 61 % tenían más del 65 años. No recuerdo, en mis visitas a lugares no conocidos y de los que por esos prejuicios con los que de forma injusta solemos valorar lo ignoto esperas poco, haber recibido tan extraordinaria sorpresa como en Idanha-a-Velha. Ya la primera impresión fue algo impensado e impensable. Una sólida muralla que escondía no sabíamos qué.

 

Conocíamos que la actual fregresia había recibido en los tiempos de los romanos y de suevos y visigodos la denominación de Egitania, siendo emplazamiento urbano de relativa importancia con su propio Concejo, en el que se incluía la fregresía de Alcafoces.

 

En una inscripción del año 16 a. de C. se relata que un Quintus Tallius, ciudadano de Emerita Augusta entregó “con buena voluntad un reloj a los igeditanos", lo que prueba, ya en ese momento, ya existía el núcleo urbano. También en el año 105, en una lápida ubicada en el Puente de Alcántara, aparece como uno de los municipios que contribuyeron a su construcción.

 

Con la conquista del territorio por el Reino portugués, después de una larga etapa de ocupación musulmana, se levantó un castillo fundado por un maestre de la Orden del Temple y fue sede episcopal hasta que en torno a 1200 se incluyó en la de Guarda. De manera semejante, fue perdiendo importancia hasta que a mediados del siglo XIX, Idanha-a-Velha –nombre proveniente de la deformación de la denominación latina- pasó a ser una fregresía de Idanha-a-Nova.

 

La primitiva fundación romana hubo de ser fortificada con una sólida una muralla entre los tiempos postreros del siglo II d.C. y a lo largo del siglo III, coincidiendo con la denominada crisis del siglo III o crisis imperial y el incremento de la inseguridad ligado a la problemática política y a la paulatina desarticulación del sistema económico y productivo.

 

La muralla, con una planta ovalada, adaptada a las irregularidades del terreno, presenta un robusto muro en el que se reutilizaron numerosos materiales de construcciones anteriores. Un muro que permite el paseo por su camino de ronda, con sus almenas a un lado y la población al otro. Una muralla reforzada con torres semicirculares y rectangulares distribuidas de forma regular, utilizada por suevos, visigodos y musulmanes.

 

La Puerta Norte se levanta majestuosa flanqueada por dos de los torreones, con tres arcos de medio punto apoyados en cornisas salientes, y está flanqueada por dos de esos torreones semicirculares.

 

Y si la muralla es sorprendente y espectacular, el espacio que cerca no le va a la zaga con diversas construcciones entre las que destaco, en primer lugar, la llamada Catedral, la Iglesia de Santa María que a través de tareas de restauración se ha llegado a la estructura constructiva de finales del XVI. Parece que en el siglo V se levantó un edificio eclesial y en la centuria siguiente, durante el dominio suevo y cerca del anterior, se elevó un nuevo edificio de culto cristiano, de forma hipotética coincidente con la creación del obispado.

 

Más tarde, el templo pasa a usarse para el culto islámico. A mediados del siglo XIII estaba en ruinas, de tal forma que los Templarios recuperaron parte de las ruinas para hacer aquí su iglesia, dedicada a Santa María.

 

Otros espacios sacros jalonan el espacio urbano: la Capilla del Espíritu Santo, erigida ya en los Tiempos Modernos, en torno a 1600, es un pequeño edificio de nave única y capilla mayor, ubicado en el Largo del Espíritu Santo, lugar para las fiestas locales, de modo especial, la celebración de su Patrona, Nuestra Señora de la Concepción. LaCapilla de San Sebastián, erigido en el siglo XVII, de planta rectangular, con un frente centrado por la puerta con arco de medio punto de poderosas dovelas, datado en el siglo XVII». En el siglo pasado, fue usada como museo privado, el Museo Lapidario Igeditano, que concluyó siendo donado al Estado.

 

En el Largo de Igreja se encuentra al Pelourinho, la Picota, que como en toda la Península, es símbolo de la autonomía municipal derivada de la concesión regia del fuero urbano. Conceptuado como Bien de Interés Público, se cree que podría datarse en 1510, en que Don Manuel I el Afortunado otorgo nuevo fuero. Lo integra una base circular de tres alturas, sobre la que se alza un fuste ochavado, coronado por un capitel con forma de paralelepípedo en cuyas esquinas se grabaron la esfera armilar, las armas reales, la Cruz de Cristo y un motivo heráldico. Presenta un adorno final a modo de pináculo sobre el que se encuentra una veleta de hierro de forma cruciforme.

 

Fuera del espacio murado, otros vestigios de un pasado bien lejano: en una pequeña elevación sobre el inmediato rio Pônsul se halla la Capilla de S. Dámaso, erigida en 1748, en estilo manierista tardío. En su altar, un retablo en cantería de granito, iluminado por una ventana que se encuentra en la pared oeste.

Uno imagina estar paseando por un tiempo pretérito, recorriendo una calzada rústica que lleva al río Pônsul, vadeable sobre unas pasaderas, viejos sillares romanos reutilizados para esta finalidad.

Pero puedes cruzar el río utilizando un viejo puente de origen romano, obra de cantería granítica, muy alterado por reformas medievales y modernas.

También fuera de la muralla se encuentra el Fresno de Wamba. Según una poco segura hipótesis, Idanha-a-Velha fue el lugar de nacimiento del rey godo Wamba, coronado -Toledo, 672- como rey de los visigodos. Una bella leyenda afirma que fue en Egitania donde Flavio Wamba conoció la noticia de su elección. Empuñando una vara seca afirmó que sólo sería rey si aquel palo que clavó en el suelo, floreciese. Y floreció. Y este árbol de Wamba sigue floreciendo en Idanha-a-Velha. Un hermoso y majestuoso fresno. Una más bella leyenda asentada en ese pasado de ensueño y nostalgia.

Visitar Idanha-a-Velha es recorrer partes significativas de la historia portuguesa. De la fundación romana a la ocupación de suevos y visigodos, Desde Afonso Henriques, el primer rey de Portugal, instaurador de la primera Dinastía, la Borgoñona, que donó la ciudad a los Templarios hasta 1229, momento en que Sancho II le dio fuero o Don Dinis, el Labrador, (1279-1325), cuyo reinado fue el más largo y uno de los más completos y, posiblemente, prósperos de la Edad Media portuguesa, que la incorporó en 1319 a la Orden de Cristo. Más tarde, ya en los comienzos del siglo XVI, D. Manuel I, el Afortunado, le concede nuevo fuero del que su Picota/Pelouriño es testigo. La despoblación, paulatina e intensa, ha sido su gran problema para el que en el pasado se buscaron inútiles soluciones. Pero creo que Idanha-a-Velha, conceptuada como Monumento Nacional, aparece ahora pujante y esperanzada. Una “Aldeia Histórica” que busca su futuro para las gentes que allí residen y para quienes tenemos la fortuna de visitarla. Por ello, amable lector, le propongo vivir unas horas en Idanha-a-Velha y recorrerla calma y quedamente.

Y no olvide visitar Torre de los Templarios, la Torre del Homenaje, el único resto del pequeño castillo que allí levantaron, datada a mediados del siglo XIII. Ni mucho menos el denominado Lagar de Varas, de construcción en fecha dudosa, un espléndido edificio de única planta rectangular distribuido en tres espacios: el de los graneros; el de los prensados de las aceitunas, con dos impresionantes prensas de varas y la sala de bagazos. Es, además, la ubicación de la Oficina de Turismo, y, de modo especial, elArchivo Epigráfico, en el que se custodia una interesante y numerosa colección epigráfica romana. Se exponen cerca de un centenar de piezas, menos de la mitad de las existentes, acompañadas todas ellas de instrumentos multimedia que hacen legible los textos para el público no experto en el tema y su traducción, con lo que, intuimos e imaginamos encontrarnos en presencia de esos hombres y mujeres, de esos niños, de los jóvenes o de los ancianos a los que se homenajeaba y recordaba amorosamente con las estelas funerarias ahora expuestas a nuestra curiosidad y conocimiento. La que nos permiten acercarnos, al menos en el recuerdo de quienes fueros los seres que los amaron, a esos pasados moradores del espacio que visitamos.

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