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ANGRA DO HEROÍSMO Y PONTA DELGADA (II)

21 julio 2016

De la Base aérea de Lages, en Angra do Heroismo, en la isla Terceira, la que fuera antes denominada Isla de Jesucristo...

De la Base aérea de Lages, en Angra do Heroismo, en la isla Terceira, la que fuera antes denominada Isla de Jesucristo y que cambiaron su nombre por haber sido la tercera de las islas descubiertas, al Aeropuerto Civil, muy cerca, casi pegadito a Ponta Delgada, la capital de todo el archipiélago y la principal ciudad de la isla de San Miguel. O, si me lo permiten, desde un triste recuerdo del que fuera comienzo de la guerra de Irak al Aeropuerto Juan Pablo II, denominación que es un homenaje a la visita que el Papa efectuó a las Azores en mayo de 1991. Desde esa irracionalidad humana que es la guerra al mensaje de paz que el Papado, al margen de creencias religiosas, representa.

En aquel 20 de marzo de 2003, bajo el liderazgo de los Estados Unidos del Presidente George W. Bush, una coalición de países -Reino Unido, España, Australia, Polonia- y otros participantes en la fase de ocupación posterior, se inició la invasión de Irak, con el objetivo de encontrar y eliminar "las armas de destrucción masiva” con las que Saddam Husein amenazaba a todo el Planeta al tiempo que se buscaba terminar con el apoyo que desde la Jefatura del Estado iraquí se daba al terrorismo y, de paso, lograr “liberar” al sufrido pueblo iraquí de la dictadura y de la opresión que padecía.

Posiblemente, ante las muy cacareadas pero nunca encontradas armas de destrucción masiva, de existencia tampoco nunca demostrada, ante el que parece era supuesto y nunca claramente apoyo al activo y amenazante terrorismo y la tampoco lograda libertad de los civiles iraquíes, hay que concluir que tal vez, casi con seguridad, la certeza y veracidad de los principales detractores de la guerra quienes tachaban esas razones del conflicto armado como burdas excusas para realizar la invasión, basada y fundamentada en intereses meramente económicos y políticos.

La Isla de São Miguel, conocida como La Isla Verde, es la más grande y la más poblada del archipiélago azoriano. Un pequeño territorio enclavado en medio del Atlántico, que no llega a los 800 kilómetros cuadrado. Con poco más de 140.000 habitantes, de los que cerca de 50.000 se asientan en la capital, la recoleta Ponta Delgada.

San Miguel, como las restantes islas del archipiélago, está muy influenciada por las corrientes y vientos oceánicos y, en particular, la Corriente del Golfo, que determina y condiciona como elemento moderador las estructuras climáticas, manteniendo a lo largo del año una moderada amplitud térmica, con ausencia de temperaturas extremas y abundantes precipitaciones, que en estos días, cortos días, de viaje he tenido ¿la suerte o la desgracia? de vivir y de aproximarme a su conocimiento.

Ponta Delgada es la capital de la isla y de la denominada Região Autónoma dos Açores, territorio dotado de una relativa autonomía política y administrativa, formando parte de la Unión Europea como “región ultraperiférica”. Es la ciudad en la que se asientan los fundamentales órganos del Gobierno Regional y la única Universidad del archipiélago.

Sus orígenes son modestos; un mínimo asentamiento de pescadores se transforma a mediados del siglo XVI y como consecuencia de la destrucción por un terremoto de la primera capital isleña, Vila Franca do Campo, en el núcleo capitalino.

¿Qué destacaría de Ponta Delgada? Las iglesias son abundantes tenemos también varios lugares de interés. Entre las numerosas iglesias, parece sobresalir la de Nossa Senhora da Esperança, con su Santo Cristo dos Milagres, de gran devoción en la isla y al que se le dedican las mayores fiestas de la capital.

Aparte de las iglesias, merece la pena recorrer y deambular por otras zonas urbanas como la Porta da Cidade, el Forte de Sao Brás o la Torre Sineira donde hay unas buenas vistas de la ciudad.

La isla, como la de Terceira, ofrece paisajes maravillosos que sobradamente justifican el viaje. Me causaron especial sensación, por ejemplo, la contemplación y la belleza de las dos lagunas de Sete Cidades. La lagoa Azul y la lagoa Verde. Una al borde de la otra, en un impresionante cráter volcánico. Esos son los colores de sus aguas. El azul, las lágrimas de una bella, y desgraciada, princesa de ojos azules. El verde, las de un pastor de verdes ojos. Las lágrimas de dos enamorados a quienes se prohibió vivir en felicidad su amor.

Bien cerca, en la inmediata costa, se asienta a Punta da Ferraria, el punto más occidental de la isla con su faro y las curiosas y espectaculares piscinas, de aguas calientes, por el aprovechamiento natural del calor interno de la tierra.

¿Y qué decir de la contemplación, directa e inmediata de los muchos fenómenos de vulcanismo presentes en San Miguel? La visión sorprendida de la actividad profunda de la tierra y su, aspecto tampoco desechable, aprovechamiento gastronómico. En Furnas, una de las freguesia del sur isleño, se elabora un plato de la gastronomía típica, un Cozido à portuguesa. Su originalidad radica en el procedimiento de su cocción: la introducción de la olla en un hoyo del suelo, de tal forma que la actividad volcánica del subsuelo y las altas temperaturas lo calienta hasta lograr su completa puesta a disposición de los comensales.

En la tierra de Furnas la actividad volcánica se encuentra presente en las Caldeiras, charcos de agua a muy elevadas temperaturas que la vaporizan junto a emanaciones sulfurosas.

Otros dos lugares son dignos de visitarse, la Capilla de Nuestra Señora de las Victorias, una pequeña iglesita aparentemente gótica situada en la orilla del lago cercano y levantada allá por el siglo XIX.

Mas inmediato al núcleo urbano se encuentra el Jardín Botánico Terra Nostra Garden, un más que maravilloso jardín del hotel Terra Nostra Garden con especies de árboles y plantas de diversas clases y lugares del mundo. En sus doce hectáreas se albergan y se puede admirar y contemplar una de las mayores variedades de camelias del mundo, con más de medio millar de diferentes géneros así como diversidad de plantas nativas, plantas ornamentales y helechos. Y una semejante diversidad de árboles de buena parte del planeta: cedros japoneses, palmeras canarias y neozelandesas, bananeras sudafricanas, pinos norteamericanos, con un gigantesco ejemplar de cinco metros de diámetro. Con multiplicidad de nenúfares y bellos ejemplos de esa práctica, de ese arte, de conferir formas artísticas a las plantas mediante el recorte con tijeras de podar, logrando increíbles figuras, por lo general de animales.

No puedo extenderme como fuera mi deseo. La experiencia de navegar medianamente separado de la costa en un barco de reducido tamaño para tratar de avistar ballenas o sus congéneres, es intensa e ilusionante,…al menos para mí, de secano y de tierra adentro, lo fue.

A otras sensaciones y a otras impresiones debería referirme. En primer lugar, a la percepción de plena seguridad durante todo el tiempo de estancia en las isla, tanto en la Terceira como en San Miguel. Ni un mínimo incidente ni una anómala conducta por las calles y en los lugares visitados. Y sin que en modo alguno hubiera ni siquiera una discreta presencia de agentes del orden.

Y sin que ello me haya causado la más mínima sorpresa, la amabilidad extrema de las gentes de las islas y de los lugares visitados. Amabilidad hasta el extremo a veces excesivos como el de una pareja de mediana edad, con la que charlábamos en una terraza y que no hubo manera de convencer para que no abonaran una cerveza que había tomado. Haciendo uso de su amistad con el camarero, hubimos de aceptar, qué remedio, su invitación.

Termino. Dos observaciones finales. Lo había visto en Madeira donde también muy agradablemente me sorprendió: no hay ni una milésima parte de la sobreabundancia de personas paseando a sus perros que en cualquier ciudad española encontramos por lo que no se corre el riesgo de poder pisar sus excrementos.

No sólo por esa ausencia, los espacios urbanos están limpios, muy limpios, sin que se vean el sucio panorama que a veces se da en nuestros pueblos y ciudades, con sus suelos bien repletos de papeles, de bolsas, de colillas, de basura menuda. Suelos tan pulcros como las paredes, libres de esas pintadas que por estos lares solemos “contemplar” o de esa “cartelería”, de múltiple procedencia, que ensucia hasta la saciedad nuestros paisajes urbanos.

El civismo de un pueblo y de una sociedad parece mostrarse en estas realidades estructurales. Hace tiempo leía que lo cala mitoso, la plaga que amenaza nuestro futuro, la de los insolidarios, la de los intolerantes, la de los que no sienten el dolor ajeno, estaba presente en este nuestro mundo. Por suerte, no me pareció vislumbrar su existencia en las islas visitadas.

Al final, uno siente sana envidia de esas cívicas conductas. Paisaje y paisanaje incitan a volver.

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