Cuando has realizado miles de fotografías en esta región sin aburrirte de ver dos veces (¡Qué digo dos... doscientas!), el mismo paisaje, te das cuenta de que hay duende. Hay algo que te atrapa y te atrae, que te ata irremediablemente a la tierra, que te hechiza para siempre con el peor de los influjos, que a la vez es el mejor. Ese influjo hace que imágenes como estas, me asalten día y noche, me evoquen sensaciones y sentimientos mientras duermo y también cuando estoy despierto de modo que... al final... no sé distinguir entre uno y otro...
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