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EL PORTUÑOL

07 septiembre 2016

No mande a ningún portugués a hacer puñetas. Por muy enfadado que esté, por muy gorda que sea la ofensa recibida, utilice otra expresión. Con la primera, su oyente está entendiendo que Ud. le ordena que se masturbe.

Durante un largo, ya lejano y muy feliz, tiempo, residí en Lisboa por motivos profesionales. Ya lo he relatado en alguna ocasión muy pretérita. El portuñol era la lengua que fuera de mi lugar de trabajo solía usar. El portuñol es la lengua que los españoles acostumbramos a hablar en nuestros frecuentes desplazamientos a la vecina tierra portuguesa.

El portuñol es un híbrido monstruoso, deforme, inculto e ignorante, desorganizado y caótico, escaso y miserable. Es una extraña mezcla de construcciones sintácticas castellanas, un léxico también predominantemente castellano, con incrustaciones de aisladas palabras portuguesas y un supuesto acento de nasalización con el que creemos hallar el modo de no resultar un forastero en Portugal. Así, en la concepción de los que utilizamos, es un instrumento suficiente para hacernos entender con el natural del país…aunque solemos utilizar “el infinitivo comanche” y rara vez los tiempos verbales en su correcto empleo.

Y, además, el portuñol es peligroso porque los españoles utilizamos un serie de palabras castellanas, idénticas a las misma que utilizan los portugueses, pero que sin embargo para ellos tienen un sentido, un significado diametralmente distinto al que a este lado de la Raya le damos. Y el empleo de ese léxico puede crearnos problemas, meternos en embarazosas situaciones o, cuando menos, convertirnos en objeto de hilaridad cuando no de burla para el que nos escuche. Veamos algunas de esas palabras.

Exquisito. Es claro el significado castellano: la comida era exquisita. No la utilice en Portugal ya que aquí lo exquisito es lo extraño y estrafalario, lo que se encuentra fuera de la normalidad, lo que no es apetecible por nadie en su sano juicio.
Chata. El cariñoso apelativo castellano es para el pueblo portugués sinónimo de aburrida, ordinaria, fea, carente de gracia alguna. No diga, saludando y cumplimentando a la hijita de su amigo portugués, hola, chata. La amistad puede acabar en ese mismo momento y la ofensa conferida al tierno retoño difícilmente será olvidada.

Tampoco, cuando en Portugal su linterna deje de alumbrar o su reloj no funcione, por agotamiento de las pilas, pida en una tienda que le despachen una pila. Está pidiendo que le entreguen ¡un órgano sexual masculino! La sorpresa del dependiente o de la dependienta será mayúscula. Y la situación creada, comprometida. Y ya que estamos en terrenos lindantes a lo erótico, tampoco mande que su hijo recoja las pelotas del tenis, que juegue con la pelota de la playa o que no moleste a los viandantes con la pelota. Para el oyente portugués, cada vez que utiliza ese vocablo castellano, se está Ud. refiriendo a los testículos de su heredero.

No mande a ningún portugués a hacer puñetas. Por muy enfadado que esté, por muy gorda que sea la ofensa recibida, utilice otra expresión. Con la primera, su oyente está entendiendo que Ud. le ordena que se masturbe.

Otras muchas podría presentar. No es fácil el idioma portugués para los españoles. Creemos entenderlo cuando lo escuchamos o cuando lo leemos. Pero hablarlo es otra cosa, más difícil y complicada. Los lingüistas dicen que la riqueza vocálica del portugués, frente a la pobreza de nuestra lengua, es la causa primera de esa dificultad. Ellos son los técnicos del tema. Pero -y me parece elemento explicativo también fundamental- habría que referirse a nuestra tremenda falta de interés por el estudio sistematizado de una lengua que consideramos secundaria, de menos utilidad que el inglés, el francés o el alemán. Y aquí es donde, en mi profana opinión, reside la raíz del problema. Y en esa supuesta similitud del portugués con el castellano. Siempre recuerdo lo que un español, largo tiempo afincado en Lisboa, me decía -no se si con pleno conocimiento del idioma o tomándome el pelo-, ejemplificando la dificultad del aprendizaje del portugués hablado: Para el portugués, botella es garrafa; garrafa, vaso; vaso, copo y copa,... botella. O como aquel otro, “granaino” por más señas, para quien los portugueses decían bairro y noiva, ¡sólo para confundir a los españoles! Como tampoco creo que ese sea el propósito para llamar aipo al apio. O para nominar al puerro español como un modesto alho francês, aunque eso sí, con acento circunflejo."

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