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Un presidente fuera de lo común

21 noviembre 2014

José Antonio Monago y yo formábamos parte, en 1995, de la Candidatura que lideraba, y posteriormente venció en las urnas, nuestro amigo, maestro y alcalde, Miguel Celdrán.

José Antonio Monago y yo formábamos parte, en 1995, de la Candidatura que lideraba, y posteriormente venció en las urnas, nuestro amigo, maestro y alcalde, Miguel Celdrán. Cierto es que Monago ya venía de una experiencia intensa durante cuatro años en la oposición en el Ayuntamiento de Badajoz, lo cual le había proporcionado conocimientos sobre la Administración municipal que serían valiosísimos para el resto de su dedicación política. Y, antes de ello, su propia biografía lo situaba en la misma Administración pero desde el frente de batalla, es decir, como funcionario en el Servicio de Bomberos. Ya por entonces demostraba una capacidad innata de trabajo, un permanente esfuerzo de superación, una inagotable vocación de servicio y una infinita curiosidad por aprender, por conocer, por llegar a todos.

Desde ese 1995, ya en el gobierno municipal, y hasta 2008 cuando asume la apasionante y complicada tarea de intentar llegar al gobierno de Extremadura, algo que logró, no sin poco esfuerzo y sacrificio personal, en 2011, Monago ejerció como concejal a un ritmo de actividad envidiable, resolviendo problemas, superando dificultades, colaborando en cuanto se le demandaba y asumiendo responsabilidades que tenían que ver con problemas tangibles, reales de los ciudadanos, problemas y ciudadanos de los nunca se escondía, a los que nunca daba la espalda y que siempre le suponían un reto para seguir caminando en lo que es su auténtica ley de vida: Badajoz, entonces, Extremadura, hoy, y no defraudar jamás a los suyos, es decir, a la familia, a los amigos, a los vecinos, a los ciudadanos, fueran, sean de Badajoz o de Plasencia, de Jerez o de Coria, de Las Hurdes o la Siberia, siempre con el despacho en la calle, como a él le gusta decir. Su llegada a la más alta institución extremeña fue un hecho histórico por la realidad de esta nuestra tierra, por su circunstancia política y por lo que suponía como cambio, especialmente en una etapa de nuestra particular historia como región y como país en que los medios y los recursos escasean y las necesidades son muchas. Durante casi cuatro años de gobierno, negar su impronta, los desafíos propuestos, sus retos cumplidos, los cambios producidos y las mejoras más que evidentes, puede ser un ejercicio legítimo pero condenado inevitablemente a la melancolía, cuando no al rencor o a una batalla que trasciende la habitual dialéctica política.

Los servicios de información, las realidades que los pueblos y ciudades de Extremadura pueden observar a diario, se encargan y encargarán de relatar y contabilizar los grandes progresos obtenidos en Extremadura a lo largo de esta Legislatura, donde se ha hecho más, mucho más, con menos, con casi nada. La ruina heredada se gestionó con firmeza, buenas ideas y compromisos contundentes donde la recuperación y el crecimiento no eran negociables ni cuestionables. Hay quienes apoyaron esta política. Hay quienes la han reconocido. Hay quienes, aun a regañadientes o después de mucho diálogo, aceptaron las propuestas. Pero siguen siendo muchos quienes se empeñan en negar lo evidente, que rodean la realidad y que afean los éxitos. No porque no existan, sino porque es el contrario quien los ha liderado, y encima los ha liderado bien. Puede que digan que esto es política. No lo es. La política NO puede ser el lema cuanto peor, mejor, es decir, cuanto peor vaya el gobierno mejor iremos en la oposición. La política no puede ser que con tal de llegar valga todo, que con tal de que Monago se vaya, sirva cualquier camino para destruirle. Algo así ha sucedido en estos últimos días. Cuando en la esfera política, en el Parlamento o en la gestión del día a día no se ha podido con él, algunos han buscado otro escenario, un ring, por ejemplo o, peor aún, una arena pública donde el que acusaba podía hacerlo impunemente y el acusado se veía obligado a demostrar su inocencia.

El precedente que se ha sentado en la vida pública de nuestro país nada tiene que ver con medidas anticorrupción, de transparencia o de buen uso de fondos públicos. El precedente sentado en esta cuestión tiene que ver con unas líneas rojas de las que ya nunca podremos volver atrás. Las líneas rojas de la intimidad, de la vida privada, del vale todo aunque no se haya cometido delito alguno, y cuando la moralidad es según el cristal con que se mire. No quieren que gobierne más. No quieren dejarle gobernar. A veces pienso que se trata de algo que no tiene que ver con la política. Lo que está claro es que Extremadura ha vivido un cambio radical en apenas cuatro años, un cambio a mejor, se entiende, y todo a pesar de las enormes dificultades económicas que nos envuelven y de una herencia recibida poco halagüeña. Lo que está claro es que Extremadura ha ido, va a mejor y, como soy alcalde de Badajoz, debo decirlo también: Extremadura ha ido a más al mismo tiempo que Badajoz también ha ido a más.

Badajoz ha recibido el apoyo, la fuerza, los recursos y el afecto que siempre ha demandado como ciudad más poblada de Extremadura y, por tanto, como ciudad con un enorme protagonismo en el desarrollo regional. Pero, lo que está más claro aún es que aquel joven bombero del Ayuntamiento de Badajoz, que pasó cuatro años en la oposición y después como teniente de alcalde gobernando durante trece años, es un hombre hecho a sí mismo, con una increíble capacidad para fortalecerse en la adversidad, que transmite y contagia a todos los que están a su alrededor, con una experiencia y conocimientos que ya quisieran muchos que llevan igual de años que él o más en la política y, por supuesto, el mejor para seguir liderando a nuestra región hacia ese objetivo 2020, donde Extremadura y los extremeños puedan mirar de frente al resto de España, sin complejos, convencidos de sus potencialidades y sus posibilidades.

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