Tristeza, melancolía frente a alegría desbordante, a veces forzada, son sensaciones, sentimientos, que nos suelen rodear a medida que se acercan las fecha navideñas.
Claro que todos tenemos recuerdos. Claro que todos tenemos gustos, preferencias, hacemos esfuerzos o nos dejamos llevar por lo que nos rodea.
Pero esa es la grandeza de la vida. El sentirnos diferentes. El hecho de que podamos convivir rodeados de gente que vive apasionadamente algunas celebraciones, mientras que otros están deseando que pasen.
Y especialmente cuando se producen fenómenos como el que este año nos ha tocado asumir. Si habitualmente vivimos de comparaciones, no le quepa la menor duda a nadie, que esta vez volveremos con más ímpetu a echar la vista atrás.
Sin embargo, puede pasarnos como a la señora de un vídeo de washap que me han pasado. Se quejaba amargamente el año pasado de lo penoso que eran los preparativos de comidas y cenas navideñas. Hacía comentarios despectivos a la reunión con familiares ( cuñados, suegras, niñas y niños…), al enorme trabajo que ello representaba, a lo harta que estaba de todo esta diversión impostada.
Otra imagen simultánea nos trasladaba a diciembre de 2020. En esta ocasión, la misma señora lloraba desesperada. Su queja, ahora, era por no poder reunirse con sus familiares queridos, por no poder oír sus risas, sus llantos, sus canciones, sus chistes. Por no poder compartir la abundante comida y los deliciosos postres. Por no poder intercambiar las novedades acontecidas en las vidas de toda su familia.
Y es que, en definitiva, de eso estamos hechos. De contradicciones. De sentimientos encontrados. Del paso de la tristeza a la alegría y viceversa. De la huida de los enquistamientos.
En eso consiste el progreso. De eso trata el avance de las sociedades. Del movimiento. Del pulular continuo e imparable de noticias. De sucesos. De cosas que varían constantemente.
Por esa razón, no permitamos que ni la risa perpetua ni el llanto desconsolado inunden nuestras horas, sobre todo en unos momentos en los que nunca en tanto tiempo hemos necesitado de la presencia del otro.
Ni contritos ni exultantes, seamos, valga la perorata, auténticos, es decir, singulares, especiales por diferentes, destacados por desuniformes.