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A PRAÇA DO IMPERIO (II)

08 febrero 2017

Vuelvo a Lisboa, vuelvo a esa Praça do Imperio, a las cercanías de los Jerónimos, de O Padrão dos Descobrimentos, del Centro Cultural de Belém...

Vuelvo a Lisboa, vuelvo a esa Praça do Imperio, a las cercanías de los Jerónimos, de Padrão dos Descobrimentos, del Centro Cultural de Belém.

La Plaza del Imperio no es sólo, que también, Historia. En un rectangular espacio verde delimitado por los monumentos ya presentados de forma impresionista, un área caracterizada por un verdor generoso que acoge o que propicia una tarde romántica para los jóvenes, o maduros, enamorados e imprescindible solaz y descanso para los viajeros, visitantes y turistas que lo recorren.

La plaza, la Plaza del Imperio, se extiende sobre cerca de trescientos metros por sus lados más dilatado de tal forma que se constituye como una de las más grandes de Europa. Se pensó y ejecutó para una majestuosa conmemoración del pasado Imperio portugués, en 1940 con ocasión de la magna Exposición del Mundo Portugués.

Esus zonas peatonales se encuentran bellas manifestaciones del característico empedrado portugués, de la “calçada portuguesa mostrando en la pavimentación con piedras de forma irregular, espectaculares dibujos entre los que destacan los signos del zodíaco. 

Un preciso y extenso jardín forma el núcleo esencial de la Plaza, con una gigantesca fuente en su centro. Es “a Fonte Monumental de Belémla también llamada Fuente Luminosa, por los juegos del agua y luces
En la proximidad de la Plaza, caminando unos pocos de metros por la margen del río hacia su encuentro con el mar, se asienta la Torre de Belém, erigida en los albores del Quinientos.

Quizás sea uno de los monumentos más famosos, a lo mejor el que más, de la ciudad, por lo que resulta sitio de casi obligada visita cuando uno viaja festivamente a los aires lisboetas

La Torre de Belém constituye un símbolo icónico y definidor de Lisboa y hasta me atrevería a decir, junto al Gallo de Barcelos, de todo Portugal. Sus impulsores y constructores la levantan, en torno a 1520,  como una fortaleza militar para vigilar y defender la entrada del río e impedir la llegada de “visitantes” no deseados, aunque parece que en determinados momentos funcionó como asentamiento de los funcionarios encargados de recaudar la tasa exigida para entrar en la ciudad.

La torre es cuadrangular, de tradición medieval aunque del más puro estilo manuelino. Se eleva cinco pisos sobre el baluarte. Sus cinco plantas, desde la primera o sala del Gobernador, pasando por la Sala de los Reyes y la Sala de las Audiencias, hasta la Capilla y la terraza, pueden visitarse y todas constituyen un excelente mirador sobre el río que la casi rodea y sobre esa Ponte 25 de Avril que aguas arriba se muestra orgullosa de su férreas estructuras. 

No olvidemos que en 1983 la UNESCO declaró al conjunto de Torre de Belém y el Monasterio de los Jerónimos como Patrimonio de la Humanidad y, desde luego, sonuno de los espacios más bellos de Lisboa.

La Torre de Belém es uno de esos lugares en los que parece sentirse el peso de la Historia. Ella contemplaba, no sabemos si ilusionada o sorprendida, si llorosa o indiferente, la marcha de aquellas personas que abandonaban, que a lo mejor hasta huían, sus realidades vivenciales portuguesas en busca del medro personal, de la gloria militar y de la riqueza que allende los mares podría alcanzarles. El futuro era duro y complejo para todos ellos y fueron pocos los pudieron volver a contemplar la Torre que los había visto partir.

Otros lugares inmediatos merecen ser visitados. Para los golosos, amantes de los ricos y deliciosos “bolos” portugueses, y hasta para los que no lo sean tanto, es casi imprescindible una visita al establecimiento en el que se elaboran, se consumen y se saborean  los Pastéis de Belém, esas cazuelitas hojaldradas rellenas de sabrosa crema y adornados casi sensualmente con un poco de canela.

Y sin necesidad de abandonar el acerado que desde los Jerónimos nos llevo a los pasteles de Belém, nos toparemos con el Museu da Presidência da República . Se ubica en las antiguas cocheras del Palácio Nacional de Belém, actual residencia oficial del Presidente de la República. Su objetivo es el de testimoniar elementos esenciales de la vida y de la obra de todos los Presidentes de la República Portuguesa, alternando la muestra de objetos personales de todos y cada uno de ellos con una actualizada utilización de las nuevas tecnologías de la información, presentadas en distintos idiomas y con diversos grados de especialización informativa.

No es el único espacio museístico inmediato a la Plaza del Imperio. A los pies mismos de los Jerónimos, el Museu de Marinha y a corta distancia, el Planetario Calouste Gulbenkian. Tan cercano e inmediato como la “Casa Pía de Lisboa”

Y no olvidemos el también cercano “Terreiro das missas”, con rancios sabores y recuerdos de misas, celebradas en tiempos medievales y posteriores en las arenas de una playa, con la presencia de los marineros, de las gentes, de todo el complejo y abigarrado muestrario de quienes hicieron posible la gesta descubridora portuguesa y su expansión por hasta entonces ignotas tierras, prestos a embarcar en vetustas carabelas ancladas en la orilla y cruzar mares desconocidos y hasta tenebrosos.  Un “Terreiro das missas” convertido en moderna playa de la Lisboa del siglo XXI.

No hay espacio para más. ¡Es tanto lo que Lisboa atesora! Tal vez, como decía Saramago, Bien podría ser que Lisboa contrario de lo que parecía, no fuera ciudad, sino mujer,…Porque, como afirmaba Pessoa, “Para el viajero que llega por mar, Lisboa vista así, de lejos, se erige como una bella visión de sueño, sobresaliendo contra el azul del cielo, que el sol anima". Volveré sobre Lisboa, sobre mis recuerdos lisboetas. Espero.

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