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As Lisboas e a ponte 25 de avril

28 junio 2016

Más que los Jerónimos o la Alfama, más que el Castillo de San Jorge o el Elevador de Santa Justa, más que Rossio o la Plaza del Comercio, más que el Acueducto de las Aguas Libres o la cúbica mole de las Amoreiras, ... lo que para mí simboliza a la Lisboa de finales del siglo XX -aquella ciudad y aquellas gentes que tan cálida y amorosamente me acogieron- es la majestuosa silueta del Puente 25 de Abril, omnipresente desde cualquier rincón de la ciudad y, sobre todo, elemento vital para la propia existencia de la Lisboa que se extiende en la margen sur del Tajo. Porque hay otras Lisboas. Primero está la Lisboa que todos conocemos, diversa y variada, englobando la Lisboa de “A baixa”, la Lisboa pombalina, en cuyo subsuelo se encuentran las poco conocidas “Galerías Romanas”, la Lisboa de Chiado, la Lisboa de la Morería, la Lisboa de Alfama, la Lisboa portuaria, la Lisboa aristocrática de Réstelo,…la que coincide con los límites administrativos de la capital, asentada en la zona norte del estuario, desde Moscavide hasta Belem y Alges, desde la Portinha hasta Xabregas.
    Me encanta el puente 25 de Abril, el más veterano de los dos puentes lisboetas sobre o Tejo. No hay que decirlo, es bien sabido que conecta el barrio de Alcántara con  Almada y forma ya parte indisoluble del típico y definitorio paisaje urbano lisboeta. Es onmipresente  tanto desde las zonas altas de la ciudad y desde los bellísimos y recoquetos miradores lisboetas, como desde todo el ámbito de Belém. Y cuando de nuevo lo contemplo, me parece más entrañable y bello.
    Fue inaugurado, se encuentra presente en la ciudad desde 1966, aunque parece que su construcción, a partir de 1962, fue todo un espectáculo, en cuanto representaba una innovadora tecnología constructiva que asombraba a la población lisboeta. Recibió primero la poco grata denominación de Puente Salazar. Y otra de las gratificantes consecuencias, tal vez poco importante pero de elevada significación, de la Revolución de los Claveles fue el cambio de su nombre, “a ponte 25 de Avril”, con su calzada más elevada para coches y una segunda plataforma inferior que contempla el tránsito de trenes para el Alemtejo o el Algarve.
    Pero retorno a la ciudad. Está la Lisboa que se expande, también por la margen derecha del Tajo, hasta Cascais. Es la Lisboa de los barrios residenciales y de los ciudadanos de la clase media alta, la zona preferida por los extranjeros afincados en la ciudad; es la Lisboa que se engloba en otros municipios -Oeiras, Cascais, …- que comprende diversos núcleos poblacionales -fregresias-: es la Lisboa de Algés, más trabajadora y popular;  Caxias, con su prisión de tristes recuerdos; de Paço de Arcos, de Santo Amaro de Oeiras, con su inmediatez al Forte de São João das Maias; de Carcavelos, con su extensa playa, bien custodiada por O Forte São Julião da Barra, uno de los elementos esenciales del viejo sistema defensivo del Tajo, dominando esa unión del río con el mar; de Parede, con su veterano y bien renovado Hospital de Sant´Ana; de Monte Estoril,... que ya no es, desde la óptica de la Administración, Lisboa ... pero que depende, vital y funcionalmente, de Lisboa.
    Es la Lisboa de las playas de renombre, de los apartamentos de precios prohibitivos, de los hoteles de lujo y de los restaurantes de moda. Es la Lisboa del Casino, del hoy decadente Autódromo y de Sintra, que no por casualidad fue elegida residencia veraniega de los reyes portugueses. Sintra y sus palacios: el decimonónico da Pena; el que fuera Palacio de Seteais, transformado en pujante hotel; el de Monserrate o el bragantino de Queluz. Y no olvidemos el Convento dos Capuchos, enclavado en plena sierra de Sintra, declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad o el Castelo dos Mouros, de viejas raigambres medievales.
    Al otro lado del Tajo, en la margen sur, existe otra Lisboa. Es la Lisboa que tampoco es Lisboa de Montijo, de Barreiro, de Seixal, de Almada, de Moita o de Cacilhas,... Es una Lisboa menos distinguida, menos burguesa, más de clase media -trabajadora, con bloques de viviendas  -altos, congestionados, densos- típicos de las ciudades dormitorios aunque bien ordenada en su urbanismo y espléndidamente dotada de servicios. No sé cuantos miles de almas acoge la Lisboa de la margen izquierda del río,... recorriéndola, uno tiene la sensación de que bastante más que en las otras Lisboas. Y para toda esta gente el Puente constituye el cordón umbilical que les une a la verdadera Lisboa, a sus lugares de trabajo y de diversión. Por eso, el tránsito por el Puente es tan difícil, desesperante y moroso en dos momentos del día: por las mañanas, en dirección a Lisboa y, por las tardes, cuando la gran masa de coches regresa a sus hogares. Y ello pese a la existencia de los transbordadores que desde la Plaza del Comercio conducen, cada mañana y cada tarde, a miles de hombres y mujeres en ambas direcciones.
    Y, ahora, ya desde la óptica de este gozoso –seguimos vivos- caminar en el siglo XXI, no olvido el más moderno “Ponte Vasco da Gama”, extenso nexo de unión, por supuesto sobre el Tejo, cordón umbilical entre la llamada Grande Lisboa y los núcleos habitacionales de Montijo, del Montijo portugués, no de mi Montijo extremeño, y Sacavem, allí cerquita de ese Parque de la Naciones que contempló la Expo 98. Pero me gusta más el 25 de Abril. Dicen que el libro de los gustos está en blanco.
    Para mí, Lisboa es irreconocible e impensable sin su Puente del 25 de Abril. Y no es sólo que el tremendo armazón metálico haya posibilitado ese desarrollo urbanístico. La figura, mezcla de verticalidad ascensional y de achaparrada horizontalidad, constituye el más claro y acabado elemento definidor de Lisboa, de tal manera que - al menos así lo pienso - si París se asocia a su torre Eiffel; si Londres se liga a su Torre del Parlamento; si Madrid se conoce por su Puerta de Alcalá o si Moscú se caracteriza por las torres de su Kremlin... yo simbolizaría a Lisboa por su “25 de abril”.

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