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Crispación

30 diciembre 2020

No hace muchos días un canal de televisión ofrecía un programa relacionado con el adiestramiento de los perros...

No hace muchos días un canal de televisión ofrecía un programa relacionado con el adiestramiento de los perros. El presentador- adiestrador hizo colocar una tela  a modo de pantalla situando dos canes a cada uno de sus lados sin que se viesen. Los animales permanecieron impasibles y relajados sin intuir que al otro lado del parapeto se encontraba otro perro hasta que el adiestrador retiro de repente la tela y ambos se vieron. En ese momento, ambos animales se abalanzaron el uno sobre el otro de forma agresiva, ladrándose impetuosamente, sin esperar a reconocerse previamente o, simplemente, saber el signo pacífico o agresivo de la actitud del otro congénere. A diferencia de los humanos, en quienes prevalece sobre todos el sentido el de la vista, los perros son animales eminentemente olfativos. Podría afirmarse que los cánidos “ven” por el olfato, de ahí que estén permanentemente olisqueándolo todo para reconocer el terreno y el ambiente por el que se desenvuelven. Así ocurre también con ellos mismos que, por muy desagradable que nos pudiera parecer, olfatean el olor que desprenden las glándulas situadas en sus respectivos orificios anales para reconocerse y socializar entre ellos. Por esto, cuando un perro usa preeminentemente la vista en vez del olfato, al ver a otro perro no empatiza con él sino que lo ve como un intruso y enemigo, y lo ataca.

Últimamente, cuando se emiten en los distintos medios de comunicación noticias relativas a los debates en el Congreso de los Diputados y el Senado, o a la acción de gobierno y oposición,  se aprecia el elevado  nivel de crispación que domina la actividad política diaria. El parlamento, que debiera ser el templo de la palabra (Entendida como el antiguo logos griego: sabiduría, idea, argumento…) se ha convertido en un circo en el que prima el espectáculo soez del insulto y las descalificaciones personales. No hay diálogo sino monólogo, no hay comprensión ni entendimiento. Cada parte se limita a declamar su discurso, que no dirige a nadie más que a los propios correligionarios, y que es correspondido por la otra parte con toda suerte de improperios. Cuando esto es así, más parecen los portavoces políticos perros situados a cada lado de un trozo de tela que oradores agraciados con el don de la palabra.

La crispación y degradación del ejercicio de la política no es baladí1. Esta degradación puede socavar la credibilidad en  nuestro sistema democrático de organización y funcionamiento de las instituciones haciendo apetecibles para algunos sistemas de gobierno menos participativos.2 Esto se ve sobre todo en las formaciones más situados en los respectivos extremos del arco parlamentario, que son también los más extremos a la izquierda y la derecha del arco ideológico. Para estas formaciones más parece haber enemigos que adversarios, de ahí el vocabulario y tono belicista de sus alocuciones, que se centran fundamentalmente en la deslegitimación del contrario, en lugar de la contraposición de ideas y propuestas; ven los periodos de gobierno de las demás formaciones como segmentos anómalos de tiempo que tienden a evitar o acortar mediante la generación de un clima irrespirable de convivencia que se apresuran a dar por superado, en el caso de que se les conceda a ellos la gracia de formar gobierno, posibilitando instaurar mecanismos limitativos de derechos en aras a la superación del periodo político anterior que ellos mismos se han encargado de socavar. Es el cuento del bombero pirómano que incendia primero y se ofrece como heroico salvador después.

En política, como en la práctica totalidad de las facetas de la vida, no todo es blanco ni negro, sino que existe una enorme paleta de colores y matices; una cosa es predicar y otra, muy distinta, dar trigo; una cosa es lo que se quiere hacer y otra es lo que se puede hacer, o lo que te permiten hacer; a veces hay que hacer lo que beneficia a la mayoría y otras lo que perjudique al menor número posible. No es posible estar de acuerdo en todo, pero es imposible no estar de acuerdo en algo. Y cuando en la toma de decisiones se requiera de aunar el mayor número de voluntades más conviene convencer, que vencer.3



Notas.

1. https://www.elindependiente.com/espana/2020/10/18/derecha-e-izquierda-se-culpan-de-la-crispacion-que-rechazan-los-ciudadanos/

2. https://www.rtve.es/noticias/20201017/politologos-salud-democratica/2045677.shtml

3. Colette y Jean-Claude Rebaté, Miguel de Unamuno (1864-1936). Convencer hasta la muerte. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019.  Págs. 524,525 y 526.

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